Es fácil hacer ruido, pero no es tan fácil ser escuchado. En un mar de voces compitiendo por atención, la Biblia revela el secreto para hacernos oír y encontrar las respuestas que buscamos.
¿Hola? ¿Hay alguien por ahí?
¡Ah, qué bien! Aquí están. No sabía si lograrían llegar o no.
Ése es el problema de escribir artículos: son monólogos largos, extraños y atemporales y no tienes idea de quiénes escucharán. ¡Y podría ser cualquiera!
Bueno, no cualquiera cualquiera. Es cierto que Discernir tiene varios miles de lectores, pero hasta donde yo sé, ninguno es líder mundial o jefe de estado; y probablemente ninguno sea oficial de las Naciones Unidas o de la Unión Europea tampoco.
En otras palabras, aunque tengo el privilegio de escribir para una audiencia razonablemente grande acerca de temas que me importan, no puedo esperar que alguien en una posición real de poder se tome el tiempo de leer mis artículos —o que siquiera le importe que existan. No es como si pudiera tomar el teléfono y llamar al presidente cada vez que tengo un problema.
Y usted probablemente tampoco puede. Nuestro planeta tiene miles de millones de habitantes, cada uno con sus propios problemas y preocupaciones. ¿Se imagina lo que pasaría si todos tuviéramos un canal abierto de comunicación con nuestros líderes mundiales? Sería un caos absoluto. Somos demasiados y con demasiados problemas como para esperar que unos pocos líderes puedan escucharnos a todos y darnos la solución que necesitamos.
Más que ser escuchados
Pero ¿qué pasa si su problema es realmente importante? ¿Qué sucede si no lo afecta sólo a usted sino también a su familia y amigos, o a su vecindario y comunidad?
Bueno, resulta que cien voces son más fáciles de escuchar que una; y cuando miles o decenas de miles se unen para denunciar un problema, de pronto se vuelven muy difíciles de ignorar. Un líder podrá pasar por alto a una persona y su problema, pero ¿cien mil protestando por lo mismo? Eso demanda una respuesta.
Lamentablemente, no siempre obtiene una respuesta favorable. Ése es el problema con las marchas y las protestas: son megáfonos poderosos que de seguro serán oídos, pero no garantizan un cambio. Nadie puede asegurar que el problema recibirá más que unos cuantos minutos de fama.
Para algunas personas eso es suficiente. Pero para la mayoría, la cuestión no es sólo ser escuchados, sino ser escuchados, comprendidos y valorados.
Eso es lo que queremos en realidad, ¿no es así? No sólo que nos escuchen, sino que nos escuche alguien que entienda —alguien que comprenda por lo que pasamos, que quiera lo mejor para nosotros y que tenga el poder para hacer algo al respecto.
Y mientras estamos en eso, podríamos desear un unicornio también.
¿Quién da el poder?
Aceptémoslo: esa persona sencillamente no existe. Quienes tienen el poder para hacer cambios reales en nuestra vida, generalmente están demasiado ocupados con problemas muy grandes como para pensar en los “problemitas” de personas como usted y como yo. Y por otro lado, a quienes sí les importamos generalmente no tienen la capacidad de cambiar nuestra situación. Aún si la tuvieran, nadie nos garantiza que comprenderían lo que realmente necesitamos.
Pero no todo es tan malo como suena. Parecerá extraño, pero la realidad es que los presidentes, primeros ministros, cancilleres y dictadores del mundo no tienen tanto poder como pensamos.
Cuando Jesucristo estaba siendo juzgado, escuchaba en silencio mientras Poncio Pilato lo interrogaba, y Pilato —un poderoso gobernador del Imperio Romano— le preguntó: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” (Juan 19:10).
Pero la respuesta de Jesús fue: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (v. 11).
El profeta Daniel le había revelado este concepto al rey Nabucodonosor cuando le dijo que “el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere” (Daniel 4:25).
Seguramente, este principio nos lleva a muchas otras preguntas, como “¿por qué Dios le da poder a gente abusadora?”, y “¿por qué no se los quita cuando empiezan a abusar?”. No podemos cubrir estos temas en este artículo, pero la respuesta corta es que “Él tiene sus razones”. La respuesta larga se explica en detalle en nuestro segundo Viaje: “El problema de la maldad”, en el Centro de Aprendizaje de VidaEsperanzayVerdad.org.)
