Llegar a la edad dorada tiene sus desafíos. La manera en que servimos a los hermanos tal vez deba cambiar, pero Dios tiene tareas especialmente diseñadas para los cristianos mayores.
Dios nos dio cuerpos temporales.
Es bastante fácil ignorar esta verdad durante las primeras décadas de nuestra vida, pero eventualmente, todos envejecemos.
Envejecer puede ser deprimente. Es cierto que nuestros cuerpos son temporales, pero son nuestros cuerpos temporales, y ver cómo su eficiencia y efectividad van decreciendo no es fácil.
A medida que envejecemos, tardamos más y más en realizar nuestras labores cotidianas. Las heridas tardan más en sanar. Los malestares y las dolencias aparecen sin aviso y se niegan a desaparecer. Los ojos y los oídos ven y oyen menos que antes, y la brecha entre lo que queremos y podemos hacer comienza a agrandarse. Nos parece que el mundo cambia más rápido de lo que lo podemos seguir.
Incluso en una congregación con muchas personas del pueblo de Dios, llega un punto en el que los miembros de más edad pueden sentirse una carga, incapaces de contribuir como lo hacían antes.
Tal vez usted se ha sentido así. Tal vez, en la medida que envejece, se ha preguntado si aún queda algo en lo que pueda servir.
Todos los miembros tienen un papel
Pablo nunca se hizo esta pregunta. Él escribió que la Iglesia, el Cuerpo espiritual de Cristo, está “unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro” (Efesios 4:16).
“Cada miembro”. Sin requisitos. Pablo no escribió “la actividad propia de cada miembro —a menos de que no tenga nada con qué contribuir”. El solo hecho de que usted sea parte del Cuerpo de Cristo implica que tiene algo con qué contribuir y que Dios mismo ha diseñado una labor para usted. “Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (1 Corintios 12:18).
Anticipando que algunos de los miembros se sentirían ineptos para la tarea, Pablo agregó: “los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios” (v. 22) y explicó que Dios nos puso donde lo hizo “para que no haya desavenencia [división] en el cuerpo, sino que los miembros todos se preocupen los unos por los otros. De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan” (vv. 25-26).
Ahí lo tiene. Usted tiene un trabajo que hacer en el Cuerpo de Cristo.
¿Cuál es?
Cómo servir en la edad dorada
Sería imposible escribir una lista exhaustiva de las maneras en que un miembro de la tercera edad puede servir en su congregación. Cada miembro es diferente, cada situación distinta y no hay dos congregaciones iguales.
Además, seré el primero en admitir que escribo desde una perspectiva externa. Si usted es un cristiano de la tercera edad, no sé exactamente lo que significa estar en sus zapatos. No puedo entender a cabalidad lo que enfrenta día tras día y no lo insultaré fingiendo que lo hago.
Pero lo que sí puedo hacer es analizar algunos principios generales. La Biblia tiene mucho que decir al respecto y, aunque yo no he llegado a donde usted está, puedo decir que a lo largo de los años, muchísimos cristianos de la tercera edad han tenido un impacto positivo en mi vida. Entonces, entiendo el impacto que usted también puede tener.
Éstas son tres maneras específicas en las que un cristiano de la edad dorada puede servir en su congregación. Si bien la mayoría de los miembros también pueden hacer estas cosas, usted tiene la oportunidad de hacerlo de forma única.
1. Un cristiano de la edad dorada puede crear lazos.
Tal vez esté pensando, “Bueno, sí, pero cualquiera en la congregación puede hacerlo”.
Y no está equivocado. Toda la Iglesia puede (¡y debería!) hacer un esfuerzo conjunto por formar y fortalecer relaciones unos con otros. Pero su esfuerzo puede marcar una gran diferencia. Si se pregunta por qué, regrese en el tiempo algunas décadas atrás y piense en su juventud. ¿Cómo se sentía cuando alguien mayor le daba la bienvenida, lo aceptaba y le pedía su opinión? ¿Cómo sentía cuando lo ignoraban, despreciaban o se burlaban de lo que era importante para usted?
Ahí está la respuesta.
Una congregación promedio se compone de varias generaciones de cristianos, y usted tiene la capacidad de cerrar esas brechas generacionales de una manera que pocos pueden. Pablo escribió: “ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros” (1 Corintios 12:20-21).
