Si no tomamos cartas en el asunto, el pecado va a destruir la relación más importante que un cristiano puede tener. El pecado nos separa de Dios. Entonces, ¿cómo podemos vencer el pecado?

La Biblia nos dice que el pecado es atractivo y espiritualmente mortal.
Santiago explicó el proceso que conlleva al pecado: “sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz al pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:14-15).
El apóstol Juan analizó el desafío continuo del pecado en 1 Juan 1:8: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. ¡Él se incluye a sí mismo en esta afirmación!
A los verdaderos cristianos se les exhorta a vencer y conquistar el pecado. Pablo animó a los cristianos en Roma: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias” (Romanos 6:11-12). No podemos permitir que el pecado continúe controlando nuestras vidas.
¿Qué tan mortal puede ser el pecado?
“Porque la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro” (v. 23). Todos los pecados son mortales. Todos merecemos la pena de muerte, pero Dios ofrece la vida por medio del sacrificio de Cristo.
¡Todo se resume entre la vida eterna en el Reino de Dios o la muerte eterna!
Satanás es el instigador del pecado
Satanás mintió en el Jardín del Edén para convencer al ser humano de desobedecer —de escoger el camino que lleva a la muerte. El pecado y el sentimiento de culpa de Adán y Eva los llevó a esconderse de Dios (Genesis 3:8).
Satanás continúa engañándonos y atrayéndonos al pecado. Él tiene la habilidad de transmitir sus actitudes destructivas a nuestras mentes. Es el maestro del engaño y el padre de las mentiras (Juan 8:44), y su espíritu “ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:2-3).
Dios quiere que nos arrepintamos y nos acerquemos a Él. Nuestro amoroso Padre desea que seamos parte de Su familia eterna.
Dios quiere que nos arrepintamos y nos acerquemos a Él. Nuestro Padre amoroso quiere que formemos parte de su familia eterna. Si estamos esforzándonos por obedecerle a Dios, en lugar de permitirle a Satanás que influencie de manera negativa en nosotros, habrá una lucha diaria en nuestras mentes (Gálatas 5:17). Debemos estar comprometidos para abstenernos de “los deseos carnales que batallan contra el alma” —deseos físicos sin control— y resistir a Satanás el diablo (1 Pedro 2:11; 5:8-9).
Esto significa que debemos estar “derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia” (2 Corintios 10:5-6).
Entonces, el proceso de vencer el pecado requiere rechazar las sutilezas de Satanás y desarrollar cada día más una mente como la de Cristo.
Los sufrimientos de Cristo nos enseñan una lección muy importante acerca del pecado
La vida de Cristo valía mucho más que la de toda la humanidad. Él no cometió ningún pecado. Aun así, estuvo dispuesto a pagar por la pena de todos los pecados que se cometieron en la Tierra. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).
Imaginémonos por un momento el peso de la responsabilidad que Cristo tenía sobre sus hombros. Sin su sacrificio, toda la humanidad, incluyéndonos usted y yo, no tendríamos ninguna esperanza de que nuestros pecados fueran perdonados y eventualmente recibiéramos la vida eterna.
Después de orar fervientemente en el huerto de Getsemaní y ser brutalmente azotado, Jesucristo fue crucificado. Fue durante ese tiempo que pronunció siete frases cortas que se encuentran registradas en los Evangelios (lo invitamos a leer “Las siete últimas frases de Jesús”).
Su cuarto clamor tiene un significado especial, ya que se refiere a las graves y sombrías consecuencias del pecado. Cristo pronunció estas palabras en Mateo 27:46: “Y alrededor de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: [...] Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”.
¿Por qué fue desamparado Jesús?
El rey David escribió una vez: “Y no he visto justo desamparado” (Salmo 37:25). Ser desamparado significa ser abandonado o dejado indefenso. Ser abandonado es una experiencia horrible, pero ser abandonado por Dios es aún peor.
Sin duda, su Padre no lo había abandonado, ya que Jesús había declarado anteriormente: “no me ha dejado sólo el Padre” (Juan 8:29). Pero en esa ocasión, Dios lo dejó momentáneamente indefenso. ¿Por qué?
Había una razón. El profeta Isaías había profetizado que Jesús tomaría sobre sí todos los pecados de la humanidad: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Eterno cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6).
Por lo tanto, dado que Jesús ahora cargaba con los pecados del mundo, Dios no intervendría para aliviar nada relacionado con el castigo del pecado. El pecado causa sufrimiento y Cristo soportó todo su peso, ¡incluido el trauma emocional de comprender cómo el pecado nos aleja de Dios!
El pecado nos separa de Dios
El pecado y Dios son totalmente incompatibles. A menos que nos arrepintamos, el pecado rompe la relación y el contacto que tenemos con Dios.
