De la edición Julio/Agosto 2022 de la revista Discernir

Perdonar cuando nos hacen daño

No es fácil perdonar a nuestros enemigos. Pero ¿qué pasa cuando un compañero cristiano nos lastima? ¿O un amigo o familiar? ¿Qué factores deberíamos considerar?

Algunas veces, las frases más fáciles de entender son las más difíciles de practicar. Probablemente millones de personas han repetido las palabras de la oración modelo de Jesús en Mateo 6: “perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Y probablemente millones han descubierto que, si bien es fácil desear el perdón de Dios, puede ser muy difícil perdonar a alguien más.

De hecho, a veces puede ser más difícil perdonar a nuestros amigos que a nuestros enemigos. ¿Por qué? Porque podemos esperar que nuestros enemigos o los desconocidos nos lastimen, pero cuando alguien a quien amamos lo hace, la herida parece más profunda. Cuando la ofensa proviene de un amigo, un familiar o un compañero cristiano, puede sentirse como una traición.

Sí, perdonar es difícil, pero necesario (Mateo 6:14-15). A continuación le daremos cuatro claves para enfrentar lo complejo que puede ser perdonar:

1. El tiempo —con trabajo duro y repetición— todo lo sana

El viejo dicho: “el tiempo todo lo sana” es penosamente inadecuado. ¿Dejaríamos que una herida física grave sanara sola, creyendo que estará bien si sólo le damos suficiente tiempo? Por supuesto que no.

Así como las heridas físicas graves requieren de repetidos tratamientos por un período de tiempo determinado, las heridas emocionales también. El perdón es un tratamiento clave para la buena salud mental y espiritual. Pero, aunque perdonar a otros a menudo requiere de tiempo, también requiere de dos elementos más importantes: trabajo y repetición.

Nuestro Dios perfecto es capaz de alejar nuestros pecados tanto como el oriente del occidente (Salmos 103:12). Pero para nosotros, seres humanos débiles, es más difícil. Para nosotros, el perdón generalmente requiere de un proceso repetitivo y arduo trabajo durante cierto tiempo.

¿Alguna vez ha pensado que ya perdonó a alguien, pero descubre que el dolor vuelve cuando recuerda lo ocurrido? ¿Qué debe hacer entonces? ¡Enjuagar y repetir!

A veces nos vemos en la necesidad de volver a perdonar, incluso cuando habíamos perdonado antes. Ésa es a menudo la batalla que enfrentamos. El esfuerzo repetitivo eventualmente nos conducirá a un perdón permanente.

Una vez conocí a una señora que había estado en una prolongada relación abusiva. Sus heridas eran muy profundas; pero ella sabía que la amargura la destruiría y que el perdón era la herramienta que Dios usaría para ayudarla a sanar.

Años después, ella me contó que perdonar y dejar la amargura le tomó cinco años de arduo trabajo y oración. “Pero un día”, me dijo, “¡me di cuenta de que se había ido!”. El dolor finalmente se mitigó, pero sólo porque ella luchó tenazmente por seguir a Dios y hacer lo correcto.

En ningún momento dijo: “Esto del perdón simplemente no es para mí”. No, siguió luchando y buscando la ayuda de Dios, ¡porque era lo correcto!

Pero su motivación iba más allá de buscar la paz personal. Ella conocía la primera parte de Efesios 4:32, donde leemos que es necesario “[perdonarnos] unos a otros”, pero también conocía la segunda: “como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

Recordaba que muchas veces se había presentado ante Dios buscando perdón por su parte en el sacrificio de Cristo —quien fue crucificado por nuestros pecados (Hechos 2:36-38)— y la constante gracia de Dios para con ella. Nosotros, en respuesta, debemos extender esa gracia a quienes nos han lastimado.

Sí, es difícil, y tal vez tengamos que hacerlo en varias ocasiones, pero el perdón sana las heridas.

2. La falacia de perdonar y olvidar

He hablado con personas que se sienten confundidas porque tienen recuerdos vívidos de las ofensas de otros. Preguntan: “¿No se supone que debemos perdonar y olvidar? Si recuerdo, ¿significa que no he perdonado?”.

Perdonar es algo complicado y a menudo nos plantea retos muy grandes —¡a veces imposibles a nivel humano! Pero con la ayuda divina de Dios podemos lograrlo.¿Es perdonar lo mismo que olvidar? ¿Somos los seres humanos capaces de “perdonar y olvidar”?

Cuando Dios dice en Hebreos 8:12 y 10:17: “nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades”, ¿significa esto que Él espera que sigamos este estándar? Si bien Dios espera que perdonemos a los demás, no nos creó con la capacidad de borrar nuestra propia memoria. De hecho, quiere que aprendamos a enfrentar nuestros recuerdos y usarlos para nuestro beneficio.

Muchos pasajes en la Biblia dicen que debemos recordar, a veces cosas dolorosas. Dios le dijo a Israel cinco veces en Deuteronomio: “acuérdate de que fuiste siervo en Egipto”, y que Él los liberó. Eso debe haber sido muy difícil —implicaba recordar la brutalidad de los egipcios ¡e incluso la masacre de sus hijos! Hoy en día, podemos recordar nuestra propia esclavitud del pecado y el dolor que éste nos causó, así como el dolor causado por los pecados de otros.

Pero note lo que Dios agrega: “acuérdate de que fuiste siervo en Egipto; por tanto, guardarás y cumplirás estos estatutos” (Deuteronomio 16:12, énfasis añadido). No dice: “Recuerda y nunca olvides lo que otros te hicieron para que puedas vengarte”. No, debemos recordar el dolor para aprender a vivir el camino de Dios. Uno de los propósitos más valiosos de la memoria es retener las lecciones de la vida para no repetir errores pasados, incluso los errores de otras personas que nos lastimaron.

