Dios tenía una gran misión para Gedeón. Quería que él salvara al pueblo de Israel de los crueles madianitas. Pero Gedeón tenía miedo. Quería pruebas. ¡Así que Dios realizó milagros!
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(La siguiente historia se encuentra en Jueces 6 y 7).
A Gedeón no le gustaba cómo los madianitas maltrataban a su pueblo. Pero, ¿qué podía hacer? Él no podía hacer nada por sí mismo, y lo sabía. Gedeón estaba a punto de aprender que se pueden hacer cosas asombrosas cuando Dios toma el mando. Lo único que él tenía que hacer era confiar y creer.
Recuerdo vívido
Gedeón tenía claras en su mente las palabras que el Eterno le había hablado ese día en el lagar: “Ciertamente estaré contigo, y derrotarás a los madianitas” (ver parte 1).
Voluntarios de cuatro de las tribus de Israel habían respondido al llamado de Gedeón.
Él observaba cómo acampaban en las laderas del monte Galaad. Sus fogatas en el campamento le hicieron recordar el milagro ocurrido después de su primer encuentro con el Eterno. ¡El fuego brotó de la roca y había quemado la carne y el pan sin levadura!
Gedeón había hecho lo que Dios le dijo que hiciera. Él y sus siervos habían provocado a ira a los adoradores locales de Baal al derribar su altar pagano con su imagen despreciable. El dios cananeo que no es dios, era impotente ante Dios.
La gente de Gedeón lo veía con nuevos ojos y lo respetaban. Ya no era el forastero que se negaba a adorar a Baal. Ahora él era su valiente líder. Él era quien pondría fin a la implacable opresión madianita.
Así que 32.000 hombres de las cuatro tribus habían respondido a su llamado.
Ahora Gedeón y su pequeño ejército tendrían que prepararse para enfrentar al enemigo.
Tú estarás conmigo, ¿verdad?
Enfrentarse al ejército madianita requería de una extraordinaria valentía y fe. Gedeón necesitaba cierta seguridad de que no iría solo a la batalla, sin la ayuda de Dios. Así que tramó un plan.
Con el corazón palpitando, Gedeón le dijo a Dios: “Por favor, si has de salvar a Israel por mi mano, necesito saber con certeza que estás conmigo”. Continuó: “Pondré un vellón de lana en la era esta noche. Por la mañana, si el rocío estuviera solo sobre el vellón, y el suelo alrededor estuviera seco por todas partes, entonces te creeré”.
Vellón mojado, pero...
Cuando se levantó a la mañana siguiente se apresuró a ir a la era. Para su alivio, ¡el vellón estaba mojado! ¡Exprimió el vellón y sacó un tazón lleno de agua! Y el suelo alrededor estaba completamente seco, tal como él había pedido.
Al principio, su confianza había aumentado. Pero luego comenzó a pensar. ¿Qué pasa si esto ocurrió solo por casualidad? ¿Quizás Dios no tuvo nada que ver con esto? ¿Podía confiar en que Dios quiso decir lo que había dicho? Gedeón quiso asegurarse.
Vellón seco
Respirando profundamente, Gedeón se acercó a Dios por segunda vez. “Por favor, no te enojes conmigo, pero ¿podrías hacer esto por mí? Pondré un vellón en el mismo lugar esta noche. Si por la mañana el vellón está seco y el suelo mojado con el rocío, ciertamente sabré que estás conmigo”.
Dios fue paciente y le concedió a Gedeón su petición. ¡A la mañana siguiente, el vellón estaba seco! Pero el suelo estaba empapado de rocío. Ahora la fe de Gedeón se había fortalecido por estos dos milagros de Dios. Se preparó para enfrentar al enemigo.
Las tropas son reunidas
Gedeón miró a su pequeño ejército. Debería haber habido muchos más hombres.
Dios también miró al ejército, pero Él dijo: “Son demasiadas las personas que están contigo”. Dios no quería que Israel pensara: “Mi propia mano me ha salvado”. Dios dijo que aquellos que tenían miedo podían irse (Jueces 7:2-3).
Así que Gedeón envió mensajeros por todo el campamento. “¡Cualquiera que tenga miedo o esté temeroso, recoja sus cosas y váyase! ¡Cientos, no miles, desarmaron sus tiendas y se fueron a casa! Sólo 10.000 hombres se quedaron para enfrentarse a un ejército de 135.000.
Todavía son demasiados
A Gedeón le esperaba otra sorpresa. Dios le dijo: “Todavía hay demasiados hombres”, y empezó a darle instrucciones acerca de quien iría con él y quién no debería ir (v. 4).
Gedeón hizo lo que Dios había dicho. Ordenó a los hombres restantes que fueran a un manantial cercano. Observaba cómo sus soldados se apresuraban a beber. Algunos se arrodillaron con la cara en el agua. Otros recogieron agua en sus manos, lamiendo el agua como perros.
