Esta frase es la expresión de un anhelo universal. Pero nuestro mundo es adicto a una guerra que siempre es mortal. ¿Cómo se cumplirá esta promesa de paz?
[De nuestra edicion Enero/Febrero 2014 de Discernir.]
Era difícil pasar por alto lo irónico de la situación, aun para las personas no religiosas. Había un poder militar, ateo, global, que le daba al mundo un regalo de paz, inspirado por —entre todas las cosas— la Biblia.
Era 1959 cuando la Unión Soviética le presentó a las Naciones Unidas una estatua de bronce de un hombre musculoso que empuñaba un martillo. Con éste, él estaba remodelando un armamento que representaba la guerra y la destrucción, una espada, en una herramienta que sugería paz y bondad, un arado.
Al provenir de un régimen que ha desdeñado la Biblia, perseguido lo religioso y que había asesinado recientemente a millones de sus propios ciudadanos, el gesto de Rusia sonaba como algo hueco. Pero las palabras de esta famosa escultura: “Martillarán sus espadas para azadones”, resonaron fuertemente en los corazones de las personas alrededor del mundo, hasta nuestros días.
Al aceptar el regalo, el Secretario-General Dag Hammarskjold declaró que el “antiguo sueño de la humanidad, reflejado en las palabras de Isaías”, era el mismo sueño que había inspirado la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La estatua, desafortunadamente, no cita las palabras exactas de Isaías. Pero en un parque al frente de la calle donde está la sede de la ONU, está el “muro de Isaías”, con la inscripción de la cita del profeta: ”Y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”.
Los estadistas mundiales con frecuencia citan este versículo en sus discursos. Las maravillosas palabras de Isaías resumen de una forma hermosa un deseo universal.
Perfeccionando el arte de la guerra
Pero han pasado 50 años y muchas guerras han ocurrido en este tiempo, podemos preguntarnos: ¿puede ser una realidad ese mundo? ¿O esto es algo que sólo existe en los sueños caprichosos? ¿Es aun remotamente posible para nosotros encontrar el camino para el mundo descrito por Isaías, cuando, como el General Omar Bradley lo expresara: “El nuestro es un mundo de gigantes nucleares e infantes éticos”? Tristemente, añadió: “Sabemos más de la guerra que de la paz, de matar que de vivir”.
¿Es la verdad algo tan fatalista como Cormac McCarthy la definió en su novela Blood Meridian [Meridiano de sangre]? “No hace ninguna diferencia lo que el hombre piense de la guerra…la guerra permanece... La guerra siempre ha existido. Antes de que el hombre fuera, la guerra lo estaba esperando. El último comercio esperando su practicante final. Éste es el camino, lo fue y lo será” (1985).
Dada nuestra historia, a muchos les parece que él está en lo correcto.
El hombre ha tropezado accidentalmente con la violencia, según lo muestra la historia bíblica, y ¡no se demoró mucho! Caín, el hijo de Adán y Eva, en un ataque de celos, “se levantó contra su hermano Abel, y lo mató”. Sin importar lo que haya utilizado —una piedra, una extremidad, sus puños, Caín encendió a la humanidad con la plaga más mortal, personas que se levantan para matarse entre sí. Su maldad, fue producto de un estallido emocional, pero aquellos que lo siguieron pronto empezaron a perfeccionar de una manera estudiada el arte de la guerra, inventando las armas más destructivas posibles.
Y por dolorosa y repulsiva que sea la guerra, estamos atrapados en nuestra búsqueda del perfecto arte de la paz.
Cambiando el semillero
Lawrence LeShan está en lo cierto, sin embargo, cuando afirma en su libro Psychology of War: Comprehending Its Mystique and Its Madness [La sicología de la guerra: comprendiendo su mística y su locura]: “No debemos preguntar: ‘¿cuáles eventos conducen al surgimiento de esta guerra o de esta otra?’, sino decir: ‘¿Qué hay en el hombre que lo hace estar tan presto para ir a la guerra, en casi todas las culturas o condiciones económicas?’ La pregunta que estamos considerando aquí tiene que ver con la prontitud, la receptividad, el semillero en el cual caen los sucesos y que cuando son nutridos por él, florecen en un conflicto armado intergrupal” (p. 109).
Es claro para muchas personas que “el semillero” del pensamiento humano tiene que cambiar. Pero, ¿cómo?
