Una de las cosas más difíciles que los cristianos somos llamados a hacer es “poner la otra mejilla”. Pero Dios espera que aprendamos a hacerlo en nuestras interacciones con los demás.
En el Antiguo Testamento, Dios enseñó el siguiente principio de justicia: “el que causare lesión en su prójimo, según hizo, así le sea hecho: rotura por rotura, ojo por ojo, diente por diente; según la lesión que haya hecho a otro, tal se hará a él” (Levítico 24:19-20).
Según los comentaristas, el propósito de esta instrucción era poner un límite a los castigos para que a nadie se le impusiera una pena mayor de la que merecía. Otros versículos (como Éxodo 21:29-30) sugieren que los jueces podían elegir una sanción monetaria en lugar de extraer un diente literal al imputado.
Lamentablemente, con el tiempo este principio parece haber mutado de una protección legal a un derecho percibido. “Ojo por ojo” ahora se entiende como un concepto que le permite (casi exige) a una persona ofendida extraer hasta la última gota de compensación —hasta el último diente metafórico— que le corresponde.
Cristo dice que pongamos la otra mejilla
Pero siglos más tarde, en su famoso Sermón del Monte, Jesús les dio a sus seguidores un estándar más elevado:
“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses” (Mateo 5:38-42).
La pregunta obvia que surge es: ¿espera Cristo que nos dejemos pisotear?
¿Qué significa “no resistáis al que es malo”?
Cristo ejemplificó el significado práctico de “no resistir al que es malo” en tres contextos diferentes.
El primero es físico. Una bofetada en la mejilla es un acto de humillación evidente y a menudo público. Pero en lugar de responder, Jesús dijo que debemos poner la otra mejilla y prepararnos para el siguiente golpe (v. 39).
El segundo contexto es financiero. La expresión “ponerte a pleito” se refiere a una demanda donde alguien reclama algo que nos pertenece (Reina Valera Actualizada 2015). En este escenario, Cristo dijo que en lugar de defendernos debemos aceptar la pérdida antes de que el juicio comience, dando incluso más de lo requerido (v. 40).
El tercer contexto tiene que ver con nuestra libertad. En la antigua Roma, los oficiales y soldados romanos podían legalmente “forzar” a las personas a realizar ciertas tareas para el gobierno (v. 41), como dejar de inmediato lo que estaban haciendo para llevar un mensaje, servir de guías locales o ayudar a transportar equipamiento. (Esto fue lo que sucedió con Simón de Cirene en Mateo 27:32.) En lugar de resistirnos a una situación así, dijo Cristo, debemos hacer incluso más de lo esperado.
¿Estaba Cristo dándole un cheque en blanco a cualquiera que nos odie para aprovecharse de nosotros? ¿Somos malos cristianos si intentamos protegernos del abuso de gente malintencionada?
Jesús usó hipérboles para enfatizar
En más de una ocasión, Cristo usó la hipérbole —exageración para enfatizar— con el fin de darse a entender. Pocos versículos antes, por ejemplo, le dijo a su audiencia que era mejor cortarse las manos y sacarse los ojos que pecar (Mateo 5:29-30). Pero si esta instrucción hubiera sido literal, todos en la Iglesia del primer siglo hubieran sido mancos y ciegos. El punto de esta hipérbole en particular era que debemos sacar de nuestra vida las cosas que nos lleven a tomar decisiones pecaminosas. Lo mismo sucede con los ejemplos que Jesús dio acerca de no resistir a una persona mala; su propósito no es que los sigamos literalmente siempre y sin tomar en cuenta el contexto.
Cuando un oficial golpeó a Cristo en la cara antes de su crucifixión, Él lo desafió a justificar su ataque (Juan 18:19-23). Cuando Pablo estaba a punto de ser azotado por predicar el evangelio, invocó sus derechos legales como ciudadano romano (Hechos 22:23-29). Aunque tanto Pablo como Cristo también sufrieron pacientemente otras injusticias, ejemplos como estos demuestran que poner la otra mejilla es un principio de la vida cristiana, y no un mandamiento que debemos obedecer literalmente siempre.
Entonces la verdadera pregunta es: ¿cómo quiere Dios que vivamos este principio?
Cuándo poner la otra mejilla
No es muy probable que alguien nos golpee o demande sin alguna especie de aviso. Esos momentos generalmente son puntos culminantes a los que se llega en ascenso gradual.
También en el Sermón del Monte, Cristo dijo que los pacificadores “serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Y Pablo más tarde elabora: “No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:17-18).
