Muchas personas se preguntan: “¿hay esperanza para mí?”, sin encontrar una respuesta clara. Pero sí, hay esperanza. El deseo de Dios es “que ninguno perezca”.
A través de la historia, las personas han imaginado muchos escenarios de lo que ocurre después de la muerte: una reencarnación, una transformación a ser celestial o espíritu omnipresente o simplemente la descomposición del cuerpo hacia la nada eterna. Otra idea popular es que las personas “buenas” se van al cielo y las “malas” al infierno inmediatamente después de morir.
Este concepto de tormento eterno en el infierno se debe en parte a malinterpretaciones de Apocalipsis 14:11 y su lectura fuera de contexto. Debido a que el infierno no es nuestro tema principal ahora, le recomiendo leer el artículo de Vida, Esperanza y Verdad “¿Tormento eterno?” para información más detallada. En resumen, la teoría dice que, si usted es una persona “mala”, se va al infierno (un inframundo en llamas) cuando muere.
Esta idea del cielo o infierno carece de fundamento bíblico. Pero para los propósitos de este artículo, analicemos algunas preguntas.
¿Qué hay de mí?
Si el cielo y el infierno fueran el resultado final del bien y el mal, ¿cuáles serían los factores decisivos de nuestro destino?
Adolfo Hitler, Jeffrey Dahmer, Pol Pot, Charles Manson son personas que definitivamente calificaríamos como “malas”. Orquestadores de genocidios, homicidios en masa, asesinos en serie: ¡malos!
¿Pero qué hay de usted y de mí?
Según la teoría del cielo y el infierno, ¿puede una persona hacer cosas “no tan buenas” pero tampoco lo suficientemente malas como para merecer el castigo del inframundo ardiente? ¿Cuál es la línea divisoria entre lo bueno y lo malo?
La Biblia contrasta la ley de Dios con el pecado. La ley de Dios es buena (Romanos 7:12), y desobedecer esa ley es pecado —malo (1 Juan 3:4).
En pocas palabras, existe una ley que define lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, y se resume en los Diez Mandamientos. Este criterio del bien y el mal es consistente, pues como dice Santiago 2:10, “cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos”.
Esto no suena muy esperanzador para cualquiera que crea en la teoría del cielo y el infierno. Hitler, un genocida maniaco, quebrantó la ley de Dios (el sexto mandamiento) asesinando a millones de personas inocentes. Pero yo, un tipo común pero imperfecto, también quebranté la ley de Dios (el quinto mandamiento) cuando desobedecí a mis padres.
De hecho, todos somos culpables de haber quebrantado la ley de Dios en algún momento. “Ofende en un punto, culpable de todos”, ¡al infierno entonces!
En este escenario no habría esperanza para nadie; todos moriríamos.
El verdadero camino hacia el gozo eterno
Afortunadamente, la vida es más que enfrentar un sinfín de problemas y tratar de seguir cierto sentido de lo correcto sólo para fallar y ser condenados para siempre.
El futuro que Dios tiene preparado para nosotros es la vida eterna dentro de su familia, y nos ofrece ese futuro aun si hemos cometido errores terribles en nuestra vida (2 Corintios 6:14-18).
¡Tenemos esperanza!
Sin embargo, eso no significa que Dios no nos juzgará. El futuro que Él diseñó para nosotros ciertamente incluye un juicio, y el juicio de Dios es justo (Romanos 2:5-9). Todos deberíamos temer y ser conscientes de ese juicio, porque todos hemos pecado.
Las buenas noticias son que Dios lo quiere a usted y a mí.
Dios quiere que todos los seres humanos que han existido reciban el gozo eterno. Y no sólo quiere que tengamos gozo y paz, sino que además nos ha abierto el camino hacia esa meta. De hecho, nos da “la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos” (Tito 1:2).
Como dice 2 Pedro 3:9: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (énfasis añadido).
¡Esto sí que es esperanzador!
El apóstol Pablo también dijo que Dios “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2:4).
El deseo de Dios es que todos aceptemos su firme promesa de paz y felicidad eternas.
El deseo de Dios es que todos aceptemos su firme promesa de paz y felicidad eternas.
La clave es el arrepentimiento
Nuestro futuro no depende de si hemos cometido errores (tomado malas decisiones) y fallado según el estándar de justicia de Dios, porque todos lo hemos hecho. Alcanzar el futuro que Dios tiene para nosotros depende de si estamos dispuestos a arrepentirnos.
Jesucristo —el Hijo de Dios— sufrió y murió una muerte terrible, llevando consigo todos los pecados pasados, presentes y futuros de la humanidad. Su sacrificio hizo posible que todos seamos capaces de entender la ley de Dios, reconocer que hemos quebrantado esa ley y arrepentirnos de nuestros pecados —no sólo una vez, sino cada vez que nos alejamos de la justicia de Dios.
La ceremonia del bautismo se realiza sólo una vez, cuando aceptamos el sacrificio de Cristo por nuestros pecados. Y lo mismo sucede con la imposición de manos, que se hace una vez para que Dios entregue el Espíritu Santo (Hechos 2:38; 8:17).
Pero el arrepentimiento, en cambio, es una acción constante y necesaria para mantener nuestra relación con Dios en el tiempo (Santiago 4:8). Nuestros pecados nos separan de Dios. Por lo tanto, debemos ser limpiados a través del arrepentimiento para renovar y sostener nuestra relación con el Padre celestial.
La esperanza tiene recompensa
Dios quiere tener una relación con nosotros —todos nosotros. Por eso nos muestra misericordia con el regalo del arrepentimiento. Nos ha dado esa puerta abierta con el deseo de que arrepentirnos se convierta en parte fundamental de nuestra vida.
Obviamente, Él desea que no pequemos nunca, pero en su gran sabiduría, sabe que mientras seamos de carne y hueso no seremos perfectos. Por eso la Biblia dice: “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción... Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:50, 53).
Y dado que su plan es eventualmente hacernos sus hijos e hijas, nos da la esperanza de escapar de la muerte eterna que merecemos por nuestra injusticia.
El plan de Dios, llevando a cabo por medio de su Hijo Jesucristo, está diseñado para que toda la humanidad vea la grandeza de Cristo cuando regrese y elija arrepentirse, aceptar su camino y vivir en paz y felicidad eternas (Efesios 2:4-5, 8-9).
Algunos elegirán no hacerlo y rechazarán la salvación que Dios ofrece. Pero ése no es el deseo de Dios.
Dios el Padre no se retarda, no es lento; es paciente y amoroso. Su deseo es que toda la humanidad deje sus malos caminos y se arrepienta.
Nuestros errores no nos condenan al tormento eterno, pero sí requieren de un juicio. Afortunadamente, el juicio de Dios es misericordioso, pues no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
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