¿Cómo utiliza la Biblia la frase “nacer de nuevo”? ¿Qué significa nacer de nuevo y cómo podemos estar seguros de poder participar en este nuevo nacimiento?
Jesucristo explicó que nadie “vería” o “entraría” al Reino de Dios, a menos que “naciera de nuevo” (Juan 3:3, 5). Esta analogía es muy importante, ¡porque ser parte del Reino de Dios es el propósito de la vida humana!
Entrada al Reino de Dios
La entrada al Reino de Dios es el don que Dios les dará a sus siervos fieles cuando Jesús regrese como Rey de reyes y Señor de señores.
“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:31-34).
Nicodemo, un líder religioso de la época de Cristo, vino en secreto delante de Jesús y reconoció que sus enseñanzas y ministerio debían provenir de Dios. Tal vez él estaba admitiendo aun que Jesús era el Mesías tan largamente anticipado, que traería el Reino de Dios. Pero Nicodemo, como muchos de la época, malentendió el plan de Dios. Ellos se imaginaban que el Mesías vendría como un héroe conquistador para liberar a sus conciudadanos físicos de su subyugación al Imperio Romano.
Para corregir el malentendido de Nicodemo, Jesús le dijo que las personas debían volver a nacer espiritualmente para entrar o ver el Reino de Dios. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3-5).
Finalmente, este renacimiento —que es lo que significa “nacer de nuevo”— significa que aquellos que estén en el Reino de Dios no serán ya más seres físicos e imperfectos, sino ¡seres espirituales! “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es… El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él [Cristo, el Salvador] cree, no se pierda, más tenga vida eterna” (Juan 3:6, 8, 16).
Este renacimiento, que conduce a la vida eterna en el Reino de Dios, debe ser precedido por una renovación espiritual del ser humano. Involucra el proceso de ser cambiado a nivel espiritual de nuestra antigua, natural y pecaminosa manera de vivir y de pensar, a una forma de vida que es como la de Jesucristo. Este proceso conlleva tiempo.
El proceso de conversión
Este proceso de conversión también se compara con un nuevo nacimiento en la Biblia, como cristianos somos llamados ahora hijos de Dios y se nos anima a que busquemos la leche pura de la Palabra de Dios para poder crecer espiritualmente (Tito 3:4-5; Romanos 8:16; 1 Pedro 1:22-25; 2:1-3).
Este proceso de conversión no es sólo una débil decisión emocional. Requiere que la persona se arrepienta de sus pecados, sea bautizado en agua y reciba la presencia interior del Espíritu Santo de Dios, crezca en gracia y conocimiento de Dios y sea guiada por su ley justa. Al final de este proceso la persona finalmente es cambiada en un ser espiritual inmortal, y así entrar al ¡Reino de Dios! En últimas, esta persona entonces, ha “nacido de nuevo”.
El apóstol Pablo dijo que toda su vida de crecimiento y perseverancia ante las dificultades de la vida cristiana, estaba dirigida hacia esa suprema meta. Ser nacido de nuevo —entrar al Reino de Dios por medio de la resurrección a la gloria— es el propósito definitivo de ser un cristiano (Filipenses 3:8-14).
Jesucristo es el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29). El fijó el patrón. Él es el autor de nuestra salvación (Hebreos 2:10). Él fue resucitado a la gloria por el Padre, “y declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Romanos 1:4). Aquellos que sean fieles al llamado de Dios, y nazcan de nuevo en el Reino de Dios, serán “como” Él en la resurrección (1 Juan 3.2).
Al hablar de este maravilloso futuro en el que vamos a poder nacer de nuevo como hijos inmortales y glorificados de Dios, Pablo escribió: “Y así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial. Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:49-53).