Pablo les dijo a los cristianos que debían examinarse a sí mismos antes de la Pascua del Nuevo Testamento. ¿A qué se refería cuando advirtió que podemos ser reprobados o indignos?
Sin duda es uno de los versículos más intimidantes de la Biblia:
“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5).
En su primera carta a los corintios, Pablo les dio las siguientes instrucciones en preparación para la Pascua:
“De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí. Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen” (1 Corintios 11:27-30).
(Descubra qué es la Pascua y por qué es importante en: “La Pascua: ¿qué hizo Jesús por usted?”.)
Estos versículos pueden ser preocupantes para cualquier cristiano en progreso. Cada uno de nosotros conoce sus faltas y defectos mejor que nadie. Sabemos los pecados con los que luchamos. Sabemos cuántas veces hemos tenido que orar por perdón. Y sabemos qué tan lejos estamos de nuestra meta.
Muchos de nosotros tenemos esa duda —las incesantes preguntas que nos asaltan en los momentos de silenciosa introspección:
¿Estoy reprobado? ¿Soy indigno? ¿Vive Jesucristo realmente en mí? ¿He fallado en discernir el cuerpo del Señor?
Hablemos acerca de eso.
Lo que quiso decir Pablo
Cuando Pablo escribió “probaos a vosotros mismos”, usó una forma del verbo griego dokimazo. Éste es el mismo verbo que utilizó en la frase “pruébese cada uno a sí mismo”.
Lamentablemente hay un aspecto de este término que se pierde en su traducción. En español, cuando “probamos” o examinamos una cosa, puede ser porque sospechamos que algo no está bien. Pero ése no es el caso con dokimazo.
Como la mayoría de las civilizaciones, el Imperio Romano tuvo que lidiar con la falsificación de dinero. La forma más fácil de falsificar una moneda romana era hacer un duplicado con un metal más barato (como el cobre) y revestirlo de un metal precioso (como la plata).
Entonces, la manera de identificar esas monedas falsas era golpearlas con un cincel para ver su interior. Un comprobador de monedas oficial hacía estas hendiduras en las monedas para ver si eran genuinas. Si las monedas pasaban la prueba, eran dokimos —aprobadas, genuinas. Si no la pasaban, eran adokimos— reprobadas, falsas.
Entonces, la expectativa es que usted pase la prueba también.
La particularidad de dokimazo es que implica una expectativa. El enfoque del examen no era exponer algo falso, sino verificar su autenticidad. HELPS Word-studies [Diccionario HELPS] explica que dokimazo “se realiza para comprobar lo que es bueno, i.e. pasa la prueba… no se enfoca en reprobar algo (i.e. demostrar que es malo)”. Aunque algunas monedas no pasaban la prueba, la expectativa era que lo hicieran.
Entonces, la expectativa es que usted pase la prueba también.
Hacer un autoexamen no debería dejarnos con dudas
Las personas se parecen mucho a estas monedas antiguas. Todos pueden ver lo que hay en su exterior, pero sólo usted y Dios saben lo que lleva por dentro. Sólo usted y Dios conocen sus pensamientos y deseos más profundos. Sólo usted y Dios saben si realmente toma en serio y se dedica a su camino de vida.
Esto no debería ser un misterio para nosotros. La pregunta de Pablo —“¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?”— implica que deberíamos conocernos a nosotros mismos. Deberíamos saber si Cristo está en nosotros y si estamos o no reprobados.
¿Es su exterior un reflejo fiel de lo que lleva dentro? ¿Es usted la misma persona en privado que en público? ¿Está realmente comprometido o sólo aparenta estarlo?
¿Es usted dokimos o adokimos?
Nuestro autoexamen no revelará perfección
No se trata de que seamos perfectos.
No podemos ser perfectos. No en esta vida.
Sólo el sacrificio de Jesucristo nos hace dignos —no hay nada que podamos hacer para hacernos dignos a nosotros mismos.
Cuando los miembros de la Iglesia de Dios se reúnan este año para comer del pan y beber del vino de la Pascua del Nuevo Testamento, ninguno será digno. Sólo el sacrificio de Jesucristo nos hace dignos —no hay nada que podamos hacer para hacernos dignos a nosotros mismos.
Pero lo que sí podemos hacer es comer y beber de una manera digna. Podemos comer la Pascua con una profunda gratitud y respeto por el cuerpo y la sangre de Jesucristo. Podemos tomar los símbolos con entendimiento de cuánto costó nuestra justificación ante Dios. Podemos ser conscientes de que no nos ganamos el “derecho al árbol de la vida” (Apocalipsis 22:14), sino que nos fue dado por medio de un sacrificio que jamás podríamos merecer.
(Lea más acerca de ese sacrificio en: “Por qué Jesús tuvo que morir”.)
Cuando nos arrepentimos, nos bautizamos y aceptamos que quienes somos ahora no es lo que Dios espera que seamos, nos comprometemos a una vida de cambio —una vida de vencer las influencias de este mundo y nuestra propia debilidad humana. Una vida de esfuerzo genuino, con la ayuda de Dios, pero sin alcanzar aún “la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13).
Es decir, a una vida de no ser perfectos.
Pero eso no significa que estemos reprobados. Simplemente es la condición de un humano que busca ser como Dios. Ser reprobados se trata de ser falsos: hacernos pasar por cristianos cuando, en realidad, no tenemos la intención ni el deseo de siquiera intentar seguir ese camino de vida.
Usted sabe si eso lo describe o no. De eso se trata probarnos y examinarnos a nosotros mismos.
Pablo le dijo a Timoteo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado [dokimos], como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
Ningún cristiano en progreso debería terminar su autoexamen con dudas de si está secretamente reprobado. Si usted está buscando a Dios, si está arrepintiéndose de sus pecados y esforzándose por reemplazarlos con el carácter de Dios (aunque tropiece varias veces en el camino), si el cristianismo es más que una pantalla que pone por el bien de los demás, entonces usted es dokimos.
Y si es dokimos, es un obrero que no tiene de qué avergonzarse.