En los Evangelios encontramos el relato de tres ocasiones en las que Jesús resucitó muertos. ¿Qué nos enseñan las dos primeras resurrecciones acerca de su carácter y el futuro?
En sus treinta y tantos años de vida, Jesús vio a muchas personas morir. Al parecer, su padrastro José murió cuando Él era un joven adulto. Cristo pudo haber intervenido o impedido su muerte, pero no lo hizo.
Sin embargo, el Mesías sí demostró su poder para resucitar muertos en otras ocasiones (Mateo 11:5). Los Evangelios describen tres resurrecciones realizadas por Jesús.
En este artículo, nos enfocaremos en las primeras dos, dado que ambas ocurrieron al inicio de su ministerio. La tercera (la resurrección de Lázaro) será el tema de un próximo artículo.
Estas resurrecciones no sólo demostraron el poder de Dios sobre la muerte, sino que también destacaron elementos importantes del carácter de Cristo y anunciaron lo que hará en una escala mucho mayor en el futuro.
Jesús se encuentra con un funeral en Naín
Tras sanar al siervo de un centurión, Cristo viajó unos 50 kilómetros hasta llegar a una pequeña villa galilea llamada Naín, actualmente conocida como Nein. Este pequeño pueblo estaba bastante cerca de Nazaret, así que Jesús probablemente visitó la ciudad antes de llegar.
Para ese entonces, las noticias de sus impresionantes sanidades y milagros se habían extendido y una considerable multitud lo seguía de lugar en lugar (Lucas 7:11). Sin embargo, no todos eran discípulos comprometidos; algunos eran más bien espectadores interesados y curiosos.
Cuando Jesús y sus seguidores se acercaban a Naín, se encontraron con una procesión fúnebre. Lucas relata: “Cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que llevaban a enterrar a un difunto, hijo único de su madre, la cual era viuda; y había con ella mucha gente de la ciudad” (v. 12).
Lucas es el único escritor que incluye este relato. Su Evangelio hace énfasis especial en la profunda preocupación de Jesús por quienes a menudo eran subestimados e ignorados.
Las viudas han sido y, siguen siendo, algunas de las personas más vulnerables de la sociedad. Además de perder a su hijo, la viuda de Naín también había perdido a su protector y proveedor. Ahora, su futuro era incierto en una sociedad que no tenía ninguna red de apoyo para las personas como ella.
Una mirada al carácter de Jesús
Cuando Jesús vio a la viuda, le brindó toda su atención. Entendió profundamente la tristeza, el miedo y la incertidumbre que sentía. “Y cuando el Señor la vio, se compadeció de ella” (v. 13).
Las palabras de Lucas son una ventana única hacia la mente de Cristo. Nos permiten ver no sólo lo que hizo, sino también lo que pensó y sintió. La compasión es un nivel profundo de misericordia y ternura por los demás. Es empatía, preocupación genuina y el deseo sincero de ayudar. Jesús era profundamente sensible al sufrimiento humano.
La compasión es una de las características fundamentales de Dios, destacada en el Antiguo y Nuevo Testamentos (Éxodo33:19; Deuteronomio 32:36; Salmos 86:15; 145:8; Santiago 5:11). Fue un atributo que Jesús mostró constantemente (Mateo 9:36; 14:14; Marcos 1:41) y, de hecho, lo incluyó como una lección central de algunas de sus parábolas más famosas (Lucas 10:33; 15:20).
Dios siente profunda compasión y preocupación especialmente por los más vulnerables, particularmente las viudas y los huérfanos (Salmos 68:5). Para andar como Cristo anduvo, debemos mostrar la misma preocupación (Santiago 1:27).
Jesús resucita al hijo de la viuda
Cuando Jesús se encontró con la viuda, le dijo “No llores” (Lucas 7:13). No la estaba regañando por estar triste; la estaba preparando gentilmente para lo que iba a hacer. Estaba a punto de revertir la razón de su llanto.
“Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y dijo: Joven, a ti te digo, levántate” (v. 14).
Cristo mostró la misma autoridad que el centurión había reconocido en Él. Ordenó que fuese restaurada la vida del hombre, e instantáneamente su cuerpo inerte se llenó de vida —recuperó el aliento, su corazón volvió a latir y lo que había causado su muerte fue sanado. Dios le dio la capacidad de incorporarse y hablar (v. 15).
Jesús se lo presentó a su madre, vivo y sano.
Lucas no describe la reunión entre esta madre y su hijo, pero sin duda debe haber sido muy emocionante.
La noticia de este milagro se extendió rápidamente e incluso llegó a oídos de Juan el Bautista, haciendo que algunos lo reconocieran como un profeta y que otros consideraran su identidad divina (vv. 16-20).
Jairo busca a Cristo
Poco después de resucitar al hijo de la viuda de Naín, Jesús resucitó a otra persona.
