Dios es eterno, todopoderoso y omnisciente. Lo sabe todo. Conoce nuestras necesidades, nuestros problemas y nuestros deseos más profundos. Entonces, ¿por qué orar?
No crecí en una familia religiosa, así que la oración nunca fue parte de mi vida. Pero cuando comencé a asistir a la Iglesia en mi edad adulta, no pasó mucho tiempo antes de que me enfrentara a la necesidad de orar. ¡Y la oración no era algo natural para mí!
Parte de la razón era que me preguntaba por qué un Dios que ya conocía mi corazón y mente querría que le orara. Dios lo sabe todo; no necesita de nuestras oraciones para conocer nuestros miedos, preocupaciones, deseos y sueños (Mateo 6:8).
Entonces, ¿por qué orar?
¿Quién soy yo para sugerirle a Dios qué hacer?
Pero además había otras razones por las que orar me parecía tan difícil. Una de ellas tenía que ver con lo que sentía al compararme con Dios. “¿Quién soy yo”, pensaba, “para aconsejarle al Dios Todopoderoso lo que debería hacer?”.
Cuando oramos, ya sea para pedir bendiciones, sanidad o protección para nosotros u otros, ¿no estamos en esencia diciéndole a Dios, el Ser más grande del universo, lo que pensamos que debe hacer?
Dios no necesita nuestros consejos o sugerencias. Él sabe lo que es mejor y planifica bien lo que hace. No actúa al azar. Y ya que Dios lo sabe todo y es un Dios que planifica, concluí que no necesitaba de mis consejos.
Entonces, ¿por qué orar?
Otra razón para preguntarnos “¿por qué orar?”
También me costaba superar la sensación de que estaba orándole a las paredes, por así decir.
Aunque ya sabe lo que hay en mi corazón, quiere que le exprese mis pensamientos y emociones, así como todo padre humano quiere escuchar los pensamientos y las emociones de sus hijos.
A diferencia de una conversación entre humanos, no había interacción evidente al orar. No podía calibrar la respuesta de Dios a través de una respuesta verbal o la expresión de su rostro.
En una conversación humana, la respuesta es inmediata. El menor de los gestos o suspiros puede mostrarnos la reacción de alguien más. Pero no en una oración.
Entonces, ¿para qué intentarlo? ¿Por qué orar?
Una parte vital de la vida cristiana
Aunque la oración se sentía antinatural e innecesaria para mí, supe desde muy temprano en mi vida cristiana que era un elemento vital del cristianismo. Aparecía constantemente en la Biblia y se mencionaba todo el tiempo en los sermones.
Mis primeros intentos de oración fueron incómodos y decepcionantes —para mí, pero no para Dios. En retrospectiva, pienso que Dios veía mis débiles esfuerzos como un padre humano ve los primeros pasos de su hijo pequeño. Para Él eran un motivo de gozo, incluso cuando no eran naturales para mí.
Finalmente, con tiempo y esfuerzo, fui dándome cuenta de las razones por las que Dios quiere que oremos. Éstas son algunas de ellas:
1. La oración edifica nuestra relación con Dios.
Una de las verdades más impresionantes de la Biblia es que el Dios Todopoderoso del universo quiere tener una relación con los seres humanos. La oración nos ayuda a construir esa relación.
Jesús les enseñó a sus discípulos y a nosotros, a dirigirnos a Dios como “Padre” en nuestras oraciones (Mateo 6:6, 8-9). Esto implica reconocer no sólo su autoridad sobre nosotros, sino también su amor. Además, revela la clase de relación que Él quiere que tengamos: una relación de padre-hijo.
Todas las relaciones requieren de comunicación constante. Lo mismo es verdad con respecto a la oración, que es una medida de nuestra relación con Dios.
Aunque Dios sabe lo que hay en nuestro corazón y nuestra mente antes de que le oremos, quiere saber si realmente valoramos nuestra relación con Él. ¿Haremos el esfuerzo de orarle regularmente? Cuando oramos, demostramos nuestro deseo de permanecer en una relación especial con Dios.
Construir y fortalecer nuestra relación con Él es el propósito más importante de la oración. Y una relación fuerte con Dios es el fundamento de todas las demás razones para orar.
2. Orar nos hace humildes.
Inclinar nuestro rostro para orar, incluso cuando no nos parece natural, requiere de humildad. El acto mismo de orar implica humillarnos.
Sin humildad, no podemos tener una relación satisfactoria con Dios. La Biblia dice que Dios responde a quienes se acercan a Él con humildad y por una buena razón: un corazón arrogante no busca la voluntad de Dios.
Por otro lado, un corazón humilde está dispuesto a cambiar y buscar su dirección. Tener una vida de oración nos enseña a adoptar la voluntad de Dios como nuestra.
Cristo nos dio el ejemplo la noche antes de su crucifixión. Sabiendo la agonía que pronto experimentaría, oró fervientemente para pedirle tres veces a Dios que quitara la “copa” de su sufrimiento. Sin embargo, cada vez agregó: “pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39-44).
