Al estar en Samaria, Jesús habló con una mujer cerca de un pozo. Esto puede parecer normal en la actualidad, pero no lo era entonces. ¿Por qué fue tan importante esta conversación?
En un viaje hacia Galilea, Jesús y sus discípulos pasaron por la región de Samaria (Juan 4:4).
Uno de los pocos detalles que conocemos acerca de este viaje es que Jesús habló con una mujer samaritana. ¿Por qué esta conversación fue importante y quedó registrada en la Biblia?
¿Qué podemos aprender de la conversación de Jesús con la mujer samaritana?
¿Quiénes eran los samaritanos?
Las raíces de los samaritanos se remontan a los años 700 a.C., cuando Asiria conquistó las 10 tribus del norte de Israel. Cuando los asirios conquistaban un pueblo, a menudo lo reubicaban para reducir las probabilidades de una revuelta. Y tras vaciar la tierra de los israelitas, reubicaron a los babilonios y otros pueblos, “en las ciudades de Samaria, en lugar de los hijos de Israel”. Luego, “poseyeron a Samaria, y habitaron en sus ciudades” (2 Reyes 17:24).
Estas personas desterradas llegaron a conocerse como samaritanos.
Una de las creencias de los samaritanos era que los dioses estaban conectados con áreas geográficas. Dado que ahora vivían en un lugar relacionado con el Dios de Israel, decidieron aprender más de las prácticas israelitas y las mezclaron con sus creencias paganas (vv. 26-29).
Miles de años después, aún practicaban una religión sincretista que tenía similitudes con el judaísmo, pero era diferente. Una de las diferencias principales era que, según los samaritanos, el centro de adoración era el monte Gerizim, no Jerusalén.
Los judíos odiaban a los samaritanos debido a su etnia y sus prácticas, y evitaban todo contacto con ellos.
Pero, como veremos, Jesús no compartía esta visión.
Jesús en el pozo de Jacob en Samaria
Mientras pasaba por Samaria, Jesús “cansado del camino” decidió detenerse en Sicar, un pueblo cerca del monte Gerizim (Juan 4:6). Los discípulos fueron a comprar comida mientras Él se quedó en el pozo de Jacob a descansar (v. 8).
Mientras se relajaba junto al pozo, “Vino una mujer de Samaria a sacar agua” (v. 7).
Por su apariencia, la mujer supo que Jesús era judío y esperaba que la trata como el resto de los judíos lo habían hecho siempre: con indiferencia.
Pero entonces Cristo hizo algo inesperado.
Le habló.
E incluso le pidió de beber.
Probablemente ningún judío le había dirigido la palabra antes. Pero ahí estaba Él, un hombre judío hablándole y pidiéndole beber de su cántaro.
Confundida, la mujer le preguntó: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?”, y Juan explica: “Porque judíos y samaritanos no se tratan entre sí” (v. 9).
Pero en lugar de modificar su comportamiento y alejarse, Jesús le siguió hablando.
Cristo le ofrece “agua viva”
Jesús le respondió que sabía exactamente quién era ella. Pero ella no sabía quién era Él: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (v. 10).
El agua viva de la que Cristo hablaba era el Espíritu Santo, el poder de Dios que nos permite tener una relación directa con Él (Juan 7:38-39; Hechos 2:38).
Entonces, Jesús le estaba diciendo que una mujer samaritana no sólo podía comunicarse con el Dios verdadero (¡como ella lo estaba haciendo en ese momento!), sino que también podía tener acceso a su Espíritu.
Considere todo lo que implicaban estas palabras. El judaísmo se había convertido en una religión cerrada que limitaba el acceso a Dios a los hombres judíos circuncidados. Aunque era posible que un hombre gentil entrara en ese círculo por medio de la circuncisión, era un proceso doloroso por el que pocos querían pasar.
Pero, en esencia, Jesús le estaba diciendo a la mujer samaritana que ella podía acceder a Dios y recibir su poder, si lo deseaba y lo pedía. Al decir esto, contradijo siglos de antagonismo entre judíos y samaritanos.
Sin embargo, la mujer no comprendió lo que Jesús le quería decir. Se tomó sus palabras de forma literal y pensó que el “agua viva” era el agua del pozo (Juan 4:11). Jesús entonces le respondió: “Cualquiera que bebiere de esta agua [del pozo], volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré [el Espíritu Santo], no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (vv. 13-14).
No sólo estaba diciendo que la mujer podía tener acceso a Dios; también estaba diciendo que tenía el potencial de producir fruto espiritual y vivir para siempre. En otras palabras, podía tener acceso a la salvación y, por extensión, también todos los hombres y las mujeres gentiles.
