De la edición Mayo/Junio 2023 de la revista Discernir

¿Hasta cuándo, oh Eterno?

Los fieles de Dios han tenido que esperar muchas veces —por sanidad, alivio y liberación— mientras se preguntan “¿hasta cuándo?”. ¿Qué podemos aprender mientras esperamos una respuesta de Dios?

¿Ha tenido que esperar mucho para que Dios responda sus oraciones? ¿Le ha preguntado, tal vez entre lágrimas, “¿hasta cuándo?” mientras espera por sanidad, un cónyuge o un mejor trabajo?

Pues no está solo.

“¿Hasta cuándo, oh Eterno?” es una pregunta que se repite a lo largo de las Escrituras; y todas las veces que encontramos estas palabras son expresadas con mucha emoción. “¿Hasta cuándo?” es una pregunta que ha resonado entre los fieles a lo largo del tiempo.

Preguntar “¿hasta cuándo?”

Uno de los pasajes donde la encontramos describe cómo los enemigos de Jerusalén “redujeron a Jerusalén a escombros” (Salmos 79:1), luego leemos: “¿Hasta cuándo, oh Eterno? ¿Estarás airado para siempre? ¿Arderá como fuego tu celo?” (v. 5).

Éste era un problema nacional, pero en la Biblia también encontramos expresiones similares de otras personas. Con la sensación de que Dios lo estaba persiguiendo injustamente, Job pregunta: “¿Qué es el hombre, para que lo engrandezcas, y para que pongas sobre él tu corazón, y lo visites todas las mañanas, y todos los momentos lo pruebes? ¿Hasta cuándo no apartarás de mí tu mirada, y no me soltarás siquiera hasta que trague mi saliva?” (Job 7:17-19).

Es fácil sentirnos como Job. Absortos en nuestros miedos y dolor, podemos pensar que Dios no nota nuestro sufrimiento o que no es importante para Él. ¡Pero eso no es verdad!

Como David escribió: “Claman los justos, y el Eterno oye, y los libra de todas sus angustias. Cercano está el Eterno a los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu. Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará el Eterno” (Salmos 34:17-19; vea nuestro artículo “Dios escucha nuestras oraciones”).

Dios nos escucha, pero no siempre actúa cuando pensamos que debería hacerlo. Y mientras le rogamos, preguntándonos hasta cuándo tendremos que esperar por su sanidad, liberación, ayuda o alivio, es posible que olvidemos el hecho de que a veces Dios también espera y se pregunta “¿hasta cuándo?”.

Dios también pregunta “¿hasta cuándo?”

A comienzos de la historia de Israel, Dios preguntó “¿hasta cuándo?”. Las tribus acababan de salir de Egipto cuando su comportamiento dio pie a esta pregunta. La situación se presentó poco después de que Dios los bendijera con el maná.

Dios les daba su milagroso “pan del cielo” (Éxodo 16:4) todos los días, pero el sexto día debían recoger doble porción para descansar el sábado (v. 5). Sin embargo, desobedeciendo las claras instrucciones de Dios, algunas personas intentaron recolectar maná en el día de reposo. Dios entonces preguntó: “¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes?” (v. 28).

Pero ésta no fue la única vez que hizo la pregunta. También la hizo cuando:

  • Samuel, un juez y profeta de Israel, hizo luto por el rey Saúl (1 Samuel 15:35) después de que Dios lo rechazara como rey. Dios le preguntó a Samuel: “¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel?” (1 Samuel 16:1).

Incluso los profetas de Dios fueron inspirados a hacer esta pregunta:

  • Elías, un profeta de Dios que desafió a los profetas de Baal les preguntó a los habitantes del reino del norte de Israel: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si el Eterno es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 Reyes 18:21).
  • El profeta Jeremías escribió: “Lava tu corazón de maldad, oh Jerusalén, para que seas salva. ¿Hasta cuándo permitirás en medio de ti los pensamientos de iniquidad?” (Jeremías 4:14).

La Biblia demuestra claramente que Dios también espera el arrepentimiento de su pueblo.

¿Por qué espera Dios?

Una de las principales razones por las que Dios espera es su misericordia. Es muy importante entender este concepto cuando lidiamos con nuestro propio sufrimiento o el sufrimiento de otros. Los accidentes, el tiempo y la ocasión causan sufrimiento. Pero la mayoría de las veces, lo que causa el sufrimiento es el pecado. Esto no significa necesariamente que quienes sufren han pecado y han causado su propio sufrimiento; también podemos sufrir por los pecados de otros.

Desde la época de Adán y Eva, los humanos hemos vivido en un mundo alejado de Dios —un mundo bajo una maldición que nos hemos acarreado a nosotros mismos (Génesis 3:16-19). Si Dios castigara todos nuestros pecados de inmediato, todos moriríamos, porque todos somos culpables de pecar (Romanos 3:10-12, 23). Pero Dios es misericordioso y como escribió el apóstol Pedro: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).

