De la edición Septiembre/Octubre 2022 de la revista Discernir

El reino, el poder y la gloria

La oración modelo de Jesucristo concluye con la frase: “porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos”. ¿Qué significa esto para nosotros?

Cuando Cristo les enseñó a sus discípulos cómo orar, les explicó que las oraciones son oportunidades personales para dirigirnos a Dios, la mayoría de las veces en privado. También dijo que debemos orar de corazón, con nuestras propias palabras, no repitiendo una oración específica y exactamente igual una y otra vez (Mateo 6:5-8).

Para ayudarles a entender cómo debe ser una oración, Jesús además les dio una oración modelo con los temas importantes que debían incluir. Esta oración (Mateo 6:9-13) se conoce comúnmente como “el Padre nuestro”.

Es importante entender que la intención de Cristo no era que repitiéramos sus palabras exactas cada vez que oramos. En otros ejemplos bíblicos donde Jesús oró, vemos que Él mismo usó palabras diferentes, porque le estaba comunicando sus pensamientos al Padre en diferentes circunstancias.

Pero la oración modelo nos ayuda porque contiene temas que deberíamos incluir en nuestras oraciones y nos muestra la perspectiva que debemos tener cuando nos comunicamos con nuestro Padre Celestial. Para más detalles, vea nuestros artículos en línea “El Padre nuestro” y “¿Oramos de la forma en que Jesús nos enseñó?”.

Con este entendimiento acerca de la oración modelo de Cristo, ahora nos enfocaremos en la última frase de Mateo 6:13, donde Jesús concluye: “porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”.

Tuyo es el reino

Esta parte de la frase hace eco de un concepto mencionado al principio de la oración modelo. Luego de dirigirnos a nuestro Padre en los cielos y alabar su nombre, Cristo dice que pidamos: “Venga tu reino” (Mateo 6:10).

Mencionar el Reino de Dios al principio y al final de nuestras oraciones, nos recuerda que su Reino es la historia que enmarca toda la Biblia. Éste es un principio fundamental del cristianismo.

El evangelio (las buenas noticias) del Reino de Dios fue el meollo de la predicación de Cristo durante su ministerio en la Tierra (Marcos 1:14-15). “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”, dijo en Mateo 6:33.

Los creyentes fieles tienen su ciudadanía en el Reino de Dios, que actualmente se encuentra en el cielo (Colosenses 1:13; Filipenses 3:20). Cuando Cristo regrese, el Reino de Dios será establecido en la Tierra y nosotros reinaremos con Él por mil años (Apocalipsis 1:6; 11:15; 20:6). Eventualmente, el Reino le será entregado a Dios el Padre (1 Corintios 15:24) y se extenderá por la eternidad.

Cuando oramos acerca del Reino de Dios, recordamos y fortalecemos nuestra convicción en el propósito de nuestra vida y nuestro futuro. Dios no necesita que le recuerden acerca de su plan, pero nosotros sí. Pedir que venga el Reino de Dios nos ayuda a recordar que ése es el punto focal de su plan para la humanidad y que necesitamos prepararnos para servir en él.

El poder

Dado que los seres humanos no vemos el mundo espiritual, es fácil pasar por alto el hecho de que Dios tiene todo el poder. Actualmente, en el presente siglo malo, Dios ha permitido que Satanás tenga cierto poder y autoridad (Lucas 4:6; Gálatas 1:4). Pero Dios sigue en control de su plan y tiene toda su autoridad. De hecho, les da a sus ministros poder para enfrentar espíritus malignos y la oportunidad de pedir sanidad divina por medio de la unción (Lucas 9:1; 10:19). Cuando Jesucristo regrese a la Tierra, quitará a Satanás de en medio y usará su poder para gobernar el mundo entero (Apocalipsis 11:15).

Los cristianos fieles reciben una pequeña porción del poder de Dios por el Espíritu Santo cuando se arrepienten de sus pecados, son bautizados y les son impuestas las manos, que es un requisito para que Dios otorgue el don del Espíritu (Hechos 1:8). Pablo describe el Espíritu como uno de “poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7), y enumera nueve características que son “el fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22-23).

El Espíritu Santo nos permite vivir de una manera que le agrade a Dios (Romanos 8:8-9). También nos identifica como hijos de Dios y nos sella para ser redimidos a vida eterna cuando Cristo regrese (Romanos 8:11, 14, 16; Efesios 1:13; 4:30).

Cuando se complete el plan de salvación de Dios para la humanidad, Dios tendrá el control absoluto. Como explica Pablo: “Luego el fin, cuando [Jesucristo] entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia” (1 Corintios 15:24).

Terminar nuestras oraciones con una referencia al poder de Dios nos recuerda que Él realmente tiene todo el poder y que, a través del Espíritu Santo, podemos gustar de “los poderes del siglo venidero” (Hebreos 6:5). 

Y la gloria por todos los siglos

La palabra griega traducida como “gloria” es doxa, la cual tiene varios significados. En referencia a Dios, incluye: su “esplendor… magnificencia, excelencia, preeminencia, dignidad, gracia… majestad” (Thayer’s Greek Definitions [Definiciones griegas de Thayer]). Dios tiene un estado glorificado muy superior al de cualquier otro ser o cosa.

Jesucristo fue “el resplandor de [la gloria del Padre]” (Hebreos 1:3). Sus discípulos “[vieron] su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14; 2:11).

Referirnos a la gloria del Padre y al hecho de que es permanente (eterna) es una muestra de honor y respeto hacia nuestro Creador.

Significado general

Unos años atrás, el rey David, un hombre conforme al corazón de Dios (Hechos 13:22), había incluido estos tres conceptos —el gobierno de Dios sobre su Reino, su poder y su gloria— en una oración pública que dio antes del inicio del reinado de su hijo Salomón.

“Tuya es, oh Eterno, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Eterno, es el reino, y tú eres excelso sobre todos” (1 Crónicas 29:11).

En la oración modelo, Jesucristo nos enseña a terminar nuestras oraciones de forma similar. Cuando decimos “tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos”, honramos a Dios y recordamos su grandioso plan, poder y magnificencia.

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