Jesucristo realizó milagros asombrosos. ¿Tendrán su poder de sanidad y milagros alguna relación con la forma en que Dios trabaja con nosotros hoy?
¿Sabe usted cómo realizó Jesús sus milagros? ¿Qué podemos aprender del relato de los evangelios acerca de estos impresionantes e inspiradores acontecimientos?
Un niño fuera de lo común
Aun desde los 12 años, para los doctores de la ley más reconocidos en Jerusalén era evidente que Jesús no era un niño común. En cierta ocasión, luego de haber celebrado la Pascua con su familia en esa ciudad, encontraron a Jesús hablando con los hombres más eruditos de todo Israel y, como leemos en Lucas 2:47, “todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas”.
¿Cómo es posible que Jesucristo haya sido tan sabio y entendido aun desde su niñez?
Si bien Cristo fue concebido por su madre, María, José no era su verdadero padre. Antes de su concepción, el ángel Gabriel se apareció a María y le explicó que su futuro hijo sería engendrado en su vientre por el Espíritu Santo de Dios, y no por las relaciones maritales normales con su esposo (Lucas 1:31-35). Es por esto que Jesús llamaba Padre a Dios (Mateo 7:21) y es reconocido como su Unigénito (1 Juan 4:9).
El poder detrás de los milagros de Jesús
El apóstol Juan escribió que Cristo hizo tantos milagros a lo largo de su corta vida que “si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir” (Juan 21:25).
Sin embargo, a pesar de tener muchos dones, Jesús hizo énfasis en que Él no tenía una capacidad inherente para hacer milagros por su propia cuenta. En Juan 5:19 leemos: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo”, y luego en el versículo 30, reiteró: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”.
Juan el Bautista aclaró que el poder de Jesús provenía de una fuente externa cuando afirmó: “Dios no da el Espíritu por medida” (Juan 3:34). ¡Cuánto podríamos hacer nosotros mismos si tuviésemos sin límite, el poder de Dios por medio de su Espíritu Santo!
Jesús agradecía constantemente a su Padre, dándole el crédito de todo lo que lograba; nunca dijo que Él solo podía hacer lo que hacía. En Juan 14:10 nuestro Salvador dijo: “sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras”.
Hechos 2:22 confirma la veracidad de esto, pues en este pasaje se describe a Jesús de Nazaret como un “varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis” (énfasis añadido). En otras palabras, fue el Padre quien hizo en realidad las obras, permitiendo que su Espíritu actuara a través de su Hijo (véase también Hechos 10:38 y Lucas 11:20).
El Espíritu de poder de Dios
Sabiendo que Dios les daría el regalo de su Espíritu poco tiempo después, Jesús les hizo a sus discípulos la sorprendente declaración de que ellos realizarían milagros aun mayores que los que Él había hecho (Juan 14:12). Explicó que esto sería posible porque Él iría a su Padre y les enviaría el mismo Espíritu Santo para que trabajara en sus vidas también (Juan 16:7). Si bien ninguno de sus seguidores fue tan justo y bueno como Jesús ni hizo tantos milagros como Él, el Nuevo Testamento revela que Dios sí demostró su poder a través de ellos también.
De hecho, en por lo menos una ocasión, algunas personas al parecer fueron sanadas ¡sólo porque la sombra de Pedro cayó sobre ellas (Hechos 5:15)! Este episodio no sólo es una prueba sorprendente de la obra del Espíritu de Dios, sino que además es un milagro que ni aun su propio Hijo realizó de esta manera.
Cristo dijo en Mateo 21:21, que si tuviésemos aunque fuera un poco de fe, seríamos capaces de mover montañas. Y tener fe es posible cuando el Espíritu de Dios mora en nuestro interior (Gálatas 5:22).
Probablemente el mayor milagro físico posible es regresar un muerto a la vida. Jesús también realizó este milagro. En Juan 11, leemos cómo impresionó a todos cuando resucitó a Lázaro y, en Marcos 5:35-42, vemos que también volvió a la vida a la hija adolescente de uno de los principales de la sinagoga.
Y, por supuesto, Jesucristo mismo fue resucitado de entre los muertos luego de haber estado tres días y tres noches en la tumba. Más adelante, leemos que el apóstol Pablo resucitó a Dorcas por medio de ese mismo poder, que venía del Espíritu de Dios (Hechos 9:36-41).
¿Por qué esto es importante para nosotros?
Como vemos, el poder de Dios le permitió a Jesús hacer muchas cosas. Pero, ¿qué significa eso para nosotros? ¿Acaso algún día podremos mover montañas o tener el Espíritu de Dios “sin medida”? ¿Llegaremos a realizar proezas como las de los apóstoles? Tal vez; tal vez no.
El punto es que ¡Dios promete darnos ese mismo poder si nos arrepentimos y nos bautizamos! Si queremos tener la ayuda de Dios que todos necesitamos, debemos seguir los pasos que el apóstol Pablo explicó en el Día de Pentecostés: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
Ése fue el poder del cual Jesús habló a sus discípulos justo antes de ascender al cielo, cuando les dijo: “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49).
Los discípulos debían permanecer en Jerusalén hasta la llegada de una de las fiestas santas de Dios, el Día de Pentecostés (o Fiesta de las Semanas, Éxodo 34:22), pues el Espíritu de poder les sería dado en ese día para servirles de ayuda, consuelo, fortaleza y guía espiritual.
Sin el Espíritu Santo, ni usted ni yo podemos saber lo que significa vivir en realidad. Sí, por supuesto que cada día realizamos actividades físicas y alimentamos nuestro organismo y nuestra mente, para tener unas reacciones bioquímicas, físicas, por un período de tiempo limitado. Pero éste es sólo un aspecto de la vida.
Si queremos comprender el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros, y si queremos recibir la ayuda que necesitamos para cambiar nuestra vida, entonces necesitamos el mismo Espíritu que obró en Jesucristo hace casi 2.000 años atrás. Es el poder de Dios el que le da a una persona la paz mental, el valor, la fe y la esperanza que no es posible encontrar en otro lugar.
Este poder está disponible. De hecho, está cambiando la vida de miles de personas en la actualidad y, algún día, hará posible el más grande de los milagros: ¡nos transformará de simples seres físicos a seres espirituales cuando Dios nos dé el regalo de la vida eterna!
Los milagros más importantes de Jesús
Los milagros de Jesús fueron sin duda sorprendentes; vez tras vez impresionaron a todo el que los presenciaba (Marcos 2:11-12). Sin embargo, como Cristo mismo dijo, realizar milagros físicos no era lo más importante en su vida. En cierta ocasión, cuando sus discípulos se maravillaron porque aun los demonios les obedecían por tener la autoridad de Cristo, Él les dijo: “Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20).
Dios nos da su Santo Espíritu para que podamos tener una relación personal con nuestro Padre y Creador y hacer posible que recibamos la vida eterna al ser resucitados (Romanos 8:9). La razón por la cual Dios quiere darnos su Espíritu no es que hagamos milagros asombrosos, sino que nuestras mentes sean transformadas (Romanos 12:1-2). El verdadero milagro es lograr que nuestra atención ya no esté centrada únicamente en las cosas materiales de esta vida física, sino también en las cosas eternas de Dios (Romanos 8:6).
¿Y qué hay de usted? ¿Son los milagros de Cristo sólo un tema de lectura interesante, o es importante para su propia vida la razón por la que Jesús pudo realizarlos? Usted también puede tener ese Espíritu morando en usted. La información que encontrará en este sitio le ayudará a descubrir cómo.