Después de comenzar su ministerio, Jesús empezó a sanar a la gente que estaba sufriendo con varios temas de salud. ¿Qué podemos aprender de las primeras sanidades que Jesús realizó?
Después de su viaje a Jerusalén para guardar la primera pascua de su ministerio, Jesús regresó a su hogar en la región de Galilea. En este punto de su ministerio público, ya era algo establecido porque Él ganó más prominencia (Lucas 4:14).
Mateo resumió el primer ministerio de Jesús en Galilea de esta manera: “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 4:23).
En artículos anteriores hemos explorado las primeras dos actividades: cómo Jesús enseñó y cómo predicó el evangelio del Reino de Dios.
Además de su labor de enseñar y predicar, Jesús sanó “toda clase de enfermedades y dolencias”. Por medio del poder del Padre que trabajaba a través de Él, Jesús realizó sanidades que hicieron que las personas tuvieran un descanso del sufrimiento y salvó a algunos de las garras de la muerte.
¿Qué podemos aprender de algunas de las sanidades registradas en el misterio de la primera época de Jesús en Galilea?
Jesús sana al hijo de un noble
Es interesante que la primera sanidad registrada de Jesús ocurrió en la pequeña aldea de Caná, el lugar donde Él hizo el primer milagro (si desea puede consultar nuestro artículo en línea: “El agua en vino”).
Cuando estaba en Caná, a Jesús se le aproximó un hombre, un oficial del gobierno local de Herodes, de Capernaum. Este noble había viajado casi 30 kilómetros (una jornada de un día) para encontrar a Jesús en Caná porque su hijo estaba muy enfermo, “a punto de morir” (Juan 4:47). Como él había escuchado acerca de las capacidades que tenía Jesús para realizar milagros, el noble le imploró a Él que viniera a sanar a su hijo.
Aunque el hombre era sincero y su petición era urgente, Jesús pudo percibir que el hombre estaba sólo enfocado en la sanidad —no en el mensaje de Jesús. Jesús se lamentó de que él y muchos de sus conciudadanos creían en Él sólo si veían “señales y prodigios” (v. 48).
El hombre noble no negó esto, pero su deseo de que Jesús visitara a su hijo, era ya un sentimiento desbordado (v. 49).
Jesús sabía que el hombre sólo estaba interesado en Él por el tema de su hijo. Sin embargo, Jesús respondió su petición: “Jesús le dijo: Ve, tu hijo vive. Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue” (v. 50). El hombre más tarde se dio cuenta de que la sanidad ocurrió en el mismo momento en que Jesús dijera esas palabras (vv. 51-53).
La principal lección que podemos aprender de esta sanidad es la misericordia. Jesús fue guiado por el amor, desplegado en su misericordia. Este hombre noble no hizo nada para merecer la intervención de Jesús, pero él amaba a su hijo y Jesús vio su sufrimiento emocional, por medio de su persistencia y su esfuerzo —y él obtuvo misericordia.
Como resultado de esta sanidad el hombre creyó y toda su casa, como dice el versículo 53.
A través de su ministerio, Jesús dio un ejemplo perfecto de misericordia —mostrando amor y bondad a las personas sin tener en cuenta si lo merecían o no. Jesús demostró una característica que había practicado cuando fue Dios en la eternidad: “Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, lento para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Salmos 86:15).
La misericordia y la compasión estaban en el meollo del carácter de Jesús. Los cristianos también deberían desarrollar la misericordia y la compasión en su carácter.
Jesús sana a la suegra de Pedro
Cuando regresó a Capernaum, Jesús tuvo que enfrentar otra emergencia de salud. “Vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de este postrada en cama, con fiebre” (Mateo 8:14). (Como nota al margen, esto muestra que contrario a lo que algunas iglesias enseñan, Simón Pedro era un hombre casado que no tenía un voto de celibato.)
Dependiendo de su edad y salud, esta fiebre podría haber sido fatal. Mateo escribe de Jesús: “Y tocó su mano, y la fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía” (v. 15). Jesús con frecuencia tocaba suavemente a aquellos que Él sanaba. El mismo hombre que había sacado poderosamente los animales del templo con un látigo, también podría mostrar una increíble ternura y suavidad con aquellos que estaban vulnerables y sufriendo.
Jesús fue el hombre más equilibrado que haya vivido alguna vez.
Tocar o imponer las manos se convertiría en una parte de la ceremonia de unción instituida en la Iglesia de Dios. (Si desea aprender más de esto puede leer “Sanidad divina”.)
Inmediatamente después de que la fiebre le cedió, la suegra de Pedro se levantó y empezó a servir a Jesús y a los discípulos. Aunque no sabemos mucho acerca de esta mujer, este pequeño detalle nos permite vislumbrar en ella su deseo de servir a otros.
Jesús sana a un leproso
Alrededor de esta época, Jesús se encontró con un hombre que sufría de una lepra extrema. El médico Lucas lo describió como “lleno de lepra” (Lucas 5:12). Esta condición de la piel, con frecuencia dejaba a una persona totalmente desfigurada de la cabeza a los pies.
La lepra corresponde a lo que se conoce como la enfermedad de Hansen, que es causada por un tipo de bacteria que ataca los nervios bajo la epidermis, haciendo que se pierda el sentido del tacto, haya un cambio de coloración en la piel y una extrema susceptibilidad a las heridas y a las raspaduras. Esto podría aun hacer que los dedos y las uñas se absorbieran en el cuerpo.
