La batalla más grande que se haya peleado alguna vez, tuvo un impacto en cada una de las personas que han vivido o van a vivir. Sin embargo, ¡sólo fue presenciada por sus combatientes!
Una de las batallas más importantes y sangrientas de la Segunda Guerra Mundial se llamó La Batalla de las Ardenas. En ella, Adolf Hitler hizo un último y desesperado intento por dividir los ejércitos aliados para que Alemania pudiera volcar todo su poder en contra del ejército soviético en el frente oriental. Su plan fracasó y el ejército alemán nunca pudo organizar una fuerte ofensiva de nuevo. Más de 80.000 soldados norteamericanos fueron muertos, mutilados o capturados en esta lucha que duró casi seis semanas.
Nuestros libros de historia están llenos de batallas trascendentales como éstas. ¿Cuál fue la más importante?
Una batalla de proporciones bíblicas
Dos de los evangelios (Mateo y Lucas) registran una de las mayores y más importantes batallas de las que se tenga memoria. Ocurrió aproximadamente hace 2000 años en el desierto afuera de Jerusalén. ¡Las vidas de todos los seres humanos en toda la historia dependían del resultado de esta batalla!
Justo antes de que Jesucristo comenzara su ministerio alrededor de la edad de 30 años, Él fue bautizado por Juan el bautista en el rio Jordán. De ahí, salió a enfrentarse en el desierto con el gobernante de este mundo, Satanás. Si perdía, no habría vida en el futuro más allá de la tumba para nadie. El antecedente de esta batalla se remonta al principio mismo.
¡Adán y Eva perdieron casi todo!
Cuando los primeros seres humanos, Adán y Eva, fueron creados, Dios les dio potestad sobre su hermosa Tierra. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:27-28).
Una de sus primeras pruebas vino muy poco después cuando el diablo entró en sus dominios, el Jardín del Edén. En lugar de resistirse a sus propuestas, cedieron y pronto estaban rendidos ante él. Adán y Eva creyeron las mentiras y el engaño de Satanás y por lo tanto perdieron su autoridad sobre la Tierra.
Pablo llama a Satanás el “dios de este siglo” (2 Corintios 4:4) y el apóstol Juan se refiere a él en varias escrituras de su evangelio como “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31; 14:30; 16:11).
El dominio de la Tierra está bajo “el príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2). Cuando Jesús fue a encontrarse en el desierto con Satanás, Él entró en el territorio del enemigo.
Jesucristo sale a la batalla
“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo. Y no comió nada en aquellos días, pasados los cuales, tuvo hambre” (Lucas 4:1-2).
Ahora, ¿Por qué el hijo de Dios estaría involucrado en una batalla con Satanás? Él había sido el creador de este ser angelical que se rebeló y se convirtió en el diablo. Con certeza, ¡Él era más poderoso que su ángel caído!
Pero, ¿podría derrotarlo estando al nivel de un ser humano? Eso es lo que Él nos va a pedir a nosotros que hagamos. Antes de que María lo diera a luz, Jesucristo existía como el Verbo (Juan 1:1-3). Para convertirse en el Salvador de toda la humanidad, se desprendió de todo su poder divino y gloria para convertirse en uno semejante a nosotros (Juan 1:14). Viviría una vida sin pecado y siendo físico daría su vida como un sacrificio de redención por todos nosotros.
“Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre….
“Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:14-18).
“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).
Los planes de batalla
El plan de Satanás era destruir al Salvador y frustrar el plan de Dios de añadir seres humanos a su familia espiritual eterna. Él engañó a Eva, apartándola de Dios; e intentó lo mismo con Jesús. Si él pudiera separar a Jesús de Dios tentándolo a hacer cosas que lo llevaran a estar bajo su control entonces Jesús habría pecado. Si Satanás lograba que Jesús pecara entonces Él no podría ser el redentor de este mundo y Él mismo estaría bajo la pena de muerte.
El plan de Cristo era derrotar a Satanás; y al hacerlo, también daría a sus seguidores un ejemplo de cómo podrían hacerlo ellos también.
La batalla
Lucas 4:2 nos dice que la batalla duró 40 días. En los últimos días de la batalla el diablo lanzó su mejor ofensiva en contra de Jesús —tres disparos, uno tras otro. Al ver que Jesús estaba muy débil por el hambre y la sed, Satanás comenzó sus últimos intentos desesperados para ganar esta batalla. En este punto el conflicto alcanzó el clímax.
“Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mateo 4:2-3)
Dándose cuenta de que el sentimiento de hambre de Jesús era desesperado, Satanás lo retó a ponerle fin convirtiendo unas piedras en panes. Pero para Cristo, como diría Pablo, cuando soy (físicamente) débil, entonces soy (espiritualmente) fuerte (2 Corintios 12:10).
En sí mismo, convertir piedras en panes no sería un pecado pero Satanás lleva a la gente hacia el pecado haciendo que se rindan un poco ante él de pequeñas maneras. Satanás quería iniciar a Cristo por un camino que Él no había escogido. Jesús había escogido la herramienta espiritual del ayuno y Él iba a ser la persona que tomaría la decisión de cuando y como terminarlo.
