Luego de hacer grandes milagros, Jesús visitó su ciudad natal. Pero en lugar de ser recibido como un héroe local, tuvo una recepción diferente.

Crédito de la imagen: Imagen proporcionada por Salim Hanzaz, Sarasw Art a través Getty Images
En los últimos cinco artículos de nuestra serie “Andar como Él anduvo”, hablamos acerca de algunos de los milagros que Jesús realizó mientras viajaba por Galilea, donde sus obras y sus poderosas enseñanzas aumentaron su fama y popularidad en toda la región.
Luego Cristo viajó “a su tierra” (Mateo 13:54), donde su última visita no había terminado bien (Lucas 4:28-30).
Aunque su popularidad estaba creciendo, Jesús ya había experimentado oposición por parte de algunos líderes religiosos. Sin embargo, uno pensaría que en su tierra, el lugar donde fue criado y trabajó durante sus veintes, sería aceptado y bien recibido.
Pero no fue así.
Jesús es rechazado por su propia gente
Poco después de volver a su hogar, llegó el día de reposo semanal y Jesús enseñó en la sinagoga local como era su costumbre. Sus enseñanzas sorprendieron mucho a la gente, pero no de forma positiva:
“Y llegado el día de reposo, comenzó a enseñar en la sinagoga; y muchos, oyéndole, se admiraban, y decían: ¿De dónde tiene éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es ésta que le es dada, y estos milagros que por sus manos son hechos?” (Marcos 6:2).
Esto demuestra que Jesús no pasó su juventud (el período antes de comenzar su ministerio público) enseñando o haciendo milagros, como sugieren algunos escritos postbíblicos. Para los habitantes de Nazaret, sus enseñanzas y milagros parecieron venir de la nada. Les sorprendió que ese Hombre, que había crecido y trabajado entre ellos, ahora hiciera obras extraordinarias.
“¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas?” (v. 3). (Contrario a la idea de que María fue virgen toda su vida, los Evangelios revelan que ella y José tuvieron por lo menos seis hijos después de Jesús.)
Los habitantes de Nazaret no recordaban a Cristo como un predicador o hacedor de milagros; sólo lo conocían como un carpintero y miembro de una familia. El relato de Mateo muestra que también lo conocían como “el hijo del carpintero” (Mateo 13:55).
En esencia, estaban diciendo: Tú eres sólo el hijo de José. Te vimos construir casas durante más de diez años. Eras una persona normal. ¿Y de repente eres un gran predicador y hacedor de milagros? ¡La gente incluso piensa que eres el Mesías! ¿Realmente esperas que creamos eso?
En lugar de aceptar su nuevo papel y tratarlo con respeto y honor, “se escandalizaban de él” (Marcos 6:3).
Dado que Cristo jamás cometió pecado, nadie en su tierra podía acusarlo de un mal comportamiento en su pasado. Tal vez si las personas hubieran contemplado su vida, honestamente, hubieran reconocido que nunca se metía en problemas, nunca hacía travesuras, nunca usaba un lenguaje inapropiado, nunca fue deshonesto y nunca trató mal a nadie.
Conociendo su carácter y reputación, ¡ellos debieron haber sido los primeros en creerle! Pero no fue así.
Cristo no permitió que la amargura lo consumiera y distrajera porque sabía que el mundo había rechazado a los siervos de Dios durante siglos.
Probablemente, algunas de las personas que lo rechazaron eran cercanas a Él, incluso, sus amigos. Cristo tal vez pasó incontables horas con muchos de ellos en un contexto social y profesional.
Juan relata que incluso sus hermanos (técnicamente, sus medios hermanos) lo rechazaron. A pesar de ser testigos del carácter intachable de Jesús, “ni aun sus hermanos creían en él” (Juan 7:5).
Isaías profetizó que Cristo sería “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). Ser despreciado y rechazado por las personas con las que había crecido sería parte del dolor que experimentaría en su vida humana.
La respuesta de Jesús: “No hay profeta sin honra”
Pero Cristo no respondió con frustración ni quiso provocarlos permaneciendo ahí más tiempo. En cambio, mencionó con calma el principio de la naturaleza humana que estaba presenciando: “No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa” (Marcos 6:4).
En otras palabras, quienes más conocen a una persona a menudo son los primeros en rechazarla. La observación de Jesús es similar al dicho moderno: “la familiaridad produce desdén”.
Pero Cristo no sólo dijo esto por lo que vivió en Nazaret, sino también por situaciones similares que había visto durante su tiempo en la Tierra y otras que leemos en las Escrituras.