Ésta era una aflicción muy dolorosa y, antes de los tratamientos médicos modernos, esencialmente condenaba a la persona a vivir en un completo aislamiento ya que los otros temían estar en contacto con los leprosos y la condición impedía además que pudieran trabajar. Los leprosos con frecuencia vivían juntos, segregados en unas colonias improvisadas.
Cuando este hombre se acercó a Jesús, le imploró diciendo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme” (v. 12). En sus palabras, aprendemos tres claves para orar pidiendo la intervención de Dios.
Primero, el hombre imploró o, en otras palabras suplicó intensamente la atención de Jesús. De la misma forma debemos llevar nuestras necesidades a Dios con fervor (Santiago 5:16). Cuando oramos pidiendo la intervención de Dios lo deberíamos hacer con fe y sentimiento —no de una manera tibia y despreocupada.
Segundo, el hombre reconoció que Jesús tenía un poder inequívoco para sanar. Cuando le llevamos nuestras necesidades a Dios debemos creer fielmente y reconocer que Él tiene el poder absoluto y la habilidad para intervenir. Siempre debemos acercarnos a Dios creyendo “que Él es” y que Él es ilimitado en su poder para intervenir (Hebreos 11:6).
Tercero, sabiendo muy bien que Jesús tenía el poder para intervenir, el hombre leproso le dijo: “si tú quieres”. No le exigió a Dios que respondiera exactamente como él quería —él le pidió a Cristo que actuara si Él quería hacerlo. Más tarde en su vida, cuando tuvo que enfrentarse a que lo arrestaran, Jesús también le pidió al Padre que hiciera su voluntad y no la suya.
De la misma manera los cristianos deben llevar sus necesidades a Dios y pedirle que intervenga “de acuerdo a su voluntad” (1 Juan 5:14). Deberíamos confiar en el juicio de Dios y nunca exigirle que actúe de acuerdo a nuestra voluntad.
Si desea aprender acerca de la sanidad de Dios, puede leer nuestro artículo “Escrituras acerca de la sanidad”.
Jesús sana al paralítico
En otra instancia en Capernaum, Jesús estaba llevando a cabo una sesión informal de enseñanza en una casa. Había tantos reunidos en esa casa, que la casa estaba absolutamente llena y la muchedumbre afuera se agolpaba tratando de escuchar sus palabras (Marcos 2:1-2).
Al declarar que Él tenía la autoridad para perdonar los pecados, Jesús aclaró cuál era su identidad. Él era divino —Dios en la carne.
Al mismo tiempo, cuatro hombres habían entrado al lugar con un paralítico para pedirle a Dios que lo sanara. En ese momento de su vida, ese hombre tenía un daño permanente de sus nervios y por eso estaba paralítico.
El problema era que la muchedumbre era tan grande que no pudieron llevar al hombre paralizado cerca de Jesús. En uno de los ejemplos más impresionantes de persistencia y recursividad en la Biblia, cuatro hombres se las ingeniaron para lograr que a su amigo discapacitado lo pudieran pasar por en medio de un hueco que habían hecho en el techo y bajarlo al frente de Jesús (Lucas 5:19).
Pocas personas en la actualidad serían capaces de enfrentarse a esto, Jesús se sintió impresionado —no sólo por su ingenuidad y tenacidad sino por la fe que había detrás (v. 20).
Es interesante notar cómo Él utilizó esta sanidad como una oportunidad para revelar sutilmente la verdad de su divina identidad. Para sorpresa de todos, Jesús dijo: “Tus pecados te son perdonados”.
Algunos, incorrectamente han tomado la afirmación de Jesús como base para implicar que este hombre estaba paralizado porque tenía un pecado pasado horrible (los discípulos expresaron un pensamiento similar en Juan 9:1-3). Pero Jesús dejó muy claro que ésta no era la razón por la cual Él había dicho esas palabras: “para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados” (Lucas 5:24).
Esto causó una gran revolución entre los líderes religiosos. Ellos habían entendido correctamente que sólo Dios tenía la autoridad para perdonar el pecado (v. 21; vea además Marcos 2:7; Isaías 55:7).
Al declarar que Él tenía la autoridad para perdonar los pecados, Jesús aclaró cuál era su identidad. Él era divino —Dios en la carne.
Si desea aprender más acerca de la divinidad de Jesús, lo invitamos a leer el artículo: “Jesús en el Antiguo Testamento”.
Aprender de las sanidades de Jesús
Éstas se cuentan entre las primeras sanidades que Jesús realizó. Sin embargo, estas sanidades fueron sólo un pequeño anticipo de una etapa más grande de sanidad que Él va a traer cuando regrese a establecer su reino en la Tierra (Isaías 35:6; Malaquías 4:2).
Estudiar las sanidades de Jesús no sólo nos va a ayudar a comprender mejor el poder ilimitado de Dios sino a confiar más profundamente en su capacidad para intervenir y hacerse cargo de nuestras necesidades. Aún hay lecciones más grandes acerca de su carácter —su amor abundante, misericordia y compasión— que lo motivaba a intervenir y sanar a aquellos que estaban sufriendo.
Debemos construir y desarrollar esas mismas características del carácter a medida que nos esforzamos por . . .
Andar como Él anduvo...