Pero una vez más, la mujer interpretó esto de forma literal (v. 15). Así que, para dar un vuelco a su pensamiento físico, Cristo le dijo algo que ningún judío extraño podría saber acerca de ella (vv. 16-18).
Jesús revela la naturaleza de la verdadera adoración
Lo que Jesús sabía acerca de la vida personal de la mujer la hizo darse cuenta de que había algo diferente en Él. Concluyó que debía ser un profeta (v. 19). Entonces, se tomó la conversación más en serio y mencionó la principal diferencia entre su religión y el judaísmo: “Nuestros padres adoraron en este monte [monte Gerizim], y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (v. 20). Estaba tratando de reconciliar las palabras de Jesús con una de las diferencias más evidentes entre sus religiones.
¿Cómo era posible que este hombre judío le dijera que ella podía acceder a Dios sin adorar en el templo de Jerusalén? Probablemente ni siquiera conocía la ciudad.
La respuesta de Jesús reveló algunas verdades fundamentales.
La importancia de esta conversación trasciende el lugar y el momento.
“Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (vv. 21-24).
Cristo estaba diciendo que, para los verdaderos creyentes, era irrelevante si oraban en el templo de Jerusalén, en el monte Gerizim o en cualquier otro lugar. Más allá de un lugar específico, Dios busca personas que le adoren “en espíritu y en verdad”. Es decir, con la actitud y el entendimiento correctos.
La mujer probablemente no entendió todo lo que Jesús le estaba diciendo, pero es interesante que su mente se dirigió hacia las profecías mesiánicas (v. 25).
En una de sus primeras y más directas revelaciones acerca de su identidad mesiánica y divina, Jesús le respondió: “Yo soy, el que habla contigo” (v. 26). Una traducción más directa de su respuesta en el griego original sería: “YO SOY habla contigo” —uno de sus nombres divinos en el Antiguo Testamento (Éxodo 3:14; Juan 8:58).
¿Era Jesús un radical?
Durante su conversación Jesús desafió muchas de las suposiciones de su propia gente. Como consecuencia, algunos han leído estos pasajes y concluido que Cristo era un radical.
Pero no lo era.
Lo que Jesús desafió fueron tradiciones judías sin respaldo bíblico que habían sido añadidas con el tiempo. En su Palabra inspirada, Dios nunca prohibió que los hombres hablaran con las mujeres. Nunca le dijo a Israel que evitara toda forma de contacto con los gentiles. Y nunca quiso que su pueblo mirara a los demás con desprecio.
Todas estas eran ideas humanas.
Jesús vino para revelar la voluntad eterna e inmutable del Padre (Juan 5:30; Malaquías 3:6; Hebreos 13:8).
Desde la perspectiva humana, su conversación con la mujer samaritana podría parecer radical. Pero desde la perspectiva de Dios, no había nada tabú o cuestionable en que Dios en la carne conversara con un ser humano hecho a su imagen.
¿Por qué esta conversación es importante?
Tras la conversación, la mujer corrió la voz en su ciudad e, increíblemente, muchos samaritanos escucharon a Jesús y creyeron que era “el Cristo” (Juan 4:42). La Biblia no dice qué pasó después con la mujer, pero la importancia de esta conversación trasciende el lugar y el momento.
Hasta entonces, Dios había trabajado principalmente con Israel. Sin embargo, incluso en el Antiguo Testamento, ya había revelado que su propósito final era ofrecerle salvación al mundo entero (Salmos 67:2; 72:11; 86:9; Isaías 25:6-7; 56:7).
A través de la conversación con la mujer samaritana y una parábola donde un samaritano supera la bondad de judíos respetados (Lucas 10:25-37), Jesús estaba sentando las bases de una verdad que quería dar a conocer a su Iglesia: Dios también quería a llamar a los gentiles. Esto quedaría claro más de una década después con una visión que Dios le dio a Pedro en Hechos 10.
Cuando Pedro entendió esta verdad, la resumió diciendo: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo… En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (vv. 28, 34-35).
En cierto sentido, Pedro ya tendría que haber entendido esto. Jesús ya había revelado en su conversación con la mujer que Dios aprobaba las interacciones con gentiles y que el acceso a Dios estaba disponible para todo el mundo.
A veces toma tiempo desaprender creencias erróneas y prejuicios.
Pero cuando Pedro y los otros apóstoles reconocieron la voluntad de Dios, la Iglesia comenzó a bautizar y aceptar a gentiles, incluyendo a los samaritanos. Aunque les tomó años, finalmente llegaron a entender las profundas implicaciones de la conversación de Jesús con la mujer samaritana y la necesidad de liberarse de sus ideas falsas.
Si nuestras creencias y razonamientos contradicen la voluntad de Dios, debemos estar dispuestos a cambiar para realmente. . .
Andar como Él anduvo.