Una de las cosas que Cristo dijo cuando vino a predicar el evangelio del Reino de Dios fue que “El tiempo se ha cumplido” (Marcos 1:15). ¿A qué “tiempo” se refería exactamente?
En el artículo anterior (El mensaje del Mesías: el evangelio del Reino) mencionamos brevemente los cuatro puntos principales del mensaje de “Cristo” o el “Mesías” —“ungido” en griego y hebreo respectivamente— sobre las buenas nuevas del Reino de Dios: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Dos de ellos son declaraciones y dos de ellos órdenes.
También mencionamos que la venida de Cristo en la carne coincidió con el momento en que los judíos esperaban al Mesías profetizado en el Antiguo Testamento, por lo que muchos de ellos se preguntaban lo mismo que la mujer samaritana se preguntó en el pozo de Jacob luego de hablar con Jesús: “¿No será éste el Cristo?” (Juan 4:29). De hecho, aun Juan el Bautista mandó a dos de sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro?” (Mateo 11:3; Lucas 7:19-20).
La razón de tanta incertidumbre era que Jesús no encajaba con la imagen del Mesías que la mayoría de los judíos tenía; mientras algunos esperaban a un líder que llevaría al pueblo a un reavivamiento espiritual, otros, a uno que reestableciera la grandeza de la nación judía. ¿Qué les podía asegurar que el tiempo de espera por el Mesías realmente se había cumplido y que Jesús era el Cristo profetizado?
Muchos de ellos nunca estuvieron convencidos. Pero, ¿podemos estar seguros nosotros de que la espera por la venida de Cristo realmente terminó? ¿Dio Jesús alguna prueba de que el tiempo profetizado en el Antiguo Testamento para la venida del Mesías se cumplió con Él?
En este artículo analizaremos una profecía clave del Antiguo Testamento acerca de la venida de Cristo en la carne, el contexto histórico de su ministerio y las pruebas que dio de que Él era el Mesías.
Profecía clave de la venida de Cristo
Como los judíos bien sabían, Moisés había anunciado que un “profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el Eterno tu Dios; a él oiréis” (Deuteronomio 18:15). Otras profecías del Antiguo Testamento además indicaban que el Mesías nacería de una virgen en Belén, que sus manos y pies serían horadados y que finalmente moriría por los pecados de la humanidad (Isaías 7:14; Miqueas 5:2; Salmos 22:16; Isaías 53:12).
De hecho, con la vida y el ministerio de Jesús se cumplieron aproximadamente 100 profecías del Antiguo Testamento, incluyendo la más detallada en cuanto al contexto histórico de su ministerio: la profecía de las 70 semanas de Daniel (Daniel 9:24-27).
La interpretación de esta profecía se basa en un importante principio del simbolismo bíblico que encontramos en Ezequiel 4:4-6 y Números 14:33-34, el principio de “día por año” según el cual la visión de Daniel indicaba que Cristo comenzaría su ministerio en el año 27 d.C.
En el siglo VI a.C., un ángel llamado Gabriel le dijo a Daniel: “Sabe, pues, y entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el Mesías Príncipe, habrá siete semanas, y sesenta y dos semanas” (Daniel 9:25).
El punto de partida sería el año 457 a.C., cuando el rey Artajerjes dio la orden de reconstruir Jerusalén, y a partir de entonces pasarían 7 semanas más 62 semanas, lo que equivale a 483 días (69 veces 7), antes de que Cristo comenzara su ministerio.
Siguiendo el principio de un “día por año”, esto significa que habría 483 años desde la orden de Artajerjes en el 457 a.C. hasta el inicio del ministerio del Mesías; es decir, que Cristo daría comienzo a su ministerio en el año 27 d.C. (Nota: al calcular con años a.C. y d.C. se debe sumar 1, pues no existe el año 0.)
Dado que los sacerdotes comenzaban su servicio a los 30 años de edad, quienes entendían esta profecía probablemente esperaban que el Mesías naciese aproximadamente 30 años antes del 27 d.C. y, coincidencialmente, todo indica que Cristo nació en el año 4 a.C. y que “al comenzar su ministerio era como de treinta años” (Lucas 3:23).
Al menos Pablo parecía tener muy claro que Jesús había comenzado su ministerio en el tiempo profetizado cuando afirmó que “cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gálatas 4:4).
