Los noticieros están llenos de tiranos, autócratas y dictadores. ¿Qué podemos aprender cuando hacemos un contraste entre los gobiernos despiadados con la clase de liderazgo que recomienda la Biblia?
Desde los comienzos de la historia humana, encontramos gobernantes que han tenido una sed despiadada de más poder y dominio. El deseo de controlar a otros es parte de nuestra naturaleza humana, pero ¿cuál es la perspectiva bíblica de un gobierno correcto?
La Biblia dice claramente que quienes sean llamados a gobernar junto a Jesucristo en el Reino de Dios no se parecerán en nada a los dictadores y autócratas de nuestra sociedad.
Alcanzar el poder y mantenerlo
Los dictadores siempre tienen dos objetivos. Primero, deben hacer todo lo que sea necesario para llegar al poder. Luego, lo que es más importante, deben hacer todo lo necesario para conservar su supremacía.
Para alcanzar estos objetivos, los autócratas a menudo blanden un puño de acero que mezcla el miedo con una corrupción financiera a escala industrial y favorece el culto a la personalidad de una manera ostensible.
Diferentes jugadores, el mismo juego
Hoy en día, los dictadores pueden llegar al poder a través de una votación; pero más a menudo su camino es pavimentado con cadáveres. Es común que arrebaten el poder a través de un golpe de estado repentino, violento e ilegal.
Desde 1950, ha habido más de 486 golpes de estado exitosos o fallidos en el mundo. África ha tenido 214 —más que cualquier otra región— de los cuales 106 tuvieron éxito. 45 de los 54 países africanos han tenido por lo menos un golpe de estado durante este período.
En los últimos cien años, tan sólo Paraguay ha experimentado la impresionante cantidad de 45 golpes de estado, exitosos o fallidos. Pero incluso este país parece la imagen misma de la estabilidad cuando se compara con su vecino sudamericano Bolivia, que ha tenido casi 200 golpes de estado (un promedio de uno por año) desde la declaración de su independencia en 1825.
Guía práctica del tirano
“El poder que se obtiene con violencia, debe mantenerse con violencia”, escribió Frank Dikötter, historiador y autor de How to Be a Dictator: The Cult of Personality in the Twentieth Century [Cómo ser un dictador: el culto a la personalidad en el siglo XX]. Así que, cuando ya están en el poder, los déspotas establecen legiones de policías, policías secretas, informantes, espías, interrogadores y torturadores. ¿Por qué? Porque un pueblo que vive con temor de ser arrestado es un pueblo dócil.
“Los líderes exitosos”, afirman el experto en relaciones internacionales Alastair Smith y su coautor Bruce Bueno de Mesquita, “no están por encima de la represión, la supresión, la opresión o incluso el asesinato de sus rivales, reales o imaginarios. Cualquiera que no esté dispuesto a hacer el trabajo sucio al que tantos líderes recurren no debería perseguir el liderazgo. Sin duda, cualquiera que no admita la crueldad no durará mucho, si todos saben que no está preparado para el violento comportamiento que podría ser esencial para la supervivencia política. Si un líder aspirante no está dispuesto a hacer cosas terribles, puede estar seguro de que hay muchos más que sí lo están” (The Dictator’s Handbook [El manual del dictador], p. 129).
Bashar al-Assad, en un principio considerado un médico tímido, ha mostrado la brutalidad que se requiere para mantener el poder absoluto por décadas en Siria. Es responsable de más de 100.000 muertes de sus propios ciudadanos —algunos de los cuales murieron a causa de horribles ataques químicos que él ordenó cuando su gobierno se vio amenazado.
Algunos estiman que 120.000 ciudadanos de Corea del Norte son prisioneros en campos de concentración, sujetos a esclavitud, tortura, tiroteos y experimentos humanos, por los “delitos de opinión” reales o imaginarios de familiares lejanos.
Mao Zedong, quien llegó a gobernar a la cuarta parte de la población mundial en China, mostró una indiferencia escalofriante ante la muerte de unos 42 millones de personas de su propio pueblo debido a una hambruna innecesaria y purgas sádicas.
Un dictador con otro nombre
Crear un culto a la personalidad es esencial para los dictadores. Esto produce un aura de invencibilidad y la ilusión de apoyo popular. Los déspotas se bañan a sí mismos con títulos magníficos, cada uno más extravagante que el anterior.