Entonces Él le recordó a Satanás que el alimento espiritual de la Palabra de Dios era más importante que el físico (Mateo 4:4). Más tarde les recordó a sus seguidores que si ponían el Reino de Dios primero, entonces todas sus necesidades físicas iban a ser atendidas (Mateo 6:33). El ejemplo de Cristo también nos enseña a no comprometernos —incluso de manera pequeña, aparentemente insignificante— con Satanás y su influencia.
Después Satanás le planteó otro desafío —para que Jesús se arrojara desde el pináculo del templo para probar que Dios enviaría a sus ángeles para cuidar de Él. No debemos tentar a Dios poniéndonos deliberadamente en peligro (Mateo 4:7).
Y finalmente, llevó a Jesús a un monte muy alto y le ofreció todos los reinos de este mundo. Ya que Satanás es el actual gobernante de este mundo, Jesús no negó que tuviera la autoridad para hacer esa oferta. Satanás puso ante Él todo el poder, riqueza y gloria de todas las naciones del mundo si Él se postraba ante él y lo adoraba.
Para cada una de estas tentaciones que Satanás le planteó, Cristo respondió citando una escritura. Entonces, cuando nos enfrentamos a una tentación debemos preguntar, ¿qué dice la Palabra de Dios? Ésta es una muy buena razón para estudiar la Biblia. De nuevo, Jesús se remitió a las Sagradas Escrituras. Él reprendió a Satanás diciéndole que Dios es al único que hay que adorar y le ordenó que se fuera (v. 10).
Todas estas cosas las recibiría Jesucristo a su debido tiempo (Lucas 22:29). Él sería paciente y obtendría las bendiciones de Dios de la manera correcta.
La batalla está en la mente
Años después Cristo inspiró a Pablo a que exhortara a los cristianos para que se pusieran la armadura de Dios para sus batallas espirituales diarias.
“Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:11-12).
Para un cristiano, una manera de ponerse la armadura protectora de Dios es a través del ayuno ocasional. Esto fue lo que Jesús hizo (Mateo 4:1-2). El propósito del ayuno es estar más cerca de Dios para poder recibir su ayuda.
En todos los intentos de Satanás por destruirnos, él trata de sacar ventaja de nuestra naturaleza —nuestros deseos y debilidades humanas. Jesús tenía todos los deseos físicos de un hombre normal. Él tuvo que controlarlos y no permitir que esos deseos lo dominaran a Él (1 Corintios 9:27).
La batalla está en la mente. El crecimiento espiritual y el desarrollo de carácter tienen lugar en la mente, en donde el hombre interior debe ser renovado día a día (2 Corintios 4:16).
Si nuestro carácter es espiritualmente fuerte, vamos a ser capaces de mantener los deseos de nuestro cuerpo bajo control para que no nos traicionen o nos lleven a conductas que destruyan nuestro futuro. Cristo llenó su mente con el mensaje de la sagrada Biblia. Él sabía lo que la Palabra de Dios inspirada enseñaba.
Nuestras batallas
Existe un dicho acerca de la vida entre los animales salvajes de África: “Cada mañana en África, una gacela se despierta. Sabe que debe correr más rápido que un león o morirá. Todas las mañanas un león se despierta. Sabe que debe correr más que la gacela más lenta o se morirá de hambre. No importa si eres un león o una gacela… cuando el sol sale, será mejor que estés corriendo”.
Todos los días nos despertamos para una nueva batalla. Satanás quiere evitar que nosotros alcancemos nuestra increíble meta de la vida eterna en el Reino de Dios. “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8).
Es pertinente preguntarnos, ¿dónde estoy más vulnerable? ¿Cuál es mi talón de Aquiles? Éstas son las áreas donde debemos estar más atentos. Nadie puede decir sinceramente que no tiene ninguna debilidad (1 Corintios 10:12).
En la primera carta del apóstol Juan, él habló de tres pasiones humanas que impulsan a la mayoría de los hombres y mujeres. Desafortunadamente, estos deseos comunes nos alejan de Dios.
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17).
Al parecer casi todas las fallas espirituales que tenemos se deben a que permitimos que cualquiera de estas tres pasiones desenfrenadas nos guíe y así perdemos el enfoque en Dios.
Nuestras batallas espirituales comienzan en nuestra mente. Los pensamientos que son impuros, egoístas y vanidosos deben ser conquistados. Debemos aprender a gobernarnos con la ayuda del poder del Espíritu Santo de Dios. Si no aprendemos este principio tan importante, entonces no estaremos preparados para gobernar justamente bajo Cristo en su futuro Reino.
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:20-21).
Jesucristo le está ofreciendo la oportunidad de ayudarlo a Él a traer un nuevo y mejor camino de vida a este mundo de sufrimiento. Para mayor información de cómo ser parte de esto, lo animamos a que estudie nuestro folleto gratuito El Misterio del Reino.