No hay ningún elemento que defina mejor nuestra relación con Dios que la oración. No obstante, es usual que se presenten dificultades para mantener esa cercanía. ¿Cómo podemos vencer una de las causas más importantes de los obstáculos para orar?
Nosotros deseamos una relación cercana con Dios y es posible que apartemos algún tiempo para nuestra oración diaria. Pero aun así, orar no siempre es fácil.
¿Siente usted que no está en contacto con Dios? ¿Qué hay algo que está faltando en su vida de oración? ¿Quizás podría ser más efectivo?
Estos sentimientos pueden ser síntomas de obstáculos para orar. Los obstáculos para orar se pueden definir como dificultad para orar debido a un sentimiento de desánimo porque pensamos que Dios no nos está escuchando o respondiendo nuestras oraciones. Aunque la Biblia no utiliza el término de obstáculos para orar, Dios nos da algunas razones por las que posiblemente no está respondiendo a nuestras oraciones.
Analicemos un pasaje en donde el apóstol Pedro plantea un principio bastante amplio en medio de una amonestación específica: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3:7, énfasis añadido).
Pedro se refiere específicamente a la importancia de que los esposos antepongan las necesidades de sus esposas a las de ellos. Pero el sentido más general, es que debemos poner a los demás primero que a nosotros. Uno de los obstáculos más importantes para orar podemos ser nosotros mismos.
¿Es el ego nuestro enemigo?
De todas las cosas que pueden ser un obstáculo para nuestras oraciones, nuestro propio ego está entre los primeros. El salmista escribió acerca del sentimiento que produce la experiencia de estar separado de Dios: “¿Por qué estás lejos, oh Eterno, Y te escondes en el tiempo de la tribulación?” (Salmos 10:1).
Al final, el autor concluye: “El deseo de los humildes oíste, oh Eterno; tú dispones su corazón, y haces atento tu oído” (v. 17, énfasis añadido).
Cuando nuestra vida de oración se detiene, lo primero que debemos examinar es nuestro ego —orgullo, soberbia, prepotencia y vanidad.
Jesús también habló acerca de esto. Después de enseñar que siempre debemos orar y no perder el ánimo, “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:9-14, énfasis añadido).
El fariseo pensaba que con sólo hacer es suficiente. Al parecer, él evitaba hacer cosas que estaban mal (tales como extorsión y adulterio) y en el aspecto religioso hacía las cosas que eran correctas (tales como el ayuno y guardar el diezmo). Pero, Jesús explicó, que lo que hacemos no es lo único que importa, es quienes y qué somos. Diezmar es una acción. La humildad es un estado del ser. Los dos son necesarios, pero son muy diferentes.
Ser humildes, fieles, preocuparse por los demás, ser misericordiosos y abnegados no sólo nos abre la puerta para comunicarnos con Dios, también nos permite hacer las cosas que están bien ante sus ojos. Y la humildad es muy importante para Él.
Ser humildes, fieles, preocuparse por los demás, ser misericordiosos y abnegados no sólo nos abre la puerta para comunicarnos con Dios, también nos permite hacer las cosas que están bien ante sus ojos. Y la humildad es muy importante para Él.
La humildad es clave
La humildad es fundamental para superar este tipo de obstáculos para orar.
Jesús, al acusar a los líderes religiosos de su época, en el episodio registrado en Mateo 23, hizo énfasis en el mismo punto. “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (v. 12, énfasis añadido). El tema del capítulo completo es que no sólo es importante lo que hacemos sino que tipo de personas somos.
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (v. 23).
Entonces, ¿por dónde comenzar? Ninguno de los temas que se señalan en Mateo 6:9-13 (a menudo conocido como “El Padre nuestro”) se deben descuidar, pero un buen punto de partida es emplear una buena parte de nuestro tiempo de oración para pedir por las demás personas.
Orar por las personas que hayamos lastimado
Prácticamente cada uno de nosotros ha tenido momentos en los que se ha dado cuenta de que ha lastimado a alguien con sus palabras o acciones. En esos casos, cuando identificamos nuestro pecado, debemos acudir a Dios y orar para que nos perdone. Pero, ¿es esto suficiente?
