De la edición Marzo/Abril 2022 de la revista Discernir

No más peleas absurdas (y más amor en su lugar)

Pocas cosas han realzado más nuestra tendencia humana a ser ásperos e incluso crueles con quienes piensan diferente a nosotros como la pandemia del COVID-19. ¿Qué podemos hacer para mejorar?

En ciertas maneras, el COVID transformó al mundo casi de la noche a la mañana. Pero en otras, sólo evidenció algunas verdades desagradables que habíamos escondido bajo la alfombra durante décadas.

Este artículo no trata acerca de las cadenas de abastecimiento ni de cómo prepararnos para una epidemia. Ni siquiera trata acerca del COVID. Todo eso es sólo el contexto de un asunto mucho más importante: este artículo es acerca de cómo los cristianos deberíamos tratarnos unos a otros.

La mentalidad de lavar los pies

Horas antes de su crucifixión, Jesús lavó personalmente los pies de sus discípulos, incluyendo a Judas Iscariote, aunque Cristo sabía que lo traicionaría ante las autoridades judías.

“¿Sabéis lo que os he hecho?”, les preguntó. “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:12-15).

Cada año, muchos cristianos se reúnen en la Pascua para seguir esa instrucción: lavarse los pies unos a otros como nuestro Señor y Maestro lo hizo con sus discípulos casi 2.000 años atrás. (Lea más en “La Pascua y el perdón”.)

Un componente clave de esta ceremonia es la actitud detrás del lavado de pies. Arrodillarse a lavar los pies de otro ser humano es una experiencia que sin duda enseña humildad; y cambiar de lugar con la persona para que le lave los pies a usted, eso es más que aleccionador. Toda la ceremonia es un intenso recordatorio de nuestra relación como un cuerpo de siervos de Jesucristo, y de cuán importante es estar dispuestos a servirnos mutuamente.

Cuando terminó de lavar los pies, Jesús les dijo a sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (vv. 34-35).

El amor nos identifica

Hay varias cosas que identifican al pueblo de Dios. Dios nos da el sábado semanal como “señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy el Eterno que os santifico” (Éxodo 31:13). Las fiestas y los días santos anuales (Levítico 23) son otro identificador. También lo son nuestra convicción y dedicación para predicar el “evangelio del reino en todo el mundo” (Mateo 24:14).

Pero el amor, dijo Jesucristo, es la señal. El mundo nos conocerá como sus discípulos, seguidores y alumnos, cuando nos vea demostrar el mismo amor que Él.

¿Qué tan bien lo hemos estado haciendo?

Reprobamos la prueba del papel higiénico

El COVID ha estado en el escenario mundial más de dos años. Dos años. Durante este tiempo, ¿qué ha visto más: amor cristiano o resentimiento, amargura y frustración?

Y lo más importante: ¿qué ha mostrado más usted?

Recuerdo cuando comenzamos a sentir los efectos del COVID en mi pequeño rincón del mundo —aunque no fue el virus mismo lo que nos afectó, sino la gente.

Cuando dejamos que nuestros pensamientos y opiniones se conviertan en obstáculos, nos es más y más difícil amar como Cristo amó.

Cuando las cuarentenas comenzaron alrededor del mundo, muchas personas entraron en pánico y empezaron a acumular todo lo que creían necesitar para las siguientes semanas de incertidumbre.

Incluyendo papel higiénico.

Lo gracioso es que, en la mayoría de los países, nunca existió un riesgo verdadero de que se acabara el papel higiénico. La cadena de abastecimiento de este producto específico es bastante fuerte. Pero la gente comenzó a comprarlo más rápido de lo que podía ser repuesto. Y como consecuencia, para el 19 de abril del 2020 la mitad de los supermercados en los Estados Unidos se quedaron sin papel.

Esto no significa que todos los que compraron papel higiénico al inicio de la pandemia estuvieran mal. Pero para algunos, conseguir tanto papel como fuera posible se convirtió en una misión y los otros compradores se convirtieron en enemigos. Parecía como si temiéramos que alguien más comprara lo que algún día podríamos necesitar, así que nos aseguramos de comprarlo primero.

