¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en nuestra vida antes de bautizarnos? ¿Cómo cambia nuestra conexión con el Espíritu de Dios después del bautismo?
El apóstol Pedro fue muy claro al decir cuál es el camino para quienes quieren seguir a Dios: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
El viaje del cristianismo comienza cuando reconocemos y nos arrepentimos de nuestros pecados. El arrepentimiento luego nos conduce al bautismo, y el bautismo a recibir el Espíritu de Dios.
La Biblia dice que, cuando recibimos el Espíritu Santo, éste comienza a morar dentro de nosotros (Romanos 8:11). Nuestro cuerpo físico entonces se convierte en “templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros” (1 Corintios 6:19) y “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16).
(Lea más acerca de esto en nuestros artículos “¿Qué es el bautismo?” y “La imposición de manos”.)
Funciones del Espíritu Santo
Las Escrituras revelan que Dios pone su Espíritu dentro de los cristianos arrepentidos y bautizados. Cristo prometió que el Espíritu nos “guiará a toda la verdad” (Juan 16:13), y Pablo explica que nos ayuda a escudriñar “todo… aun lo profundo de Dios” (1 Corintios 2:10) y nos permite saber “lo que Dios nos ha concedido” (v. 12).
Pero ¿qué sucede antes del bautismo? ¿Tenemos alguna conexión con el Espíritu Santo antes de arrepentirnos de nuestros pecados?
La respuesta es sí, el Espíritu de Dios desempeña un papel muy importante en nuestra vida antes de bautizarnos. Pero para entender de qué se trata, primero debemos saber qué dice la Biblia acerca del proceso del arrepentimiento.
Dios nos guía al arrepentimiento
Las palabras griegas comúnmente traducidas como “arrepentimiento”, metanoia y metanoeo, “denotan el cambio radical y moral de una persona desde el pecado hacia Dios” (Mounce’s Complete Expository Dictionary of Old and New Testament Words [Diccionario expositivo completo de palabras del Antiguo y el Nuevo Testamento de Mounce], p. 580).
Arrepentirnos implica más que entristecernos por algo que hicimos mal. Es un cambio verdadero en nuestra forma de vida, que comienza por reconocer que nuestros pecados nos alejan de Dios y continúa cuando hacemos los cambios necesarios para dejar el pecado y acercarnos a nuestro Creador.
Pero ¿cómo llegamos al punto de hacer ese cambio?
No por nosotros mismos, claramente. La Biblia dice que “los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7). La carnalidad es el estado natural de la mente humana sin Dios. Por nosotros mismos, no podemos buscar o entender “lo profundo de Dios”. De hecho, nuestros deseos naturales a menudo se oponen directamente a su voluntad.
Es Dios mismo quien nos conduce al arrepentimiento. Jesús dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). Dios es quien nos ayuda a cruzar la brecha entre nuestra mente carnal y su mente espiritual. Como explica Pablo, la “benignidad [de Dios] te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4, énfasis añadido).
La benignidad de Dios; no nuestra. El proceso del arrepentimiento no comienza por nosotros mismos, sino por un deseo y entendimiento que Dios pone en nuestro interior. Otras escrituras dicen que Dios concede el arrepentimiento a aquellos con quienes trabaja (Hechos 5:31; 11:18; 2 Timoteo 2:25), ayudándoles a ver, entender y desear la necesidad de un cambio en su vida.
El Espíritu de Dios está activo en todos lados, no sólo en los cristianos bautizados
Si bien el Espíritu de Dios no está en nosotros hasta que nos bautizamos, está a nuestro alrededor. La Biblia dice que el Espíritu no es un ser, sino el poder y la esencia de Dios. (Lea más en nuestro artículo “El Espíritu Santo: ¿qué es el Espíritu Santo?”.)
Si usted siente que el Espíritu de Dios está trabajando activamente en su vida, ayudándole a entender “lo profundo de Dios”, es tiempo de tener en mente el siguiente paso.
Cuando Dios formó la tierra, “el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas” (Génesis 1:2). Cuando aumentó el número de líderes en Israel en el desierto, “tomó del espíritu que estaba en [Moisés], y lo puso en los setenta varones ancianos” (Números 11:25).