Usted puede acercarse a alguien con menos experiencia de la vida y decirle con sus acciones: “Te veo. Te escucho. Me importas”. Esta clase de interacciones puede borrar las divisiones generacionales y fortalecer a la congregación incluso más que cualquier sermón.
También le permitirá aconsejar y compartir su sabiduría de forma más efectiva. Usted ha pasado más tiempo en esta Tierra que muchos en su congregación y, como resultado, ha visto y experimentado bastante. Ha aprendido lecciones valiosas y difíciles y ha cosechado un entendimiento especial de cómo funciona la vida. Pero la sabiduría, los consejos y la corrección (especialmente la corrección) rara vez se transmiten bien de un extraño a otro. Es mucho más fácil escuchar “Ésa es una mala idea” de alguien que nos conoce y ama, que de alguien que no nos conoce para nada.
Ésa es una de las razones por las que es tan importante formar lazos. Construir primero esos puentes nos facilita dar (y a veces recibir) críticas constructivas y consejos en general.
2. Un cristiano de la edad dorada puede ser un ejemplo.
Obviamente, los consejos sólo llegan hasta cierto punto. Aún más importante que sus palabras, es su forma de vivir.
Usted es, en primer lugar, un cristiano. Un discípulo de Jesucristo. Y mientras más tiempo lleve en este camino de vida, más evidente debería ser su conversión en lo que dice y hace. Si es así, otros lo notarán; y si no lo es, también lo notarán.
Como un cristiano de edad (especialmente si ha seguido a Dios por décadas), usted representa algo. Es un ejemplo vivo de lo que una persona puede llegar a ser tras una vida de obedecer la Palabra de Dios.
¿Es usted un modelo que los demás quieren imitar? ¿O es su vida una advertencia de lo que deben evitar?
No necesita ser perfecto. Nadie espera que lo sea. Usted es un cristiano en progreso, como el resto de nosotros. Pero para muchos en la congregación, usted es un precursor —alguien que ayudó a explorar el camino que ahora caminamos. Los demás necesitan ver en usted a una persona que se esfuerza por hacer lo correcto y cuya vida evidencia el fruto del Espíritu.
Pablo les dijo a los Filipenses: “Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros” (Filipenses 3:17). Una de las mejores maneras en las que puede servir a su congregación es convertirse en un ejemplo para los demás.
3. Los cristianos de la edad dorada pueden pasar la batuta.
“Pasar la batuta” suena muy parecido a “quedar obsoleto”, pero nada podría estar más alejado de la verdad.
En una carrera de relevos, cuando un corredor se acerca al final de su vuelta, el siguiente comienza a correr antes de recibir la batuta.
¿Por qué? Porque eso les ayuda a mantener el ritmo. Si el primer corredor tuviera que detenerse por completo para pasarle la batuta a otro corredor detenido, el equipo perdería segundos valiosos en la carrera. Pero la batuta se pasa en un momento clave: cuando ambos corredores están sincronizados, corriendo en la misma dirección y a la misma velocidad.
En el sentido espiritual, pasar la batuta no significa salir de la carrera o volverse innecesario. Significa ayudar a los siguientes corredores para que corran su carrera —correr en sincronía con ellos y prepararlos para el día en que nuestra carrera termine.
Usted no estará aquí para siempre. Tampoco sus experiencias, lecciones, ni el entendimiento que ha adquirido durante su vida... a menos de que los traspase. Ésa es su batuta, ése es el regalo que puede darle al corredor siguiente.
Usted ha aprendido mucho durante su carrera (tanto la forma de hacer las cosas como la forma de no hacerlas) y ahora tiene la oportunidad de compartir lo que ha aprendido con quienes se preparan para correr su propia carrera.
Cuando Pablo se acercaba al final de su vida, le dijo a Timoteo: “Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:5-8).
Pablo cultivó una relación con el joven Timoteo, le dio un ejemplo que podía imitar y compartió lecciones aprendidas y mensajes de ánimo con su “hijo en la fe” (1 Timoteo 1:2). Así, cuando llegó a su línea de meta personal, el apóstol sabía que había hecho todo lo posible para pasar la batuta que Dios le había dado.
Como Pablo, usted tiene la oportunidad de terminar su carrera con esa confianza. Dios le ha dado un lugar especial dentro del Cuerpo de Cristo para que contribuya a su congregación de forma única. Edifique relaciones, sea un ejemplo y, siempre que pueda, pase la batuta a quienes comienzan su carrera. Nadie puede hacer estas cosas como usted.
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