Aquellos que fueron llamados a seguir el camino de vida de Dios, deben vivir separados de este mundo perverso. ¿Qué significa “salid de ella, pueblo mío”? ¿Cómo podemos hacer esto?
“Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas” (Apocalipsis 18:4).
Aunque este versículo se refiere específicamente a salir de un sistema religioso de los tiempos del fin, Babilonia la Grande, está en consonancia con otros versículos que nos exhortan a salir de esta malvada sociedad para adorar a Dios fielmente y seguir sus enseñanzas.
Otras escrituras nos dicen que los cristianos no son de este mundo ni deben amar este mundo. Mundo se refiere a esta época de maldad, esta sociedad. Estos versículos no dicen que los cristianos deben irse del planeta, o denigrar de la creación de Dios o irse a un lugar aislado y vivir apartados del resto de la sociedad.
Jesucristo sabía que sus seguidores, a lo largo del tiempo, debían vivir en este mundo, dispersos entre las naciones como granos de sal sobre la comida. “Vosotros sois la sal de la tierra”, dice Él (Mateo 5:13).
No son del mundo
Jesús le oró al Padre pidiendo por sus seguidores justo antes de ser crucificado. “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son… No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo” (Juan 17:9, 15-18).
La oración de Cristo no era sólo para las personas de esa época, era para todos aquellos que leyeran y aceptaran sus enseñanzas desde ese momento en adelante. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (v. 20).
“Salid de ella, pueblo mío”
A pesar de que los cristianos deben vivir en este mundo, tienen que resistir las tentaciones y los caminos del mundo que los rodea. No todo ni todas las personas del mundo son malas, pero la mayoría de las cosas están basadas en la satisfacción de deseos egoístas. Y seguirá empeorando (ver 2 Timoteo 3:1-7).
El apóstol Juan escribió: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:15-17).
El apóstol Pablo citó muchas escrituras del Antiguo Testamento: “Por lo cual, ´Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso´” (2 Corintios 6:17-18).
“Para que no seáis partícipes de sus pecados”
¿Cuáles son los pecados de lo que no debemos ser partícipes? Son muchos. El pecado es la transgresión de las leyes de Dios. Hoy en día los Diez Mandamientos son quebrantados abiertamente. Los homicidios, robos y las mentiras son rampantes; la codicia, la idolatría y la blasfemia son admirados en nuestro entretenimiento.
Hoy en día los Diez Mandamientos son quebrantados abiertamente. Los homicidios, robos y las mentiras son rampantes; la codicia, la idolatría y la blasfemia son admirados en nuestro entretenimiento.
Dos mandamientos son directamente relacionados con el matrimonio y la familia: el mandamiento en contra del adulterio y el mandamiento acerca de honrar a los padres.
Uno de los principales pilares de una nación es la familia. La institución sagrada del matrimonio que Dios estableció desde el principio de la creación está perdiendo relevancia y trascendencia a un ritmo alarmante.
“Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24).
Dios, que no cambia sus valores, hace mucho tiempo reprendió al antiguo Israel y a Judá por violar sus votos matrimoniales.
“Mas diréis: ¿Por qué? Porque el Eterno ha atestiguado entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual has sido desleal, siendo ella tu compañera, y la mujer de tu pacto. ¿No hizo él uno, habiendo en él abundancia de espíritu? ¿Y por qué uno? Porque buscaba una descendencia para Dios. Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud” (Malaquías 2:14-15).
La traición de los votos matrimoniales no sólo trae consigo violencia, ira y amargura, sino que también afecta terriblemente a los hijos. Uno de los beneficios que ofrece un matrimonio feliz es el efecto positivo que tiene sobre la conducta y éxito de los hijos. A eso se refería Malaquías cuando dijo “Porque buscaba una descendencia para Dios”.
Negar al Creador
Otro pecado es negar la existencia del Creador.
Dios nos revela en la Biblia que todo lo que existe, visible e invisible fue creado por Dios el Padre a través de su hijo.
“Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16).
Pero hoy en día, la mayoría de este mundo acepta la teoría de la evolución.
Si no existiera un Creador, no habría ningún poder superior a nosotros mismos para instruirnos o al que tuviéramos que rendir cuentas. Por lo tanto, cuando las personas aceptan la teoría de la evolución esto les permite justificar su actitud de asumir que pueden definir y escoger su propio estilo de vida.
Pero la complejidad de toda la vida debería ser una evidencia palpable de un poder superior.
Pablo escribió: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20).
A pesar de estar rodeado de este tipo de pruebas, el ser humano rechazó creerle al Dios Creador.
“Ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aún sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen” (vv. 25-28)
“Para hacer cosas que no convienen” significa hacer cosas que son incorrectas. El apóstol Pablo continúa mostrando como ese rechazo ó a Dios ha llevado a un comportamiento inmoral, al materialismo, envidias, relaciones superficiales, comportamiento criminal, etcétera.
“Ni recibáis parte de sus plagas”
Desde Génesis hasta Apocalipsis, Dios revela que la obediencia a sus leyes trae bendiciones. Pero como nuestro Creador y dador de vida, también afirma que la humanidad va a ser responsable por haber violado sus leyes. Él no quiere que suframos, pero si eso es necesario para que aprendamos, Él va a permitir que suframos las consecuencias de nuestras malas decisiones.
El deseo de Dios es bendecirnos con cosas buenas. Pero no cumple su propósito con nosotros si bendice un comportamiento indebido.
“Vuestras iniquidades han estorbado estas cosas, y vuestros pecados apartaron de vosotros el bien” (Jeremías 5:25).
“Tu maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán; sabe, pues, y ve cuán malo y amargo es el haber dejado tú a el Eterno tu Dios, y faltar mi temor en ti, dice el Señor, el Eterno de los ejércitos” (Jeremías 2:19).
Ciudadanos del Reino de Dios
Tal vez se podría decir que, una vez que entregamos nuestras vidas a Dios, adquirimos una doble nacionalidad. Aunque físicamente seguimos siendo ciudadanos del país en donde nacimos, espiritualmente nos convertimos en ciudadanos del Reino de Dios.
“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). Hasta que Cristo regrese a establecer el Reino de Dios en la Tierra, nuestra ciudadanía está en el cielo reservada para nosotros.
Los ciudadanos del Reino de Dios deben ser ciudadanos obedientes a las leyes de cualquiera que sea el país en donde vivan, pagar impuestos y ser buenos prójimos. No obstante, no deben inmiscuirse en los conflictos políticos de este mundo, los cuales no pueden resolver los problemas espirituales del ser humano.
Los ciudadanos del Reino de Dios deben ser ciudadanos obedientes a las leyes de cualquiera que sea el país en donde vivan, pagar impuestos y ser buenos prójimos. No obstante, no deben inmiscuirse en los conflictos políticos de este mundo, los cuales no pueden resolver los problemas espirituales del ser humano. Tampoco deben hacer nada que vaya en contra de las leyes de Dios. Esta nueva ciudadanía tiene prioridad sobre todas las demás.
Los cristianos se convierten en peregrinos y forasteros en lo que actualmente es el mundo de Satanás.
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1 Pedro 2:11).
Abraham, nuestro ejemplo
Abraham, el padre de los fieles, es un buen ejemplo de nuestro llamamiento y viaje espiritual. De la misma manera que nosotros, él fue llamado a salir de su país hacia una tierra buena que Dios le iba a mostrar.
“Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba” (Hebreos 11:8).
Él sabía que Dios iba a cumplir su promesa, pero había muchas cosas acerca de todo lo que implicaba en ese momento que él desconocía. Dio un paso de fe, confiando en que Dios lo iba a guiar hasta esa tierra desconocida.
“Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa” (v. 9).
Dios le iba a dar esa tierra a Abraham y a sus descendientes. Sin embargo, Abraham, Isaac y Jacob no la recibieron en el transcurso de sus vidas.
Abraham dijo: “Extranjero y forastero soy entre vosotros” (Génesis 23:4). Él reconoció y aceptó su condición de peregrino y forastero. Él sabía que Dios no puede mentir y que iba a cumplir su promesa. Abraham y todos aquellos que siguieron sus pasos tenían puestos sus ojos en algo mucho mejor y más duradero, que incluso esa próspera tierra a la que Dios llevó a sus descendientes.
La Nueva Jerusalén
“Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:9-10).
Esta “ciudad que tiene fundamentos” es la nueva Jerusalén en el Reino de Dios. Era igual de real para ellos. Estaban dispuestos a dar todo por conseguir ese premio.
A medida que vemos el caos y la confusión de este mundo que nos rodea, debería ser más fácil para nosotros ver que aquellos que han sido llamados por Dios ya no hacen parte de este mundo. Debería ser más fácil identificarnos con el Reino que se aproxima y apartarnos de este mundo.
Sería sencillo caer en el juego de inculpar, señalando y condenando a los demás, pero no debemos hacer esto. Tenemos que fijar nuestra vista en la vida y el Reino que se aproximan y vivir siendo consecuentes con ellos. .
Al salir de esta sociedad y rechazar sus caminos de pecado, ¡nos espera algo muchísimo mejor!
Si usted desea continuar estudiando acerca de este tema, lo invitamos a leer El Misterio del Reino.