De la edición Julio/Agosto 2022 de la revista Discernir

¿Por qué fue Cristo tentado en el desierto?

Antes de comenzar su ministerio, Jesús fue tentado de una forma poderosa por Satanás en el desierto. ¿Por qué fue tentado? ¿Qué estaba en juego?

En la última edición de “Andar como Él anduvo”, vimos que, cuando Jesucristo fue bautizado por Juan el Bautista, fue lleno del Espíritu de Dios (Mateo 3:16; Lucas 4:1). Sin duda, lo necesitaba mucho para lo que ocurriría después.

Luego de su bautismo, “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo” (Mateo 4:1).

Lo que pasaría en el desierto (probablemente en el desierto de Judea) durante los siguientes 40 días tendría implicaciones eternas. Aparte de su crucifixión, ésta fue probablemente la experiencia más crucial en la vida humana de Jesús.

Cristo enfrentó a su mayor enemigo, Satanás el diablo, en el momento en que estaba más débil a nivel físico.

Pero antes de analizar este encuentro, necesitamos entender por qué fue un evento tan importante, no sólo para la vida de Jesús, sino para todo el plan de Dios.

¿Qué estuvo en juego durante esos 40 días en el desierto?

El plan de Dios requería de un Salvador

Para comprender la gravedad de esos 40 días, debemos entender una verdad básica: el plan de salvación de Dios requería de un Salvador.

En el jardín de Edén, Adán y Eva tuvieron que elegir entre obedecer o pecar. Podrían haber recibido la vida eterna y haberle dado a su descendencia el fundamento del camino de la justicia y la paz… si hubieran elegido bien. Pero la serpiente entró en escena y los tentó a elegir el pecado (Génesis 3:1-6).

Pablo describe la consecuencia de su decisión en Romanos 5:12: “como el pecado entró en el mundo por un hombre [Adán], y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (énfasis añadido).

“La muerte pasó a todos los hombres” porque, como explica Pablo un capítulo después, “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). La Biblia define el pecado como quebrantar las leyes de Dios (1 Juan 3:4), las cuales definen de una manera clara y contundente lo que debemos hacer para tener una vida justa (Salmos 119:35, 172).

Pero esas leyes tienen otro lado: una maldición. Todo aquel que las quebranta merece la pena de muerte. Y dado que Adán, y después de él todos hemos pecado, toda la humanidad tiene esa pena de muerte pendiente.

Jesús tuvo que decidir voluntariamente resistir y rechazar el pecado, cada segundo, minuto, hora y día de sus 33 años y medio de vida. Pero el propósito de Dios no era que pecáramos y muriéramos para siempre. No, Dios creó a todos los seres humanos con el potencial de recibir vida eterna como hijos en su familia (Hebreos 2:10; 1 Juan 3:2). Su mayor deseo es que alcancemos ese potencial.

Sin embargo, eso no podría pasar si todos los que hemos pecado muriéramos de acuerdo con la pena que nos hemos acarreado. Entonces, Dios incluyó en su plan una salida para resolver el problema.

Un Salvador.

Requisitos para el Salvador

El Salvador llevaría sobre Sí mismo la maldición (la pena de muerte) de toda la humanidad para que seamos librados de la muerte eterna y podamos vivir para siempre.

Pero, para que el plan de Dios permitiera esto, tenían que cumplirse dos requisitos:

  1. La vida del Salvador debía valer más que la suma de las vidas de todos los seres humanos que han existido a través de la historia.
  2. El Salvador tenía que vivir una vida perfecta, sin pecado, en la carne. No podía cargar con la maldición de otros si Él mismo se ganaba esa maldición (Romanos 8:3).

El primer requisito se cumplió cuando Dios, el Verbo, se despojó voluntariamente de todo su poder y su gloria divinos para venir a la Tierra como un hombre de carne y hueso, Jesús de Nazaret (Juan 1:14; Filipenses 2:5-7). Dado que Él era Dios y “Todas las cosas por él fueron hechas” (Juan 1:3), podía morir por toda la humanidad.

El segundo requisito dependía de Jesucristo mismo a lo largo de su vida. ¿Pecaría o permanecería sin pecado?

¿Podía pecar Jesucristo?

Al convertirse en ser humano, Jesucristo podía pecar. No era un robot programado para ser mental y físicamente incapaz de hacerlo. Si hubiera sido incapaz de pecar, vivir una vida perfecta no habría significado mucho. Su victoria sobre el pecado y la tentación habría sido una conclusión premeditada, determinada antes de su nacimiento.

Para que su vida perfecta fuera un ejemplo relevante, Cristo tenía que tener la posibilidad de fallar.

Jesús tuvo que decidir voluntariamente resistir y rechazar el pecado, cada segundo, minuto, hora y día de sus 33 años y medio de vida. Si hubiera pecado —¡tan sólo una vez!— se habría descalificado como el Salvador de la humanidad.

Pero no sólo se habría descalificado como Salvador, también se habría descalificado para ser el Rey del Reino de Dios y reemplazar a Satanás de su trono como el “dios de este mundo” (2 Corintios 4:4).

