De la edición Noviembre/Diciembre 2020 de la revista Discernir

¿Qué podemos aprender de la oración ferviente de Daniel?

Daniel 9 contiene una de las oraciones más conmovedoras de la Biblia. ¿Qué podemos aprender de la oración de confesión del profeta y su súplica por la misericordia de Dios?

El noveno capítulo del libro de Daniel contiene la famosa profecía de las 70 semanas. Pero lo que muchos lectores pasan por alto en su emoción por llegar a esta profecía es la emotiva oración que la precede.

Daniel, siendo ya un anciano, hizo una de las oraciones más fervientes y emotivas de la Biblia. ¿Qué podemos aprender de la manera en que este gran hombre de fe acudió al Dios eterno?

Preparándose para orar: cilicio y ceniza

Tras leer los escritos de Jeremías (Daniel 9:2), Daniel no se fue directo a orar. Primero se preparó para acercarse al Dios viviente, vistiéndose de cilicio, cubriéndose con ceniza y haciendo un ayuno (v. 3).

¿Qué es el cilicio? Es un material barato y duro hecho del pelaje oscuro de los camellos o las cabras. Si bien en el pasado las personas de escasos recursos lo usaban cotidianamente, con el tiempo el cilicio se asoció a un estado de luto y, más tarde, de arrepentimiento. Cubrirse con cenizas realzaba este simbolismo.

El ayuno de Daniel

El ayuno tiene una larga historia entre el pueblo de Dios; los creyentes lo utilizan como una herramienta espiritual para humillarse ante el Padre (Esdras 8:21; Salmos 35:13).

Aunque la preparación de Daniel con cilicio, cenizas y un ayuno podría parecer extraño en la actualidad, todas estas cosas demostraban una actitud de humildad. Hoy en día, muchos de nosotros nos arrodillamos para orar, tomando una posición que también representa nuestra humildad ante Dios.

Entonces, este versículo indica que Daniel se humilló y preparó su corazón antes de iniciar su emotiva oración.

Cuando nosotros oramos deberíamos tener en cuenta nuestra actitud y siempre humillarnos ante Dios. De la misma manera, cuando nosotros oramos deberíamos tener en cuenta nuestra actitud y siempre humillarnos ante Dios. No debemos orar con la actitud de exigir ciertas cosas, sino pidiendo la ayuda de Dios con un espíritu de humildad y sumisión a su voluntad. Dios es clemente y está atento a los humildes (Proverbios 3:34).

Confesión de pecados

El primer elemento de la oración de Daniel es una confesión (Daniel 9:4). Aunque parte de ésta puede haber sido personal, el contexto sugiere que Daniel estaba confesando los pecados del pueblo de Judá, reconociendo los pecados de su gente.

Si bien Daniel llegó a tener una posición de liderazgo prominente en Babilonia, no era más que un adolescente cuando fue llevado al cautiverio. Por lo tanto, no estaba en Jerusalén cuando la ciudad fue destruida dos décadas después, y no era personalmente responsable de los pecados de los líderes de Judá que provocaron en su castigo.

Aún así, Daniel se incluyó a sí mismo en la confesión cuando dijo: “hemos pecado... hemos hecho impíamente” (v. 5), y luego confirma “contra [Dios] pecamos” (v. 11).

Daniel había sido un hombre ejemplar y fiel, pero aceptaba la culpa de su comunidad reconociendo que nadie está libre de pecado. Y lo que es más importante, amaba a su gente, el pueblo escogido de Dios, así que decidió unírseles para buscar misericordia.

Cuando nosotros oramos, debemos reconocer nuestros pecados personales. Pero no podemos distanciarnos por completo de nuestras familias, comunidades, pueblos y naciones; lo correcto es identificarnos con ellos compasivamente. Esto implica no sólo orar por los demás, sino también entenderlos y apoyarlos en su dolor, tristeza y necesidad.

Dios del pacto

Otro elemento importante que aparece al principio de esta oración es que Daniel reconoce a Dios como “grande, digno de ser temido, que guardas el pacto” (v. 4).

Judá había sido atacada y humillada por el poder de Babilonia cuando Daniel era muy joven. Como resultado, el profeta fue sacado de su hogar y su país como un exiliado. Pero esta experiencia no lo amargó. Daniel en ningún momento reclama “¡No es justo!”, sino que reconoce la fidelidad de Dios a su palabra y sus promesas.

Daniel luego aclara que Dios guarda su pacto “con los que te aman y guardan tus mandamientos”. Si bien Dios fue muy paciente con la nación de Judá, finalmente tuvo que actuar porque el pueblo no cumplió su parte del pacto.

De hecho, Dios tenía que entregar a Judá a sus enemigos precisamente por su fidelidad, pues Él mismo había profetizado este resultado a través de Moisés (vv. 11, 13-14; Deuteronomio 28:15-68).

Si bien en este contexto el pacto realza la culpa de Judá, también es un concepto que implica esperanza para la nación. Dios es verdaderamente fiel a su pacto y ha prometido en numerosas ocasiones que restaurará a Judá cuando el pueblo se arrepienta. Las profecías de Jeremías, así como las de Ezequiel e Isaías, anuncian un maravilloso futuro para Judá y las diez tribus perdidas de Israel.

