“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva...” (Apocalipsis 21:1). ¿A qué se refiere el apóstol Juan?
Apocalipsis 21 es una maravillosa profecía acerca del futuro que Dios tiene preparado para nuestro planeta. ¿Qué quiere decir “cielo nuevo y tierra nueva” y qué nos espera en este nuevo mundo?
Contexto temporal
Para comprender esta profecía, primero debemos saber a qué contexto temporal se refiere. Apocalipsis es un libro profético donde Dios revela lo que ocurrirá antes del regreso de Cristo y tras el establecimiento de su Reino en la Tierra. Uno de los sucesos más importantes es la resurrección de los santos a vida espiritual que tendrá lugar cuando Cristo regrese y será seguida por el “Milenio”, periodo de mil años en que los fieles resucitados reinarán con Cristo (1 Corintios 15:50-52; Apocalipsis 20:4,6).
Tras estos mil años, Apocalipsis 20:5 revela que habrá otra resurrección donde todos los seres humanos que hayan existido serán resucitados. La primera parte de Apocalipsis 20:5 es un paréntesis que anticipa la pregunta obvia: ¿qué pasa con los muertos que no resucitaron al regreso de Cristo?
La frase “los otros muertos” se refiere a la mayoría de los seres humanos que han existido y que, como vemos en los versículos 12 y13, resucitarán a un tiempo de juicio. (Para los escogidos de Dios en esta vida, el juicio se está llevando a cabo ahora (1 Pedro 4:17), pero, independientemente de la resurrección en que estén, todos serán juzgados con el mismo criterio: los libros de la Biblia, la ley revelada de Dios.)
Cuando el juicio de “los otros muertos” haya terminado, quienes hayan obedecido a Dios serán inscritos en el Libro de la vida y recibirán la vida eterna, pero quienes hayan rechazado su camino serán consumidos en el “lago de fuego”. Esto es lo que la Biblia describe como “muerte segunda”, algo diferente a la primera muerte que es el fin de la vida presente (Apocalipsis 20:14-15, énfasis añadido).
“El lago de fuego” es lo que dará paso a la tierra nueva de Apocalipsis 21:1.
El lago de fuego
2 Pedro 3:7 también describe el lago de fuego, diciendo: “los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (énfasis añadido).
El versículo 10 además explica que “el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (énfasis añadido).
La palabra “cielos” implica que la atmósfera de la tierra también se incendiará, pero lo que no es claro es si sólo el manto y la corteza terrestre (donde han ocurrido todas las obras de la historia humana) serán “quemados” o si lo será todo el planeta. De cualquier forma, otras profecías indican que los justos heredarán la Tierra (Mateo 5:5).
En el versículo 12, Pedro continúa describiendo “…la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán ¡[se harán líquidos]!” (énfasis añadido). Al parecer el apóstol se refiere sólo a la superficie terrestre, pues los elementos del centro de la tierra ya son líquidos.
Nuevos cielos y nueva tierra
“Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13, énfasis añadido).
La palabra griega traducida como “nuevo” en este versículo es kainos, que, a diferencia del griego neo (“nuevo” en términos de edad), se refiere más bien a un estado de lozanía. Ya sea que la tierra sea consumida por completo o su superficie sea derretida y purificada, el resultado final será un “nuevo” planeta (pero con el mismo nombre) con “nuevos” cielos renovados y restaurados por Dios.
La transformación será algo así como un cambio de ropa: “Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados” (Salmos 102:25-26).
No sabemos si Dios remplazará las estrellas y planetas por otros o transformará los que ya existen para que duren eternamente, pero lo descubriremos cuando llegue el momento.
La palabra traducida como “nuevo” en Apocalipsis 21:2 ―“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más” (énfasis añadido)― es la misma que Pedro usó y también se refiere un estado de renovación. El hecho de que Juan utilice el singular “cielo” en lugar del plural, al parecer sólo significa que el apóstol consideraba todo lo que se ve desde la Tierra (la atmósfera y los cuerpos celestes) como una unidad.
La palabra griega traducida como “pasaron” implica que se trata de cosas que vinieron y se fueron.
¿Por qué?
