Para algunas personas es extremadamente difícil reconciliar el hecho de que el Dios de amor sea también un Dios que mata. Pero necesitamos comprender cómo estos dos aspectos se entrelazan.
“Porque ciertamente demandaré la sangre de vuestras vidas; de mano de todo animal la demandaré, y de mano del hombre; de mano del varón su hermano demandaré la vida del hombre. El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios es hecho el hombre” (Génesis 9:5-6).
La vida humana es sagrada y preciosa, y Dios ha dispuesto que haya una pena severa para cualquiera que derrame la sangre de otra persona sin causa.
¿Por qué entonces mató Dios a tantas personas en el Antiguo Testamento?
Las Escrituras hebreas atribuyen cientos de miles de muertes (tal vez millones) a la intervención directa de Dios. Si las vidas humanas son tan preciosas, ¿por qué el Antiguo Testamento está lleno de ejemplos en que Dios parece acabar con las vidas de manera casi arbitraria?
Reconciliar dos visiones de Dios
Uza se acerca para sostener el arca del pacto e impedir que se cayera de camino a Jerusalén y Dios lo mata (2 Samuel 6:6-7). Ezequiel tiene un mensaje profético para darle a Judá y, como parte del mensaje, Dios mata a su esposa (Ezequiel 24:16-19). Job es el hombre más justo de la tierra, pero Dios le permite a Satanás destruir sus posesiones y matar a sus hijos (Job 1:8-20).
Éstas son historias difíciles de entender.
Ésta es una pregunta difícil de contestar.
Es fácil ver por qué tantas personas hacen una distinción entre el Dios del Antiguo Testamento y Jesucristo. Pero la Biblia nos dice que Jesús fue el mismo Dios que interactuó con el pueblo del Antiguo Pacto (puede leer “¿Jesús en el Antiguo Testamento?” para más información). Así que no estamos hablando de dos seres distintos.
El Salvador que dijo “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29), también es el Dios que dijo: “Embriagaré de sangre mis saetas, y mi espada devorará carne” (Deuteronomio 32:42). Y ese mismo Dios destruirá a un ejército completo que peleará contra Él en su regreso (Apocalipsis 19:11-21).
Si creemos que “Dios es luz” (1 Juan 1:5) y que “Dios es amor” (1 Juan 4:8) —y si creemos que “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8)— entonces debemos enfrentar estas historias. Debemos enfrentar esta pregunta:
¿Cómo puede matar el Dios que es amor?
La perspectiva de Dios y la nuestra
Seré honesto. Las historias de Uza, la esposa de Ezequiel y los hijos de Job me incomodan. Desde mi perspectiva humana, parecen inmerecidas. Incluso injustas. Me cuesta justificar la forma en que Dios actuó en estas historias.
Pero ése es justamente el problema.
Ésa es mi perspectiva; y mi perspectiva humana no me permite ver.
Éste es un primer paso fundamental para entender cómo Dios trabaja: necesitamos darnos cuenta de que no podemos entender.
Somos seres humanos limitados. Vemos el tiempo, el espacio y el principio de causa y efecto desde el estrecho lente de nuestras cortas vidas. En un momento cualquiera, sólo podemos observar la fracción más pequeña del pedazo más ínfimo de nuestra experiencia compartida. Sume todos los fragmentos de sabiduría y la perspectiva que podríamos adquirir a lo largo de múltiples décadas de vida, y el resultado final aún será nada más que un parpadeo en la gran escala cósmica de lo que ha sido y lo que será.
Dios, por otro lado, lo ve todo.
Cada palabra.
Cada pensamiento.
Cada acción.
Todo, multiplicado por miles de millones de vidas y desde tiempo inmemorial. Él está al tanto de todo y está íntimamente vinculado con toda su creación y todo al mismo tiempo.
Cuando Dios nos dice: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9), no está exagerando. Incluso cuando tenemos acceso al Espíritu de Dios, que nos da acceso a la mente del Padre (1 Corintios 2:9-16), nuestras limitaciones humanas persisten.
No podemos ver lo que Dios ve, no podemos oír lo que oye y no podemos entender lo que entiende. Incluso Job, quien “se justificaba a sí mismo más que a Dios” (Job 32:2), finalmente admitió: “yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía” (Job 42:3).
¿Nos debe Dios, el Creador y Sustentador del universo una explicación de la manera en que decide hacer las cosas? ¡Por supuesto que no! Así como el alfarero no le debe una explicación a la arcilla que está moldeando (Isaías 45:9-10). E incluso si Dios compartiera con nosotros su forma de pensar y su lógica en cada decisión, ¿qué nos hace pensar que seríamos capaces de comprender todos los factores y su infinita sabiduría?
Dios y la muerte
Desde la perspectiva humana, la muerte es algo definitivo. Tenemos el poder de acabar con una vida, pero si lo hacemos, no tenemos el poder de devolverla.
