La instrucción bíblica: “confesaos vuestros pecados los unos a los otros”, es una parte importante de lo que significa ser un cristiano. ¿Qué quiso decir Santiago con esto?
“Lo siento, yo estaba equivocado”.
Ésas no son palabras fáciles de decir.
Ni las palabras que necesariamente vienen a continuación:
“¿Me perdonas?”
Y sí, como cristianos en progreso, entendemos que éstas son palabras increíblemente importantes, la habilidad de asumir nuestras propias fallas —de reconocer nuestros errores y pobres decisiones ante otros— juega un papel clave en nuestra identidad como discípulos de Jesucristo.
Ejemplos bíblicos de culpar a otros
Algunas personas parecen incapaces de aceptar la culpa. Ellos siempre tienen una razón que explica que algo realmente no fue su falta. Ellos siempre pueden señalar a algo más —otra persona, un suceso que ellos no podían controlar— para absolverse a sí mismos de cualquier responsabilidad real. No importa cuán descabelladas parezcan las cosas, ellos se rehúsan a aceptar su responsabilidad por sus acciones.
Si usted alguna vez ha tenido que bregar con alguien que se rehúsa a admitir que está equivocado, entonces sabe lo frustrante que puede ser esta experiencia.
Pero ciertamente ésta no es una experiencia nueva.
De hecho, es una de las que se repiten una y otra vez en las páginas de la Biblia.
Dios le encargó al rey Saúl que destruyera a los perversos amalecitas y todas sus posesiones —pero cuando el profeta Samuel señaló que Saúl y sus ejércitos habían conservado “todo lo que era bueno” para ellos mismos (1 Samuel 15:9), Saúl rápidamente señaló con el dedo a aquellos que lo servían: “el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas al Eterno tu Dios, pero lo demás lo destruimos” (v. 15, énfasis añadido).
Cuando Moisés estaba en el monte Sinaí recibiendo los mandamientos de Dios, su hermano Aarón se quebró bajo la presión del pueblo de Israel y les hizo un ídolo de oro para ellos, para que adoraran ante la ausencia de Moisés. Cuando Moisés regresó y confrontó a Aarón, pareció como si Aarón culpara al mismo ídolo: “Y yo les respondí: ¿Quién tiene oro? Apartadlo. Y me lo dieron, y lo eché en el fuego, y salió este becerro” (Éxodo 32:24).
Pero el ejemplo más impresionante de todo esto es probablemente el primer ejemplo de todos. En el huerto del Edén después de comer del fruto del árbol prohibido e intentar esconderse de Dios por la vergüenza que sentían, Adán hizo que la culpa recayera en su esposa y aun en Dios: “Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí” (Génesis 3:12). Eva muy rápidamente la redireccionó también: “La serpiente me engañó, y comí” (v. 13).
Las personas desobedecieron. El ídolo apareció por sí mismo. La mujer que tú me diste me hizo hacerlo. La serpiente me engañó.
Nunca fue su propia falta. Fue siempre la falta de alguien más.
¿Qué significa confesar nuestros pecados los unos a los otros?
Es duro, es difícil afrontar un error —haya sido intencional o no. Nuestra naturaleza humana nos impulsa a poner la vergüenza fuera de nuestro plato tan rápidamente como sea posible —para redirigir la falta a alguien más como si fuera una papa caliente.
Pero ese enfoque nunca logra mucho. Raramente engaña a alguien —sólo hace que nosotros nos veamos necios. Las personas son muy buenas para adjudicar eso que no pueden admitir como sus propios errores —y usualmente lucen tan absurdas como Aarón tratando de convencer a su hermano de que ese ídolo, ese becerro de oro, había surgido por sí mismo.
Además, es muy difícil confiar en las personas que nunca aceptan su culpa. No importa cuán talentosas o útiles sean, cuando algo va mal por tratar de llegar al fondo de las cosas, todo se convierte rápidamente en un drama detectivesco.
En contraste, Dios nos llama a hacernos responsables de nuestros errores.
Santiago urgió a los miembros de la Iglesia a: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16). Esto era parte de una discusión mayor acerca de la sanidad en donde Santiago habla acerca de la oración y la unción como una forma de buscar la sanidad de Dios (vv. 14-15).
Parece que hay una implicación en las palabras de Santiago —específicamente, que nosotros confesamos nuestros pecados a aquellos a los cuales hemos ofendido.
El concepto de cómo los problemas de salud pueden estar ligados en algunas ocasiones a los pecados, está más allá de lo que pretendemos en este artículo —pero dejando de lado la enfermedad, esta idea de confesar nuestros pecados los unos a los otros es algo importante. ¿Qué quiso decir Santiago y cómo se supone que lo podemos hacer?