Nos hemos acercado mucho a la respuesta en las palabras de Isaías que están grabadas en la pared cercana a las Naciones Unidas, pero todavía nos falta mucho si no leemos el resto de lo que él escribió. Estas estatuas y canciones se apresuran a describir el maravilloso resultado que traerá el mundo ideal de Isaías, pero fallan al no analizar lo que lo antecede.
Sólo en el resto de las palabras de Isaías podemos ver el trasfondo que es crucial para entender qué es lo que nos va a llevar a alejarnos de la guerra.
Los prerrequisitos de la paz
Isaías comenzó estableciendo el escenario en el cual las únicas posibilidades de un mundo sin guerra se puedan dar: “Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa del Eterno como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones” (Isaías 2:2).
Primer hecho: la paz mundial nunca va a ocurrir sin que Jesucristo regrese a la tierra para establecer el Reino de Dios sobre el cual Él reinará como Rey de Reyes. Las profecías bíblicas se centran exclusivamente en ese hecho. Jesús advirtió que Él eventualmente intervendría en el momento en que la humanidad estuviera a punto de destruirse a sí misma y que no permitiría que eso sucediera (Mateo 24:21-22). ¿Qué sigue después?
Después de que Él regrese, las personas en todo el mundo van a decir: “y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la Palabra del Eterno (Isaías 2:3).
La palabra “porque” es importante. Significa “debido a esto” o como una consecuencia.
Hecho dos: el deseo que las personas tienen de aprender de Dios surge porque su ley y su Palabra salen primero. El conocimiento que Él da acrecienta en ellos el deseo de aprender más. Finalmente, ellos empiezan a entender cómo trabaja “el semillero” del pensamiento humano y por qué puede ser tan destructivo.
Veamos el comienzo del versículo 4, ¡que se omite en las descripciones más artísticas del concepto de “volverán sus espadas en rejas de arado”! “Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos”. Ésta es una afirmación crucial. ¿Qué nos está diciendo?
Hecho tres: dejar la guerra es una consecuencia de ser juzgado y reprendido. El juicio de Dios aquí no está sentenciando a las personas a su destino fatal. Es un juicio claramente diseñado para ayudar a las personas a comprender su necesidad de corregir sus inútiles caminos, sus leyes, senderos y pensamientos inventados.
Con el juicio llega inevitablemente el ser “corregido”, o convencido, o condenado. ¡Seguramente el sentido común nos dice que algo acerca de la forma en que vivimos necesita ser corregido urgentemente!
Por la naturaleza del proceso, el escenario para “las espadas en rejas de arado” no puede darse de la noche a la mañana. Las personas no van a rechazar inmediatamente la guerra cuando Jesucristo regrese, porque ellos primero van a tener que rechazar su forma de pensar —la única forma que ellos han conocido. Rechazar una forma de pensar depende de reemplazarla íntegramente por otra.
La guerra sólo será rechazada cuando se acepte un nuevo camino —los caminos de Dios, sus leyes, sus pensamientos. Pero Él nos dice, por medio de Isaías, ¡que esto va a ocurrir!
Convertir las espadas en rejas de arados es una metáfora maravillosa que describe una respuesta física que se propaga a todos los lugares, cuyo origen será un entendimiento espiritual. Si queremos paz mundial, no podemos excluir estos prerrequisitos espirituales. No podemos erigir estatutos y grabarlos sobre una parte del versículo —y excluir los principios que debemos seguir para encontrar la paz. Pretender que podemos lograrlo sin que Cristo regrese para replantear totalmente la forma en que pensamos es cuando menos iluso, si no auto-justo.
El meollo del asunto
Siglos después de Isaías, otro escritor bíblico elaboró aun más. El apóstol Santiago describió en los términos más sencillos una pregunta fundamental que todos los hombres necesitan afrontar: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros?” (Santiago 4:1). Tendemos, tal como lo anotara LeShan, a responder con varios sucesos que desencadenan las guerras. Pero Santiago llega directamente al meollo del asunto: el corazón de cada persona.
Las guerras y conflictos son síntomas de un problema más profundo. Él dice: “¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?”
El deseo (o la avaricia) significa lo que complace los sentidos o satisface nuestro deseo o placer. Incluye cosas que nos motivan comúnmente, tales como poder, gloria, posición, riqueza, dominio o simplemente querer que las cosas salgan de acuerdo a nuestro parecer. Todas estas cosas se originan en el egoísmo. Estas cosas encienden las llamas de lo peor de la conducta humana.