Cuando nosotros oramos, también podemos guiarnos por el concepto de pacto. (Pacto significa acuerdo formal, muy similar a la palabra contrato.) Al iniciar nuestra relación con Dios a través del bautismo, hicimos un pacto con Él. Esto significa que deberíamos tener en mente tanto las promesas de Dios para nosotros, como nuestras obligaciones hacia Él.

¿Es esto parte de sus oraciones?

Apelando al amor de Dios por su pueblo

Tras mencionar los pecados de Judá y la justicia de Dios, Daniel se enfoca en el amor de Dios por su pueblo. Al recordarle a Dios que Él mismo había “[sacado su] pueblo de la tierra de Egipto con mano poderosa, y [se hizo] renombre cual lo [tiene] hoy” (v. 15), Daniel estaba destacando el hecho de que Dios ya había invertido mucho amor en la nación. El pueblo que ahora estaba en cautiverio, le recordó Daniel, ¡era su pueblo!

Note el cambio en el uso de pronombres. Al principio de su oración, Daniel se puso del lado de Judá y confesó sus pecados usando “nosotros” y “nuestro”, refiriéndose a Judá y sus actos.

Pero en el versículo 15, Daniel introduce el pronombre “tu”, combinado con palabras que denotan a Judá, Jerusalén o el templo. Dice, por ejemplo, “tu pueblo” (v. 15); “tu ciudad Jerusalén”, “tu santo monte” y “tu pueblo” (v. 16); “tu santuario” (v. 17); y “tu ciudad” y “tu pueblo” (v. 19). Además, en el versículo 18 Jerusalén se describe como “la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre”.

Éste es otro ejemplo que podemos seguir cuando nos preparamos para orar. Nuestras oraciones deben enfocarse en la voluntad de Dios, no en la nuestra. Lo primero en nuestra mente siempre debe ser lo que es importante para Dios.

Esto no significa que no podamos orar acerca de cosas que son importantes para nosotros. Pero debemos tener en cuenta de qué manera nuestros deseos reflejan la voluntad de Dios.

La misericordia de Dios

Los últimos dos versículos de la oración de Daniel nos enseñan dos cosas importantes. La primera tiene que ver con la razón que Daniel le da a Dios para escuchar su oración: “porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras justicias, sino en tus muchas misericordias” (v. 18).

Daniel no asumió que su justicia era suficiente como para que Dios le respondiera. Tampoco se confió de su posición de liderazgo y honor. En cambio, reconoció que la única base que tenemos para pensar que Dios escuchará nuestras oraciones es su misericordia. De la misma manera, nosotros podemos acercarnos al trono de Dios sólo porque Él tiene misericordia de nosotros (Hebreos 4:16).

Una oración ferviente

La segunda lección es el evidente fervor de Daniel. Esto lo vemos en su uso de los cortos y potentes imperativos: “Oye, Señor; oh Señor, perdona; presta oído, Señor, y hazlo” (v. 19).

La oración de Daniel no fue una simple lista de peticiones. El profeta sentía profundamente lo que le estaba diciendo a Dios y le suplicó que actuara.

¿Qué hay de nosotros? ¿Son emotivas nuestras oraciones? ¿Le oramos a Dios con fervor?

“Tú eres muy amado”

La oración de Daniel es un ejemplo excepcional de humildad y fervor. ¡Tanto que Dios se la respondió mientras aún estaba orando! Y no es de extrañarse que el ángel le dijera “tú eres muy amado” (v. 23).

Descubra más acerca de las oraciones fervientes en nuestro artículo “Orar con el corazón”.

Recuadro: ¿Qué inspiró la oración de Daniel?

Para entender la oración de Daniel, primero debemos entender en qué estaba pensando y qué lo motivó a orar.

Daniel mismo dice que había estado estudiando las profecías de Jeremías (Daniel 9:2), entre las cuales se anunciaba que el pueblo de Judá “[serviría]... al rey de Babilonia setenta años” (Jeremías 25:11). El profeta también dice que hizo esta oración “en el año primero de Darío” (539 a.C.), 66 años después del inicio de su cautividad.

Lo que no se menciona claramente en el texto es que Darío era virrey de Ciro. ¿Por qué esto es importante? Por otra profecía que no es citada, pero probablemente motivó a Daniel a estudiar Jeremías.

Años antes de que el Imperio Medo-Persa (e incluso el Imperio Babilónico) se convirtiera en una fuerza dominante en Medio Oriente, Ciro fue mencionado en una profecía:

“Te llamé por tu nombre [Ciro]”, dice Dios, “te puse sobrenombre, aunque no me conociste” (Isaías 45:1, 4). Y al final del capítulo anterior, Isaías indica que Dios usaría a Ciro para iniciar el proceso de la reconstrucción de Jerusalén y el templo (Isaías 44:28).

¡Qué emocionante debe haber sido para Daniel cuando Ciro apareció en la escena mundial! Y una vez que el Imperio Medo-Persa se estableció en Babilonia, Daniel se dispuso a estudiar cuándo, con exactitud, se reconstruirían Jerusalén y el templo.

Descubra más en nuestro artículo en línea “Daniel 9: La profecía de los 70 años de Jeremías”.

Continuar leyendo

×

Suscríbase a Discernir

Ask a Question