A medida que un cristiano madura, entiende que Dios no siempre responde las oraciones de la forma en que esperamos. Pero, de todas formas, debemos aprender a aceptar su voluntad.
3. La oración fortalece nuestra fe.
Estar dispuestos a orar, incluso cuando no hay interacción inmediata, requiere de fe. Fe en que Dios está escuchando. Fe en que le importamos. Fe en Él.
Pero ese granito inicial de fe es sólo el comienzo. Con el tiempo, nuestra fe se fortalece gracias a nuestras experiencias con la oración.
En mi vida, por ejemplo, recuerdo muchas veces en que Dios respondió mis oraciones. A veces, sus respuestas llegaron pronto, a veces no. A veces, me pareció que nunca llegaron.
Las veces en que Dios me respondió rápidamente fortalecieron mi fe. Recuerdo esas oraciones con una sensación de asombro. Son la prueba de que Dios responde.
Pero lo que me impresiona ahora es cómo las oraciones que Dios no me respondió rápidamente, y aquellas que al parecer aún no me ha respondido, también han fortalecido mi fe.
En algunos casos, me he dado cuenta de que lo que pedí no hubiera sido bueno para mí. En otros, he reconocido el valor de esperar el momento adecuado. Y en las oraciones aparentemente no contestadas, he aprendido (y sigo aprendiendo) a confiar en Dios pase lo que pase.
4. Orar es un acto de adoración.
La oración es una de las formas más importantes de adorar a Dios. Zondervan Pictorial Encyclopedia of the Bible [Enciclopedia pictórica de la Biblia de Zondervan] define adorar como “rendir homenaje o respeto” y “devoción, servicio u honor reverente hacia Dios” (Vol. 5, p. 969).
Generalmente, este homenaje debería ir al principio de nuestras oraciones diarias, como Cristo enseñó. Cuando uno de los discípulos le preguntó cómo orar, Él dio un modelo de oración (Lucas 11:1-4; Mateo 6:5-14).
Note que después de referirnos a Dios como nuestro Padre, debemos reconocer que Él es santo, alabando su nombre (Mateo 6:9, vea “Alabar a Dios”). Esto no implica que Dios necesite nuestra alabanza, sino que nosotros necesitamos alabarlo a Él.
Alabar a Dios es poner nuestra relación con Él en perspectiva. Cuando lo alabamos en nuestras oraciones, apreciamos su amor paternal y su autoridad sobre nosotros.
5. Orar implica sacrificarnos.
Apartar tiempo para orar es un sacrificio. No siempre es fácil o conveniente, especialmente cuando nos hemos comprometido a orar diariamente.
En esencia, cuando oramos sacrificamos parte de nuestra vida para servir a Dios. Decidimos entregarle varios momentos de nuestro tiempo con el fin de que sea nuestra prioridad y podamos conectarnos con Él. Ésta es una de las formas en que nos convertimos en sacrificios vivos (Romanos 12:1).
David escribió acerca de esto en uno de los salmos más hermosos: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmos 51:17).
En la oración derramamos nuestros corazones y ése es un sacrificio que a Dios le agrada. También podemos dedicar parte de nuestra vida a oraciones intercesoras, sacrificando nuestro tiempo por el bien de otros.
A Dios le agrada que tengamos la actitud de sacrificarnos por el bien de otros (1 Juan 4:8).
¿Quién soy yo?
Al principio mencioné una pregunta inquietante que me dificultaba orar. Constantemente me preguntaba: “¿Quién soy yo para decirle a Dios qué hacer?”.
Pero he llegado a entender que estaba haciendo la pregunta incorrecta. La verdadera pregunta no se trata de mí, sino de Él: “¿Quién es Dios para que se interese en mis oraciones?”.
Dios es mi Padre amoroso. No me creó para ser un esclavo, sino uno de sus hijos amados. Y, aunque ya sabe lo que hay en mi corazón, quiere que le exprese mis pensamientos y emociones, así como todo padre humano quiere escuchar los pensamientos y las emociones de sus hijos.
Desaparecen los obstáculos
Otro problema que mencioné es la sensación de incomodidad por no tener retroalimentación al orar. Pero he avanzado con el paso de los años.
He descubierto que empezar es la parte más difícil. Una vez que empiezo a orar, verdaderamente enfocado en hablar con Dios, me olvido de lo que hay alrededor y simplemente oro. Las paredes se derrumban, por así decirlo, permitiendo que Dios nos escuche.
Ahora tengo más de sesenta años y he experimentado personalmente el poder de la oración durante décadas. Orar es una de las cosas más importantes que podemos hacer en la vida.
¿Qué hay de usted?
¿Está listo para experimentar el poder de la oración y construir o profundizar su relación con Dios?
Entonces, siga el consejo del apóstol: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Le aseguro que se alegrará de hacerlo.