En su misericordia, Dios —el Maestro del tiempo oportuno— nos da tiempo a todos: tiempo para entrar en razón, tiempo para entender que somos pecadores, tiempo para darnos cuenta de que lo necesitamos y tiempo para arrepentirnos.

Sin embargo, la mayoría de nosotros es como un par de hermanos que pertenecían a los 12 apóstoles originales: Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, a quienes Jesús les dio el apodo de “Hijos del trueno” (Marcos 3:17).

Cuando confiamos en Dios, quien siempre tiene en mente lo mejor para nosotros, podemos ampliar nuestra perspectiva más allá de nuestro dolor y tratar de ver el mundo como Dios lo ve. Podemos pedirle entendimiento y fe. Y podemos tener una mejor disposición para esperar, soportando pacientemente lo que ocurre a nuestro alrededor.Es posible que la razón de este apodo haya sido la actitud que tuvieron cuando un pueblo samaritano rechazó a Jesús porque se dirigía a Jerusalén (Lucas 9:52-53). Jacobo y Juan le preguntaron a Cristo si debían mandar “que descienda fuego del cielo” (v. 54) para destruir a los samaritanos. Pero Jesús reprendió a los dos discípulos y les explicó que Él no había “venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (v. 56).

Para la mayoría de nosotros, es difícil mostrar misericordia con alguien que nos ha lastimado, pero ser misericordioso es parte de la naturaleza de Dios. Sencillamente, nosotros no pensamos como Él piensa.

El profeta Isaías describe esta diferencia entre nuestro deseo de justicia inmediata y la disposición de Dios de darnos tiempo para arrepentirnos:

“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Eterno, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Eterno. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:7-9).

Todos los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros, pero este pasaje habla específicamente de su misericordia. Nosotros no deseamos la misericordia tanto como Él la desea. Pero a medida que crecemos en el fruto del Espíritu de la paciencia, también deberíamos crecer en la cualidad de la misericordia.

No siempre se trata de misericordia

¿Qué hay de las situaciones donde no se requiere de perdón? ¿Qué sucede cuando pedimos sanidad, un cónyuge o alivio económico?

La realidad es que no siempre entendemos por qué tenemos que esperar. Puede ser para que crezcamos en fe, o para que alguien más crezca en fe. Pero, por otro lado, puede que no tenga nada que ver con la fe o la misericordia, sino que la prueba simplemente sea parte del plan de Dios de una forma que aún no podemos comprender.

Los discípulos, que como muchas personas veían las pruebas como castigos por el pecado, en cierta ocasión le preguntaron a Jesús por qué un hombre era ciego: “Rabí, ¿quién pecó, este o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:2).

La respuesta de Cristo los sorprendió: “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 3). Dios no estaba castigando al hombre; su ceguera sería usada para revelar su poder.

¿Qué significa esto para nosotros?

Sabemos por experiencia, y también por las Escrituras, que el camino cristiano no está libre de sufrimiento. De hecho, Pedro escribió que “también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1 Pedro 2:21).

Pero junto con el sufrimiento, Dios nos ofrece consuelo y ayuda. Estudie más acerca de esto en nuestros artículos “Padre de misericordias y Dios de toda consolación” y “8 versículos alentadores de la Biblia acerca del consuelo”. Dios tiene grandes bendiciones para quienes lo esperan con paciencia: “bienaventurados todos los que confían en él” (Isaías 30:18; vea nuestro artículo “Coherederos con Cristo”).

Cualquiera que sea la razón por la que aún no obtenemos una respuesta, necesitamos prepararnos espiritualmente. Esa preparación comienza cuando aceptamos que no estamos en control. Dios está en control y ese hecho debería darnos confianza.

Cuando confiamos en Dios, quien siempre tiene en mente lo mejor para nosotros, podemos ampliar nuestra perspectiva más allá de nuestro dolor y tratar de ver el mundo como Dios lo ve. Podemos pedirle entendimiento y fe. Y podemos tener una mejor disposición para esperar, soportando pacientemente lo que ocurre a nuestro alrededor.

Esto no significa que esperar será fácil o sin sufrimiento. Por el contrario, aun podríamos preguntarnos “¿hasta cuándo?”. Pero si lo hacemos, no será con desesperación; será con fe y entendimiento.

Además, si nos esforzamos por alinear nuestra voluntad con la de Dios, Él no tendrá que preguntarnos “¿hasta cuándo?” a nosotros.

Para profundizar más en este tema, vea nuestro artículo en línea “¿Por qué estoy sufriendo?”.

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