Cuando estaba en Capernaúm, Jesús se maravilló ante el ejemplo de un centurión romano. ¿Qué le impresionó de este hombre en su inusual encuentro?

Tras dar el Sermón del Monte, Jesús regresó a Capernaúm. Ahí, muchas personas con enfermedades graves se le acercaron buscando su atención y sanidad.
Hablamos acerca de algunas de estas sanidades en un artículo previo. Sin embargo, una de ellas merece atención especial.
Esta situación fue única debido a la persona que hizo la petición, la manera en que la hizo y la respuesta de Jesús. No sólo se trataba de un hombre gentil, sino que además era un oficial de alto rango en el imperio que los judíos más despreciaban.
Era un centurión romano.
¿Qué era un centurión?
Muchos judíos desconfiaban de los gentiles al punto de evitarlos hasta donde fuera posible. Pero probablemente nadie era tan despreciado como los romanos —los gentiles de Italia que habían tomado el control de Judea más de 90 años antes.
Roma gobernaba Judea a través de prefectos y procuradores locales que mantenían la ley y el orden en la región. Poncio Pilato es un ejemplo conocido. Y los reyes vigentes gobernaban los asuntos cotidianos del área. El más notorio de ellos fue Herodes el Grande.
Roma también mantenía ejércitos en lugares estratégicos a lo largo de Judea y Galilea para aplastar cualquier revuelta potencial de inmediato.
Capernaum era una ciudad en la que había soldados romanos, probablemente debido a su ubicación estratégica en la ruta de comercio Via Maris, que conectaba a Siria y Egipto. Los romanos pusieron ahí una centuria, una subdivisión de una legión romana. Una centuria se componía de unos 80 a 100 soldados y era liderada por un oficial llamado centurión.
En este contexto, leemos que poco después de que Jesús volviera a Capernaum, “vino a él un centurión” (Mateo 8:5).
La petición del centurión
Lucas provee más detalles de la situación que Mateo. Esto ocurre a menudo con las sanidades de Cristo, tal vez en parte porque Lucas era médico y los problemas de salud eran particularmente interesantes para él.
En Lucas leemos que uno de los siervos del centurión, “a quien este quería mucho”, estaba enfermo de muerte (Lucas 7:2). Evidentemente, este centurión no era el militar endurecido estereotípico a quien sólo le importa la guerra y el dominio insensible. Como la mayoría de los romanos de alto rango, tenía sirvientes; pero se preocupaba genuinamente por ellos.
Como había escuchado las historias acerca de Jesús, el centurión decidió pedirle ayuda. Pero en lugar de ir él mismo, mandó a unos amigos judíos para hacer la petición en su nombre.
Es fácil que veamos las acciones del centurión con un lente moderno y lo juzguemos mal. Hoy en día, si alguien tiene una petición importante, esperaríamos que la persona nos contacte directamente y no que mande el mensaje con un intermediario. Por lo tanto, podríamos leer esto y asumir que el centurión le estaba faltando el respeto a Jesús al no ir él mismo. Pero ése no fue el caso.
¿Qué había detrás del comportamiento del centurión?
Entonces, ¿por qué el centurión mandó su mensaje a través de intermediarios?
La Biblia no revela todos los factores detrás de este comportamiento inusual, pero podemos tener una idea a partir de lo que sus amigos judíos dijeron acerca de él: “porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga” (v. 5).
Los mensajeros parecen creer que explicar los méritos del centurión incrementaría sus probabilidades de recibir misericordia. Dado que la mayoría de los seres humanos opera así, siendo amables con quienes son amables con ellos, tiene sentido que hayan asumido esto.
Probablemente también asumieron que un oficial gentil de los despreciados romanos necesitaría testigos de su carácter. Pero cualquiera que haya sido la razón, vemos que Jesús se preocupó y se dirigió a la casa del centurión.
El entendimiento y la humildad del centurión
Cuando el centurión escuchó que Jesús estaba en camino, se apresuró a enviar un segundo mensajero antes de que llegara.
El mensaje era: “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti” (vv. 6-7).
El centurión evitó ir directamente con Jesús porque se sentía absolutamente indigno de su tiempo y presencia. La notoria ironía es que, mientras sus intermediarios intentaron venderle a Jesús el valor percibido del centurión, su humilde reconocimiento de ser indigno impresionó mucho más a Cristo.
