La oración ferviente

¿Ora usted con intensidad? ¿Cómo podemos nosotros, como seres humanos débiles, expresar nuestro fervor cuando nos dirigimos a nuestro Padre celestial?

En Santiago 5:16 leemos: “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”.

Para ilustrar el impacto que tiene una oración ferviente y efectiva, Santiago se refiere a lo que Dios, por medio de Elías llevo a cabo para captar la atención de Acab, un malvado rey de Israel. Acab trató de fortalecer su reino haciendo tratados comerciales con otras naciones. Sin embargo, fomentó el culto al dios pagano Baal, y erigió un templo en su honor en Samaria.

Por lo tanto, Elías le advirtió a Acab que vendría una sequía tremenda y que duraría mucho tiempo. Santiago dijo: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses” (Santiago 5:17). Dios escuchó y respondió esa sincera oración.

Después de tres años y medio sin lluvia, Acab y Elías se encontraron frente a frente y acordaron hacer una prueba para determinar a quién debían adorar, a Baal o a Dios.

Acab reunió a 450 profetas de Baal en el monte Carmelo para erigir un altar y preparar su sacrificio. Empezaron a suplicarle a su dios que aceptara su ofrenda y la consumiera con fuego. Las horas pasaban y Elías empezó a burlarse y a ridiculizarlos. El sacrificio quedó intacto.

Más oraciones fervientes

Después de que Elías preparó el altar y el sacrificio a Dios y empaparon todo con una docena de cántaros de agua, pronunció esta breve oración:

“Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Eterno Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo, y que por mandato tuyo he hecho todas estas cosas. Respóndeme, Eterno, respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Eterno, eres el Dios, y que tú vuelves a ti el corazón de ellos” (1 Reyes 18:36-37).

Sólo se emplearon 59 palabras en español para registrar la oración de Elías. Cuando concluyó, cada elemento que hacía parte del sacrificio que él le había ofrecido a Dios, ¡fue consumido por fuego! Las personas que estaban observando quedaron atónitas y alabaron al Eterno Dios y dieron muerte a los 450 profetas de Baal.

Entonces Elías oró una vez más para que lloviera (Santiago 5:18). “Acab subió a comer y a beber. Y Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas. Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces” (1 Reyes 18:42-43). La Biblia no describe esta oración, ¡pero sí nos dice que Elías envió sietes veces a su criado para que mirara! La urgencia de Elías y su perseverancia son claras; Dios respondió y la sequía terminó. Las oraciones de Elías fueron fervientes y efectivas.

¿Era Elías un hombre excepcional? Santiago lo describe como “un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras” (Santiago 5:17). Definitivamente Dios lo utilizó de una manera extraordinaria, pero compartimos la misma composición física y mental.

¿Qué significa ser ferviente?

El diccionario del nuevo mundo de inglés americano de Webster, define ferviente como “caliente; ardiente; resplandeciente; que tiene o muestra una gran calidez de sentimientos; intensamente devoto o sincero, ardiente”.

La frase “eficaz, ferviente” en el versículo 16, viene de la traducción de una palabra griega que indica que hay algún trabajo, algún esfuerzo, asociado a esta iniciativa. La palabra griega es energeo y la palabra hispana “energía” se deriva de ésta. Por lo tanto, ser ferviente no es algo que normalmente se de fácil. Debe haber un componente activo de un celo o compromiso real —enfoque mental.

La palabra ferviente no es de uso común en las conversaciones que tenemos hoy en día. De hecho, el término es empleado en muy pocas ocasiones en la Biblia. En el libro de Hechos, leemos acerca de un hombre llamado Apolos que viajaba por el campo enseñando y exponiendo las Escrituras. Entre sus características, se menciona el hecho de que era “de espíritu fervoroso” (Hechos 18: 24-25).

Aquí, la palabra fervoroso proviene de la palabra griega zeo. Frederick Danker, en su obra Léxico griego-inglés del Nuevo Testamento y otra literatura cristiana primitiva, la define como “estar agitado emocionalmente, estar entusiasmado/excitado/en llamas”.

Con frecuencia, cuando hablamos de la palabra celoso la relacionamos con ser fervoroso. Algunas de las versiones más nuevas del Nuevo Testamento describen a Apolos como una persona muy entusiasta a la hora de hablar. En otras palabras, se emocionaba. La verdad que él hablaba, lo conmovía.