Isaías 59:1-2 dice: “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír”.
El pecado nos separa de Dios. Este principio espiritual era cierto cuando Dios trataba con el Israel del Antiguo Testamento (Deuteronomio 31:17-18), es cierto ahora y seguirá siendo cierto en el futuro (Miqueas 3:4).
Aspectos importantes acerca del pecado
Dado que el pecado da lugar al alejamiento de nuestro Padre Celestial, necesitamos comprender qué es el pecado y las consecuencias que acarrea.
- ¿Qué es el pecado? “El pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4). Lo contrario del pecado, entonces, es la obediencia a Dios: “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3).
- No hay excepciones con Dios cuando se trata del pecado. Él no transige con el pecado. Saber esto debería motivarnos a que “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias”. Tampoco debemos dejar que el pecado “se enseñoree de nosotros” (Romanos 6:12, 14).
- Es edificante considerar lo que Dios quiere decir cuando define el castigo para aquellos que deliberada y voluntariamente persisten en desobedecerle (Hebreos 10:26-31. Lo invitamos a leer “El pecado imperdonable: ¿cuál es?”).
- Cada vez que pecamos, somos responsables por la tortura, el sufrimiento y posterior muerte de nuestro Salvador Jesucristo. ¡Él murió por nuestros pecados!
Pasos prácticos para vencer los pecados
Teniendo en cuenta los efectos mortales de la desobediencia, ¿cómo podemos vencer el pecado?
- Deseo de agradar a Dios. El proceso de vencer el pecado debe comenzar con un profundo y genuino deseo de agradar a Dios. El salmista escribió: “Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos. En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Salmos 119:10-11). En su salmo de arrepentimiento, David reconoció que todos los pecados se cometen contra Dios: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Salmo 51:3-4). Debemos desear profundamente no decepcionar a Dios tomando el pecado a la ligera.
- Orar. Es a través de la oración que podemos tener un contacto diario y regular con Dios. Cuanto más cerca estemos en nuestro caminar con Dios, más nos ayudará a vencer nuestros deseos de sucumbir ante el pecado.
- Estudiar la Biblia. Es llenando nuestras mentes con la Palabra de Dios que podremos resistir la influencia de Satanás y mantenernos firmes contra las tentaciones. Una forma de vencer a las fuerzas del mal es dedicar tiempo diariamente al estudio de la Biblia. Esto significa que debemos “Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11).
- No améis al mundo. El apóstol Pablo advirtió a los verdaderos cristianos: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2). Del mismo modo, el apóstol Juan nos advirtió de que no amáramos a este mundo ni la sociedad (1 Juan 2:15-17). Juan concluyó que los sistemas del mundo actual no perdurarán: “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (v. 17).
- Recibir el Espíritu Santo de Dios. Cristo mora en nosotros por medio del poder del Espíritu Santo (Gálatas 2:20). La comprensión de nuestro llamado a heredar la vida eterna se aclara “según la operación del poder de su fuerza” (Efesios 1:18-19). Estamos sellados para heredar la vida eterna, y Dios garantiza ese sello (2 Corintios 1:22). Los verdaderos cristianos no están solos en la batalla. En nuestros momentos de necesidad, nuestro fiel Sumo Sacerdote está listo para ayudarnos y apoyarnos (Hebreos 4:15-16). Podemos acercarnos con valentía a su trono de misericordia, y si somos sinceros en nuestro deseo de obedecer y agradar a Dios, podemos confiar en que Él nunca nos dejará ni nos abandonará (Hebreos 13:5).
¡Importante! Para recibir el Espíritu de Dios, debemos aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador personal, arrepentirnos de nuestros pecados, ser bautizados y recibir la “imposición de manos” (Hebreos 6:2). Estos son pasos vitales que Dios requiere antes de ofrecernos su Espíritu Santo.
¿Puede usted ver la necesidad de cambiar, pero se pregunta qué hacer? Entonces lo invitamos a descargar nuestro folleto ¡Cambie su vida!, que le guiará a través del proceso bíblico de la conversión, incluyendo el arrepentimiento y la recepción del Espíritu Santo.
La oferta de Dios para usted
Dios nos ha creado con libre albedrío y no obliga a nadie a obedecerle.
Dios quiere que nos arrepintamos y nos acerquemos a Él. Nuestro amoroso Padre desea que seamos parte de Su familia eterna. Ésa es una meta por la que todos debemos esforzarnos, pero Dios nos deja a nosotros la decisión de elegir este maravilloso plan y el increíble futuro que ha preparado para nosotros.
Él está listo, dispuesto y capacitado para ayudar a aquellos que le buscan sinceramente (Isaías 55:6-7).
¡Que usted sea uno de ellos!