Tras un breve período de soledad, Jesús sintió una gran necesidad. Respondió obrando un milagro. ¿Qué podemos aprender del evento en que Jesús alimentó a los cinco mil?
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Poco después de haber sido rechazado en Nazareth, Jesús se dio cuenta de que los informes de su fama creciente habían llegado hasta Herodes Antipas, el tetrarca romano para Galilea y Berea. Peor aún, Herodes había inventado que Jesús era Juan el Bautista que regresaba de entre los muertos (Mateo 14:1-2).
Aunque era absurda la creencia de Herodes de que Jesús era Juan reencarnado, era algo que lo inquietaba mucho porque él había ordenado que ejecutaran a Juan.
Herodes tenía prisionero a Juan porque éste lo había reprendido por su matrimonio ilegítimo con Herodías su cuñada. Aunque Herodes se conformó con mantenerlo encarcelado, hizo un juramento precipitado en una fiesta, prometiendo conceder cualquier petición de la hija de Herodías. Instigada por su madre, ella pidió la ejecución de Juan.
Como resultado, Juan fue decapitado —un final trágico y violento para un hombre que Jesús llamó “el más grande de todos los profetas de Dios”.
Jesús quería estar solo
Cuando Jesús escuchó estas cosas, “se apartó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado” (Mateo 14:13). También les dijo a sus discípulos: “Venid vosotros aparte” (Marcos 6:31).
Tal vez, Jesús deseaba estar solo por un momento para lamentarse y procesar la pérdida de su pariente, además pensó que sus discípulos necesitaban un descanso físico (vv. 30-32). Ellos habían sido enviados en parejas para hacer la obra en las áreas aledañas y habían estado tan ocupados: “que no habían tenido tiempo para comer” (vv. 7-13,31).
Después de este corto período de soledad, Jesús regresó para darse cuenta de que había una gran muchedumbre reunida en esta área. Después de verlos, “tuvo compasión de ellos” (v. 34), y “les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que necesitaban ser curados” (Lucas 9:11).
El dilema de miles de personas hambrientas
Esta situación planteó un desafío especial: la gran multitud lo había seguido a una zona remota, y no era fácil de proveerles de comida.
Ya que era la tarde y muy pronto oscurecería, los discípulos le dijeron a Jesús que enviara a la multitud a los pueblos más cercanos para que pudieran encontrar alimento antes de que los vendedores cerraran sus negocios (Mateo 14:15).
Jesús no estuvo de acuerdo: “No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer” (v. 16).
Esencialmente, Jesús estaba diciéndoles: “Ellos vinieron por mí —cuidarlos es nuestra responsabilidad”.
Jesús constantemente fue un ejemplo de una preocupación altruista perfecta —el camino de vida del dar. Y esto también serviría para darles otra lección de fe a sus discípulos.
Su reacción inmediata fue dudar de la posibilidad de alimentar a más de cinco mil personas en medio de la nada.
Los discípulos cuestionaron a Jesús, señalando que ni siquiera 200 denarios (quizás lo que tenían en su tesoro de viaje) alcanzarían para alimentar a una multitud tan grande (Marcos 6:37). Y aún si eso hubiera sido posible, no había dónde hubieran podido comprar esa comida en esa zona.
A pesar de que habían visto a Jesús hacer lo imposible, los discípulos se sentían atados a los confines de lo posible. ¡A estas alturas, su instinto debería haberles hecho esperarlo todo!
Había pan y pescado
En medio de las idas y venidas y de las posibilidades de alimentar a la multitud, el hermano de Pedro, Andrés, hizo un comentario: “Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?” (Juan 6:9).
Pero, ¿cómo sabía Andrés qué había en el paquete del muchacho?
Tal vez este muchacho había escuchado la conversación acerca del dilema y con la inocencia de un niño le ofreció su comida a Andrés, para que pudiera satisfacer su necesidad. Lo que Andrés pudo haber tomado como algo sin importancia, tan sólo un gesto infantil, Jesús sí lo tomó muy en serio.
Luego Jesús les dio instrucciones a los discípulos para que se sentaran en el pasto en varios grupos de 50 (Marcos 6:39-40). Todo lo que Jesús había hecho “fue hecho decentemente y en orden”, como Pablo también amonestaba a la Iglesia a hacer las cosas (1 Corintios 14:40).
Lo que sucedió después se convirtió en uno de los milagros más poderosos de Jesús.
“Entonces tomó los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió los panes, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y repartió los dos peces entre todos” (Marcos 6:41).
