De la edición Enero/Febrero 2023 de la revista Discernir

Por qué los cristianos no pueden amar al mundo

Dios es amor y, como cristianos, somos llamados a ser como Él. Pero Dios nos dice que no amemos al mundo ni las cosas que están en él. ¿Qué significa esto? ¿Es posible no amar al mundo?

No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo” (1 Juan 2:15).

Eso es mucho pedir de parte del apóstol Juan.

Después de todo, vivimos en el mundo y sin duda hay cosas buenas en él. ¿Cómo puede pedirnos Dios que no lo amemos?

Y ¿cómo puede pedirnos no amar al mundo cuando Él mismo “de tal manera amó… al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16)?

Esto parece una contradicción. Pero si creemos que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios, sabemos que nunca se contradice, sólo tiene algunos aspectos que requieren un poco de atención.

Como cristianos en progreso, es absolutamente vital que entendamos por qué Dios inspiró esta advertencia.

A qué mundo se refiere Juan

La primera clave para entender este pasaje es analizar las palabras que usa Juan. En el griego bíblico, las palabras traducidas como “mundo” (kosmos) y “amor” (agapao) pueden tener varios significados —al igual que en español.

En la Biblia, “el mundo” a menudo describe los elementos morales, espirituales y físicos que separan (y oponen) a la raza humana del camino de Dios. Juan explica que el mundo “no nos conoce, porque no le conoció a él [Jesucristo]” (1 Juan 3:1), y Pablo amplía el concepto diciendo que “los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7, énfasis añadido).

William Barclay explica que “kosmos adquirió un sentido moral. Comenzó a significar ‘el mundo aparte de Dios’” (The Letters of John and Jude [Las cartas de Juan y Judas], p. 63).

En otras palabras, Juan no estaba diciendo que no debemos amar el mundo físico que Dios creó o a la raza humana que lo habita. Cuando dijo “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo”, se refería al camino de vida que deja fuera a Dios.

Existe una gran brecha entre el mundo, los que “son de la carne” y “piensan en las cosas de la carne”, y el pueblo de Dios, los que “son del Espíritu” y piensan “en las cosas del Espíritu” (Romanos 8:5). Aunque todos vivimos en el mismo planeta físico, la Biblia revela que vivimos en mundos diferentes.

El amor del que Juan habla

Juan mostró que su advertencia iba más allá cuando dijo: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15, énfasis añadido).

Amar al mundo no sólo es una mala idea —Juan quería hacernos entender que es incompatible con el amor de Dios.

Cuando entendemos lo que Juan quiso decir con “el mundo”, es evidente porque estas dos cosas son incompatibles. ¿Cómo podríamos amar a Dios y al mismo tiempo amar una forma de vida que lo rechaza?

Pero hay más. Juan también estaba haciendo un contraste entre dos formas diferentes de amor. No estaba hablando de un amor altruista que busca lo mejor para otros; estaba hablando de deseos.

“Aquí… el pensamiento se refiere al placer que la persona espera recibir del objeto de su amor. Amar en este sentido significa sentirse atraído por algo y querer disfrutarlo; es un apetito y deseo” (I. Howard Marshall, The Epistles of John [Las epístolas de Juan], p. 143).

Entonces, aquí amar al mundo no significa tener cuidado del mundo como como Dios lo tiene. Significa querer el mundo —querer lo que ofrece, querer ser parte de él, querer poseerlo.

Ahora el significado de las palabras de Juan queda más claro:

Si queremos establecer nuestro hogar en un mundo que rechaza por completo a Dios, entonces no amamos a Dios.

Cómo identificar “las cosas que están en el mundo”

Para explicar mejor su punto, Juan menciona tres elementos que nos ayudan a identificar de una forma práctica “las cosas que están en el mundo”, tres categorías que pueden ayudarnos a determinar si nos estamos dejando llevar por un estilo de vida que Dios rechaza:

“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16).

Otra vez, es importante analizar las palabras de Juan. Por ejemplo, la palabra griega traducida como “deseo” (epithumia) no es inherentemente mala. Antes de morir, Jesús deseaba (epithumia, Lucas 22:15) comer la Pascua con sus discípulos. Nuestros deseos se convierten en un problema cuando se oponen a Dios o nos llevan a cosas que Él prohíbe (Santiago 1:14-15).