Cuando nos esforzamos por perdonar, es correcto pedirle a Dios que nos ayude a superar el dolor. Pero si los recuerdos regresan, o incluso si usted pasa algún tiempo meditando acerca del pasado, no significa que no haya perdonado.

Algunas veces, ciertas situaciones nos traen a la mente recuerdos incómodos. Quizá vimos algo en la televisión, escuchamos una canción o vimos a una persona, e inmediatamente recordamos un evento doloroso. Incluso podríamos sentirnos conmovidos, enojados o deprimidos momentáneamente; pero eso no significa que no hayamos perdonado antes. No significa que tengamos que pasar por el proceso de perdonar otra vez.

Recordar el pasado es natural, pero depende de nosotros que sea productivo. Revivir lo negativo una y otra vez en nuestra mente sólo fomentará la amargura y el resentimiento, haciendo que salgan a la superficie.

Pero si estamos esforzándonos por perdonar, con el tiempo los recuerdos serán menos vívidos y frecuentes. Y a medida que los recuerdos se desvanecen, los deseos de tomar represalias o vengarnos también disminuyen. El dolor cede porque la herida no está tan a flor de piel y no hay tanta irritación como la que sentíamos al principio.

El apóstol Pablo escribió en Filipenses 3:13-15 acerca de “[olvidar] ciertamente lo que queda atrás, y [extenderse] a lo que está delante”. Pero lo interesante es que ¡no había olvidado el pasado realmente! Unos versículos antes, de hecho, describe vívidamente eventos dolorosos de su pasado que ahora consideraba basura. Los recuerdos no se habían ido; su punto era que no vivía recordando sus propios pecados o las ofensas de otros. Pablo sabía cómo había sido su pasado, pero también sabía que había sido perdonado y que estaba perdonando a los demás. Eso lo mantenía equilibrado y avanzando en su camino.

No intente perdonar y olvidar, es imposible. Pero sí intente controlar sus recuerdos del pasado por medio del Espíritu Santo, el aprendizaje y una relación cada vez más cercana con Dios.

3. El perdón no siempre quita las consecuencias

El perdón no siempre elimina todas las consecuencias del pecado —el desastre que resulta de pecar. Incluso cuando Dios ha eliminado la pena espiritual de la muerte eterna de nuestras vidas, es posible que debamos vivir con ciertas consecuencias.

Por ejemplo, tras fumar durante años, una persona podría arrepentirse y parar. Pero he conocido a cristianos que habían sido perdonados por Dios, pero murieron de cáncer de pulmón por haber sido fumadores. ¿Deberíamos concluir que si murieron de cáncer es porque Dios no los perdonó? No, incluso cuando Dios nos perdona a veces tenemos consecuencias físicas o emocionales.

Lo mismo ocurre en nuestras relaciones. Incluso si usted perdona a alguien, las consecuencias del pecado pueden perdurar. Generalmente, las relaciones sufren: los matrimonios pueden terminar, las conexiones familiares pueden romperse, la confianza puede perderse.

Tal vez usted venza las dificultades que tiene para perdonar a otra persona, pero aun así no hay reconciliación. Es maravilloso cuando una persona perdona a otra y elimina la consecuencia de una relación rota, pero ése no siempre es el caso.

La reconciliación requiere de dos elementos que provienen de dos personas: arrepentimiento y perdón. Cuando una persona se equivoca y le causa daño a otra, hay cuatro posibilidades:

  1. El ofensor no se arrepiente y el ofendido no perdona (el peor escenario).
  2. El ofensor se arrepiente, pero el ofendido no perdona.
  3. El ofensor no se arrepiente, pero el ofendido perdona de todas maneras.
  4. El ofensor se arrepiente y el ofendido perdona.

Sólo en el último caso (el mejor escenario) habrá reconciliación. En la primera instancia, ninguno hace lo correcto. En la segunda y tercera, donde uno hace su parte pero el otro no, quien hizo lo correcto estará limpio ante Dios, pero la relación humana seguirá rota.

Las consecuencias del pecado seguirán presentes hasta que haya una reconciliación que lleve a la sanidad. Pero otra vez, el hecho de que las consecuencias perduren no significa necesariamente que no haya perdón.

4. “Errar es humano, perdonar es divino”

La observación de Alexander Pope tiene mucho de verdad. Todos los humanos podemos perdonar algunas cosas. Cuando un niño grita en el supermercado “¡eres viejo y gordo!”, y su mamá avergonzada pide perdón, tal vez mis sentimientos estén heridos, pero puedo perdonar la transgresión infantil.

Pero tarde o temprano nos enfrentaremos a situaciones que no podemos perdonar por nosotros mismos. Necesitamos algo divino —la mente y ayuda de Dios. Sólo seremos capaces de perdonar si Dios trabaja con nosotros y nos lleva a niveles espirituales que jamás podríamos alcanzar por nosotros mismos.

Estos son los momentos en que le decimos a Dios humildemente: “Estoy tan lastimado que no soy capaz de perdonar. Pero quiero seguirte. No quiero destruirme a mí mismo ni mi relación contigo y con otros. Por favor dame el entendimiento y la perseverancia espiritual que necesito para hacer esto”.

¡Él lo hará!

Perdonar es algo complicado y a menudo nos plantea retos muy grandes —¡a veces imposibles a nivel humano! Pero con la ayuda divina de Dios podemos lograrlo.

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