Muchos han oído hablar del enfrentamiento que Jesús tuvo con los cambistas en el templo. Pero ¿por qué Cristo limpió el templo? ¿Qué podemos aprender de sus acciones?
Tras la boda de Caná, Jesús viajó al sur de Jerusalén para guardar la Pascua. Pero su viaje sería de todo menos rutinario.
Cuando entró al complejo del templo, se encontró con una escena muy controversial. En vez de ser un lugar de adoración solemne, el patio del templo se había convertido en un mercado de ganado y cambio de dinero.
¿Qué estaba sucediendo y cómo reaccionó Jesús? ¿Qué podemos aprender de su reacción?
¿Qué estaba pasando en el templo?
Juan describe la escena diciendo: “halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados” (Juan 2:14).
¿Por qué estaban vendiendo animales?
Cuando las personas iban al templo, llevaban animales para que fueran sacrificados en su nombre por los sacerdotes (como dice Levítico 1). Pero quienes viajaban desde lejos o no tenían ganado, tenían que comprar un animal en Jerusalén para sacrificarlo.
Ése no era el problema. El problema era cómo y dónde lo estaban haciendo.
Un sistema corrupto en el templo
El templo era administrado por los sacerdotes, quienes habían establecido un sistema corrupto que los beneficiaba a ellos y a los comerciantes.
Los sacerdotes se justificaban con el requisito bíblico de que los animales debían ser “sin defecto” (Levítico 1:3, 10). Las personas sólo podían tener la certeza de que su ofrenda sería aceptada si compraban un animal que ya estaba aprobado (certificado, podríamos decir) en el mercado del templo.
Esto prácticamente les daba a los comerciantes del templo el monopolio de los animales que se sacrificaban, permitiéndoles aumentar exageradamente los precios y explotar a la gente. Y, por supuesto, parte de las ganancias terminaba en los bolsillos de los sacerdotes.
¿Por qué había cambistas en el templo?
Para empeorar las cosas, sólo se aceptaba un tipo de moneda en el templo. Esto se justificaba con Éxodo 30:13-16, dónde se habla del uso específico de siclos en el templo. Probablemente también usaban la excusa de mantener el templo puro y libre de monedas romanas, que tenían imágenes de emperadores o dioses.
Pero, en realidad, el sistema estaba organizado para obtener ganancias.
Cuando los viajeros entraban en el complejo del templo, tenían que pagarles a los cambistas “tasas de cambio exorbitantes” para cambiar sus monedas romanas por monedas del templo (The New Bible Commentary: Revised [El nuevo comentario bíblico: revisado], p. 935). Esto enriquecía a los cambistas y, sin duda, también a los sacerdotes.
Menosprecio por los gentiles
El complejo del templo de Herodes tenía varios patios para diferentes clases de personas. El más cercano al templo era el patio para los sacerdotes. Luego venían los patios para los hombres israelitas, las mujeres israelitas y los gentiles. Dado que el patio de los gentiles era accesible para todos, era el sector más grande y concurrido del templo, y el mercado de animales se estableció ahí.
Esto evidenciaba lo poco que las autoridades judías valoraban a los creyentes gentiles y lo poco que respetaban el propósito que Dios le había dado al templo.
Los sacerdotes y los comerciantes judíos no se sentían culpables por transformar el patio de los gentiles en un mercado desorganizado —lleno de los sonidos y olores de los animales y el bullicio del comercio.
Ésta era una representación visual de su menosprecio hacia cualquiera que no tuviera sangre israelita.
(Puede encontrar más detalles históricos acerca del templo y el patio de los gentiles en el capítulo 4 de New Testament Survey [Visión general del Nuevo Testamento], por Merrill Tenney, y el volúmen 3, capítulo 5 de The Life and Times of Jesus the Messiah [La vida y los tiempos de Jesús el Mesías], por Alfred Edersheim.)
Jesús se enoja
Este ambiente contaminado por negocios turbios y prejuicios contra los no judíos dificultaba mucho la adoración y las oraciones llenas de respeto y honra.
Todo esto hizo que Jesús se indignara: “Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas” (Juan 2:15).
Así es, Cristo literalmente sacó a los comerciantes y los animales, y volcó las mesas de los cambistas abusivos.
¿Se justifica la reacción de Jesús?
¿Contradice esta reacción las enseñanzas de Jesús acerca de amar a nuestros enemigos y evitar la violencia (Mateo 5:9, 22-25, 44-45)? ¿Fue Cristo culpable de vandalismo?
Respondamos primero a la pregunta acerca de la violencia.
El relato no dice que Jesús haya golpeado a la gente con el azote; sólo lo usó para conducir a los animales hacia las salidas. Hoy en día todavía se usan varios tipos de azote para controlar el ganado. Cristo “echó fuera del templo a todos”, pero no lastimó a nadie. Él no era violento y les enseñó a sus discípulos a rechazar la violencia (Mateo 26:51-52; Lucas 9:55-56).
En segundo lugar, el enojo de Jesús estaba dirigido hacia la situación, no sentía odio por las personas. Él mismo y otros escritores bíblicos enseñaron claramente que odiar a los demás es incorrecto (Mateo 5:22; Santiago 1:20).