Entonces Dios le dijo a Gedeón que separara los dos grupos (v. 5).
Los que se arrodillaron… váyanse a casa
Gedeón separó obedientemente a los que lamieron el agua y los que se habían arrodillado. Solo 300 habían lamido el agua con la mano a la boca. ¿Y ahora qué? Se preguntaba Gedeón.
Las siguientes palabras del Eterno fueron impactantes. “Yo os salvaré con estos trescientos hombres que lamieron el agua, y entregaré a los madianitas en tus manos. Deja ir a todos los demás” (v. 7).
Los 9.700 hombres que se habían arrodillado, regresaron a casa. Se sentían aliviados de ser excusados de lo que seguramente parecía ser una batalla sin salida.
Los 300 se reagruparon y esperaban órdenes.
Las cosas no se ven tan bien
Gedeón solo movía su cabeza con desconfianza. ¡Trescientos hombres contra todos los madianitas! El enemigo parecía una plaga de langostas, listo para devorar todo lo que hubiera enfrente de ellos. Sus camellos de guerra eran máquinas de batalla galopantes. Los madianitas iban a masacrar su insignificante ejército.
Dios conocía las dudas de Gedeón. Gedeón estaba más preocupado por las cosas que él que veía que fortalecido al escuchar y creer las palabras de Dios: “Con estos 300 hombres te salvaré y derrotaré a los madianitas” (v. 7).
Esa noche Dios le dio a Gedeón otra señal.
En el campamento enemigo
Las instrucciones del Eterno resonaban en sus oídos. “Ve al campamento enemigo, porque lo he entregado en tus manos. Si tienes miedo, lleva contigo a Fura, tu portador de armadura. Cuando oigas lo que dicen, tu fe se fortalecerá para iniciar el ataque” (vv. 9-11).
Gedeón y Fura entraron en el campamento de los madianitas sin ser vistos. Se detuvieron junto a una de las tiendas. Lo que estaban a punto de escuchar era todo lo que necesitaban saber sobre el resultado de la batalla.
Un mal sueño
Esto es lo que escucharon: “Había un pan de cebada, que rodaba hasta nuestro campamento”, dijo una voz agitada. “¡Este pan golpeó una tienda tan fuerte que la tienda se movía hacia los lados y luego se derrumbó! ¿Puedes creerlo, derribado por un pedazo de pan? ¡Fue tan real!”.
Su compañero respondió: “Es la espada de Gedeón! Dios ha entregado a Madián y a todo este campamento en sus manos. ¡Seguro que vamos a ser derrotados!”.
Gedeón, muy animado por lo que había oído, adoró a Dios. Regresó al campamento para reunir a sus valientes 300.
Tomen sus armas
“Ha llegado el momento”, dijo Gedeón a sus tropas que esperaban. “El Eterno ha entregado al enemigo en nuestras manos. Necesito tres compañías de 100 hombres cada una. Se les dará una trompeta y un cántaro vacío con una antorcha dentro. Entonces mírenme a mí, y hagan lo yo que haga cuando lleguemos al campamento madianita”.
Gedeón y su ejército esperaron hasta la medianoche. Luego se acercaron al enemigo que en esos momentos estaba dormido. Los cien hombres con Gedeón tocaron sus trompetas y rompieron sus cántaros. Las otras compañías siguieron su ejemplo, e Israel rodeó el campamento. Sus trompetas retumbaban y sus antorchas ardían, y gritaron: “¡Por la espada del Eterno y de Gedeón!”.
Los soldados madianitas salieron apresuradamente de sus tiendas desesperados. Estaban desorientados por un mar de antorchas que los rodeaban y aterrorizados por el estruendoso grito de batalla. En su confusión empezaron a atacar todo lo que se movía. ¡El Eterno hizo que los soldados enemigos se mataran entre ellos mismos! Los que sobrevivieron empezaron a huir, pero Israel se apresuró a perseguirlos.
Fiel a su palabra, el Eterno había entregado el ejército de los madianitas en manos de Gedeón y su ejército de 300 soldados. Y no tuvieron que levantar una sola espada.
Después de un tiempo
Tomó algún tiempo, pero finalmente la opresión madianita sobre Israel había terminado para siempre. Esta parte de la historia se encuentra en Jueces 8. Después de eso, la Biblia dice: “Y el pueblo estuvo en paz cuarenta años en los días de Gedeón” (Jueces 8:28).
Preguntas para comentar
- ¿Fue algo bueno o malo que Gedeón le pidiera señales a Dios? ¿Cuáles son las razones de su respuesta?
- ¿Cuántas veces hizo Dios señales para fortalecer la fe de Gedeón? ¿Qué hizo?
- ¿Qué lecciones podemos aprender de la historia de Gedeón?
- ¿Aprendió Gedeón a tener fe? (Sugerencia: Leer Hebreos 11:32).
Para aprender más acerca de la fe, puede leer nuestro artículo: “¿Qué es la fe?”.