Las palabras de Cristo en el Sermón del Monte están entre las más importantes que se han pronunciado en la historia. ¿Qué enseñó Él en este mensaje y por qué es importante para nosotros en la actualidad?
En esta serie de “Andar como Él anduvo” hemos llegado al más famoso de los mensajes registrados de Jesús: el Sermón del Monte. Pero a pesar de ser muy conocido, éste es probablemente el conjunto de instrucciones morales menos aplicadas en la historia.
Tanto Mateo como Lucas incluyeron este mensaje en sus Evangelios, pero el registro de Mateo es mucho más detallado y abarca tres capítulos (Mateo 5-7). El recuento de Lucas, en cambio, lo condensa en sólo 30 versículos de un solo capítulo (Lucas 6:20-49).
Esta diferencia de longitud refleja los diferentes estilos y las diferentes perspectivas de los autores de los Evangelios. Mateo era uno de los 12 apóstoles que escucharon el sermón en vivo, mientras que Lucas fue llamado años después y supo acerca de este sermón a través de entrevistas con testigos primarios.
Para el propósito de este breve artículo, usaremos principalmente el recuento de Lucas. Analizaremos algunos de los puntos principales, cómo Cristo los aplicó y cómo se aplican en la actualidad.
Las Bienaventuranzas: bendiciones espirituales de un carácter justo
Jesús inició su sermón con una serie de frases acerca de bendiciones espirituales, de las cuales Lucas registró cuatro y Mateo nueve.
Las Bienaventuranzas son bendiciones para los seguidores fieles de Cristo que ahora sufren física y espiritualmente por Él (Lucas 6:20-23; vea también Mateo 5:3-11).
Pobres. “Pobre en espíritu” describe a una persona con la humildad suficiente para siempre considerarse pobre e incapaz en comparación con Dios. Aunque había existido por la eternidad, Jesús se consideraba incapaz en comparación con el Padre: “No puedo yo hacer nada por mí mismo . . . no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30).
Si el Hijo de Dios dijo que “no podía hacer nada” por sí mismo, ¿cuánto más pobres deberíamos sentirnos nosotros en comparación con Dios?
Hambrientos. Cuando Jesús bendijo a los hambrientos, también se refería a quienes tienen hambre de su justicia. En Juan 4:34, Él mismo ejemplifica esta forma de pensar: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”. Así como la comida nos da energía física, la voluntad de Dios debe darnos energía y sustento espirituales.
Los que lloran. Los cristianos sufren y experimentan dificultades. Las bendiciones de las Bienaventuranzas no implican una vida sin sufrimiento. Por el contrario, al igual que Jesús, los cristianos “[tendrán] aflicción” (Juan 16:33). Pero, también como Cristo, debemos soportar esa aflicción y permanecer fieles para recibir la bendición máxima del Reino de Dios (Hechos 14:22).
Odiados. Cristo dijo que seremos bendecidos cuando otros nos odien, nos excluyan y nos injurien. Esta bendición se basa en nuestra disposición para ser rechazados y perseguidos por obedecer a Dios.
Jesús soportó maltrato durante toda su vida, especialmente al final. Y, cuando lanzaban acusaciones falsas en su contra durante su juicio ante Pilato, Él no “respondió ni una palabra” (Mateo 27:14). Cuando un cristiano enfrenta maltrato por hacer lo correcto, debería seguir el ejemplo de Cristo y no ceder ni buscar venganza.
Una vida caracterizada por el amor, incluso hacia los enemigos
Cristo también habló de las relaciones interpersonales, específicamente acerca de cómo responder a quienes nos tratan mal.
Para ser verdaderos cristianos, debemos hacer de las enseñanzas de Cristo (especialmente el Sermón del Monte) el fundamento de nuestras vidas.
Nuestra naturaleza humana generalmente no tiene problemas para ser amable con nuestros amigos y familiares. Pero cuando se trata de aquellos que se convierten en nuestros enemigos, lo natural es responder como ellos nos tratan a nosotros, no con amabilidad.
Sin embargo, Jesús nos enseña una forma mucho más difícil de reaccionar: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen” (Lucas 6:27-18). Éste es uno de los estándares de ética más altos y difíciles que se han enseñado.
Podríamos mencionar muchos ejemplos de cómo Cristo trató a sus enemigos con amor y amabilidad, pero uno de los más impresionantes ocurrió la noche en que fue traicionado.
Cuando un grupo de oficiales fue a arrestar a Jesús (aunque Él no había quebrantado ninguna ley), Él no discutió ni se resistió.
Pedro, por otro lado, no había interiorizado las enseñanzas de su Maestro, así que sacó una espada y apuntó a la cabeza del sirviente del sumo sacerdote, cortándole la oreja. Pero, en lugar de respaldar la resistencia de Pedro, Cristo sanó la oreja del hombre con misericordia (Lucas 22:51). Aunque este hombre era parte de un grupo que quería quitarle la vida violentamente, Jesús hizo el bien con él.
