Dios nos quiere dar vida eterna. Pero, ¿cómo sería una vida sin un final? ¿Nos da la Biblia una idea de cómo será vivir para siempre en el Reino de Dios?
Dios creo a la humanidad con un propósito específico. No fuimos creados según la clase animal, fuimos creados según la clase de Dios. La humanidad fue creada a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26).
En pocas palabras, ¡Dios se está reproduciendo a sí mismo! A diferencia de los animales, la humanidad puede planear, diseñar, crear música hermosa, analizar problemas complejos, y muchas más cosas —somos inteligentes y creativos como Dios. Dios no le dio al hombre y a la mujer ese increíble poder mental sólo para una vida física temporal. El plan supremo de Dios es que nosotros conservemos esas habilidades como seres espirituales y vivamos por siempre en Su Reino. Por medio de Jesucristo, se nos “dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
Si respondemos al llamado de Dios por medio de Jesucristo —lo que significa que si nos arrepentimos de nuestros pecados y buscamos la justicia de Dios (Hechos 2:28; Mateo 6:33)— el carácter que desarrollemos perdurará en la eternidad. Si usted desea estudiar más acerca de por qué fuimos creados por Dios, lo invitamos a leer nuestros artículos de la sección “¿Cuál es el significado de la vida?” en nuestra página web.
Entender la eternidad
La eternidad es un concepto difícil de entender. Vivimos en un mundo en donde la vida tiene un comienzo y un final. Nacemos y morimos. No obstante, Dios dice que Él habita en la eternidad (Isaías 57:15).
El universo físico limitado por el tiempo en el que vivimos usted y yo, fue creado por Dios, quién no tiene principio ni final. Nuestra mente simplemente no logra entender esto. Dios dice qué, en este momento, nuestra mente es muy limitada y por eso hay tantos conceptos que no entendemos, incluyendo el de la eternidad (Isaías 55:9).
Pero a pesar de que no entendemos totalmente el concepto de eternidad, deseamos vivir para siempre. Dios ha puesto ese deseo en nuestro corazón porque su voluntad para nosotros es que nos convirtamos en espíritu como Él lo es y disfrutemos de la eternidad con Él.
Partícipes de la naturaleza divina
El reino espiritual donde Dios y los ángeles existen es infinitamente mejor que el mundo físico en el que habitamos. Es tan increíble, que la sola presencia, poder y gloria de los seres espirituales pueden poner en riesgo nuestros frágiles cuerpos humanos. Por supuesto, en ocasiones Dios ha encubierto su gloria o la de sus ángeles para permitir que las personas interactúen. Pero veamos los siguientes ejemplos:
Cuando Moisés le pidió a Dios que le mostrara su gloria, Dios le dijo que nadie podía verlo y vivir (Éxodo 33:18, 20). Cuando la presencia de Dios llenó el templo en los días de Salomón, los sacerdotes no podían ingresar físicamente al templo por el resplandor de la gloria de Dios (2 Crónicas 7:1-2). Cuando el apóstol Juan vio en una visión el cuerpo glorificado de Jesucristo, quedó tan impactado que se desvaneció (Apocalipsis 1:12-14, 15-17).
Incluso los ángeles pueden intimidar a la humanidad. Cuando a Daniel se le apareció un ángel, desfalleció (Daniel 10:5-6, 7-9). Y cuando un ángel se presentó y removió la piedra de la tumba de Cristo, los aguerridos soldados romanos temblaron de miedo y también se desvanecieron (Mateo 28:1-4).
Sin embargo, Dios promete dar a todos aquellos que se arrepientan y lo sigan, cuerpos espirituales nuevos y gloriosos. “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2, énfasis añadido).
Sólo con cuerpos nuevos espirituales e imperecederos podremos vivir con Dios en el reino espiritual. “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción… Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:50, 53).
Al entrar en la eternidad, vamos a ser transformados en seres espirituales. Nuestros cuerpos físicos van a ser transformados en cuerpos espirituales, y compartiremos el resplandor de la gloria de Dios (Romanos 8:16-18). Nuestros cuerpos gloriosos van a brillar como el sol en su máximo esplendor (Mateo 13:43; Daniel 12:3).