El plan de Dios para establecer su Reino en la Tierra dependía totalmente de que Jesús viviera una vida perfecta y libre de pecado (Hebreos 4:15). Él tenía que vencer donde Adán había fallado.

Es por eso que los 40 días de tentación fueron tan críticos. Si Cristo hubiera fallado, el plan de Dios habría terminado para siempre; llevaba literalmente el peso del mundo en sus hombros.

¿Por qué Satanás tentó a Cristo en el desierto?

Los Evangelios dicen que el diablo tentó a Jesucristo durante 40 días en el desierto. ¿Cuál era su motivación?

Primero, consideremos el significado de su nombre. “Satanás”, tanto en el antiguo como en el nuevo testamento, significa adversario.

Satanás es el adversario (oponente, enemigo) de Dios y su plan. La Biblia revela que fue creado como un ser angelical hermoso, uno de los más poderosos y majestuosos del reino angelical.

Pero algo cambió en él. Debido a su orgullo, la fe que tenía en su Creador se transformó en arrogancia y deseo de poder. Esto lo llevó a liderar una rebelión angelical para tratar de destronar a Dios y coronarse a sí mismo como el Altísimo (Isaías 14:13-14).

Éste fue el primer intento de Satanás de derrotar a Dios y su plan. Por supuesto, su intento falló miserablemente cuando su Creador lo venció con facilidad (Ezequiel 28:16-17; Lucas 10:18).

Más tarde, Satanás intentó sabotear el plan de Dios tentando a Adán y Eva para que comieran del fruto prohibido en el Jardín. Pero, aunque logró hacer que el pecado entrara en la humanidad, sus esfuerzos no impidieron que se llevara a cabo el plan. Dios ya tenía estipulado enviar a un Salvador en caso de que el hombre pecara (1 Pedro 1:20).

A lo largo del Antiguo Testamento, Satanás aparece una y otra vez (ya sea por implicación o por nombre) intentando obstruir el plan de Dios por medio de ataques a su pueblo. A veces, sus esfuerzos fracasaron; pero otras veces hizo que algunos dejaran el camino de Dios. Sin embargo, pesar de sus victorias, nunca pudo sabotear por completo el plan de Dios.

Entonces, cuando su Creador vino a la Tierra como hombre en el primer siglo, Satanás vio su mayor oportunidad. Entendió que, si podía incitar a Jesucristo a cometer aunque fuera un pecado (sin importar lo pequeño que pareciera), podría acabar con el plan de una vez por todas.

Sabía que, si podía convencer a Cristo de pecar, eliminaría para siempre la esperanza de la humanidad de obtener el perdón de sus pecados. Y sin ese perdón, nadie podría ser libre de la pena de muerte ni recibir la vida eterna como miembro de la familia de Dios.

En resumen, Satanás entendía que, sin un Salvador, no podría haber salvación.

Satanás intenta destruir a su Creador

Pero había otro motivo aún más siniestro detrás de la tentación de Satanás. Su objetivo no era sólo avergonzar, debilitar o deslegitimar a Cristo. Su verdadero fin era asesinar al Redentor de la humanidad.

Recuerde, si Jesús pecaba, recibiría la pena de muerte. Habría tenido que morir para siempre por su propio pecado.

Satanás es un homicida (Juan 8:44). Su deseo era tentar a Cristo para que pecara y su vida terminara para siempre.

En cierto sentido, cuando Satanás se enfrentó cara a cara con Jesús, estaba haciendo un segundo intento de derrocar a su Creador, esta vez tentándolo a pecar para que recibiera la paga del pecado: la muerte eterna. Si tenía éxito, Jesús moriría por la eternidad y el Padre quedaría solo para siempre… sin su Hijo y sin una familia.

Y sin el Cristo como Rey del Reino de Dios, la humanidad no tendría esperanza de salvación. Entonces, al tentar a Jesús, Satanás estaba tratando de asesinar al Redentor de la humanidad para mantener su autoridad y libertad.

Cuando estudiamos este épico enfrentamiento entre Jesucristo y Satanás, es importante comprender cuánto estuvo en juego durante esos 40 días (Marcos 1:13; Lucas 4:2).

Todo el plan y vida misma del Hijo de Dios dependían del resultado.

El mayor riesgo posible

Cuando leemos acerca de los 40 días desde esta perspectiva, el encuentro se vuelve mucho más importante. O Jesús saldría descalificado como Salvador o saldría sin pecado y espiritualmente listo para vencer cualquier tentación que enfrentara durante los siguientes tres años y medio.

Literalmente, todo —el plan completo de Dios— dependía del resultado de esa monumental batalla.

En nuestro próximo artículo, examinaremos las astutas tácticas de tentación de Satanás, y cómo Jesucristo las desmanteló y venció a cada una de ellas. Veremos cómo su ejemplo puede ayudarnos a vencer las tentaciones que nosotros enfrentamos mientras nos esforzamos por…

Andar como Él anduvo.

Continuar leyendo

×

Suscríbase a Discernir

Ask a Question