¿Por qué una tierra nueva? Contrario a lo que enseña el cristianismo moderno, Jesús reveló que la recompensa eterna de los justos no es el cielo, sino la tierra: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (Mateo 5:5). Es por esto que la va a renovar.
Pero ¿qué puede tener la tierra tan especial que no tenga el cielo? Ya sabemos que Dios la convertirá en un lugar puro, renovado y hermoso.
Pero veamos lo que sucede después: “Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apocalipsis 21:2). Cuando la tierra haya sido renovada, ¡bajará del cielo una enorme y resplandeciente ciudad de aproximadamente 2.400 km por cada lado! (los versículos 9-27 la describen más en detalle). Aun Abraham, “padre de todos los creyentes”, “esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Romanos 4:11; Hebreos 11:10).
Dios mismo ha preparado esta ciudad para entregársela a sus fieles elegidos: “por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad”, “porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir” (Hebreos 11:14; 13:14).
¿Por qué una ciudad tan grande? Cuando Cristo regrese, se establecerá en Jerusalén y ésta será la capital del mundo; pero cuando la nueva Jerusalén baje a la tierra, ¡será la capital del universo entero y la morada de Dios el Padre!
“Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios… Y no vi en ella templo; porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (Apocalipsis 21:3, 22).
¿Por qué renovar los cielos (planetas, estrellas y galaxias) entonces? Las Escrituras nos dan algunas pistas. En Romanos 8:19, 21-22 por ejemplo leemos que “el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios… porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción [deterioro], a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (énfasis añadido).
Aquí el apóstol Pablo nos da un pequeño adelanto de lo que nos espera en el futuro: eventualmente, los santos de Dios estarán a cargo de “toda la creación” ―¡de todo el universo!
Actualmente todas las cosas están sujetas al deterioro físico; si todo siguiera como hasta ahora, la Tierra eventualmente se desgastaría hasta ser inhabitable y todas las estrellas (incluyendo el sol) se quedarían sin combustible y se apagarían. Es por esto que Dios hará “nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5).
El hombre y el mundo venidero
En el libro de Hebreos encontramos una pregunta interesante, y a continuación una respuesta aún más asombrosa: “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas.” (Hebreos 2:6-8, énfasis añadido).
El mundo venidero no estará a cargo de los ángeles, sino de los seres humanos, que para entonces habrán sido glorificados como seres espirituales.
Si bien Dios hizo al hombre temporalmente menor que los ángeles (y aun Cristo lo fue durante su vida humana), también le dio el maravilloso potencial de ser glorificado como miembro espiritual de su familia divina y poseer la creación entera. “Todo” incluye todos los planetas, las estrellas y galaxias del vasto universo ―y según algunos astrónomos, ¡el universo tiene entre 200 y 500 miles de millones de galaxias o más, y cada una de ellas tiene miles de millones de estrellas! Estas cifras se escapan de nuestro entendimiento, pero podemos estar seguros de que excede a la cantidad de seres humanos que han existido a lo largo de la historia.
Dios constituyó a Cristo heredero “de todo”, y a los santos glorificados como sus coherederos; lo que tiene preparado para nosotros es tan maravilloso que por ahora sería imposible comprenderlo del todo (consulte 1 Juan 3:2).
El Reino de Dios nunca dejará de crecer
Isaías 9:6 es una profecía de la primera venida de Cristo como ser humano y su regreso como gobernador del reino de Dios. El versículo 7 nos dice que “Lo dilatado [extenso] de su imperio y la paz no tendrán límite”, lo que significa que el Reino de Dios nunca dejará de crecer. Por ser así, llegará el momento en que se va a extender más allá de la Tierra a otos planetas, sistemas solares y galaxias (que para entonces habrán sido renovadas para durar eternamente).
El futuro que nos espera en esa tierra y cielos nuevos sin duda se escapa de nuestra comprensión, pero hay una promesa de Dios que siempre debemos recordar: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Salmos 16:11, énfasis añadido).
Como Cristo lo expresa en sus cartas a las siete Iglesias de Apocalipsis, alcanzar esa maravillosa promesa depende de que seamos vencedores y totalmente fieles a Dios ahora (Apocalipsis 2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21). Recuerde, “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7).
Conozca más acerca de este maravilloso futuro en el artículo “La nueva Jerusalén”.