Por un lado, nunca debemos buscar venganza. Pero para realmente vivir en paz con todos, todas las partes deberían hacer el esfuerzo de buscar la paz. Obviamente ese no siempre será el caso. Como pacificadores, nuestro deber es tratar de frenar los conflictos antes de que empeoren, pero a veces incluso nuestros mejores esfuerzos para aclarar las cosas y llegar a un acuerdo no prosperarán.
Cuando las situaciones escalan al punto de que es imposible reconciliarse, Dios espera que controlemos nuestra naturaleza humana y evitemos atrincherarnos en una pelea. Aquí es donde entra el principio de poner la otra mejilla, según Jesucristo lo ejemplificó. Si la otra parte está tan enojada que intenta humillarlo, acepte el daño en lugar de vengarse. Si está lista para llevarlo a juicio por algo que le pertenece a usted, entregue más de lo que se le pide. Si está invadiendo su libertad, vaya más allá y haga más del mínimo requerido.
Excepciones
Dicho esto, si constantemente nos vemos en la necesidad de usar estos principios, tal vez sea tiempo de considerar un cambio de ambiente o de las personas con las que nos relacionamos. Poner la otra mejilla y meter la cabeza donde seguro nos darán una golpiza son dos cosas muy diferentes.
Nuestro trabajo es hacer lo correcto, el bien, recordando que Dios está a cargo y tiene un plan.
Proverbios 22:3 nos habla acerca de la sabiduría de prevenir inconvenientes, como las situaciones que podrían terminar en conflicto, y evitarlos proactivamente.
Cuando hemos ofendido a alguien (o incluso si se percibe que lo hemos hecho), debemos hacer todo lo posible para remediarlo, aun si salimos perdiendo.
Pero hay ocasiones, especialmente cuando se trata de un juicio, en que es correcto defendernos.
Si, por ejemplo, una demanda está basada en mentiras y nos dejaría en la ruina, o si un cónyuge abusivo está exigiendo derechos de custodia, Cristo no nos pide que nos quedemos callados y dejemos que la otra parte gane. El hecho de que Pablo haya usado sus salvaguardas legales (Hechos 22:23-29) demuestra que a veces los cristianos podemos y debemos hacer lo mismo.
Por qué poner la otra mejilla
¿Dónde está la línea divisoria? No siempre es tan claro como nosotros quisiéramos. En una situación compleja, tal vez necesitemos orar (¡o incluso ayunar!) y buscar consejo sabio antes de reconocer el camino correcto. Pero el principio que Cristo dio es claro:
Poner la otra mejilla no significa darse la vuelta y hacerse el muerto ante la primera señal de conflicto. Significa rehusarnos a exigir ojo por ojo incluso cuando creemos que tenemos el derecho de hacerlo. Significa dejar ir lo que sentimos que merecemos para que otros puedan ver cómo debería actuar un cristiano en progreso.
Aceptar un golpe (real o metafórico) inmerecido puede ayudar a resolver el problema. Si es evidente que no estamos buscando una pelea —que estamos dispuestos a dar más de lo necesario— la otra parte podría ablandarse y ceder.
O puede que no lo haga. No hay garantía. Aunque resolver el problema sería un subproducto bienvenido de poner la otra mejilla, no es la razón por la que lo hacemos.
Como dice Pedro, Jesucristo nos dejó el ejemplo perfecto cuando murió por nuestros pecados: “si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas... quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:20-21, 23).
Cristo tenía todo el derecho de llamar a “doce legiones de ángeles” (Mateo 26:53) para que lo rescataran de quienes buscaban matarlo. Pero eligió dejar su destino en las manos de Dios el Padre.
Los cristianos le dejan la venganza a Dios
Poner la otra mejilla sin duda puede dejarnos con la sensación de que nos estamos dejando pisotear. Pero en realidad, lo que estamos haciendo es dejar que Dios se encargue de una situación que nosotros no podemos manejar. Pablo les recordó a los romanos: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19).
Se resuelva el problema o no, el principio de poner la otra mejilla (ser más generosos de lo requerido, hacer más de lo que se nos pide) deja el resultado final en las manos del Dios que juzga justamente. “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (1 Pedro 4:19).
¿Intentarán los demás aprovecharse de nosotros cuando ponemos la otra mejilla? Por supuesto. Pero eso no es lo importante. Nuestro trabajo es hacer lo correcto, el bien, recordando que Dios está a cargo y tiene un plan.
“No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:9).
Descubra más acerca del plan de Dios para la humanidad en nuestro Viaje de siete días El plan de Dios.
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Nota: ¡Gracias a los muchos ministros con años de experiencia en consejería que me dieron su contribución!