Una muchacha que había sido arrebatada de su hogar en Israel, mostró una fe notable en Dios. ¡Llamó la atención no sólo de su ama, sino también de los reyes de dos naciones!
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“Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima, porque por medio de él había dado el Eterno salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso. Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán” (2 Reyes 5:1-2).
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Las cosas definitivamente no estaban bien en Israel. Por un lado, los gobernantes de Israel seguían adorando a Baal, un dios falso. Dios les había enviado profetas, entre ellos Elías y Eliseo, para mostrar su poder y dar a su pueblo la oportunidad de cambiar sus caminos. Pero Israel era terco. La nación se negó rotundamente a obedecer a Dios, y seguían quebrantando el Primer Mandamiento, que nos ordena no tener otros dioses delante del Dios verdadero.
Para empeorar las cosas, los ejércitos enemigos continuaban acechando e invadiendo las fronteras de Israel. Primero fue Moab y ahora, más recientemente, Ben-adad II, rey de Siria, atacando el norte de Israel.
Los sirios habían sido un problema desde la época del rey David. Periódicamente arrasaban el país, destruyendo, saqueando y tomando cautivos. Durante una de esas redadas, una joven muchacha, que tal vez ni siquiera estuviera en su adolescencia, fue capturada. Fue asignada como esclava en la casa del poderoso Naamán, general del ejército de su poderoso rey sirio.
Mucho miedo
La joven debe haber presenciado con ojos llenos de terror el día en que vio a las feroces bandas de ladrones abalanzarse sobre los caballos, vociferando palabras que no podía entender. Los gritos de pavor resonaban en sus oídos mientras amigos y vecinos trataban de huir ante los amenazantes ladrones.
Probablemente corría con desesperación para esconderse, cuando un brazo tosco la tiró bruscamente de sus pies y la subió a un caballo al galope. El jinete la agarró firmemente mientras ella luchaba por liberarse inútilmente. Con seguridad, ella sería un premio digno para la casa de Naamán. Probablemente, las últimas escenas grabadas en su memoria, eran las de sus seres queridos asesinados o de su amado pueblo en llamas.
Cambios alarmantes
Mientras sus captores se dirigían hacia Damasco, un lugar del que probablemente jamás había oído hablar, la vida de esta joven muchacha cambiaría para siempre. Atrás había quedado la vida con su familia y las costumbres que ella conocía. Le esperaban muchas cosas extrañas y nuevas: una tierra lejana, dioses, costumbres e idioma.
Cuando la joven cautiva fue presentada a Naamán y su esposa, ella notó algo sorprendente en su nuevo amo. ¡Era leproso! Si estuvieran en Israel, tal persona hubiera sido expulsada de su aldea, pero ahora, ella tendría que servir en su casa. ¡Tantos cambios preocupantes para alguien tan joven!
Con el paso del tiempo
La Biblia no indica cuánto tiempo estuvo sirviendo a la esposa de Naamán antes de ganarse su confianza. Tampoco sabemos cuándo la joven criada tuvo la valentía de acercarse a su ama con una posible solución para la terrible aflicción de su esposo.
Siempre recordaba
Aunque lejos de casa y en una tierra extranjera, la joven doncella no había olvidado las obras que Dios había realizado a través de sus profetas. Tal vez había oído hablar de estas maravillas caminando con su madre al pozo de su pueblo para sacar agua. O tal vez había oído hablar de estos milagros cuando su familia hablaba de los acontecimientos del día antes de ir a dormir.
¿O es posible que su padre haya sido uno de los 7.000 profetas que se negaron a doblar sus rodillas ante Baal? ¿Quizás habría presenciado personalmente el valor que se necesitó para desafiar a la malvada Jezabel? (Este emocionante relato se encuentra en 1 Reyes 18.)
La Biblia no lo dice, pero de alguna manera, ella sabía que había alguien que podía ayudar. Un día, ella tuvo el valor de hablar con su ama. “Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra” (2 Reyes 5:3).
No sólo su ama escuchaba atentamente a sus palabras, sino también Naamán. Llevó el asunto directamente a su rey, quien a su vez escribió una carta sorprendente a Joram, el rey de Israel. Él escribió: “Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra” (v. 6).
Poco tiempo después, Naamán empezó su viaje a Israel; llevaba consigo la carta real y 10 talentos de plata, 6.000 siclos de oro y 10 mudas de ropa. Estos eran regalos apropiados para honrar a un rey.
Naamán conoce a Eliseo
Cuando el rey Joram leyó la carta de Ben-adad, se rasgó la ropa, y gritó: “¿Soy yo Dios, que mate y dé vida, para que éste envíe a mí a que sane un hombre de su lepra?”. El rey sabía que sólo Dios podía sanar a Naamán.
Cuando Eliseo se enteró del problema del rey, ofreció una solución. “Venga [Naamán]
ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel” (v. 8).
Cuando Naamán llegó en su carro a la casa de Eliseo, el profeta le envió un mensajero con instrucciones. “Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio” (v. 10).
En lugar de estar contento y dispuesto a seguir las instrucciones de Eliseo, ¡el leproso estaba furioso! Él no había contemplado la posibilidad de que el profeta no lo sanara inmediatamente. Ciertamente no tenía la intención de lavarse en ningún río. ¿No eran los ríos de Damasco mejores que todas las aguas de Israel? El general salió de la casa de Eliseo muy enojado.
El poderoso hombre de valor de Siria acababa de experimentar el poder inigualable del Dios de Israel. Su lepra había desaparecido.
Más tarde, sus sirvientes razonaron pacientemente con él: “si el profeta te hubiera mandado hacer alguna gran cosa, ¿no la habrías hecho? (v. 13).
Con el tiempo, las palabras de sus sirvientes dieron sus frutos, y Naamán accedió a seguir las instrucciones del profeta. “Él entonces descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios; y su carne se volvió como la carne de un niño, y quedó limpio” (v. 14).
El poderoso hombre de valor de Siria acababa de experimentar el poder inigualable del Dios de Israel. Su lepra había desaparecido.
Valentía recompensada
Cuando Naamán apareció ante Eliseo, hizo una declaración asombrosa: “He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra, sino en Israel” (v. 15). Luego Naamán dijo: “Porque de aquí en adelante tu siervo no sacrificará holocausto ni ofrecerá sacrificio a otros dioses, sino al Eterno” (v. 17).
Debido a la fe y el valor de una joven muchacha, un gran hombre fue sanado de su lepra y su forma de vida había cambiado para siempre. Las Escrituras no dicen más acerca de esta joven criada, pero su ejemplo todavía es inspirador, incluso hasta el día de hoy.
Sugerencias para una discusión
Aquí hay algunas preguntas para reflexionar o hablar en familia:
- ¿Por qué la joven criada se habría sorprendido al estar en presencia de un leproso? (Ver Levítico 13-14.)
- ¿Por qué cree que la esposa de Naamán, el mismo Naamán y Ben-adad creyeron a la joven criada?
- ¿Por qué cree que Naamán estaba tan enojado cuando se le instruyó sumergirse en el río siete veces?
- ¿Cómo cree que cambió Naamán después de ser sanado de su lepra?
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