Algunos se enfrentan a la compulsión de acumular cosas físicas, con frecuencia haciéndose daño a sí mismos. Pero es más común aún la tendencia humana a acumular caminos destructivos a nivel mental —pecados.
En la última década los reality shows se han convertido en uno de los géneros más populares de la programación. Hay programas tales como Superviviente, El gran reto, Picado, El gran perdedor o Duck Dynasty entre muchos otros.
Uno de los más impactantes es el show de televisión, Acumuladores, en A&E. Hay un programa similar en TLC, llamado Acumulación: enterrados vivos.
Acumuladores comienza con esta declaración: “Más de tres millones de personas son acumuladores compulsivos. A continuación tendremos dos de sus historias”.
Las personas en el programa acumulan libros, vestidos, revistas. Ellos acumulan casi cualquier objeto que usted se pueda imaginar —propaganda, cajetillas de cigarrillos, aun bombillas quemadas. Como resultado de su acumulación compulsiva, se enfrentan a la amenaza de desalojo, condena de su propiedad, divorcio y abandono.
Casi literalmente, ¡las cosas en la vida de estas personas están arruinándolas! De hecho, vivir en el hogar de un acumulador se compara con ser enterrado vivo.
Un paralelo para los cristianos
Por supuesto, el programa de Acumuladores no se trata únicamente de las toneladas de basura que estas personas han acumulado. Se trata de personas que están limpiando su vida —deshaciéndose de la basura, sanando sus relaciones y creando la esperanza de una vida renovada y mejor.
La dinámica de personas luchando consigo mismas para limpiar su vida nos ofrece un paralelo interesante para todos los cristianos. Tal vez no seamos los acumuladores compulsivos que muestra la televisión, pero podemos encontrar que a nivel mental acumulamos cosas igualmente destructivas —mirando o escuchando material no cristiano, albergando actitudes de venganza o actuando de una forma egoísta sin tener en cuenta los intereses de otros.
Los hermanos Collyer
Uno de los ejemplos más famosos de acumulación compulsiva es el de Langley Collyer y su hermano ciego, Homer.
Los hermanos Collyer procedían de una familia rica de Nueva York, y vivían en una mansión de la Quinta Avenida en Manhattan.
Entre 1933 y 1947, los dos hermanos amasaron cerca de 120 toneladas de desperdicios y basura. Su botín, recolectado en gran parte por medio del buceo en recolectores de basura, incluía periódicos, ropa, coches de bebé, rastrillos, sombrillas, bicicletas oxidadas, sobras de comida, cáscaras de papa, máquinas de rayos X, mandíbulas de caballo, órganos humanos envasados en frascos, seis banderas de Estados Unidos, 14 pianos, un clavicordio, dos órganos y miles de miles de libros.
La intervención del rey Ezequías
Cuando el rey Ezequías se convirtió en rey de Judá, la casa de Dios casi se podría comparar con la casa de los hermanos Collyer. El interior del templo estaba lleno de basura.
Una de las primeras cosas que hizo el rey Ezequías fue abrir las puertas del templo. Y los levitas empezaron a sacar la basura. Primero, limpiaron el templo. Después, comenzaron a limpiar la nación alrededor.
Podemos ver que así como el templo de Dios se había llenado de basura, el pueblo de Judá había llenado su vida con chatarra. Habían adoptado los caminos pecaminosos de las naciones que los rodeaban. Su vida estaba llena de inmundicia.
Por su inmoralidad, las personas se enfrentaban a la expulsión de su propia tierra y a ser condenados por Dios. Cuando Ezequías llegó al poder, lanzó una intervención a nivel nacional para limpiar las cosas. Usted podría pensar que este es un episodio de Acumuladores, pero a nivel nacional.
Esta renovación sorprendente iniciada por el rey Ezequías está registrada en 2 Crónicas 29:4-6.
“E hizo venir a los sacerdotes y levitas, y los reunió en la plaza oriental. Y les dijo: ¡Oídme, levitas! Santificaos ahora, y santificad la casa del Eterno el Dios de vuestros padres, y sacad del santuario la inmundicia. Porque nuestros padres se han rebelado, y han hecho lo malo ante los ojos del Eterno nuestro Dios; porque le dejaron, y apartaron sus rostros del tabernáculo del Eterno, y le volvieron las espaldas”.
Notemos cómo el templo de Dios es llamado “la casa de Dios” en el Antiguo Testamento. Ahora analicemos la casa de Dios en el Nuevo Pacto.
El templo de Dios bajo el Nuevo Pacto
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros”? (1 Corintios 3:16).