¿Es así como se manifiesta el amor cristiano?

Muchas batallas que librar

La escasez de papel higiénico no se debió a un problema exclusivamente cristiano; se debió a un problema humano. Pero sí marcó el rumbo de lo que vendría después.

En los días y meses siguientes, muchos nos convertimos en expertos —expertos en epidemiología, en derechos constitucionales, en logística, en teoría económica y en legislación. Mi muro de Facebook se llenó de personas que estaban absolutamente seguras de conocer “el camino correcto” y se enfurecían con los del “otro lado” por publicar propaganda y retórica contrarias.

Surgió una lucha de opiniones incesante. Cada noticia nueva, cada actualización de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC), cada mandato del gobierno, era una nueva batalla que librar. Los tapabocas. El distanciamiento social. Los métodos de auto tratamiento. Las vacunas. Todos se apoyaban en sus fuentes; y todos tenían una razón para afirmar que las fuentes de los demás estaban equivocadas.

Tantas voces gritando.

Tantas voces que aún gritan.

Y tantas de esas voces son de cristianos.

El COVID no es el verdadero problema

Al principio dije que este artículo no trata del COVID, y es verdad. Éste es un artículo acerca de nosotros, acerca de los cristianos en progreso y acerca de cómo enfrentamos situaciones como el COVID.

Hay muchas lecciones que podemos aprender de la pandemia, pero para mí, la más importante es: cuando dejamos que nuestros pensamientos y opiniones se conviertan en obstáculos, nos es más y más difícil amar como Cristo amó.

Y cuando empezamos a creer que esos pensamientos y opiniones son hechos, se vuelve casi imposible.

El peligro de perder el enfoque

La Iglesia del primer siglo tuvo un problema similar, porque la Iglesia del primer siglo también estaba compuesta por seres humanos imperfectos. Había un debate acerca de si era correcto comer carne que fue sacrificada a ídolos. Aunque “un ídolo nada es en el mundo” (1 Corintios 8:4), había personas cuya “conciencia, siendo débil, se [contaminaba]” (v. 7) por ello.

Entonces Pablo les dijo a los creyentes romanos: “si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor. No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió… porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. No destruyas la obra de Dios por causa de la comida” (Romanos 14:15, 17-20).

Es fácil involucrarnos tanto en el debate acerca del COVID que perdamos de vista que no podemos “[destruir] la obra de Dios por causa de la comida”.

Es fácil olvidar que, por mucho que una pandemia global afecte todos los aspectos de nuestra vida, el COVID no es lo más importante que está ocurriendo ahora.

Lo más importante es el Reino de Dios. Y el Reino de Dios no es comida ni bebida —no se trata de debates acerca de vacunas o tapabocas, ni de discusiones sobre derechos constitucionales y la autoridad del gobierno— “sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres”.

Claves para buscar la paz

Obligar a los demás a que opinen como nosotros acerca de las últimas actualizaciones de los CDC o denigrar a quienes piensan diferente, no es buscar la paz. Buscamos la paz cuando aceptamos que, en una situación como esta pandemia mundial, sólo Dios tiene todas las respuestas, y luego hacemos el esfuerzo consciente de no destruir la obra por el bien de nuestras opiniones personales.

Por favor, no me malentiendan: hay algunas batallas que definitivamente vale la pena librar. Cuando la verdad de Dios se pone en tela de juicio, o cuando otros intentan alejarnos de sus instrucciones explícitas, es nuestro deber permanecer firmes sin titubear (compare con Deuteronomio 13).

Pero cuando se trata de diferencias de opinión acerca de algo que no afecta nuestra entrada al Reino, no importa qué tan apasionados sean nuestros sentimientos, “El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (Romanos 14:3-4).

Otra vez, “Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros” (Gálatas 5:14-15).

Aprender a amar como Jesucristo nos amó es una tarea monumental que dura toda la vida. Pero no podemos perseguir ese objetivo mientras atacamos a los hermanos en la fe que discrepan de nosotros. Lo perseguimos cuando nos arrodillamos y lavamos sus pies.

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