Veamos un ejemplo en la vida de Abraham. Él iba de paso por un reino diferente con su esposa Sara, que también era su media hermana. Abraham dijo que ella era su hermana, y el rey Abimelec la llevó a su harem (Génesis 20:2). Dios se le apareció a Abimelec en un sueño y le advirtió que había tomado por mujer la esposa de otro hombre.
Abimelec insistió en su inocencia en este asunto, así que Dios no sólo le ordenó devolverle a Sara a Abraham, sino que le dijo a Abraham que orara por Abimelec.
“Entonces Abraham oró a Dios; y Dios sanó a Abimelec y a su mujer, y a sus siervas, y tuvieron hijos. Porque el Eterno había cerrado completamente toda matriz de la casa de Abimelec, a causa de Sara mujer de Abraham” (Génesis 20:17-18).
Ésta fue una lección muy importante para Abraham y para nosotros también. Definitivamente Dios quiere que nosotros oremos para que seamos perdonados, pero también deberíamos orar por las personas a las que hemos lastimado por causa de nuestros pecados.
Orar para que Dios nos muestre las razones de nuestros problemas
En ocasiones nos desanimamos bastante porque oramos acerca de alguna prueba en especial o problema y Dios no nos da una solución inmediatamente —o incluso después de un largo tiempo. ¿Existe la posibilidad de que Dios esté esperando que nos demos cuenta de que nosotros somos el problema? De nuevo, ¿nuestro ego se está interponiendo en el camino?
Cuando Dios guió a los israelitas mientras atravesaban el rio Jordán hasta Canaán, su primer obstáculo fue Jericó. Dios le dijo a Josué que le daría la victoria sobre esa ciudad fuertemente amurallada y fortificada, pero le advirtió que no tomaran para sí, ni la plata, ni el oro y ni ningún objeto de valor. En lugar de eso, les dijo que debían entregarlos “al tesoro del Eterno” (Josué 6:19).
La caída de Jericó fue una gran victoria, así que parecía algo trivial preocuparse por la próxima conquista —la pequeña ciudad de Hai. Después de enviar espías por el territorio, Josué envió un ejército de sólo 3.000 hombres, que eran más que suficientes para derrotar la ciudad de Hai. Sin embargo, los israelitas fueron derrotados —para confusión y consternación de Josué (Josué 7:1-6).
Ésta fue la primera gran prueba de Josué como líder de los israelitas, así que oró.
“Y Josué dijo: !Ah, Señor Eterno! ¿Por qué hiciste pasar a este pueblo el Jordán, para entregarnos en las manos de los amorreos, para que nos destruyan? !Ojalá nos hubiéramos quedado al otro lado del Jordán!!Ay, Señor! ¿qué diré, ya que Israel ha vuelto la espalda delante de sus enemigos? Porque los cananeos y todos los moradores de la tierra oirán, y nos rodearán, y borrarán nuestro nombre de sobre la tierra; y entonces, ¿qué harás tú a tú grande nombre?” (vv. 7-9).
Josué hizo varias preguntas en esta oración, ¡pero todas eran preguntas equivocadas! Las preguntas que Josué debió haber hecho debían ser: “¿Por qué sucedió esto?” “¿Qué hice mal?” “¿Cómo puedo solucionarlo?”.
¿Cuál fue la respuesta de Dios? “Y el Eterno dijo a Josué: Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu rostro?” (v. 10). A continuación, Dios abordó el problema. Alguien había desobedecido la orden de Dios y había tomado para sí objetos de valor de Jericó.
Dios le dijo a Josué que reuniera su casa y las de toda la nación para que fueran santificados (lo que sugiere que acudieran humildemente a Dios).
La lección que Dios le estaba enseñando al nuevo líder de Israel en ese momento, es la misma que Él quiere que aprendamos nosotros hoy. Sólo cuando hacemos las preguntas correctas, con una actitud humilde, podemos esperar una respuesta de parte de Dios.
¿Estamos haciendo lo correcto, pero de la manera equivocada?
A menudo caemos en la trampa de hacer algo bueno pero de una manera equivocada. La oración es algo correcto, pero como dijo Santiago: “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3).
Unos pocos versículos más adelante, él resume este importante obstáculo en la oración parafraseando un versículo del libro de Proverbios: “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6).
¿Es posible que nosotros seamos el obstáculo en nuestra oración?
Lo invitamos a leer acerca de otros problemas potenciales y principios de la oración en los artículos de la sección “Cómo debemos orar”.