Hace varios años tuve una interesante conversación con un creyente en Dios, en Nueva Zelanda. Él creía firmemente que si le pedía a Dios que lo sanara, Dios siempre lo sanaría. De hecho, creía que Dios tenía que sanarlo, sin excepción. Yo le recordé que todos morimos de algo, sea por enfermedad, accidente o vejez, pero nada parecía convencerlo.
Más tarde me di cuenta de que su pensamiento era muy similar a un movimiento del cristianismo que se conoce como el “evangelio de la prosperidad”, el evangelio de la salud y la riqueza, o “pedir y recibir”. Millones de cristianos alrededor del mundo profesan alguna forma de este evangelio moderno, e incluso algunas de las iglesias más grandes de los Estados Unidos están a la cabeza del movimiento.
Pero ¿qué es el “evangelio de la prosperidad”?
En un artículo de opinión del New York Times, Kate Bowler, una historiadora del evangelio de la prosperidad dijo:
“En palabras simples, el evangelio de la prosperidad es la creencia de que Dios les da salud y riquezas a quienes tienen la fe correcta… Descubrí que el evangelio de la prosperidad en parte surgió de la corriente metafísica norteamericana del Nuevo Pensamiento, una ideología de fines del siglo XIX según la cual los pensamientos positivos producen circunstancias positivas, y los pensamientos negativos, circunstancias negativas”.
Bowler también explicó que “las variaciones de esta creencia fueron fundamentales para el desarrollo de la psicología de autoayuda” (13 de febrero de 2016).
Un nuevo evangelio muy atractivo
El año pasado, un lector de nuestro sitio web Vida, Esperanza y Verdad preguntó: “¿Qué hay de malo con el evangelio de la prosperidad?”. Ésta es una pregunta válida.
¿No deseamos todos —ya sea que vivamos cómodamente o luchemos contra la pobreza, enfermedades o sufrimientos— escuchar buenas noticias y tener una buena vida ahora? Escuchar que Dios quiere darnos salud y riquezas en este tiempo ciertamente es algo atrayente.
Stephen Prothero, un renombrado autor y presidente del departamento de religión en la Universidad de Boston, explica: “A la gente pobre le gusta la prosperidad. Oye acerca de ella como un aspirante. Oye, ‘Tú también puedes lograrlo —comprar un auto, conseguir un empleo, ser rico’. Puede funcionar como una forma de liberación” (citado en “Does God Want You to Be Rich?” [¿Quiere Dios que usted sea rico?], en revista Time, 10 de septiembre de 2006).
No es de sorprenderse entonces que una encuesta de Time relacionada con el artículo anterior revelara que “17 por ciento de los cristianos encuestados dijo que se considera parte del movimiento, mientras 61 por ciento cree que Dios desea que la gente sea próspera”. De hecho, “31 por ciento... cree que si le das tu dinero a Dios, Él te bendecirá con más dinero”.
Time también explicó que el enfoque del evangelio de la prosperidad “es la promesa de generosidad de Dios en esta vida y la capacidad de los santos de reclamarla. En resumen, sugiere que un Dios que nos ama no puede querer que estemos en la quiebra”.
Como dijera el evangelista televisivo Joyce Meyer: “¿Quién querría meterse en algo donde será miserable, pobre y feo, y sólo tenga que salir del paso hasta llegar al cielo?... Yo creo que Dios quiere que tengamos cosas buenas” (citado en Time).
¿Es el evangelio de la prosperidad cierto?
Dios sí quiere darnos cosas buenas, agradables y espiritualmente ricas. Pero ¿está el evangelio de la prosperidad en línea con el mensaje que Jesucristo predicó cuando vino a la Tierra hace 2.000 años?
Veamos las palabras de Cristo mismo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
¿Qué era lo primero en la mente de Jesús? El futuro Reino de Dios y el desarrollo de un carácter justo en preparación para ese Reino. En los versículos previos, Cristo de hecho les dijo a sus seguidores que no debían preocuparse por la comida, la bebida y el vestido —las necesidades básicas de la vida física. Dios nos provee de todo eso porque sabe que lo necesitamos. Todas las demás cosas de esta vida también llegarán si ponemos lo espiritual primero.
Poco antes, Jesús además dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra… sino haceos tesoros en el cielo… Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21). Dios no quiere que caigamos en la trampa del materialismo. Quiere que aprendamos a ser dadivosos como Él es.
Otra vez, el enfoque de Cristo eran los tesoros espirituales de Dios.
El mensaje de Jesús —su evangelio— no se enfocó en la salud, las riquezas ni las bendiciones físicas interminables para esta vida. Quienes creen que su prioridad fueron las bendiciones físicas, seguramente piensan que no logró darle esas riquezas prometidas al mundo.
¿Qué ofreció Jesucristo?
Lo que Cristo les ofreció a sus seguidores fue riqueza espiritual, entendimiento espiritual. Les explicó la bendición de tener una relación espiritual cercana con Dios —ser sus hijos (1 Juan 3:1-3). Reveló la verdad de por qué nacimos: para convertirnos en hijos de Dios y recibir la vida eterna (Romanos 8:14-17). Y desea que todos recibamos la salvación en su debido tiempo, junto con el regalo de la vida eterna en su Reino (1 Timoteo 2:3-4).
¿Estaba Cristo en contra de las bendiciones físicas en esta vida? Ciertamente no. Algunos de sus siervos de la antigüedad, como Abraham, Salomón y Job, fueron inmensamente ricos y bendecidos con mucha abundancia. Sin embargo, también es claro que otros de sus siervos —conocidos y desconocidos— pasaron por grandes aflicciones, pobreza y sufrimientos. De hecho, muchos de los santos murieron de formas terribles en el martirio, pero con la mirada puesta en el grandioso futuro que Dios les había prometido (Hebreos 11:13-16, 35-40).
El verdadero evangelio de Dios no se trata de algo físico que podemos “pedir y recibir” ahora. No podemos obligar a Dios a hacer nuestra voluntad. En cambio, Él nos llama por su gracia al conocimiento de su camino y del maravilloso mensaje de su futuro Reino, en el que tendremos bendiciones y riquezas espirituales eternas (Juan 6:44; Romanos 14:17).
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