Joseph Stalin se hacía llamar “el gran conductor de la locomotora de la historia”. El rumano Nicolae Ceausescu se consideraba “el Genio de los Cárpatos”.
Por muchos años el dictador de la República del Congo, Mobutu Sese Seko, asumió un alias ostentoso que significaba “el guerrero todopoderoso quien, por su resistencia y voluntad inflexible de triunfar, avanza de conquista en conquista, dejando fuego a su paso”.
Delirios mesiánicos
Muchos déspotas autoritarios comienzan con la creencia de que han sido escogidos por la providencia divina y rápidamente se elevan al estatus de una deidad infalible.
El norcoreano Kim Il-Sung, aunque murió hace tres décadas, aún se conoce como el presidente eterno, y la ley exige que se exhiba su retrato en cada hogar, oficina y fábrica del país.
En Cuba se animaba a los seguidores de Fidel Castro a describirlo como “Jesucristo encarnado, quien vino para poner las cosas en orden en Cuba y otros lugares”.
El expresidente de Haití, François “Papa Doc” Duvalier, reescribió el Padre nuestro para exaltar su estatus por sobre Dios.
Ali Soilih, quien gobernó brevemente las minúsculas Islas Comores en los setenta, demostró que el tamaño de un país tiene poca relación con la auto adulación de su dictador. Proclamó: “Soy su Dios y maestro. Soy el camino divino, la antorcha que ilumina la oscuridad. No hay Dios fuera de Ali Soilih”.
Lujos excesivos
La cleptocracia es un gobierno de ladrones. Describe gobiernos cuyos líderes corruptos y autoindulgentes le roban a su gente a través de sobornos, malversación y apropiación indebida de recursos.
La increíble cantidad de riquezas que algunos déspotas logran adueñarse, puede ser deslumbrante. Jean-Claude “Bebé Doc” Duvalier de Haití se embolsó más de $300 millones de dólares. Sani Abacha, quien tomó el poder de Nigeria, se quedó con más de $3.000 millones. Ferdinand Marcos almacenó más de $5.000 millones a costa del pueblo filipino.
Mobutu Sese Seko llenó sus bolsillos con más de $5.000 millones, incluso cuando la mayor parte de su pueblo vivía en la pobreza con un salario promedio de $1 dólar al día.
Según la lista de los líderes más corruptos de Transparency International 2004, el ex presidente de Indonesia Suharto se enriqueció con aproximadamente $35.000 millones de dólares.
Y la lista podría continuar.
Monumentos de vanidad
Nimrod, Faraón y Nabucodonosor pueden haber sentado el precedente con estatuas narcisistas y enormes proyectos de construcción para exhibir su grandeza, pero los tiranos recientes no se han quedado atrás.
En Turkmenistán, el dictador Saparmurat Niyazov se declaró a sí mismo Turkmenbashi, o “padre de todos los turcomanos”, y estableció un gran culto a la personalidad ejemplificado por la estatua de oro gigante que erigió de sí mismo. La torre tiene 67 metros de alto por encima de la ciudad y fue diseñada para rotar y brillar a la luz dorada del sol mientras les recuerda a los ciudadanos de su controlador y omnisciente ojo gobernante.
A pesar de ser un reino ermitaño empobrecido, Corea del Norte es rico en altares a la dinastía Kim, con aproximadamente 40.000 monumentos de bronce colosales, erigidos para venerar a los gobernantes.
Considerado ahora un símbolo de la megalomanía y extravagancia de Ceausescu, el palacio de parlamento de Rumania, con sus 1.100 habitaciones, es probablemente el proyecto de construcción de vanidad más grande. A pesar de la anémica economía de su país, Ceausescu desplazó sin piedad a 40.000 personas y niveló gran parte del centro de Bucarest para construir la enorme estructura para su gloria.
Sólo la supera la Gran pirámide de Egipto. Más de 700 arquitectos y hasta 100.000 trabajadores laboraron durante 13 años para construir el extravagante edificio que contiene más de 990.000 metros cúbicos de mármol y 3.500 toneladas de cristal.
La perspectiva bíblica de un gobierno
Varias palabras se traducen como “gobernante” en el Nuevo Testamento, y contrastan claramente las acciones de los dictadores y tiranos con el liderazgo que Dios espera de quienes le siguen.
