El Antiguo Testamento está lleno de historias de fe, pero la palabra “fe” no se encuentra a menudo. En cambio, muchas veces se usa el concepto de “fidelidad”. ¿Qué podemos aprender de este detalle?
Algunos se han preguntado por qué la palabra fe es tan escasa en el Antiguo Testamento.
Parece extraño que sea así. De hecho, no encontramos esta palabra ni una vez en el relato de Abraham, el padre de la fe —y su historia la encontramos en 15 capítulos de Génesis.
Los escritores del Nuevo Testamento, en cambio, usaron una palabra griega que se traduce como “fe” cientos de veces, y todos ellos consideraban el Antiguo Testamento como parte de las Sagradas Escrituras. Entonces, ¿qué debemos concluir de esta diferencia? ¿Podemos entender mejor el concepto de fe en el Nuevo Testamento cuando tenemos en cuenta el enfoque en la fidelidad del Antiguo?
Fe, fidelidad y los pactos del Antiguo Testamento
Aunque la palabra fe rara vez se usa en el Antiguo Testamento, el concepto está por todos lados. Noé actuó por fe cuando construyó el arca. Cuando a Abraham se le pidió sacrificar a Isaac, obedeció actuando por fe. Moisés sacó a los israelitas de Egipto por fe. Y Ana actuó por fe cuando cumplió el voto que le había hecho a Dios de consagrar a su hijo Samuel.
Abraham, Moisés y David fueron descritos como hombres fieles. Y Hebreos 11 hace una larga lista de personas del Antiguo Testamento que tuvieron fe.
Claramente, el concepto de la fe llena las páginas del Antiguo Testamento, a pesar de que la palabra exacta, no.
Por otro lado, un ejemplo evidente de su énfasis en la fidelidad es la relación de Dios con su pueblo en el Antiguo Testamento, particularmente con la nación de Israel. La Biblia describe esta relación en términos de pacto.
En palabras simples, un pacto es un acuerdo. Es comparable a un contrato en la actualidad. Dios hizo un pacto formal con Israel en el Monte Sinaí (Éxodo 19:4-6). Cuando pensamos en un pacto del Antiguo Testamento, a la mayoría se nos viene a la mente éste.
Pero éste no es el único pacto que Dios hizo. También hizo pacto con Noé (Génesis 6:17-19) y con Abraham (Génesis 15:1, 18; 17:1-22). Y ya había establecido un pacto con Israel, los descendientes de los patriarcas, antes del pacto del Monte Sinaí (Éxodo 6:3-5).
Los pactos de Dios nos ayudan a entender la relación entre la fe y la fidelidad. Como explica Zondervan’s Pictorial Encyclopedia of the Bible [Enciclopedia pictórica de la Biblia de Zondervan], “El enfoque del fiel trato de Dios hacia su pueblo, y la respuesta de su pueblo hacia Él, se encuentra en la relación de pacto que Dios estableció con ellos”.
La fidelidad de Dios
La palabra “pacto” aparece en el Antiguo Testamento más de 300 veces. Algunas instancias describen pactos entre seres humanos, como el que Abraham hizo con Abimelec, el rey de los filisteos (Genesis 21:22-34), o el de Jacob con su suegro Labán (Genesis 31:43-55).
Pero muchos de los pactos se llevan a cabo entre Dios y seres humanos, y en todos ellos, Dios hace promesas. En su primer pacto con Noé, Dios le prometió que lo protegería a él, su familia y los animales del Diluvio (Génesis 6:17-19). Y cuando Dios prometió multiplicar a los descendientes de Abraham y hacerlo “padre de muchedumbre de gentes” (Génesis 17:4), lo hizo a través de un pacto.
La Biblia demuestra que Dios es fiel a su palabra. “Dios… se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob” (Éxodo 2:24) antes de aparecerse ante Moisés en la zarza ardiente (Éxodo 3).
El hecho de que Dios siempre cumple sus promesas se describe en la Biblia como “fidelidad”: “Conoce, pues, que el Eterno tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Deuteronomio 7:9).
Fidelidad y deslealtad en Israel
Pero la fidelidad de Dios es sólo una cara de sus pactos; la mayoría de ellos también requería algo del pueblo de Dios. En el Monte Sinaí, por ejemplo, la promesa de Dios acerca de hacer de Israel “mi especial tesoro sobre todos los pueblos”, dependía de la obediencia de ellos (Éxodo 19:5).
El Padre nos ama, y por esa razón no deberíamos preocuparnos ni temer.
Lamentablemente, en la historia de Israel vemos un ciclo que comenzaba con su deslealtad a Dios, luego cesaban sus bendiciones y protección, y finalmente gemían de desesperación. Una vez liberados, los israelitas rápidamente se olvidaban de Dios otra vez y repetían el ciclo. Este patrón es especialmente evidente en el libro de Jueces.
