Después de un día muy ajetreado, Jesús se retiró al mar a descansar. Pero cuando surgió una tormenta inesperada, esto le permitió darles una lección muy contundente a sus discípulos —y a nosotros.

Ilustración: Equipo VEV utilizando IA
Después de que la mujer en la casa del fariseo lavara los pies de Jesús (Lucas 7:36-50; vea: “Andar como Él anduvo” en Discernir de enero-febrero del 2025), Él continuó atrayendo y enseñándole a grandes muchedumbres. Mientras estaba en Capernaum (Mateo 13:1) Jesús fue a la playa del mar de Galilea tal vez buscando un momento para relajarse y disfrutar del pacífico entorno.
Una vez sentado, “se le juntó mucha gente” (v. 2). Lo que comenzó como un momento de descanso tranquilo se convirtió en una oportunidad para enseñar. Para poder hablarle mejor a la muchedumbre, Jesús subió al bote, se alejó un poco y les enseñó mientras se reunían en la orilla de la playa. Eso impedía que la muchedumbre lo presionara y permitía que todos lo vieran y lo escucharan más claramente.
El enfoque que Jesús utilizó en esta sesión de enseñanza fue un poco diferente de su enfoque en el Sermón del Monte. Mientras Él presentó este mensaje con un estilo claro y directo Jesús específicamente usaba las parábolas para enseñarle a su audiencia. (Para saber por qué Jesús enseñaba en parábolas lo invitamos a leer: “Las parábolas de Jesús”.)
Los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), registran que Él compartió por lo menos nueve parábolas durante esta sesión de enseñanza. A los escritores de los Evangelios les gusta condensar sus palabras para que sea breve su relato. Jesús tal vez haya enseñado a esta multitud continuamente por dos o tres horas, o tal vez más.
Cuando terminó, Jesús estaba físicamente exhausto.
Jesús y sus discípulos navegaron en el barco
Mas tarde, para que Jesús pudiera descansar, Él y sus discípulos se fueron hacia el otro lado del mar.
Exhausto, Jesús rápidamente se quedó dormido en una almohada en la parte posterior del bote (Marcos 4:38). Posiblemente Él puso esa almohada mullida en la parte de atrás. Este detalle nos recuerda que mientras estaba en la carne, Jesús experimentó a cabalidad su humanidad, incluyendo el sentirse completamente exhausto a nivel físico y mental después de un día largo y exigente.
Lo que sucedió después es una de las historias más dramáticas en los Evangelios.
Una tormenta violenta desciende al mar de Galilea
Cuando Jesús se durmió, inesperadamente surgió una poderosa tormenta que golpeaba el pequeño mar —técnicamente era un lago— lo que hizo que hubiera vientos muy fuertes. Las olas alcanzaron tal altura que el agua empezó a caer al bote más rápido de lo que los hombres podían controlarlo, lo que hizo que estuvieran en grave peligro de naufragar.
Las tormentas imprevistas no eran algo inusual. Ya que el mar de Galilea está rodeado de montañas y de montes, el aire frío de las montañas puede colisionar con el aire tibio que se levanta del océano, lo que suele causar tormentas súbitas. Esta tormenta parece haberse presentado sin ninguna advertencia porque por lo menos cuatro de esos hombres eran pescadores profesionales y habrían sabido discernir las señales de la tormenta si hubiera habido alguna.
Los discípulos temieron genuinamente por su vida. Tal vez era la tormenta más peligrosa que habían experimentado alguna vez.
A pesar de esos vientos huracanados, las olas altísimas, ese chocar violento del bote y los gritos de los que iban a bordo, Jesús continuó durmiendo pacíficamente atrás como si nada estuviera pasando.
¿No te importa que nos estemos ahogando?
Los hombres, entendiendo que no podían hacer nada para impedir que el bote se hundiera, finalmente decidieron despertar a Jesús de su sueño.
“Y él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; y le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Marcos 4:38).
Momentos de temor o pánico pueden exponer nuestra debilidad, aunque nadie podría culpar a los discípulos de sentirse temerosos, su actuar reveló dos problemas importantes.
1. Ellos cuestionaron la preocupación que Cristo tenía por ellos. En múltiples ocasiones ellos habían experimentado la compasión inmensa de Jesús y una gran preocupación por toda clase de personas. Lo habían visto viajar grandes distancias para sanar a extranjeros con una simple petición. Su ejemplo siempre se caracterizó por una preocupación altruista por otros.
Ellos eran sus amigos más cercanos —hombres que literalmente Él escogió de las multitudes para que fueran especialmente entrenados como sus alumnos y emisarios.