El apóstol Pablo llama a cada persona del pueblo de Dios, una parte de su templo.
El lugar donde mora una persona es el hogar de la persona. El templo es donde mora el Espíritu de Dios. Por lo tanto, si usted tiene el Espíritu de Dios morando en usted, esto lo hace parte del templo de Dios y también de su casa.
“Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (v. 17).
La vida de un cristiano —así como el templo de Dios (o en cuanto al tema que estamos tratando, el hogar de los hermanos Collyer)— es una casa que puede mantenerse limpia o llenarse de basura. Dios exige que su casa esté limpia. Y si la casa de un cristiano se llena de basura, será condenada como algo inhabitable y eventualmente será destruida.
La suciedad e inmundicia en la vida de una persona es semejante a guardar basura en la casa de Dios. Esta basura debe ser sacada continuamente de la casa para que pueda ser habitable. Como fieles seguidores de Jesucristo, debemos mantener una actitud de arrepentimiento continuo, limpiando nuestra vida de la suciedad del pecado.
¿Está manteniendo su casa limpia?
Volviendo a la historia de los hermanos Collyer, desafortunadamente en 1947 ambos hermanos fueron encontrados muertos en su casa. Langley fue aplastado por una carga de basura que había dispuesto como una trampa explosiva. Casi literalmente, la basura de su vida lo mató.
Después de su muerte, la mayoría de las cosas que había en la casa de los hermanos se consideró como algo sin valor y fue botado. Los objetos de valor fueron vendidos por menos de dos mil dólares.
Irónicamente, lo que se pensaría que era lo más valioso de sus posesiones —su casa— se consideró insegura y en riesgo de incendiarse. En julio de 1947, la mansión fue destruida.
Establezcamos un paralelo entre la historia de los hermanos Collyer y su vida:
· ¿Reconoce que su más preciada posesión es tener una vida espiritual limpia en donde el Espíritu de Dios pueda morar?
· ¿Está usted consumido por las cosas inútiles del mundo y ha llenado su casa —su corazón y su mente— con basura? (2 Crónicas 36:14-16; Nehemías 10:39).
Entrando al hogar de un acumulador
En uno de los episodios de Acumuladores, una amiga de la acumuladora resumió la forma en que Dios debe vernos cuando no quitamos el pecado de nuestra vida.
En este episodio en particular, el hogar del acumulador representaba tal peligro para la salud que la ciudad estaba a punto de expulsar a la mujer.
La amiga de la acumuladora sabía que tenía un problema, pero nunca había visto la acumulación. En este episodio, por primera vez, la amiga va al hogar de la acumuladora.
A medida que ambas mujeres se veían en medio de varias pilas de basura, la escena era absolutamente espeluznante. No sólo había basura acumulada que llegaba hasta los ojos, sino que había excremento de animales y una horda de cucarachas corriendo por todas partes. Y aún así la acumuladora tenía un vínculo profundo con todo lo que tenía.
Uno podía darse cuenta de que su amiga no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Y si bien estaba totalmente disgustada por lo que veía, al mismo tiempo sentía una profunda compasión por su amiga.
Al verse rodeada por suciedad y basura, la amiga de la acumuladora se volvió solícitamente a ella y le dijo: “Tú vales más que esto. ¿Por qué te haces esto a ti misma? Los seres humanos no deberían vivir así”.
Sus palabras resonaban: “Tú vales más que esto”.
Las dos mujeres se abrazaron y lloraron.
La perspectiva correcta
¡Imagínese a la mujer aferrándose a esta basura! Así debe vernos Dios cuando no sacamos el pecado de nuestra vida. Para Dios, somos mucho más valiosos que la basura pecaminosa del mundo. Por esto es que Jesucristo vino y murió por nuestros pecados. El murió para que nuestra vida pudiera ser limpiada y convertirse en un hogar aceptable para morada del Espíritu de Dios (1 Pedro 1:18-19).
En 2 Corintios, Pablo nuevamente llama al pueblo de Dios “el templo de Dios”. Él muestra cómo el Espíritu de Dios debe vivir en un templo que está limpio. Como el agua y el aceite, el Espíritu de Dios y el pecado sencillamente no se mezclan.
“…Porque, ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente…
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 6:14, 16; 7:1).
No seamos como los hermanos Collyer al permitir que la basura destruya nuestra vida. En vez de ello, sigamos el ejemplo del Rey Ezequías reconociendo el valor del templo de Dios, y limpiémoslo. Cuando se trata de los deseos pecaminosos de la vida, recordemos siempre que ¡nosotros valemos más que eso!