El libro de Hechos revela los milagros que marcaron el comienzo de la Iglesia. La historia de la fundación de la Iglesia de Dios tiene lecciones importantes para nosotros en la actualidad.
Jesucristo dijo a sus seguidores: “edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Su Iglesia continuaría a través de los siglos, y nunca desaparecería.
Cristo hizo esta declaración hace casi 2.000 años atrás, y continúa siendo cierta hoy en día. Cristo todavía está a cargo de la Iglesia que Él edificó en el primer siglo (Colosenses 1:18). Si bien muchos aspectos acerca de la Iglesia son fascinantes, desde sus enseñanzas hasta la obra que Cristo le ha asignado, hay un evento que se destaca más que otros. Estudiemos el inicio de la Iglesia.
El derramamiento del Espíritu Santo
Después de resucitar de entre los muertos, Cristo pasó 40 días con sus discípulos. Durante este tiempo, les enseñó en detalle acerca del Reino de Dios y los preparó aún más para la obra que tendrían por delante (Hechos 1:2-3). Jesús prometió que pronto recibirían el Espíritu Santo y serían llenos de poder para testificar sobre Él “hasta lo último de la tierra” (v. 8).
Una parte crucial de esta preparación era capacitar a los discípulos para el siguiente paso en el plan de Dios. El primer paso estaba representado por la primera de las fiestas de Dios, la Pascua. Cristo, el Cordero de la Pascua, se había sacrificado a sí mismo por nuestros pecados. También enseñó a sus discípulos a sacar el pecado de sus vidas y a obedecer sus mandamientos (Juan 14:15). (Esto representaba el significado de la segunda de las fiestas de Dios, la fiesta de Panes Sin Levadura.) Ahora el escenario estaba listo para la tercera fase: recibirían el Espíritu Santo.
La Iglesia de Dios comenzó siendo pequeña, muy pequeña. Al principio, había alrededor de 120 personas reunidas cuando eligieron el reemplazo para Judas (Hechos 1:15). Después de que Cristo ascendiera para estar en el trono del Padre, ellos siguieron las instrucciones que Él les había dado, y estaban todos reunidos en Jerusalén para Pentecostés, el tercero de los festivales sagrados de Dios. (Para más información acerca de las fiestas de Dios, lea “Las fiestas bíblicas: ¿quiere Dios que las celebremos? ¿Por qué?”.)
Cuando estaban todos juntos, Dios dio a sus discípulos el Espíritu Santo. Durante el derramamiento del Espíritu Santo también envió un “un estruendo como de un viento recio que soplaba” y “lenguas repartidas, como de fuego”. Estos milagros mostraron a todos aquellos presentes cuán importante era este evento (Hechos 2:1-4).
El derramamiento del Espíritu Santo en este día fue una parte crucial en el plan de Dios para la humanidad, y también era necesario para el pueblo de Dios (Juan 16:7; 1 Juan 4:13). La Iglesia de Dios del Nuevo Testamento comenzó cuando en ese día de Pentecostés, Dios les dío su Espíritu Santo.
Atraídos por los milagros
El sonido fue tan fuerte que atrajo a una multitud de personas que llegaron al lugar donde estaban reunidos para investigar el ruido (Hechos 2:2, 6).
La multitud estaba asombrada por el milagro conocido como “hablar en lenguas”. Los judíos de alrededor del mundo estaban escuchando a estos galileos, supuestamente sin educación, hablarles en sus propios idiomas y dialectos. (Para más información acerca del milagro de hablar en lenguas, vea nuestro artículo “¿Qué es hablar en lenguas?”.)
El mensaje de la Iglesia
La multitud tuvo curiosidad y quería saber qué estaba pasando. Así que el apóstol Pedro aprovechó esta oportunidad que Dios les estaba dando, y dio un contundente sermón acerca del ministerio, la muerte y la resurrección de Jesús.
El mensaje de Pedro afectó profundamente a algunos de ellos. La Biblia dice que “se compungieron de corazón” (Hechos 2:37). El Mesías que habían estado esperando toda su vida había sido crucificado, ¡y ellos eran responsables!
El sermón de Pedro comenzó explicando del libro de Joel exactamente lo que había sucedido (Hechos 2:14-21). Luego les demostró en la Biblia que Jesús era en realidad el Mesías prometido, pero que ellos lo habían matado. Él había muerto por sus pecados (Hechos 2:22-36). Pentecostés era un festival importante, por lo que Jerusalén estaba llena de visitantes de otras regiones. Dios había bendecido a la Iglesia recién establecida con la oportunidad de predicar las buenas nuevas a personas de muchos lugares diferentes, desde Roma hasta Asia y África, sin haber salido de Jerusalén (Hechos 2: 9-11).
El mensaje de Pedro afectó profundamente a algunos de ellos. La Biblia dice que “se compungieron de corazón” (Hechos 2:37). El Mesías que habían estado esperando toda su vida había sido crucificado, ¡y ellos eran responsables!
Muchos respondieron con una pregunta emotiva y sincera. Ellos preguntaron: “¿qué haremos?”.
Pedro respondió: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Jesucristo también había predicado un mensaje de fe, arrepentimiento y bautismo (Marcos 1:14-15; 16:16).
El comienzo de la Iglesia, pero no su fin
Durante ese primer día, en la Iglesia se llevaron a cabo unos 3.000 bautismos, y Dios continuó bendiciendo a la Iglesia con crecimiento (Hechos 2:41, 47). El resto del libro de Hechos y el Nuevo Testamento revela una historia de persecución, milagros y fe en Dios que puede animarnos, y nos reafirma que Dios continúa estando con su Iglesia hoy.
Si bien la historia del comienzo de la Iglesia se relata en el libro de Hechos, es una historia que hasta hoy se continúa escribiendo. Usted puede ser parte de esa historia. A medida que nos acercamos a la segunda venida de Cristo, usted necesita decidir cómo responderá al llamamiento de Dios.
La historia de la fundación de la Iglesia ya terminada. Pero podemos ser parte de la Iglesia hoy y de la historia de su obra que sigue en curso.
Lea más acerca de la Iglesia, su propósito y su parte en ella en el artículo “La Iglesia de Dios: ¿qué es en realidad?”.