Aunque mostrar amor y amabilidad a un enemigo va en contra de cada fibra de nuestro ser, el ejemplo de Jesús demuestra que no es imposible. Él lo hizo y nosotros también podemos.
Ser más estrictos con nosotros mismos que con los demás
Cristo también abordó el tema de los juicios. Juzgar a menudo se define como evaluar y dar un veredicto acerca del comportamiento de otra persona. Cristo, sin embargo, giró el lente del juicio en 180 grados. Enseñó que deberíamos estar más preocupados de juzgarnos a nosotros mismos que a los demás, aunque para la naturaleza humana es contraintuitivo convertirnos en el jurado de una sola persona en nuestro propio juicio.
Primero, Cristo dijo la conocida frase: “No juzguéis, y no seréis juzgados” (Lucas 6:37). Es importante mencionar que Jesús no prohibió todos los juicios morales. A lo largo de su ministerio, Él denunció el pecado y los comportamientos incorrectos cuando los veía. Su propósito aquí era enseñarnos a no fijar nuestra atención en las fallas morales de otros.
En cambio, nos enseñó a usar el microscopio moral con nosotros mismos.
Para enfatizar este punto, usó una de sus analogías más creativas. En los versículos 41-42, compartió un divertido escenario en el que una persona se alborota por una pequeña paja en el ojo de otra, mientras ignora la enorme viga que hay en su propio ojo.
Su punto era claro: “saca primero la viga de tu propio ojo” (v. 42); es decir, haz de ti mismo el objeto de juicio.
Cristo nos enseñó a ser auto analíticos, a buscar genuinamente en nuestro interior fallas y necesidades de creer. Más tarde, el apóstol Pablo enseñaría el mismo principio: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos” (2 Corintios 13:5).
Enfocar nuestro juicio en los demás puede hacernos sentir cómodos o hacernos ignorar nuestras propias debilidades. Por otro lado, hacernos un autoexámen nos ayuda a crecer y corregir nuestros pasos constantemente para permanecer en el camino correcto y angosto.
La necesidad de cambiar
Además de enseñar la importancia de la autocrítica, Cristo explicó el resultado deseado: el cambio. Corregir los problemas internos resulta en cambios externos. Jesús comparó nuestras conductas con los frutos de un árbol: “No es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto. Porque cada árbol se conoce por su fruto” (Lucas 6:43-44).
En otras palabras, el crecimiento interno debe reflejarse en el exterior a través de la buena conducta y las palabras correctas (v. 45).
Algunas religiones le restan importancia a la conducta externa porque aseguran que a Dios sólo le importa nuestro corazón, no nuestras acciones. Pero ésa es una media verdad muy peligrosa.
Según Jesucristo, a Dios le importan ambas cosas por igual.
Santiago luego explicaría que ambas son necesarias: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:17). La fe, que se encuentra en el corazón, debe demostrarse a través de obras, lo que hacemos en el exterior (v. 18).
A lo largo de su vida, Jesús demostró pensamientos y una conducta perfectos. El verdadero cristianismo implica esforzarnos por andar como Él anduvo tanto en pensamiento como en conducta.
Edificar sobre buen fundamento
Lucas concluyó su registro de este sermón con la enseñanza de Cristo sobre los fundamentos.
Un cristiano exitoso debe edificar su vida sobre el fundamento correcto. En nuestro mundo, las personas construyen sus vidas sobre muchos fundamentos diferentes (el dinero, los placeres, su carrera, distracciones), o bien, viven sin rumbo y sin un fundamento claro.
Las palabras y enseñanzas de Jesús deben ser el fundamento de nuestra vida. Él dijo que quien “oye mis palabras y las hace… Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca” (Lucas 6:47-48).
Como dijimos antes en esta serie, desde muy temprana edad, Jesús edificó su vida sobre un fundamento espiritual firme (Lucas 2:40, 52).
Para ser verdaderos cristianos, debemos hacer de las enseñanzas de Cristo (especialmente el Sermón del Monte) el fundamento de nuestras vidas.
Profundice
Debido al espacio, este artículo se enfocó en el relato condensado de Lucas acerca del sermón de Cristo. Sin embargo, para entender la profundidad de las enseñanzas de Jesús en este mensaje épico, necesitamos estudiar con cuidado el recuento más detallado de Mateo.
Para edificar nuestras vidas sobre estas palabras, debemos estudiarlas y entenderlas. Es por eso que hemos publicado un folleto acerca del Sermón del Monte. Puede descargar una copia gratuita de El Sermón del Monte en nuestro sitio web.
Le recomendamos primero leer el registro de Mateo en su Biblia, usando un cuaderno para anotar sus preguntas y los puntos principales. Luego lea el folleto, que responderá muchas de sus dudas y cristalizará los puntos de Jesús.
Es esencial que entendamos y apliquemos las enseñanzas de Cristo en el Sermón del Monte para . . .
Andar como Él anduvo.