Todos deseamos que Dios responda nuestras oraciones, y a menudo nos preguntamos cuándo o cómo responderá. ¿Qué hacemos cuando Dios parece guardar silencio?
El Antiguo Testamento termina abruptamente. Después de que Dios les enviara mensajero tras mensajero, la Biblia nos deja con un final de suspenso.
Malaquías, el último libro del Antiguo Testamento, anuncia un futuro día ardiente como un horno (Malaquías 4:1) y al pueblo de Dios se le exhorta a recordar la ley, los estatutos y los juicios dados a través de Moisés (v. 4).
Luego, Malaquías concluye con una impresionante visión profética: “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día del Eterno, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (vv. 5-6).
Como sucede con otras profecías inspiradas, ésta es directa, convincente y, francamente, estremecedora. Pero lo que viene después para el pueblo de Dios es aún más inquietante:
Nada.
Silencio.
Silencio por casi 400 años.
Después de las últimas palabras de Malaquías, los profetas inspirados que constantemente habían predicado la Palabra, las instrucciones y el mensaje de esperanza de Dios desaparecieron de escena. Semanas, meses, años y generaciones pasaron, pero Dios parecía haberse alejado en completo silencio.
De hecho, este período se conoce como los años silenciosos, o los 400 años de silencio.
El prolongado silencio debe haber sido frustrante y desconcertante para quienes tenían esperanza y convicción en las promesas de Dios. Y esta clase de inquietud también puede estar presente en nuestras vidas individuales.
¿Cómo debemos los cristianos enfrentar el aparente silencio de Dios?
La necesidad de hablar
A los cristianos se nos dice que debemos hablar con Dios. Pablo escribió: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios” (Filipenses 4:6, énfasis añadido). La Biblia nos ordena comunicarnos con nuestro Padre.
Jesucristo instruyó claramente a sus discípulos acerca de exponer sus necesidades, deseos y preocupaciones a través de la oración (Juan 16:23-26). Y en su última Pascua, antes de ser arrestado y crucificado, les habló acerca de un futuro donde orarían a Dios regularmente: “todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:13-14).
Dios nos anima abiertamente a comunicarnos de forma directa y frecuente con Él. Es claro que desea saber lo que ocurre en la vida de sus hijos. Para más detalles acerca de la forma correcta de orar, descargue nuestra guía de estudio gratuita Cómo debemos orar.
Esperar una respuesta
Jesucristo también dijo que, cuando le oramos a Dios, debemos esperar una respuesta: “todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:22, énfasis añadido).
El enfoque de todo cristiano debería ser el mismo del salmista en Salmos 121:2: “Mi socorro viene del Eterno, que hizo los cielos y la tierra”.
Cuando le pedimos a Dios su ayuda, liberación, guía, bendición, intervención o cualquier otra cosa, debemos hacerlo con un corazón fiel y expectante —confiando en que nos responderá.
Cristo nos confirma: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido” (Juan 16:23-24).
Sin embargo, esto no significa que tengamos un cheque en blanco para cualquier petición desmedida o deseo egoísta. Jesús también dice que nuestras solicitudes deben estar de acuerdo con la voluntad de Dios y no ser motivadas por la avaricia (Lucas 22:42; Santiago 4:3). Lea nuestro artículo en línea “Lo que realmente significa orar, ‘hágase tu voluntad’” para una explicación más detallada.
Silencio
Entonces lo hacemos: oramos, hablamos con Dios. Le pedimos por los eventos que nos rodean. Expresamos nuestras preocupaciones. Pedimos su intervención, sanidad, guía, protección y muchas otras necesidades y deseos. También buscamos que nuestras peticiones estén de acuerdo con su voluntad y propósito.
A veces, Dios nos contesta directa e inmediatamente. Los impresionantes ejemplos de sanidades milagrosas y bendiciones físicas inexplicables sin duda son muy animadores. Recibir esta clase de respuestas es emocionante y a menudo nos inspira gratitud y loor.
Pero, otras veces, pareciera que Dios recibe nuestras peticiones y súplicas en silencio —un silencio estruendoso que puede provocarnos exasperación, sentimientos de incertidumbre y miedo, e incluso desesperación.
Cuatro cosas que podemos hacer cuando Dios está en silencio
Claramente, Dios no pretende provocar estas reacciones en nosotros. Entonces, ¿cómo debemos los cristianos entender y reaccionar ante el aparente silencio de Dios? Éstas son algunas ideas productivas:
1. Busque —pero realmente busque— la respuesta de Dios.
A menudo, los seres humanos nos sentimos impresionados con los sucesos dramáticos. Y hay ocasiones en las que Dios da respuestas vívidas y milagrosas. Algunos ejemplos son el cruce del Mar Rojo (Éxodo 14:15), la oración de Josué para que Dios detuviera el sol (Josué 10:12-14), los espectaculares eventos que siguieron a la oración de Elías en el Monte Carmelo (1 Reyes 18:30-39) y la respuesta a la oración de Cornelio (Hechos 10:1-8). Esas intervenciones fueron inmediatas, poderosas e indudables; y es fácil tener en mente esta clase de ejemplos esperando una respuesta igual de dramática a nuestras oraciones.