Las tres categorías de Juan definen tres clases de deseos que provocan exactamente eso. Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida no son deseos conforme a Dios. En cambio, pertenecen a un mundo que se opone a su soberanía.

¿Qué son los deseos de la carne?

Barclay escribe: “Los deseos de la carne hacen caso omiso de los mandamientos de Dios, sus juicios, sus estándares y su misma existencia” (The Letters of John and Jude [Las cartas de Juan y Judas], p. 64). Al igual que el mundo, la carne (nuestro cuerpo físico) no está interesada en lo que Dios quiere —está interesada en lo que ella quiere.

Si buscamos y deseamos lo que se ve bien, pero no nos detenemos a pedirle a Dios que nos muestre lo que es bueno, entonces los deseos de los ojos también nos alejarán de Él.

Es cierto que Dios nos diseñó para tener ciertos deseos y disfrutar cuando los satisfacemos. Deseamos comida, y la comida puede ser deliciosa. Deseamos amistad, y las amistades pueden ser gratificantes. Pero Juan estaba hablando de una vida controlada por los deseos de la carne —una vida donde la carne toma las decisiones de qué hacer y cuándo.

Dios no quiere que nos convirtamos en ascetas, que nos distanciemos de todo lo agradable que la vida ofrece. Pero tampoco quiere que seamos hedonistas: “el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal” (Filipenses 3:19).

Cuando dejamos que los deseos de la carne controlen nuestra vida, nos alejamos de Dios y escogemos el mundo.

¿Qué son los deseos de los ojos?

Los deseos de los ojos pueden describirse como “la tendencia a dejarse cautivar por la apariencia de las cosas sin inquirir acerca de sus verdaderos valores” (C.H. Dodd, Johannine Epistles [Epístolas de Juan], p. 41) —o, dicho de una forma más poética, son “el amor a la belleza divorciado del amor al bien” (Robert Law, The Tests of Life [Las pruebas de la vida], p. 151).

Nuestros ojos perciben cuando algo es atractivo. Pero si la belleza es nuestro único estándar, si lo único que nos importa son las apariencias, inevitablemente estaremos en conflicto con Dios: “porque el Eterno no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Eterno mira el corazón” (1 Samuel 16:7).

Si buscamos y deseamos lo que se ve bien, pero no nos detenemos a pedirle a Dios que nos muestre lo que es bueno, entonces los deseos de los ojos también nos alejarán de Él.

¿Qué es la vanagloria de la vida?

Una vez más, las palabras que Juan usa son importantes. La frase griega traducida como “vanagloria de la vida” también puede traducirse como “vanagloria de las posesiones” o “la vanagloria vacía de la vida”. La expresión se basa en una palabra particular que se refiere a “la jactancia que exagera lo que posee para impresionar a otros” (Marshall, The Epistles of John [Las epístolas de Juan], p. 145).

Los deseos de la carne y de los ojos culminan en la vanagloria vacía de la vida —una constante necesidad de parecer importantes y exitosos ante otros, sin importar cuál sea la verdad. No importa cuánto tengamos, la vanagloria de la vida es un deseo que nos impulsa a promocionarnos y a jactarnos de nosotros mismos y nuestros logros. Esto es fruto de una existencia vacía que nos lleva a ignorar las verdaderas riquezas espirituales que Dios nos ofrece.

El mundo pasa, pero no el pueblo de Dios

Juan concluye su pensamiento haciendo énfasis en la insensatez de buscar lo que el mundo ofrece:

“Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17).

El mundo del que Dios nos ordena alejarnos y salir, es un mundo que va a terminar. Sus placeres, sin Dios, son temporales y vacíos; y como cristianos en progreso, no podemos darnos el lujo de amar (desear, querer) este mundo y su vanagloria.

En cambio, “esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13).

Un mundo mejor vendrá pronto. No podemos perderlo por amar un mundo que no perdurará.

Si desea profundizar en este tema puede leer nuestro folleto gratuito El mundo que vendrá: cómo será.

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