La Biblia describe esta deslealtad con Dios como prostitución (Jueces 2:16-18, Nueva Versión Internacional) o fornicación (Jeremías 3:8-10). La metáfora es adecuada porque fornicar es sostener una relación ilícita donde un individuo es infiel a su cónyuge, así como Israel fue infiel en su relación con Dios.
Esta metáfora es el mensaje central de todo un libro de profecía. Dios le ordenó a Oseas: “tómate una mujer fornicaria” (Oseas 1:2). Gomer, la esposa de Oseas, representaba al desleal Israel, mientras que Oseas representaba a Dios. Dado que el matrimonio es una relación de pacto, la ilustración encaja perfectamente con la deslealtad del pueblo de Dios.
Un Nuevo Pacto
La deslealtad del antiguo Israel comprobó el hecho de que no tenían “tal corazón, que… temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos” (Deuteronomio 5:29). Entonces, Dios reveló la próxima etapa de su plan. Por medio de Jeremías manifestó su deseo de entrar en un nuevo pacto con su pueblo:
“Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Eterno: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” (Jeremías 31:33; vea nuestro artículo en línea “El Nuevo Pacto: ¿qué es lo nuevo de él?”).
El libro de Hebreos cita este pasaje (Hebreos 8:8-10) luego de explicar que Dios reemplazó el antiguo pacto con Israel y Judá: “Porque ellos no permanecieron en mi pacto” (v. 9). La falla no fue del pacto o las leyes de Dios, sino de ellos.
El Nuevo Pacto es un “un mejor pacto” porque fue “establecido sobre mejores promesas” (v. 6), incluyendo el perdón de pecados y el don del Espíritu Santo para hacer posible que tengamos un nuevo corazón.
¿Qué es la fe del Nuevo Testamento?
Ahora que hemos considerado la fidelidad en el contexto de los pactos de Dios, vemos una conexión con la fe, tal como se ilustra en el Nuevo Testamento.
Contrario a lo que algunas personas piensan, la fe es mucho más que creer en Jesucristo. La palabra griega incluye el concepto de confianza, lo cual es evidente en las enseñanzas de Cristo cuando usa la expresión “hombres de poca fe”.
Lo que Santiago dice es que la fe depende de la fidelidad.
En el Sermón del Monte, Jesús usó esas palabras para enseñar que no debemos preocuparnos, sino confiar en el Dios Creador (Mateo 6:28-30). También usó la misma expresión luego de calmar la tormenta que asustó a sus discípulos (Mateo 8:23-27). Y otra vez cuando Pedro comenzó a hundirse en el mar después de caminar sobre el agua (Mateo 14:22-33).
En todas estas instancias, la fe en Dios se asemeja más a la confianza. El Padre nos ama, y por esa razón no deberíamos preocuparnos ni temer.
La fe y el Nuevo Pacto
Tenemos un Padre amoroso que nos ofrece un nuevo pacto. ¿Carecemos de responsabilidades como tantos cristianos modernos piensan? ¡Claro que no! De hecho, la fe en Dios es uno de los frutos de una correcta relación con Él.
Tomemos un ejemplo secular que nos es muy familiar a todos: pedir un préstamo para comprar una casa. Si usted hace sus pagos consistentemente, puede tener fe en que el prestamista no le quitará su casa. (Obviamente, la confianza en las instituciones humanas está decayendo, pero así es como se supone que funciona.) Por otro lado, si usted no hace sus pagos a tiempo, no puede tener la misma fe.
Lo mismo ocurre en nuestra relación con Dios. Nuestra obediencia importa. Cristo les dijo a sus seguidores: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).
Hablando acerca de la relación que existe entre la fe y las obras, el apóstol Santiago también escribió: “Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18).
Lo que Santiago dice es que la fe depende de la fidelidad. Primero, reconocemos y apreciamos la fidelidad de Dios, que se comprueba a lo largo de la Biblia y (para el cristiano maduro) en las experiencias de la vida. Luego nos esforzamos por vivir según la voluntad de Dios, cumpliendo fielmente nuestra parte del pacto. Nuestras “obras”, como Santiago las llama, nos dan confianza. No haríamos esas obras si no tuviéramos fe; entonces, nuestras obras demuestran nuestra fe. Más que eso, también demuestran nuestra fidelidad.
En otras palabras, la fe —la fe verdadera— no puede existir sin la fidelidad. Y la fidelidad —la de Dios, así como la nuestra hacia Él— es el fundamento de nuestra fe.
Puede estudiar más acerca de esto en nuestro artículo en línea “¿El fruto del Espíritu es fe o fidelidad?”