Aunque Él era paciente con ellos no tenían por qué dudar de su preocupación por ellos.
2. Ellos deberían haber encontrado seguridad en la presencia de Cristo. Si hubieran interiorizado quién era Él —el hijo de Dios y el ungido de Dios— habrían sabido con absoluta certeza que podía salvarlos muy fácilmente.
Aun un entendimiento básico de las profecías mesiánicas les hubiera bastado para entender que Cristo no les iba a permitir perecer en un trágico accidente en el bote.
Esto debió hacerlos sentir seguros sabiendo que mientras estuvieran en el bote con el Mesías, estaban a salvo. Confiar y obedecer a Dios involucra más que una emoción —requiere una fe que piensa y razona bien. En este caso: Él era el Mesías profetizado que debía salvar a su pueblo de sus pecados, por lo tanto, no era posible que su vida fuera a terminar en una tragedia al azar. Él no iba a morir aquí y nosotros podemos confiar totalmente en Él.
Jesús, permaneció tranquilo y en calma: “Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece” (v. 39).
En un instante, tanto las olas como los mares obedecieron su orden. Las amenazantes aguas dejaron de ser turbulentas para estar calmadas y pacíficas.
Confiar en el cuidado de Dios que no cambia y su poder ilimitado especialmente en momentos de intensa ansiedad, es una de las lecciones centrales de este suceso tan importante.
Estos pescadores experimentados nunca habían visto que una tormenta terminara de esta forma tan abrupta. Pudieron reconocer instantáneamente que eso era un milagro, y no que la tempestad estuviera pasando naturalmente.
Así como el centurión lo había reconocido semanas antes, esto no era simplemente la realización de un milagro, esto tenía que ver con la autoridad. Jesús poseía autoridad sobre el reino demoniaco, la enfermedad y como está claramente demostrado en este episodio, las fuerzas de la naturaleza.
Pero los discípulos todavía estaban tratando de entender claramente quién era Jesús (v. 41).
Lecciones de la historia de Jesús calmando la tormenta
Después de calmar las aguas y observando el miedo, el asombro y la confusión en sus caras, Jesús les preguntó calmadamente: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (v. 40).
Las dos preguntas que Jesús les hizo estaban diseñadas para que ellos pensaran.
Ellos habían acabado de ser testigos de muchos milagros increíbles. Habían visto que Jesús había cambiado la composición química del agua, había sanado enfermedades, levantado a los muertos y ordenado a los demonios que salieran. En esencia, Jesús estaba urgiéndolos a reconsiderar que su poder y autoridad tenían límites.
¿Por qué estaban limitándolo a Él?
Incluso un centurión gentil que debía haber conocido muy poco acerca de las profecías mesiánicas tenía suficiente fe para creer en que la autoridad de Jesús no tenía límites. ¿Por qué no sucedía lo mismo con este grupo? ¿Por qué ellos no tenían este concepto claro?
A medida que reflexionamos en esto dos mil años después, el tema de fondo no es el tiempo que los discípulos se demoraban para poder entender el poder de Jesús —la pregunta es si nosotros lo comprendemos a cabalidad. ¿Estamos interiorizando y confiando en su autoridad y poder especialmente ahora que Él reina a la diestra de Dios el Padre en el tercer cielo (1 Pedro 3:22)?
¿Confiamos verdaderamente en que su preocupación por nosotros no cambia? ¿Hemos puesto nuestra seguridad totalmente en sus manos? ¿Entendemos realmente que Él no puede ser limitado?
Muchos años después, un Pedro más maduro y más sabio animó a los cristianos: “echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). Siendo uno de los hombres que estaban en ese bote con Jesús, tal vez Pedro pensaba en esa noche de tormenta a medida que escribía esas palabras.
Confiar en el cuidado de Dios que no cambia y su poder ilimitado especialmente en momentos de intensa ansiedad, es una de las lecciones centrales de este suceso tan importante. (Para enfrentar la duda y la incertidumbre lo invitamos a leer: “Hombres de poca fe”.)
Estemos preparados para las tormentas
Este relato nos recuerda que no siempre Dios impide que vengan a nosotros las tormentas de la vida. Los discípulos siguieron a Cristo dentro del agua, pero allí se encontraron todavía una tormenta que amenazaba su vida.
Esto les recordó a ellos —y nos debería recordar a nosotros en la actualidad— que el cristianismo genuino no garantiza una vida perpetua de aguas tranquilas.
Debemos anclar nuestra fe en su poder y autoridad y esto nos ayudará a enfrentar con confianza las tormentas de la vida, a medida que . . .
Andamos como Él anduvo.