Cuando estemos revestidos con estos cuerpos glorificados, no nos vamos a cansar ni vamos a tener la necesidad de dormir (Salmos 121:4; Isaías 40:28). Vamos a ser fuertes, llenos de energía y nos vamos a sentir jóvenes por siempre. Nunca más vamos a tener que lidiar con un cuerpo humano envejecido o incapacitado. Ser como Dios por toda la eternidad es algo que podemos y debemos anhelar.
Una vida de trabajo y esparcimiento
Una creencia popular del cristianismo moderno es que todos aquellos que fueron buenos en la vida van a ir al cielo cuando mueran, y tocarán arpa y mirarán el rostro de Jesús por toda la eternidad. Pero una vida tan sedentaria no es lo que enseña la Biblia. ¡En lugar de esto, la Palabra de Dios habla acerca de un futuro increíble que sobrepasa todo lo que podamos imaginar!
Vivir por la eternidad no significa que no vamos a hacer nada, ni que la eternidad va a ser aburrida. Vivir en el Reino de Dios va a ser una experiencia llena de alegría y satisfacciones (Salmos 16:11).
Vivir por la eternidad no significa que no vamos a hacer nada, ni que la eternidad va a ser aburrida. Vivir en el Reino de Dios va a ser una experiencia llena de alegría y satisfacciones (Salmos 16:11).
Para muchos de nosotros, el trabajo puede ser algo difícil y agotador, y con frecuencia no es agradable. La Biblia nos explica que el trabajo se convirtió en algo gravoso debido al pecado (Génesis 3:17-19).
Aunque el trabajo puede ser difícil, trabajar es algo positivo y Dios creó al hombre tanto para trabajar, como para llevar a cabo buenas obras (Génesis 2:15; Efesios 2:10).
Incluso Dios el Padre y Jesucristo trabajan y planean seguir trabajando en el futuro (Juan 5:17; Isaías 62:11). El trabajo de Dios incluye la creación del vasto universo para su propósito, y su labor actual incluye traer muchos hijos e hijas a la gloria (Hebreos 2:10).
Parte de la recompensa de trabajar es disfrutar el fruto de su labor (Eclesiastés 3:13). Dios disfruta el fruto de su labor (Isaías 55:11) y nosotros también vamos a disfrutar el fruto de nuestra labor como seres espirituales.
El apóstol Pablo nos dice que la creación anhela “ardientemente” la manifestación de los hijos de Dios para que pueda ser “libertada de la esclavitud de corrupción” (Romanos 8:19-22). Esto va a ser parte de “la restauración de todas las cosas” (Hechos 3:21). Salmos 102:25-26 también nos habla acerca de la restauración y su manifestación máxima será con un “cielo nuevo y tierra nueva” como dice en Apocalipsis 21:1.
Vivir en la eternidad traerá la oportunidad de trabajar mucho en algo significativo. La Biblia nos revela que el crecimiento del gobierno de Dios no tendrá fin (Isaías 9:10). Así que, sin importar el tipo de trabajo en el que estemos involucrados, podemos estar tranquilos de que no será gravoso como lo puede llegar a ser actualmente, vamos a disfrutarlo y será gratificante.
El esparcimiento también va a formar parte de nuestra vida durante la eternidad. Incluso Dios disfruta un poco de recreación. Por ejemplo, nos gustan los conciertos musicales, Dios también disfruta de la música. Los ángeles le cantan con frecuencia, y a Él también le agrada que nosotros le cantemos.
Una vida de gobierno
Cuando Dios creó a Adán y Eva, les dijo “Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Más adelante Dios dijo: “Tomó, pues, el Eterno Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (2:15). Incluso Dios llevó todos los animales ante Adán para que les pusiera sus nombres (v. 19).
La humanidad fue creada para tener autoridad y para gobernar.