Tras volver a Galilea, luego de su viaje a la tierra de los gadarenos, un hombre llamado Jairo “que era principal de la sinagoga”, fue a buscar a Cristo (Lucas 8:41). Jairo era responsable del orden y la estructura de las reuniones de sábado en la sinagoga local.
Pero también era padre de una niña enferma de muerte.
Su hija de 12 años, su única, estaba a punto de morir. Y en lugar de quedarse con ella durante sus últimas horas, Jairo salió para buscar a Jesús y pedirle que la sanara. Cuando lo vio, el desconsolado padre “postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa” (v. 41).
Todos los evangelios sinópticos indican que Jesús no lo dudó y se dirigió de inmediato a la casa de Jairo.
Aunque no es el enfoque de este artículo, en el camino Jesús se encontró con una mujer que había sufrido de un sangrado crónico durante 12 años. Ella no pidió que la sanara, pero tocó su ropa y fue sanada de inmediato (Marcos 5:29). Note la amabilidad que Jesús demostró cuando habló con esta mujer asustada y nerviosa (vv. 33-34).
Cristo se preocupaba por los enfermos tanto críticos como crónicos. Esta sanidad permitió que la mujer pudiera continuar su vida sin el impacto de la enfermedad.
Jesús resucita a la hija de Jairo
Cuando se acercaron más a la casa de Jairo, les salió al encuentro un mensajero con la noticia de que la niña había muerto. Sin embargo, esto no detuvo a Jesús. Cristo ayudó a Jairo a mantener la esperanza diciendo: “No temas, cree solamente” (v. 36).
Al llegar, Jesús entró a la casa con los padres de la niña, además, Pedro, Santiago y Juan. Todos adentro estaban en duelo. Pero Cristo preguntó: “¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme” (v. 39).
Al decir que estaba dormida, Jesús hizo énfasis en que la niña no estaba sufriendo, sino en un estado de paz inconsciente. Como ocurre con todos los muertos, parte de ella no estaba consciente en otro lugar, sino que dormía en el sueño de la muerte.
Sin embargo, su enfoque principal era el hecho de que Él tenía el poder de despertarla, lo cual hizo.
Cuando entró a la habitación donde estaba la niña, junto con los padres y los tres discípulos, “tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate” (v. 41).
Así como Cristo se preocupó profundamente y mostró compasión por el hijo de la viuda y la hija de Jairo, demostrará el mismo cuidado y la misma misericordia por todo el mundo cuando regrese.
Su gentileza fue una muestra maravillosa de su perfecto equilibrio. Cuando era necesario, Jesús podía actuar con la audacia de un león. Pero en otras ocasiones, podía ser suave como un cordero. Hablando en arameo, la lengua materna de la niña, Jesús en esencia le dijo:
Pequeña, es hora de despertar.
Tal como el hombre al que había resucitado pocas semanas antes, la niña recobró la vida inmediatamente. “La niña… se levantó enseguida y comenzó a andar” (Nueva Versión Internacional, v. 42). Tanto el hombre como la niña no sólo fueron resucitados, sino que además fueron sanados y recibieron una dosis extra de energía para hacerlo inequívocamente evidente.
Una vez más, la inmensa emoción y el gozo de la reunión de la niña con sus padres queda a nuestra imaginación.
Antes de irse, Jesús les dijo a los padres que le dieran algo de comer (v. 43). Comer era una evidencia poderosa de que la niña estaba completamente sana y, tras una experiencia tan traumática, necesitaba alimentarse.
Cristo no sólo se preocupó de devolverle la vida, sino también de su recuperación posterior.
Lecciones de estas resurrecciones
Estos dos milagros son de los más inspiradores y dramáticos que Jesús realizó. No sólo revelan el absoluto poder de Dios sobre la muerte, sino que también prefiguran lo que ocurrirá en mucho mayor escala cuando Jesús regrese.
En ambas instancias, Cristo transformó situaciones marcadas por la muerte, el caos y la tristeza, en momentos de vida, calma y gozo. De la misma manera, cuando regrese a la Tierra encontrará un mundo moribundo, caótico y traumatizado, pero comenzará el proceso para transformarlo en un paraíso de paz, gozo y vida plena.
Esa transformación estará marcada por la restauración de la vida —primero la de sus santos fieles y luego la de “los otros muertos” (Apocalipsis 20:4-6).
Así como Cristo se preocupó profundamente y mostró compasión por el hijo de la viuda y la hija de Jairo, demostrará el mismo cuidado y la misma misericordia por todo el mundo cuando regrese.
Aunque sólo Dios puede devolverles la vida a los muertos, nosotros podemos imitar la compasión y preocupación que Jesús mostró en ambas situaciones. La compasión y preocupación genuinas por quienes sufren física y emocionalmente son características necesarias para cualquiera que se esfuerza por . . .
Andar como Él anduvo.