Muchos siervos de Dios fueron rechazados por personas cercanas, incluyendo a José (Génesis 37:10-11), Moisés (Éxodo 2:11-15; Números 12:1), Elías (1 Reyes 19:10) y Jeremías (Jeremías 20:1-2, 7-10).
En muchas de las otras ciudades que visitó, Jesús fue bienvenido y atrajo a grandes multitudes de personas interesadas. Pero en su tierra natal, fue recibido con escepticismo, crítica e incluso sarcasmo.
Cristo siguió adelante
Aunque sin duda esta experiencia lo decepcionó y entristeció, Jesús no permitió que lo desanimara o detuviera. En cambio, siguió adelante con la tarea para la cual fue enviado.
No se quedó mucho tiempo en Nazaret, pero aún así “sanó a unos pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos” (Marcos 6:5). Demostrando su carácter perfecto, no permitió que la recepción negativa de la mayoría fuera un obstáculo para mostrar misericordia a quienes lo necesitaban. Su actitud ejemplificó el principio sobre el que Pablo más tarde escribió: “No paguéis a nadie mal por mal” (Romanos 12:17).
Luego de dejar su tierra, Cristo viajó por las aldeas de alrededor “enseñando” (Marcos 6:6) y no hay evidencia de que haya vuelto a visitar Nazaret.
Lecciones del rechazo de Jesús
Éstas son tres lecciones que podemos aprender del rechazo a Jesús en Nazaret.
1. No poner a las personas en una caja por su pasado.
Aunque los habitantes de Nazaret no tenían experiencias negativas del pasado con las cuales acusar a Jesús, aun así se rehusaron a verlo como algo más que el hijo de José y María. Se negaron a reconocer al increíble hombre frente a ellos y mentalmente lo encerraron en la caja del joven carpintero que vieron crecer.
Esto debería recordarnos la importancia de respetar el proceso de crecimiento, desarrollo y madurez de las personas, especialmente aquellos a quienes conocemos desde la juventud.
A diferencia de lo que ocurrió con Cristo, cuando vemos a alguien crecer, probablemente seremos testigos de sus errores juveniles y su inmadurez. Pero a medida que las personas maduran y adquieren nuevas responsabilidades, debemos tener cuidado de no juzgarlas en su adultez por lo que fueron en el pasado.
2. Dejar que nuestro ejemplo hable por nosotros.
En ninguna parte leemos que Jesucristo se haya frustrado o haya tratado de convencer a los habitantes de Nazaret de que no era solamente “el hijo del carpintero”. No trató de obligarlos a que lo respetaran.
Simplemente puso en práctica lo que Pablo más tarde le diría a un joven pastor a quien los miembros no tomaban en serio por su edad: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12).
Si alguien nos desprecia por nuestro pasado o nuestra edad, no debemos intentar forzarlos a respetarnos con palabras. En lugar de eso, debemos enfocarnos en nuestro ejemplo y conducta.
Eso fue lo que Jesucristo hizo.
Cuando fue rechazado, Él no se vengó ni demandó reconocimiento; simplemente respondió con calma y dignidad, mostrándose amable y misericordioso, siguiendo adelante con su trabajo.
Permitió que sus acciones hablaran más fuerte que sus palabras.
3. No permitir que el desánimo nos distraiga y saque lo peor de nosotros.
Ser rechazados y criticados por los nuestros, personas que son importantes para nosotros, puede ser muy desalentador. A veces es más fácil aceptar el maltrato cuando viene de quienes lo esperamos, pero duele mucho cuando viene de personas cercanas.
Esa clase de desánimo puede hacernos sentir muy mal y, si no tenemos cuidado, puede dar paso a la amargura y el estancamiento.
Cristo nos da un increíble ejemplo de determinación para seguir adelante y no permitir que la experiencia lo detuviera. Simplemente la reconoció por lo que era, la naturaleza humana en acción, y siguió adelante.
No era un problema de Nazaret —era un problema humano.
A veces la clave para superar el maltrato es verlo en el contexto amplio de la naturaleza humana. Recordar que los seres humanos han maltratado y sufrido maltrato durante miles de años nos ayuda a no tomarnos las cosas de forma tan personal, y también nos ayuda a ser misericordiosos.
Cristo no permitió que la amargura lo consumiera y distrajera porque sabía que el mundo había rechazado a los siervos de Dios durante siglos.
Todos seremos maltratados alguna vez, probablemente incluso por parte de alguien cercano, como un pariente o amigo. Pero cuando eso ocurra, no podemos permitir que nos distraiga o deprima.
En cambio, debemos reaccionar como Cristo lo hizo, y mantener nuestra determinación de...
Andar como Él anduvo.