El centurión demostró la actitud esencial que Dios siempre ha buscado en los seres humanos: “miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu” (Isaías 66:2).
Dios no busca personas que se acerquen a Él jactándose de sus méritos y valor. En cambio, busca personas que reconozcan su absoluta dependencia de su misericordia y ayuda.
Aunque no hay evidencia de que el centurión se haya convertido en un discípulo, su enfoque era el correcto (¡lo supiera o no!) y Jesús se dio cuenta.
El mensaje del centurión continuó: “…pero di la palabra, y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a este: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace” (Lucas 7:7-8).
El razonamiento del centurión acerca de por qué Cristo no necesitaba entrar a su casa es extraordinario. Demostró su fe en la habilidad de Jesús para establecer una conexión entre ese poder y el concepto de autoridad.
Pocos entienden la autoridad como un oficial militar. Los oficiales dan órdenes explícitas que sus subordinados están entrenados para obedecer sin cuestionar.
En su posición, el centurión no necesitaba estar físicamente presente para que sus órdenes se ejecutaran. Por lo tanto, no es sorprendente que viera los milagros de Jesús desde esa óptica.
El centurión entendía que los milagros de Jesús ocurrían porque Él estaba a cargo. Aunque tal vez no comprendía la fuente de esos milagros, sabía que eran manifestaciones de su poder sobre el mundo físico.
El centurión entendía que si los elementos físicos obedecían las órdenes de este Hombre, era porque poseía una inmensa autoridad sobre ellos.
Jesús se maravilló del centurión
Tanto Lucas como Mateo dicen que, cuando Jesús escuchó esto, “se maravilló de él” (v. 9; Mateo 8:10). Ésta es la única ocasión en la Biblia donde leemos que Jesús se maravilló positivamente de alguien.
La respuesta de Cristo fue: “Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe”.
Para imitar las mejores cualidades del centurión que maravilló a Jesús, debemos practicar la humildad y reconocer fielmente la autoridad de Jesucristo.
A Cristo le maravilló la ironía de que este centurión extranjero tuviera la fe y el discernimiento para percibir su poder y autoridad, mientras que la mayoría de sus compatriotas judíos no los podían ver o los rechazaban.
Debe haber sido chocante para los presentes escuchar que un centurión romano tenía más fe que los descendientes de Abraham, el padre de la fe. Al decir que la fe del centurión superaba la de los judíos, Jesús estaba afirmando que los gentiles tenían un potencial espiritual similar.
Estas palabras de Jesús tienen aún más significado cuando consideramos su conversación con la mujer samaritana (Juan 4), la mujer gentil que buscaba sanidad para su hija (Marcos 7:24-30) y su instrucción acerca de la necesidad de predicar el evangelio más allá de la comunidad judía, “a todas las naciones” (Marcos 13:10).
¿Anunció la fe del centurión la revelación de otra verdad?
La afirmación de Jesús acerca del centurión nos muestra la necesidad de tener fe en el poder de Dios sobre el mundo físico. Pero ¿podría su fe ser una señal de otra verdad profunda?
Considere la verdad crucial que se revelaría más tarde en el Nuevo Testamento: Dios estaba extendiendo su llamamiento a los gentiles incircuncisos. Esto quedó claro cuando Dios le reveló a Pedro que estaba llamando a otro centurión, Cornelio, a la Iglesia.
Entonces, Pedro entendió lo que Jesús había insinuado algunos años antes: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:34-35).
Dado que en su mayoría la Iglesia se componía de judíos a quienes siempre se les había enseñado que la salvación era exclusiva para ellos, la revelación de que Dios ahora les estaba ofreciendo la misma oportunidad a los gentiles implicaba un enorme cambio en su razonamiento.
Mucho antes de que Pedro conociera a Cornelio, Jesús había dado la clara pista de que un gentil, incluso uno que representaba la ocupación romana, podía poseer una fe en Dios que superaba la de los descendientes de Abraham.
La lección del centurión
En Mateo leemos que, después de este encuentro, Jesús le dijo al centurión: “Ve, y como creíste, te sea hecho.” (Mateo 8:13). El siervo del centurión sanó esa misma hora porque Aquel con la autoridad para hacerlo lo había ordenado.
Para imitar las mejores cualidades del centurión que maravilló a Jesús, debemos practicar la humildad y reconocer fielmente la autoridad de Jesucristo. Estos son unos de los primeros pasos que debemos dar para...
Andar como Él anduvo.