La crisis de la masculinidad es algo real pero no todas las voces que prometen una solución están en lo correcto. Veamos lo que las personas pasan por alto —y por qué importa.
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Richard Reeves es el líder de una organización que se enfoca en los problemas del hombre. En su libro De niños y hombres, se remonta a los años setenta para explicar algunos de los desafíos que enfrentan los hombres norteamericanos en la actualidad.
Una de sus observaciones clave es que la desindustrialización —la falta de empleos en las industrias— marcó el comienzo del declive de la fortuna de los hombres.
¿Por qué? Por una razón muy sencilla: la fortaleza física perdió valor.
Esa no es toda la historia por supuesto. La crisis masculina moderna es un problema complejo causado por varios factores. Pero Reeves señala muy acertadamente algo que es verdad para muchos hombres.
La escritura dice: “La gloria de los jóvenes es su fortaleza” (Proverbios 20:29, énfasis añadido). Pero, ¿qué le sucede a la psique masculina cuando esa "gloria" no tiene a dónde ir? ¿Qué sucede cuando la fuerza masculina se devalúa, se canaliza hacia trivialidades o incluso se demoniza?
Cuando la oportunidad desaparece
Parte de la razón por la que el punto de Reeves tiene tanta resonancia es porque intuitivamente entendemos que las salidas son importantes. En un nivel básico, los seres humanos desean la oportunidad de aportar lo que tienen de forma única y ser recompensados por ello.
Tener una oportunidad de expresión que valga la pena, puede ayudar con eso, puede reforzar la identidad. Puede brindar satisfacción y un sentido de propósito. Pero al eliminar esas salidas, ya sean individuales o de un grupo demográfico completo, observamos cómo comienzan a desmoronarse psicológicamente poco a poco.
Así que tiene sentido que cuando la sociedad cambió repentinamente para favorecer un conjunto diferente de habilidades —aquellas en las que los hombres del promedio están en desventaja— algunos hombres experimentaron cierta clase de vacío.
Un sentimiento de desplazamiento, un tropezar en busca de significado.
Su válvula de escape se había esfumado.
¿Cuál es entonces la solución? ¿Debemos crear más trabajos en los cuales se requiera la fuerza física y esperar que la crisis de la masculinidad se resuelva sola?
Aquí hay cosas más profundas. Si las oportunidades de expresión importan, y sin lugar a dudas importan, entonces la naturaleza de esas oportunidades también importa. Y lo que algunas veces parece ganar atracción en las redes sociales es cierta clase de masculinidad que glorifica las expresiones erróneas —y esto es algo nocivo.
Cómo nos afectan las metas que tenemos
Esto nos conduce a una distinción útil: un bien relativo versus un bien intrínseco.
Un bien relativo es algo cuyo valor no está establecido por lo que es, sino por aquello que nos ayuda a alcanzar. En otras palabras, es un comportamiento o conducta que sirve como medio para un fin. Cosas tales como: levantar pesas, ganar dinero o tener sexo.
Un bien intrínseco en contraste, tiene valor en sí mismo. Es algo que es bueno por sí mismo, tal como cuidar del pobre, proveer para nuestra familia o amar a nuestra esposa. Entonces, lo que es intrínsecamente bueno es definido por Dios.
Esta distinción importa porque algunos de los mensajes que reciben los hombres en la actualidad, no tienen ningún respaldo. Una versión de masculinidad que desafortunadamente muchos aceptan, dice: “haga de los bienes relativos la meta definitiva”.
De acuerdo con este modelo, la masculinidad esencialmente se convierte en lo siguiente:
Desarrolle su cuerpo. Atesore el efectivo. Sea atractivo para las mujeres.
Pero eso no es la verdadera masculinidad —eso es egocentrismo, tiene que ver con el yo.
El problema es que estas metas fallan en conectarlo con algo más profundo. Usted no está avanzando hacia algo que sea mayor que su propio yo.
Y entonces ahí es donde las cosas fallan. Usted no puede encontrar una verdadera realización de esa manera. Nadie puede. La realización no se obtiene sirviéndose a uno mismo, necesitamos tener una misión con mayor trascendencia para poder experimentar un significado más satisfactorio.
Éste es un mejor ideal:
Hacer ejercicio para que usted pueda ser más fuerte, saludable y pueda estar más presente para las personas que cuentan con usted. Puede ganar dinero para poder proveer a su familia y ayudar a quienes están en necesidad. Tener relaciones sexuales dentro de un matrimonio comprometido para construir amor y unidad con su esposa.
Aquí vemos cómo ninguno de estos temas es algo inherentemente errado; lo que importa es el propósito. La misma acción puede tener una trascendencia diferente cuando está enfocada en una dirección distinta. Ir al gimnasio, tener un buen salario, tener sexo —todas esas cosas son correctas cuando se dan en el contexto correcto y cumplen un propósito divino.
Cuando utilizamos esos bienes relativos como un puente a los bienes intrínsecos, todo el propósito cambia y así cambia el efecto que tiene en nosotros.