El punto que quiero enfatizar en este artículo es que las personas a quienes generalmente les atribuimos todo el poder, no tienen realmente todo el poder. Sólo tienen el poder que Dios les da.
El Dios que escucha
Tomemos ahora un minuto para hablar de ese Dios que sí tiene todo el poder. Si Él fuera como muchos de los líderes humanos del mundo, estaríamos en serios problemas —Dios estaría demasiado ocupado, sería demasiado importante y le importaríamos demasiado poco como para tomarse el tiempo para escucharnos.
Afortunadamente, ése no es el Dios que la Biblia revela. David, en uno de sus muchos salmos dijo confiadamente: “Yo te he invocado, por cuanto tú me oirás, oh Dios; inclina a mí tu oído, escucha mi palabra” (Salmos 17:6). Y otro salmista cantó: “Amo al Eterno, pues ha oído mi voz y mis súplicas; porque ha inclinado a mí su oído; por tanto, le invocaré en todos mis días” (Salmos 116:1-2).
Dios es un Dios que escucha. La Biblia lo confirma; y las Escrituras están llenas de historias acerca de un Dios que se preocupa mucho por su creación.
Por ejemplo, cuando una esclava estaba huyendo de su amo, Dios le habló y le prometió un futuro para su hijo “porque el Eterno ha oído tu aflicción” (Génesis 16:11). Cuando el pueblo de Israel clamó durante su esclavitud en Egipto, Dios les envió un libertador con este mensaje: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias” (Éxodo 3:7, énfasis añadido). Y cuando los israelitas terminaron de construir el templo, Dios les prometió que, aun en medio del castigo por desobedecerle: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14, énfasis añadido).
Dios escucha.
Mejor que pancartas
En el mundo hay personas desesperadas por ser oídas —ser comprendidas y valoradas— y hacen su mayor esfuerzo por gritar más fuerte que el ruido de tantas otras voces. Pero la increíble verdad es que no se necesita gritar. Tenemos un Dios amoroso que desea escucharnos y ayudarnos, y está sólo a una oración de distancia.
Una de las oraciones más efectivas en la Biblia fue la de un hombre llamado Ezequías. Ezequías era rey de Judá y la capital de su nación, Jerusalén, estaba bajo el ataque de Asiria —una formidable “máquina de guerra” que tenía la reputación de moler y tragarse a sus enemigos. Las fuerzas de Ezequías estaban abrumadas y sobrepasadas, y el rey de Asiria lo sabía. “¿Qué dios de todos los dioses de estas tierras ha librado su tierra de mi mano, para que el Eterno libre de mi mano a Jerusalén?”, preguntó desafiando al rey de Judá (2 Reyes 18:35).
Ezequías sabía que cualquier respuesta humana sería inútil. Entonces se puso a orar.
Su oración no fue larga ni elegante, pero sí efectiva. El rey se humilló ante el Dios que “[hizo] el cielo y la tierra” (2 Reyes 19:15), le pidió que escuchara las soberbias palabras del rey asirio, y luego le rogó: “sálvanos, te ruego, de su mano, para que sepan todos los reinos de la tierra que sólo tú, el Eterno, eres Dios” (v. 19).
La respuesta de Dios fue: “Lo que me pediste acerca de Senaquerib rey de Asiria, he oído” (v. 20, énfasis añadido). Entonces las cartas se voltearon: Dios arrasó con el ejército asirio y Jerusalén fue liberada, en gran parte gracias a la oración de Ezequías.
Cómo ser oído
La Biblia está llena de oraciones que cambiaron el curso de la historia. “¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Barac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas; que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección” (Hebreos 11:32-35).
Esto no significa que todas nuestras oraciones serán respondidas de la manera en que queremos. Jesucristo mismo, el Hijo de Dios, pidió antes de ser crucificado: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42, énfasis añadido). Él entendía muy bien algo que también nosotros debemos entender: Dios sabe lo que hace y siempre hará lo mejor para nosotros, no lo que creemos que es mejor.
Pero Dios sí escucha. Sí se preocupa. Y sí tiene el poder para hacer cambios reales y duraderos cuando su pueblo se lo pide: “Los ojos del Eterno están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos” (Salmos 34:15).
Entonces, ¿qué debe hacer para ser escuchado?
Es muy sencillo. Sólo incline su cabeza y doble sus rodillas.
El Dios del universo está escuchando.
Para lectura adicional, descargue nuestra guía de estudio: Cómo debemos orar.