Santiago continúa describiendo la guerra en la mente: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (vv. 2-3).
¿Cuántas guerras se han originado en la religión, con todos los involucrados pidiendo el favor de Dios a medida que combaten y se matan entre sí? ¡Dios nunca va a responder cuando el espíritu y el motivo sean tan errados!
Su punto es sencillo: la guerra se origina en una búsqueda personal o nacional, en beneficio propio, buscando la grandeza personal. Hasta que el yo no sea conquistado, la guerra seguirá sin conquistar. Aun pedirle cosas a otros o a Dios es comúnmente egoísta. ¿Cuántas guerras se han originado en la religión, con todos los involucrados pidiendo el favor de Dios a medida que combaten y se matan entre sí? ¡Dios nunca va a responder cuando el espíritu y el motivo sean tan errados!
Pero Santiago no ha terminado. Él nos confronta con otra pregunta crucial: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?”.
Basado en el registro de la historia de la humanidad, la respuesta es no. No sabemos cómo y por qué el camino del mundo es enemistad contra Dios. Luchar y guerrear a cualquier nivel —en el matrimonio y la familia, con los vecinos o entre naciones— sigue el camino de un mundo injusto, sin Dios. Proviene de los problemas en el corazón humano, problemas espirituales. Y los problemas espirituales tienen sus raíces en el rechazo de la forma de vida de Dios.
Santiago nos recuerda continuamente esta verdad, sin permitir que excusemos nuestro comportamiento. Los conflictos deben ser resueltos entre los seres humanos, pero la raíz del problema es que hemos rechazado a Dios desde el principio.
La solución es simple, aunque no es fácil para los hombres: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo y huirá de vosotros. Pecadores, limpiad las manos (arrepiéntanse y cambien); y vosotros los de doble ánimo purificad vuestros corazones” (vv. 7-8). “Afligíos, y lamentad, y llorad”, indicando con esto estar sinceramente compungido y “humillaos delante del Señor” (vv. 9-10).
Los seres humanos siempre se resisten a este camino, pero es verdaderamente el único camino a la paz. Cuando decidimos caminar por este camino, nos han prometido: “Él os exaltará”.
Paz con Dios, luego paz con el prójimo
Entonces, ¿es Santiago demasiado simplista o sus palabras llegan verdaderamente al fondo del problema? Realmente, Dios es claro: ¡las guerras entre las personas cesarán sólo cuando nuestra guerra con Él se acabe!
Cuando Cristo regrese, Él va a convencer a las personas de que “el problema no es entre usted y esa persona, o entre esa nación y la otra —¡el problema es entre usted y Yo!” Él va a exigir que cada uno de nosotros confronte la realidad de su propia naturaleza —el egocentrismo que genera todo lo errado de nuestras acciones.
Y a medida que cada uno de nosotros acepte la soberanía justa de Dios, humildemente busque su perdón y ayuda, cambie los pensamientos e intenciones de su corazón y comience a obedecer sus leyes —las cosas que hacen la paz con nuestro Creador— entonces, finalmente, empezaremos a encontrar la forma de hacer la paz con nuestros semejantes.
¿Qué podemos hacer ahora?
¿Podemos detener la guerra y los conflictos a nivel mundial? No. Cristo debe regresar; el Reino de Dios debe venir y eso es lo primero por lo que Jesús nos dijo que oráramos (Mateo 6:10).
¿Podemos vivir a nivel individual el camino de la paz? ¡Sí! La segunda cosa que Él nos dijo que deberíamos pedir era: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. Usted tiene la oportunidad ahora de escoger aprender y hacer la voluntad de Dios. Usted puede entender su voluntad y su camino. Usted puede alejarse de su obstinación; y usted puede hacer la paz con Él —¡si usted está dispuesto!
¿Qué sucede con el nuevo mundo del cual escribió Isaías? Bueno, usted puede leer acerca de él ahora, pero aun mejor que esto, Dios dice que usted puede estar allí cuando Jesucristo lo haga una realidad —un mundo en el cual “no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra”.
Puede obtener más información sobre el camino a la paz en los artículos "El camino de la paz" y "La paz mundial: ¿cómo vendrá?"