Pero cuando nuestras salidas no sirven a un fin superior, o son pecado o un sustituto barato para la realización.
El papel del altruismo
Esto no quiere decir que los hombres no puedan tener hobbies. Necesitamos espacios para el ocio, que permitan la diversión y la creatividad.
Pero necesitamos estar alerta ante las ideas distorsionadas de la masculinidad que nos llevan a centrarnos en nosotros mismos —ideas que nos lleven a pensar en términos de: ¿qué estoy sacando de esto?, en lugar de pensar: ¿qué estoy construyendo?, ¿a quién estoy sirviendo?
Hay una forma de pensar basada en el egoísmo y que, finalmente, nos conduce al vacío; la otra está basada en el altruismo —y puede moldearnos en la clase de personas que Dios quiere que seamos.
Hombres, la meta no es resentirnos con nuestra fuerza, nuestro empuje y nuestra ambición. No debemos desperdiciarlas en cosas que hacemos para nuestros propios intereses, sino que debemos redimir estas cualidades.
Debemos dirigirlas hacia afuera de nosotros.
Por eso es por lo que el apóstol Pablo dijo: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:3-4, énfasis añadido).
Éste es un mandamiento para los hombres y las mujeres sin lugar a dudas, pero como hombres, Dios nos ha confiado ciertas fortalezas particulares —fortalezas que Él ha diseñado intencionalmente y con las cuales nos ha equipado. ¿Qué debemos hacer con esas fortalezas? Someterlas a un propósito mayor, usarlas como instrumento para servir, para que sean bienes intrínsecos.
Pablo dice nuevamente: “Ninguno busque su propio bien, sino el del otro” (1 Corintios 10:24).
Es un tema recurrente en las Escrituras y que nadie puede dejar fuera en una discusión honesta acerca de la masculinidad.
¿Qué estoy desarrollando? ¿A quién estoy sirviendo? Si estas preguntas están en el centro de las decisiones que usted toma, entonces estará fijando el curso para ser la clase de hombre que enorgullece a Dios.
Porque la verdadera masculinidad no existe para servirse a sí misma, existe para servir a los demás.
El modelo perfecto
Si buscamos un modelo de verdadera masculinidad —el tipo de masculinidad que deja de lado el yo en pos de un objetivo que busca el bien de los demás— entonces Jesús es a quien deberíamos mirar.
Muchos hombres en la Biblia se caracterizaron por haber servido cuando era necesario y son recordados por esa decisión. Un ejemplo claro es Moisés, quien abandonó la perspectiva de una vida cómoda y autoindulgente en Egipto, para finalmente guiar y servir a su pueblo (Hebreos 11:24-26).
Pero nadie ha personificado perfectamente ese llamamiento como Jesucristo lo hizo.
No hubo un momento en la vida de Jesús en el que tuviera que cambiar su enfoque para centrarse más en los demás.
Jesús estaba comprometido con un propósito espiritual que beneficiaba a los demás y se entregó por completo a él.
Sus discípulos lo oyeron decir claramente: “el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). Y en otra ocasión Jesús dejó claro que su misión no tenía nada que ver con ambiciones personales: “no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30).
Si buscamos un modelo de verdadera masculinidad —el tipo de masculinidad que deja de lado el yo en pos de un objetivo que busca el bien de los demás— entonces Jesús es a quien deberíamos mirar.
Una salida que funciona
El estado general de muchos hombres en la sociedad está realmente muy desafortunado y plagado de desafíos. Y no hay una sola causa. Podemos ver cómo ha habido cambios en la sociedad durante décadas —un desvío cultural de los papeles bíblicos según el género, la ausencia de los padres, las grandes crisis económicas— y ver cómo todos contribuyeron a nuestra situación actual.
Pero la pieza del rompecabezas que algunas veces pasa desapercibida es la presión sin tregua de la cultura moderna para que el hombre se vuelva hacia sí mismo. Para que se ocupe de cosas que sólo lo benefician a él primero y por encima de todo. Para que busque esas salidas que realmente alimentan pasiones insulsas en lugar de conectarse con algo más profundo.
Nuestra cultura nos enseña que usted es lo que más importa —exactamente lo que Pablo le advirtió a Timoteo “los hombres se volverán amadores de sí mismos” (2 Timoteo 3:2).
Y cuando vemos que éste es el mensaje no debe sorprendernos que un noble llamamiento a servir y a vivir por algo más grande que nosotros mismos sea rechazado.
Los hombres no se benefician de eso. Sufren.
Dios tiene una visión diferente acerca de en qué deben enfocarse los hombres. Se refleja en los ejemplos de Jesucristo y otros héroes de la Biblia que eligieron la abnegación en lugar del egoísmo. Si los imitamos, fomentaremos el significado, la plenitud y la alegría duradera.
Podemos alcanzar esta meta si empezamos preguntándonos ¿Qué estoy desarrollando? ¿A quién estoy sirviendo?
Si desea profundizar más en este tema lo invitamos a que estudie nuestro artículo “¿A dónde se fue la masculinidad?” y publicaciones relacionadas en VidaEsperanzayVerdad.org.