Probablemente es mejor comenzar con lo que no significa. Ya que todo pecado es contra Dios, el perdón espiritual puede venir sólo de confesárselo a Él. No se necesita ningún intermediario humano en este proceso. (Si desea profundizar más en esto lo invitamos a ver nuestro artículo “¿Qué significa confesar nuestros pecados?”.)
Además “confesaos vuestras ofensas unos a otros” puede sonar como una instrucción bastante intensa pero no nos está ordenando a todos los cristianos que compartamos nuestra historia personal de pecado con los demás cristianos con los que nos encontremos. (Hay un valor inmenso en tener amigos en quienes podemos confiar, que pueden orar por nosotros y ayudarnos en nuestras luchas espirituales, pero literalmente confesar todos nuestros pecados a alguien en la congregación sería una pesadilla emocional y logística.)
Parece que hay una implicación en las palabras de Santiago —específicamente, que nosotros confesamos nuestros pecados a aquellos a los cuales hemos ofendido.
Esto está de acuerdo con la instrucción de Cristo para aquellos que componen la otra parte: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano” (Mateo 18:15, énfasis añadido).
Aquí se le concede un gran valor a la privacidad. Aunque potencialmente podemos dar más pasos en cuanto a afrontar el pecado (vv. 16-17), la meta es siempre mantener el número de personas involucradas lo más bajo posible.
La Iglesia como cuerpo no necesita escuchar que usted reconoce sus pecados —pero un hermano contra el cual usted ha pecado sí lo necesita.
¿Qué es la confesión?
En esto consiste la confesión realmente. Confesar algo es admitir algo y reconocerlo como la verdad.
Pablo escribió acerca de un día futuro en el que toda lengua: “confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:11).
El autor de Hebreos nos dijo que: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza” (Hebreos 10:23).
El señorío de Jesucristo, nuestra esperanza en las futuras promesas de Dios, son las cosas que los cristianos deben confesar y reconocer libremente.
Además de esto, debemos confesar nuestros pecados los unos a los otros.
Esto puede ser más difícil que reconocer que Cristo es nuestro Señor. Requiere que superemos ese instinto humano de ignorar y dirigir la culpa a otros y reconozcamos verdaderamente aquellos contra quienes hemos pecado. “Lo siento. Estaba errado. ¿Me perdonas?”.
A la naturaleza humana no le gusta confesar su culpa
En los ejemplos bíblicos que analizamos, Saúl no hizo eso, Aarón no hizo eso, Adán y Eva no lo hicieron.
Nosotros debemos ser capaces de hacerlo.
Cuando tomamos una decisión equivocada puede ser fácil comenzar a jugar para guardar las apariencias. Las personas lo hicieron y el becerro de oro salió solo. La mujer ni siquiera tenía que pedir y sugerirlo, las cosas pasaron, fue víctima de las circunstancias. “No es mi culpa”.
Esto no es lo que los cristianos en progreso hacen. Los cristianos en progreso se evalúan honestamente a sí mismos y aceptan su propia culpa. Ellos confiesan sus pecados a aquellos que han herido, piden perdón y, luego, tratan de enmendar las cosas y arreglarlas.
El primer paso —ser capaz de decir: “fui yo. Fue mi falta. Yo fui el que causó toda esta confusión y lo admito” —es vital para todo lo que viene a continuación.
Confesión, oración y sanidad
¿Qué ocurriría si pensamos las cosas desde el punto de vista de la otra parte? ¿Qué sucede cuando otros vienen y confiesan (admiten) sus pecados a usted?
Jesús advirtió a sus discípulos: “Mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15).
Cuando pecamos, no podemos avanzar hasta no ser capaces de admitir esos errores y arrepentirnos. (Si desea profundizar en el tema, lo invitamos a ver nuestro artículo “¿Cómo el arrepentimiento transformará el mundo?”, que se encuentra en esta edición). Y cuando otros vienen a nosotros con sus pecados no podremos avanzar hasta que les extendamos la misma clase de perdón que Dios nos ha extendido a nosotros.
Y luego las instrucciones de Santiago subrayan el próximo paso en este proceso: “La oración eficaz del justo puede mucho”. Más allá de extender y aceptar las excusas por el pecado hechas sinceramente, de corazón, Dios espera que en verdad oremos activamente los unos por los otros. En ese proceso según lo que dice Santiago, encontramos sanidad.
¿Sanidad física? Sí —a veces. Pero aún más importante que esto es la sanidad espiritual que encontramos cuando nos cuidamos los unos a los otros —en nuestro deseo de reedificar y restaurar las relaciones que nos conectan como pueblo de Dios: “Para que no haya desavenencia en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros” (1Corintios 12:25).
No es fácil admitir cuando hemos estado equivocados.
No es fácil confesarnos nuestros pecados los unos a los otros.
Pero si realmente estamos siguiendo las pisadas de Jesucristo, es la única forma que tenemos para avanzar.