De la edición Septiembre/Octubre 2019 de la revista Discernir

Verdades sorprendentes acerca de la profecía del Monte de los Olivos - Parte 1

La profecía más larga de Jesús de la que tenemos registro fue dada en el Monte de los Olivos poco antes de su arresto y crucifixión. Pero para entenderla a cabalidad, necesitamos conocer su contexto.

Muchas personas saben que Jesucristo fue un gran Maestro, el Mesías profetizado y el Hijo de Dios. Y efectivamente, Él fue todas estas cosas.

Pero también fue algo más que no siempre se nos viene a la mente: un gran Profeta.

A lo largo de su ministerio, Jesús profetizó muchas cosas que ocurrieron en su tiempo. Profetizó su propia muerte y resurrección, por ejemplo, y también que Pedro, uno de sus principales discípulos, lo negaría tres veces.

Pero no sólo predijo cosas que ocurrieron durante su vida, también anunció eventos que sucederían mucho después.

Su profecía más larga y detallada tuvo lugar pocos días antes de su arresto, juicio y crucifixión, y comúnmente se conoce como “la profecía del Monte de los Olivos”, porque fue ahí donde la dio. Este artículo es el primero de una serie en la que analizaremos la profecía del Monte de los Olivos en detalle. Comenzaremos por explorar su contexto.

Una conversación acerca del templo

El Monte de los Olivos se ubica en el lado este de Jerusalén y, en el tiempo de Jesucristo, miraba directamente hacia el majestuoso y hermoso complejo del templo que Herodes había comenzado a reconstruir varias décadas antes.

Cuando se encontraba en Jerusalén, Cristo a menudo iba a ese monte a pasar la noche con sus discípulos después de un largo día.

Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas relatan las profecías que Jesús dio ahí pocos días antes de su última Pascua y los eventos que condujeron a su arresto y crucifixión.

Durante la parte clara de ese día, Cristo había estado en el templo y, como de costumbre, había enfrentado acaloradamente a los escribas y fariseos (Mateo 22 y 23). Pero cuando terminaron esos tensos intercambios y el día casi llegaba a su fin, la conversación de los discípulos se enfocó en el complejo del templo en sí. Comenzaron a hablar de sus edificios y a admirar sus adornos y la belleza de su arquitectura (Mateo 24:1; Lucas 21:5).

El templo de Herodes aún era una obra en proceso que no se completaría hasta aproximadamente 30 años después. Tal vez los discípulos estaban admirando una parte específica del complejo que se había terminado recientemente, y es interesante que los autores de los Evangelios mencionan específicamente su fascinación por las piedras de la construcción. En Marcos leemos que le dijeron a Jesús: “Maestro, mira qué piedras, y qué edificios” (Marcos 13:1).

Las piedras del templo de Herodes eran enormes e impresionantes incluso para los estándares modernos. La piedra caliza se extraía localmente y obreros de cantera expertos la convertían en bloques rectangulares que calzaban casi perfectamente entre sí. Estaban tan bien hechos que no se necesitaba un mortero para sellarlos o reforzarlos en su lugar. La mayoría de los bloques pesaban toneladas y medían aproximadamente 1,2 metros de alto y 3 metros de largo.

Escribo esto poco después de haber visitado Jerusalén, donde vimos muchas de estas rocas herodianas en la plataforma sobre la cual se construyó el templo. Lo más fascinante es que, 2.000 años después, guías y turistas aún observan las piedras con admiración preguntándose cómo las habrán movido y puesto en su lugar con tanta perfección.

Los discípulos se sorprenden

Cualquiera haya sido la motivación de los discípulos para comentar la grandiosidad del templo, la respuesta de Jesús seguramente fue inesperada. En lugar de unirse a los “oh y ah” por la hermosa estructura, Cristo hizo un impactante (y probablemente desalentador) comentario para sus discípulos:

“En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida” (Lucas 21:6).

“¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3).Ahí estaba Jesús, el hombre de quien estaban convencidos que era el Mesías, diciendo que la estructura más importante de su país y religión sería destruida por completo. Esto sin duda los desconcertó. El dolor por la destrucción del templo de Salomón y la gratitud por la reconstrucción del segundo templo aún estaban muy presentes en la conciencia del pueblo judío.

La idea de perder el segundo templo era sencillamente impensable, ¡especialmente viniendo del Hombre que supuestamente restauraría la gloria de Israel y expulsaría a los romanos! Pero lo sorprendente no fueron sólo las consecuencias nacionales y espirituales de sus palabras, también los desconcertó la logística de destruir aquellas enormes piedras que tanto les impresionaban.

La profecía se cumplió, por supuesto, casi 40 años después cuando los romanos conquistaron Jerusalén y destruyeron el templo bajo el mando de Tito. (El templo en sí fue destruido por completo sin quedar piedra sobre piedra, pero algunas de las piedras de la fundación, que no eran parte del templo, aún permanecen en su lugar.)

Los discípulos probablemente siguieron a Jesucristo hacia el Monte de los Olivos en silencio, un tanto desalentados y pensando en lo que había dicho acerca de la destrucción del templo. Estaban comenzando a entender que sus esperanzas —que Cristo restauraría el reino de Israel, expulsaría a los romanos y gobernaría sobre Jerusalén— no iban a cumplirse de inmediato como querían.

¿Cuándo serán estas cosas?

Entonces, cuando llegaron a la cima del monte, cuatro de los discípulos (Marcos 13:3) se acercaron a Jesús en privado y le hicieron la pregunta que los había estado inquietando:

“¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3).

Esta pregunta representa uno de los pocos momentos en que los discípulos parecieron comprender que Jesús, el Mesías, no venía para gobernar a Israel en ese tiempo. Tal vez ellos esperaban una respuesta corta y sencilla, pero en lugar de eso, Cristo les respondió con la profecía del Monte de los Olivos —la respuesta más larga de la que tenemos registro en los Evangelios.

No sólo les habló de las señales generales y específicas que precederían su regreso, sino que también dio algunas advertencias espirituales para su pueblo en los tiempos del fin.

En nuestra próxima edición, analizaremos en detalle algunas de las partes más interesantes y sorprendentes de la respuesta de Jesús.

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