Dios es diferente.
En el mismo pasaje en que Dios amenaza con embriagar sus saetas de sangre, también nos recuerda: “no hay dioses conmigo; yo hago morir, y yo hago vivir; yo hiero, y yo sano” (Deuteronomio 32:39, énfasis añadido).
Dios puede restaurar (y restaurará) todas las vidas que ha terminado —además, nunca acaba con una vida a la ligera. Dios le dijo a Ezequiel, “no quiero la muerte del que muere” (Ezequiel 18:32). Él no disfruta de la muerte, pero a veces, la muerte es necesaria.
La Biblia revela que los miles de millones que han muerto, incluyendo a quienes murieron por mano de Dios, volverán a vivir y experimentarán un mundo de paz.
Algunas personas o naciones se vuelven tan malvadas y corruptas que Dios decide terminar su existencia física en lugar de permitir que sigan produciendo los lamentables resultados de una vida de pecado. Éste es un acto de justicia, pero también un acto de amor; Dios resucitará a esas personas en un tiempo y ambiente más propicios para el aprendizaje y para vivir su camino de vida perfecto (Ezequiel 38:11-14; compare con Mateo 11:21-24).
Sodoma y Gomorra (Génesis 19:13), las naciones de Canaán (Génesis 15:16; Levítico 18:25) e incluso algunas de las ciudades de Israel (Deuteronomio 13:12-18) entran en esta categoría.
A veces las personas le faltan al respeto a la santidad de Dios y esa irreverencia tiene una consecuencia pública. Dios nos advierte: “en los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (Levítico 10:3).
En cierta ocasión, Moisés no santificó a Dios frente a los israelitas y Dios lo castigó impidiéndole entrar a la Tierra Prometida (Números 20:12). Uza tenía buenas intenciones cuando se acercó para sostener el arca del pacto, pero a fin de cuentas fue un acto de irreverencia porque ignoró las instrucciones que Dios les había dado acerca de cómo debía trasladarse el arca (1 Crónicas 15:12-13).
Y a veces, simplemente no conocemos la razón detrás de las muertes. No sabemos por qué Dios decidió acabar con la vida de la esposa de Ezequiel para dar un mensaje profético. No sabemos por qué Dios le permitió a Satanás matar a los hijos de Job con el deseo de ayudarlo a crecer y a conocer más a Dios.
Hay varios ejemplos así en la Biblia: historias donde algunas cosas no nos parecen bien —no nos parecen justas. Tal vez no tengamos toda la información. Y tal vez no seríamos capaces de entender la razón aunque Dios mismo nos la explicara.
Confiar en la perspectiva de Dios
Como cristianos en progreso, esto es lo que debemos tener en mente:
Dios sabe cosas que nosotros no.
Él ve cosas que nosotros no.
Y Él existe en un nivel que no podemos comprender.
Entonces, aunque tal vez no siempre lo entendamos —y aunque tal vez no siempre nos guste— Dios siempre tiene el derecho de tomar vidas y restaurarlas, y siempre tiene la razón cuando lo hace. Como descubrió Job, Dios no nos debe una explicación y nuestra incapacidad de entender su perspectiva no invalida sus acciones.
Podemos tener la certeza de que Dios siempre hace las cosas por una buena razón. E incluso si no entendemos sus razones ahora, Él nos hace una promesa: aunque ahora vemos las cosas “por medio de un espejo” y sólo conocemos “en parte”, un día, “[conoceremos] plenamente” (1 Corintios 13:12, Reina Valera Actualizada).
Lo que no entendemos ahora, lo entenderemos después.
Mientras tanto, tenemos otra promesa firme del Dios que quita la vida y la restaura, el Dios que “no quiere que nadie se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Dios promete que, un día, “No harán daño ni destruirán en todo mi santo monte” (Isaías 11:9).
La Biblia revela que los miles de millones que han muerto, incluyendo a quienes murieron por mano de Dios, volverán a vivir y experimentarán un mundo de paz. El Dios que puso fin a sus vidas físicas en un mundo irremediablemente corrupto les dará una nueva vida en un mundo mucho mejor.
Comprender la esperanza del plan de Dios tiene un gran impacto en toda nuestra perspectiva en cuanto a esta difícil pregunta.
E incluso ese mundo prometido es sólo un paso más hacia un futuro más glorioso —un futuro donde “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).
Dios es una familia en expansión y le ofrece a su creación la oportunidad de ser como Él en naturaleza y carácter.
Y entonces, cuando Dios haya enjugado toda lágrima de nuestros ojos, cuando seamos hechos a su imagen totalmente y cuando la muerte desaparezca de escena para siempre, miraremos hacia atrás con la perspectiva y la mente de Dios y sabremos que todo ocurrió por una razón.
La razón correcta.