En Mateo 20:25-28, Jesús dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”.
Al confirmar la profecía mesiánica de Isaías 11:10, las palabras de Pablo acerca de Jesucristo explican el resultado de acabar con la violencia, la propaganda y la corrupción que han existido en los gobiernos tiránicos a través de la historia: “Estará la raíz de Isaí, y el que se levantará a regir los gentiles; los gentiles esperarán en él” (Romanos 15:12).
Cristo, quien fue un ejemplo perfecto de liderazgo y servicio humilde a los demás a lo largo de su vida y muerte (Filipenses 2:5-8), establecerá con poder un gobierno que traerá verdadero gozo y prosperidad para todos.
Otra palabra griega explica este concepto de gobierno. Mateo 2:6 menciona el mensaje inspirado del profeta Miqueas acerca de “un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel”. La palabra traducida como “guiador” es poimaino, que significa “alimentar, atender un rebaño, cuidar ovejas” —es decir, mostrar una actitud de amor, servicio y nutrición.
Esta clase de liderazgo —en contraste con el de Herodes, que unos versículos más adelante asesina a niños inocentes para prolongar su malvado reinado— muestra la forma amorosa en que Jesucristo ejercerá su autoridad. Él será un gobernante amable cuando regrese para reinar sobre la Tierra como Rey de reyes y Señor de señores (Apocalipsis 17:14; 19:16).
Su objetivo será diametralmente opuesto a los objetivos de los gobernantes actuales. Como dijo Cristo mismo, “yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Una vara de hierro en lugar de un puño de acero
Cuando entendemos la visión de Cristo acerca del liderazgo, podemos entender mejor Apocalipsis 2:26-27 y la instrucción que podría ser confusa al principio: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero”.
La última parte de este pasaje es una cita de Salmos 2:9, donde se habla del poder del Mesías para derrotar a sus enemigos. Pero esta colorida metáfora no ilustra un gobierno despiadado. En el Reino de Dios, el arrepentimiento y la misericordia serán esenciales.
La naturaleza amorosa del gobierno de Cristo puede compararse con un pastor que usa un bastón protector para corregir y guiar, pero también para consolar y proteger a sus ovejas de los lobos y otros depredadores.
Como dice Barnes’ Commentary [Comentario de Barnes]: “Gobernar con vara de hierro no es gobernar con hostilidad y tiranía, sino con poder firme e invencible. Denota un gobierno de fuerza, o uno al que nadie puede oponerse con éxito”.
¿Poder o recompensa?
“Gobernar”, observan Alastair Smith y Bruce Bueno de Mesquita, “se trata de permanecer en el poder, no de gobernar bien”. El poder es una droga poderosa, y eventualmente confunde incluso a los presidentes más longevos, quitándoles el ímpetu de hacer cualquier cosa excepto aferrarse a la vida y, por lo tanto, al poder.
Los esfuerzos por combatir esta hambre de poder se ilustran con el Premio de liderazgo africano Ibrahim. Éste es un premio de $5 millones de dólares (mucho mayor que el monto del Premio Nobel de la paz) con el objetivo de reconocer la honradez y el compromiso con la democracia. Se les da a los líderes que ceden el poder con gracia en lugar de mantenerlo por más tiempo del debido.
Lamentablemente, los líderes que cumplen los requisitos de este reconocimiento han sido pocos y esporádicos. Éste era un premio que debía entregarse anualmente, pero sólo se ha entregado siete veces desde el 2007. En varios años, ningún líder se ha considerado digno.
Actualmente, nuestro mundo tiene un zar de facto en el Kremlin, un soberano sin rival en Beijing y muchos sultanes aspirantes en el Medio Oriente. Y, en un futuro no muy lejano, un líder europeo llamado “la bestia” en la Biblia eclipsará a todos los antiguos emperadores romanos.
Pero luego, la Biblia promete que Jesucristo regresará con vara de hierro para establecer un gobierno —junto a sus santos— muy diferente a todos los que la humanidad ha experimentado.
Lo invitamos a leer más acerca de los eventos mundiales que están a punto de ocurrir y acerca del futuro de la humanidad bajo un gobernante diferente y guiado por un interés altruista en los demás, en nuestros folletos gratuitos El libro de Apocalipsis: La tormenta antes de la calma y El mundo que vendrá: cómo será.