Pablo menciona al final de su carta a los colosenses, que Epafras siempre estaba “orando encarecidamente [del griego agonizomai, que significa ‘contender o luchar’ (Léxico griego bíblico en línea) por vosotros” (Colosenses 4:12-14). Epafras estaba en prisión con Pablo en Roma (ver Filemón 1:23) y siempre estaba orando por otras personas. Oraba como si literalmente estuviera en una batalla por ellos mientras luchaban por el Reino de Dios.

Llegar a ser ferviente o celoso en la oración es un proceso que se va madurando

Muchos niños a la edad de preescolar empiezan a tener contacto con la oración por medio de poemas simples que agradecen a Dios por los alimentos que van a consumir o para pedirle una buena noche de sueño. Seguramente no describiríamos esas oraciones como fervientes.

A medida que maduramos, nuestros primeros intentos de orar con sinceridad al Dios que creó el universo pueden ser bastante desalentadores. El apóstol Pablo describe este proceso de maduración en 1 Corintios 13:11: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño”.

Cuando abrimos la Biblia, podemos leer que Elías y otros personajes le oraron a Dios y obtuvieron unos resultados asombrosos.Cuando abrimos la Biblia, podemos leer que Elías y otros personajes le oraron a Dios y obtuvieron unos resultados asombrosos. ¡Es posible que pensemos que nosotros nunca vamos a lograr algo por el estilo! Pero hay que tener en cuenta que estos hombres y mujeres eran simplemente seres humanos como nosotros. Perseguían sueños, luchaban contra las fuerzas, comían y tomaban líquido como todo el mundo.

Literalmente hay cientos de referencias a la oración en la Biblia. La más larga se encuentra en Nehemías 9:5-38 (1.058 palabras), y la más corta son las dos palabras que Pedro pronunció cuando empezó a hundirse bajo las olas después de caminar brevemente sobre el agua: “¡Señor, sálvame!”

Hay registradas oraciones de profetas y jueces, de hombres y mujeres, de jóvenes y ancianos. Las circunstancias variaban, y hay oraciones de alegría y de dolor. Los temas difieren, pero la mayoría de estas oraciones se hicieron con fervor, con algún grado de convicción, enfoque y celo.

Dios quiere que le oremos. Cuando Jesús les enseñó a los discípulos a orar, no dijo, oran. Les dijo que lo hicieran cuando oraran. Cuando le pidieron que les enseñara a orar, les dio un esquema que les ayudaría. Sus palabras exactas no debían repetirse una y otra vez, día tras día. A medida que usted entienda sus palabras y las ponga en práctica en sus oraciones diarias, las convicciones y emociones que sienta no serán algo programado —va a ser algo natural. (Si usted quiere aprender más acerca de este tema, lo invitamos a leer nuestro artículo “¿Oramos de la forma en que Jesús nos enseñó?”.)

El poder de la oración

Lord Alfred Tennyson, poeta laureado de Gran Bretaña durante el reinado de la Reina Victoria, escribió “Idilios del Rey”, una larga narrativa acerca del Rey Arturo y los caballeros que servían en la mesa redonda. Una frase de esta memorable obra literaria se destaca hoy en día:

“La oración alcanza más cosas de las que el mundo puede imaginar”.

Una rápida mirada al resultado de sólo algunas de las oraciones fervientes que están registradas en la Biblia revela que las peticiones personales fueron escuchadas (1 Samuel 1:27-28), el Espíritu Santo fue dado (Hechos 8:14-17), los muertos fueron resucitados (Hechos 9:39-41), las personas fueron sanadas (Génesis 20:17-21:1; Hechos 28:8) y las pérdidas personales fueron restauradas (Job 42:10).

Cuando oramos, debemos meditar en estos casos, así como en tantos otros registrados, para nuestro ánimo y dirección.

Dios no nos pide que seamos dramáticos. Elías no imitó a los sacerdotes de Baal mientras oraba en el monte Carmelo; simplemente se concentró en el único Dios verdadero. Dios quiere que nuestras oraciones sean fervientes, de corazón y llenas de celo.

Cuando nuestras oraciones no son mundanas, pueden ocurrir cosas sorprendentes.

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