Para poder comprender la magnitud de este milagro, es necesario que recordemos que el recuento de 5.000 se refiere sólo a los hombres, pero también había mujeres y niños (Mateo 14:21). Incluyéndolos a todos, Jesús más o menos debió haber alimentado de 6.000 a 7.000 personas con la comida del muchacho.
El hecho de que Jesús pudiera alimentar a miles con sólo cinco pedazos de pan y dos pescados es asombroso por sí mismo, aún más notable es que quedaran doce canastas llenas de sobras (Marcos 6:42-44).
La alimentación de los cuatro mil
Este evento fue el primero de los dos milagros en los que Jesús alimentó una gran multitud con una pequeña cantidad de alimento. El segundo ocurrió poco después, con un grupo de más de cuatro mil personas que habían seguido a Jesús en las playas del mar de Galilea durante tres días.
Este milagro también se originó en la preocupación compasiva que Jesús sentía por el bienestar de las personas. Antes de obrar el milagro, Jesús dijo: “enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino” (Mateo 15:32).
En verdad, Jesús continuamente era un modelo de cuidado y preocupación por las demás personas. No alimentó ni sanó a la gente por fama ni para sentirse bien consigo mismo; lo hizo porque todo lo que hacía estaba impulsado por un amor perfecto hacia los demás.
Jesús siempre demostraba su amor por medio de acciones y obras, no simplemente por sentimientos y palabras. Como Juan más tarde escribiría, Jesús amaba: “de hecho y en verdad” (1 Juan 3:18).
Lecciones de la alimentación de las multitudes por parte de Jesús
Aunque no podemos alimentar a miles con sobras de alimento, podemos extraer lecciones espirituales prácticas del ejemplo de Jesús.
1. Seamos el guarda de nuestro hermano.
Una de las citas más impactantes de la Biblia fue la respuesta que Caín le dio a Dios cuando le preguntó acerca de su hermano y su bienestar: “Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9).
Si bien Dios no le respondió la pregunta directamente a Caín, Jesús le respondió esencialmente con su ejemplo. Cuando Él vio las multitudes hambrientas, no las echó ni les dio la espalda con una forma de pensar endurecida: Ellos llegaron sin ser invitados y no es mi responsabilidad alimentarlos, yo no soy su guarda.
En vez de emplear el enfoque de Caín, Jesús fue movido a compasión porque no tenían quién los cuidara, quién los defendiera (Marcos 6:34).
Vio su necesidad, tuvo la oportunidad de ayudar y decidió actuar.
2. Recorrer la milla extra.
Si analizamos la reacción de los discípulos, vemos que no fueron totalmente indiferentes. Su sugerencia fue práctica y razonable —darles tiempo a las personas para que pudieran ir a los pueblos más cercanos y comprar sus alimentos antes de que llegara la media noche (Mateo 14:15).
Pero Jesús mostró que la opción más fácil no siempre es la mejor.
Jesús les enseñó que su preocupación debía ir un paso más allá: debían practicar el principio de la milla extra que ya les había enseñado (Mateo 5:41). En esta situación, enviar a la multitud para que encontrara alimentos era la primera milla, pero tomar la decisión de afrontar directamente su necesidad, era una milla extra.
Los seguidores de Cristo deberían luchar por ir más allá de la medida mínima que se espera para poder satisfacer sus necesidades y servir a otros.
3. No dé solamente para obtener.
La naturaleza humana es capaz de ser amable, pero con frecuencia hay otros intereses asociados —reconocimiento, lealtad o que más adelante le devuelvan el mismo favor.
Jesús en contraste, alimentó a las multitudes porque le importaba genuinamente su bienestar. Las personas que Él alimentó no tenían nada que ofrecerle a cambio. Él no les pidió ni compromisos ni alianzas. Él simplemente sació su necesidad —y no había nada más.
De hecho, no hay ninguna indicación que nos permita suponer que la mayoría de los que Él alimentó, en algún momento se hubieran convertido en sus discípulos. Si bien con frecuencia asumimos que los milagros van a hacer que florezca una fe profunda, los ejemplos en la Biblia indican que es muy común que estos no lleven a ninguna conversión duradera.
La compasión de Jesús, su altruismo y su servicio nos muestran qué clase de amor genuino es el que debemos poner en acción. Aunque no podemos alimentar a miles con unos pocos pececillos y unas pequeñas tajadas de pan, podemos aplicar las lecciones del ejemplo detrás de este milagro increíble, a medida que…
Andamos como Él anduvo.