Un mundo preparado para el cristianismo
Ellos se preguntaban lo mismo que la mujer samaritana se preguntó en el pozo de Jacob luego de hablar con Jesús: “¿No será éste el Cristo?
Si bien durante el primer siglo muchos judíos vivían en su tierra natal y tenían libertad de religión, la mayoría de ellos estaba bajo el gobierno del Imperio Romano. Y, aunque los judíos obviamente hubieran querido independizarse, los romanos sin duda tuvieron un rol muy importante en la preparación del mundo para el evangelio del Reino de Dios y el establecimiento de su Iglesia.
El Imperio Romano logró más paz, estabilidad y progreso en el mundo (especialmente en el Medio Oriente, primer hogar del Cristianismo) que cualquiera de sus predecesores. No sólo aportaron avances como caminos que facilitaron los viajes y el comercio, un sistema de correos y ciudades con calles, tuberías y alcantarillado, sino que además establecieron un sistema de justicia para proteger a sus ciudadanos.
Tal estabilidad geopolítica e infraestructura crearon las condiciones óptimas para que Cristo diera comienzo a su ministerio (Gálatas 4:4).
Pruebas de que el tiempo se había cumplido
Aunque Cristo afirmó ser el Hijo de Dios muchas veces, Él mismo reconoció que las palabras no siempre son prueba suficiente de algo tan importante como esto: “Si yo doy testimonio acerca de mí mismo, mi testimonio no es verdadero” (Juan 5:31).
Es por esto que dio a los judíos cuatro pruebas de que Él era el Mesías profetizado y de que el tiempo de espera por su venida se había cumplido:
Prueba 1. El testimonio de Juan el Bautista
En Juan 5:32 Cristo dijo: “Otro es el que da testimonio acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero”. Ese “otro” era Juan el Bautista, el mensajero profetizado que “[prepararía] el camino” para su venida revelándolo como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Malaquías 3:1; Juan 1:29).
Prueba 2. Las obras de Jesús
Cristo además tenía un “mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado” (Juan 5:36). En cierta ocasión dijo a los discípulos de Juan el Bautista: “Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio” (Lucas 7:22) —obras que cumplían la profecía de Isaías 61:1.
Prueba 3. Las palabras del Padre
Luego Jesús continúa diciendo: “También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí”, pues cuando se bautizó “hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Juan 5:37; Mateo 3:17).
Prueba 4. Las palabras de Moisés
Refiriéndose a Deuteronomio 18:15, Jesús finalmente dijo a los judíos: “si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él” (Juan 5:46).
Lamentablemente, los judíos estaban tan cegados que no pudieron discernir “las señales de los tiempos” que indicaban el fin de la espera por el Mesías ni hicieron caso de las pruebas que Cristo les dio de su identidad (Mateo 16:3).
Muchos de ellos se rehusaron a creerle incluso después de que cumplió la milagrosa señal de resucitar tres días y tres noches después de su crucifixión, tal como había prometido (Mateo 12:38-40; consulte el artículo “La resurrección de Jesucristo: ¿Podemos probarla?”.
Acompáñenos en el siguiente artículo para analizar otro importante punto del mensaje de Cristo: “el reino de Dios se ha acercado” (Marcos 1:15).
Recuadro: El ministerio de Cristo comienza en Galilea
Jesucristo comenzó su predicación del evangelio del Reino de Dios en una región al norte de Jerusalén llamada Galilea, cumpliendo así la profecía de Isaías 9:1-2 (Marcos 1:14).
Aunque hoy en día es un lugar turístico y pacífico, durante el primer siglo esta región se caracterizaba por ser un congestionado centro de comercio y política y, dada su ubicación en la Vía Maris (importante ruta que unía Egipto con los imperios del norte), era un lugar de encuentro y competencia entre varias culturas.
En sus mercados probablemente predominaban las lenguas griega, hebrea y aramea, y, según el historiador del primer siglo Flavio Josefo, era un área de gran actividad pesquera. De hecho, Galilea era el hogar de varios de los discípulos de Cristo que habían sido pescadores.
Sin duda, éste era un lugar adecuado para comenzar a predicar aquel mensaje que pronto revolucionaría al mundo (Hechos 17:6).