Por ahora, Dios le encomendó a la humanidad la administración de esta Tierra solamente (Salmos 115:16), pero el propósito de Dios va más allá de esta Tierra. Esta Tierra es simplemente un campo de entrenamiento para algo mucho más grande que Dios nos tiene preparado.
El rey David le hizo esta pregunta a Dios: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, Y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; Todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmos 8:3-6).
Primero debemos ser administradores fieles en las cosas pequeñas antes de que nos deleguen cosas más importantes. ¡Dios pretende darle al ser humano el dominio sobre todo el universo físico, poniendo “todo debajo de sus pies”!
Primero debemos ser administradores fieles en las cosas pequeñas antes de que nos deleguen cosas más importantes. ¡Dios pretende darle al ser humano el dominio sobre todo el universo físico, poniendo “todo debajo de sus pies”!
Incluso ahora, parte de la responsabilidad del reino angélico es ayudar a la humanidad —los herederos de la salvación (Hebreos 1:13-14). Y en la eternidad, los ángeles estarán ayudándoles a los hijos glorificados de Dios, quienes, a su vez, serán más grandes en poder y en gloria (2:5).
Cristo dijo, hablando acerca de la futura herencia de la humanidad: “Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero?” (Lucas 16:11).
Las verdaderas riquezas son cosas que no podemos comprender en este momento. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).
Veamos lo que el autor del libro de Hebreos añadió después de citar Salmos 8: “…pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas” (Hebreos 2:8).
Cuando entremos a la eternidad, va a haber cosas que serán puestas bajo la autoridad del ser humano que no están especificadas en la Biblia (1 Corintios 13:12; 1 Juan 3:2). Quizás porque nuestras mentes limitadas no las pueden entender ahora. ¡Sí, las promesas para el futuro son increíblemente maravillosas!
El lugar exclusivo de los santos en la eternidad
Aquellas personas que Dios llamó en esta era, que se arrepintieron de sus pecados y siguieron a Dios incondicionalmente, tendrán posiciones de liderazgo cuando Cristo regrese.
Dios se refiere a estos santos como su especial tesoro, linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Él, futuros reyes y sacerdotes (Malaquías 3:16-17; 1 Pedro 2:9; Apocalipsis 1:6; 5:10).
Estarán en la Nueva Jerusalén trabajando y morando con el Padre y el Hijo. Incluso tendrán títulos específicos y se les darán nombres nuevos (Apocalipsis 3:12; 20:6; 1 Tesalonicenses 4:17; Mateo 5:5). Y como líderes en el Reino de Dios, estos santos van a servir a Dios, a Cristo y al resto de los hijos de Dios por toda la eternidad.
Incluso hoy en día, el pueblo escogido de Dios tiene una semilla de eternidad morando en ellos por medio del Espíritu Santo de Dios (Efesios 1:13-14; 2 Corintios 5:1-5).
Una unidad por la eternidad
A diferencia del mundo en el que vivimos actualmente, en el Reino de Dios habrá paz por siempre (Isaías 9:7). La Biblia habla mucho acerca de la unidad del Padre y el Hijo, y esa misma unidad en mente y en espíritu es la que los hijos de Dios deben tener ahora (Juan 17:11, 20-26).
Aquellos que van a vivir en la eternidad van a ser uno con Dios porque han escogido voluntariamente seguir sus mandamientos, que simplemente son un reflejo de la naturaleza de Dios (1 Juan 3:24).
Ya que no habrá actitudes egoístas, sólo unidad y voluntad de someterse a la autoridad eterna de Dios, la unidad y la perfecta armonía van a existir por siempre.
¡Si, el Dios que habita en la eternidad nos dio la vida para que podamos compartir su gloria y reinar con Él como hijos suyos para siempre!
Por un momento, mire al cielo y reflexione acerca de su futuro. En efecto, un futuro glorioso e inimaginable nos aguarda a cada uno de nosotros cuando entremos en la eternidad. Y no sólo nosotros anhelamos ese día, incluso Dios anhela que llegue el día en el que nos dirá: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34).