Pero con mucha más frecuencia, Dios responde a través de la Biblia, donde ha dejado principios espirituales que guían nuestras decisiones en la vida real (2 Timoteo 3:16-17). Encontrar esas respuestas requiere de tiempo, disciplina y trabajo espiritual. Dios felicita a “los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5:14).
Muchas veces Dios sí nos responde; pero debemos poner la atención suficiente como para escuchar.
2. Crecer mientras esperamos.
Cuando necesitamos algo, nuestra tendencia natural es quererlo ahora. Esperar es difícil; y esperar sin hacer nada puede incluso ser peligroso para un cristiano (Proverbios 19:15; 31:27).
En ciertas ocasiones, Dios puede usar un retraso aparente para nuestro crecimiento y entrenamiento espirituales (Hebreos 12:3-11). El objetivo de Dios es producir el “fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (v. 11).
Un cristiano nunca debería quedarse estancado. Pedro nos anima a “[crecer] en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18). Esperar por una respuesta de Dios nos da la oportunidad de desarrollar paciencia, fe, gozo, empatía y muchas otras cualidades. Los períodos de silencio pueden ser muy productivos espiritualmente.
3. Practicar perseverancia.
A veces, la respuesta de Dios puede ser “ahora no”, en lugar de simplemente “no”.
Los seguidores de Cristo deben “orar siempre, y no desmayar” (Lucas 18:1). Jesús ilustró esta actitud crucial en la conocida parábola de la viuda persistente (vv. 2-8). Dios quiere que hablemos con Él, pero también quiere que oremos con fiel determinación.
Tenemos el ejemplo de Elías, el mismo profeta que hizo caer fuego del cielo con una de las oraciones respondidas más dramáticamente en la Biblia (1 Reyes 18:30-39), quien también experimentó momentos en los que Dios pareció permanecer en silencio. Pero Elías fue perseverante y buscó la intervención de Dios siete veces (vv. 41-45). Finalmente, su perseverancia fue recompensada cuando Dios consideró que era el momento oportuno (vv. 44-45).
4. Aceptar la sabiduría divina de Dios y seguir adelante con fe.
Los seres humanos generalmente tendemos a examinar una situación e identificar la solución obvia. Según este estándar, a veces nos puede parecer que Dios no nos responde.
Tal vez buscamos diligentemente en las Escrituras, pero nunca encontramos un principio específico por el cual guiarnos. Y tal vez nos esforzamos por crecer espiritualmente mientras perseveramos una y otra vez en la oración. Pero, desde nuestra perspectiva, Dios aún permanece en silencio y ese silencio se vuelve muy difícil de soportar.
Hay ocasiones en que los cristianos debemos simplemente confiar en las prerrogativas de Dios y seguir adelante con fe. Pablo dice: “hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).
Quienes siguen adelante con fe incluso cuando se encuentran ante un aparente silencio de Dios, son elogiados en la Biblia (Hebreos 11:13-16, 39-40).
Preparación, no silencio
¿Recuerda el largo período de aparente silencio de Dios después de Malaquías?
Pues, en realidad, Dios no estaba distante ni distraído; estaba trabajando para llevar a cabo su plan para la humanidad. Durante ese tiempo, Dios permitió que ocurrieran eventos mundiales que facilitarían el establecimiento de la Iglesia del Nuevo Testamento.
Fue durante ese período de silencio que se estableció la Pax Romana (un período de paz relativa). Y esta paz relativa hizo posible que hubiera un ambiente donde la Iglesia pudo establecerse y el evangelio pudo ser predicado. Se crearon un sistema organizado de caminos, redes comerciales y un sistema confiable de correo. Todos estos avances permitieron la circulación de las cartas apostólicas y los viajes de quienes predicarían el evangelio.
Además, los judíos practicantes de la diáspora establecieron sinagogas en gran parte del Imperio Romano, creando enclaves que se convirtieron en tierra fértil para futuras congregaciones cristianas.
Todo esto ocurrió mientras Dios parecía guardar silencio.
Y de repente, el aparente silencio terminó —regresando al mismo punto donde Malaquías había concluido.
Zacarías, un sacerdote fiel, recibió una sorprendente visita del ángel Gabriel. “Tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1:13-17).
Hay veces en que Dios parece estar inactivo. Pero en realidad, está trabajando activamente para llevar muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:10).
¿Está enfrentando un aparente período de silencio en su vida? Busque la respuesta de Dios, crezca espiritualmente, persevere y siga adelante con fe.
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