Pero la Biblia no dice que el enojo siempre es malo. También leemos que debemos ser “[tardos] para [airarnos]” y evitar “la ira del hombre” (Santiago 1:19-20). La ira del hombre a menudo es provocada por el odio y la falta de autocontrol (Proverbios 20:11). Ésta no era la clase de ira que Jesús sintió.
La Biblia registra varias ocasiones en las que Dios se ha enojado. Pero el objeto de su enojo es el pecado y la injusticia, especialmente cuando corrompen el propósito que él tenga con algo. La ira de Dios es lenta, controlada y siempre se basa en un conocimiento perfecto de la situación. La ira humana, en cambio, a menudo es fácil de provocar, descontrolada, motivada por el egoísmo y basada en entendimiento parcial.
El enojo de Jesús al ver el vergonzoso estado del templo fue un enojo justo. Tenía discernimiento perfecto acerca de la profundidad de la corrupción, las motivaciones de los involucrados y el daño que estaban provocando.
Note que Cristo dijo: “Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado” (Juan 2:16). El motivo de su ira fue ver cómo habían corrompido el templo con sus acciones y de esta forma no se cumplía el propósito que Dios tenía para él.
Corrupción del propósito que Dios tenía para el templo
Tres años después, Cristo enfrentó una situación similar en el templo y reveló cuál era el verdadero problema: “¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Marcos 11:17, énfasis añadido).
El templo debía ser un lugar de adoración, oración y educación, accesible para judíos y gentiles.
Dios quería que el templo fuera un ejemplo resplandeciente de su camino de vida para todas las naciones —así como su propósito original para Israel era que fuera un modelo para el mundo entero (Deuteronomio 4:5-8).
Los sacerdotes eran responsables de mantener un ambiente acorde con eso. Pero se habían equivocado al menospreciar a los gentiles, permitir la corrupción y hacer del templo de Dios un espectáculo lamentable.
La correcta indignación de Cristo fue completamente justificada.
¿Se comportó Jesús como un vándalo?
¿Tenía Cristo el derecho de actuar así? ¿Cometió un acto de vandalismo?
Jesús era Dios en la carne. Literalmente fue Él quien comunicó el propósito y el diseño del tabernáculo a Israel, en nombre del Padre. Cuando el primer y segundo templo se terminaron, fueron dedicados al Dios de Israel (1 Reyes 8; Esdras 6), quien luego se convirtió en Jesucristo. El templo era “la casa de Dios”, no la casa de Israel o los sacerdotes. (Para descubrir más, lea “¿Jesús en el Antiguo Testamento?”.)
Jesús tenía todo el derecho de limpiar la casa de su Padre de ese desastre sacrílego. Si alguien era culpable de vandalismo, eran los sacerdotes y los cambistas por lo que estaban haciendo.
Lecciones de la limpieza del templo
¿Qué podemos aprender de esta situación? Éstas son dos lecciones:
1. Debemos ser celosos. Tras presenciar todo lo que Jesús hizo, la Biblia nos muestra lo que pensaron sus discípulos: “se acordaron… que está escrito: El celo de tu casa me consume” (Juan 2:17). La reacción de Cristo provino de su celo, su pasión y profunda preocupación por las cosas de Dios. Toda su vida fue guiada por su misión y su propósito (Juan 4:34).
Como Jesucristo, nosotros también debemos ser celosos con las cosas de Dios —su Palabra, su verdad y su camino de vida. Además, debemos ser celosos al buscar arrepentimiento y crecimiento continuos (2 Corintios 7:11; Apocalipsis 3:19). Debemos ser “fervientes en espíritu, sirviendo al Señor” (Romanos 12:11).
Sin embargo, también debemos tener cuidado de no tener un celo desequilibrado por cosas incorrectas (Romanos 10:2; Filipenses 3:6).
2. No podemos imitar todo lo que Cristo hizo. La premisa de esta serie es hacer énfasis en nuestra necesidad de imitar a Jesucristo. Pero también debemos entender que hay algunas áreas de su vida que no podemos imitar por completo. Esto se aplica específicamente a cosas que hizo en su papel único como Mesías y Dios en la carne.
Cristo tenía la autoridad para limpiar el templo porque era el templo de su Padre. Pero cuando nosotros vemos corrupción y mal en el mundo actual, no tenemos la autoridad ni el derecho de reaccionar como Él lo hizo. Éste no es nuestro mundo (Juan 18:36).
La lección que Cristo nos enseñó al limpiar el templo no es que debemos enfrentar la corrupción con fuerza cada vez que la veamos. Debemos confiar en que Dios es quien venga el mal y la injusticia (Romanos 12:19; Hebreos 10:30). Cabe resaltar que Jesús no involucró a sus discípulos en la limpieza del templo; lo hizo Él mismo. Ellos sólo lo observaron.
Y así como ellos vieron a su Maestro enfrentar con celo el problema que se presentó, nosotros debemos confiar en que la futura intervención de nuestro Maestro solucionará los males de este mundo. Esto ocurrirá cuando Él regrese para establecer con celo su Reino en la Tierra “en juicio y en justicia” (Isaías 9:7).
La lección para nosotros es que debemos ser celosos en aquellos aspectos de nuestra vida que podemos controlar: nosotros mismos. Podemos seguir el ejemplo de Jesús siendo celosos de Dios, estudiando diligentemente su Palabra y luchando con todas nuestras fuerzas por vivir justamente (Tito 2:14).
Entonces, seamos celosos y…
Andemos como Él anduvo.