Cuando Balaam profetizó acerca de Israel, “el Espíritu de Dios vino sobre él” (Números 24:2). El Espíritu Santo también vino sobre el rey Saúl, el rey David y muchos de los jueces de Israel (1 Samuel 10:10; 16:13; Jueces 3:10; 6:34; 11:29; 13:25; 14:6, 19; 15:14).
A Abadías, el siervo de Acab, le preocupaba que “el Espíritu del Eterno” se llevara a Elías “adonde yo no sepa” (1 Reyes 18:12). Eliú le dijo a Job: “El espíritu de Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida” (Job 33:4). Y Cristo fue “llevado por el Espíritu al desierto” (Mateo 4:1).
Dios usó su Espíritu para dar forma al mundo y lo sigue usando para hacer su voluntad en ese mundo. Dirige, inspira, guía e interactúa con su creación por medio de su Espíritu, incluso cuando las personas no son bautizadas.
El papel del Espíritu de Dios en el arrepentimiento
Ahora unamos las piezas.
El Espíritu Santo es el poder y la esencia de Dios. Es el medio principal que Dios usa para interactuar con su creación.
Por otro lado, el bautismo es un paso fundamental para recibir ese Espíritu dentro de nosotros. El arrepentimiento es un requisito para el bautismo, y Dios trabaja con nosotros para llevarnos al arrepentimiento.
Pero ¿cuál es su método para llevarnos hasta el punto del arrepentimiento? Así es: el mismo poder que ha usado desde que formó la tierra hace muchísimos años.
Si Dios está trabajando con usted —si lo está llamando y le está ayudando a entender su verdad y la necesidad de arrepentirse— entonces lo está haciendo a través del Espíritu Santo. Lo está guiando a tener una relación más profunda con Él y está abriendo su mente a cosas que nunca podría entender sin su ayuda.
El objetivo de Dios es que usted reciba el Espíritu en su interior y comience el proceso de ser transformado a su imagen.
El Espíritu Santo es clave en nuestra transformación
De eso se trata todo el proceso. No basta con tener el Espíritu cerca de nosotros; necesitamos que sea parte de nosotros. Físicamente, fuimos creados a imagen de Dios (Génesis 1:27), pero ese fue sólo el primer paso. El objetivo final de Dios es que seamos como Él en todo sentido (1 Juan 3:2) —seres espirituales en la familia divina por la eternidad (Juan 4:24).
En otras palabras, incluso si usted no es bautizado, el Espíritu de Dios está activo en su vida. A través del Espíritu, Dios le está ayudando a entender y vivir verdades que llevan al cambio y la transformación que la mente humana por sí sola no puede entender.
Pablo explica que, sin la intervención de Dios, tenemos un velo espiritual que no nos permite entender sus verdades, pero ese velo “por Cristo es quitado” (2 Corintios 3:14). “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (v. 18).
El arrepentimiento es sólo el primer paso
Si usted siente que el Espíritu de Dios está trabajando activamente en su vida, ayudándole a entender “lo profundo de Dios”, es tiempo de tener en mente el siguiente paso.
Si ha comenzado a ver los pecados que lo separan de Dios (Isaías 59:2), y si Él lo está llevando a arrepentirse de esos pecados, entonces el bautismo y la imposición de manos es lo único que le falta para que el Espíritu de Dios que ahora trabaja con usted empiece a trabajar dentro de usted.
La diferencia entre esos dos estados es extrema. Pablo les dijo a los cristianos bautizados: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras [la garantía] de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14).
Recibir el Espíritu de Dios es tanto un sello de autenticidad como una garantía (o anticipo) de nuestra herencia como hijos e hijas de Dios.
El proceso de llegar a entender cuánto necesitamos que el poder transformador del Espíritu de Dios esté dentro de nosotros es un elemento fundamental para ser cristianos que están en proceso, pero está lejos de ser el último paso. Cuando recibimos el Espíritu Santo, nuestro trabajo es permitir que Dios nos transforme de adentro hacia afuera mientras avanzamos “hacia la madurez” (Hebreos 6:1, Nueva Versión Internacional).
A través de Pedro, Dios nos promete: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). La Biblia revela que el Espíritu de Dios está directamente involucrado en el proceso de guiarnos hasta el punto de recibirlo.
Pero la decisión que tomemos en ese punto —y las decisiones que tomemos a cada paso después— dependen por completo de nosotros.
(Vea nuestra Infografía “7 pasos del llamamiento cristiano”, para que pueda hacerse una idea de lo que significa seguir a Dios).