“Sed santos, porque yo soy santo”

¡Dios es santo! En las Sagradas Escrituras, Dios señala que su pueblo puede ser santo también. ¿Cómo es posible que los seres humanos sean santos —como Dios?

¿Qué es ser santo?

¿Cómo utiliza la Biblia la palabra santo?

La raíz de las palabras hebreas traducidas como “santo” y “santidad” es qadas. “El verbo significa ‘ser consagrado’, ‘ser dedicado’, ‘ser santo’. Todo aquello que sea ‘santo’ es apartado. Se saca del ámbito de lo común y se traslada a la esfera de lo sagrado” (Zondervan Expository Dictionary of Bible Words, “Holy/Holiness”) [Diccionario expositor de palabras bíblicas de Zondervan, “Santo/Santidad”].

Dios es el Santo, así que las personas y las cosas que Él aparta y que son dedicadas a Él son santas. Un ejemplo de esto es el séptimo día sábado (Génesis 2:3; Éxodo 20:8).

En el Nuevo Testamento, la palabra dominante asociada con la idea de lo santo, es hagios. Esta palabra griega “refleja la expresión de la ley de la voluntad divina y obligación humana a Dios. Planteaba un fuerte carácter moral” (ibídem).

Dios mismo es el epitome de la santidad. Asi pues, en su deseo de tener hijos como Él, Dios nos ordena, “Sed santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44; también se cita en 1 Pedro 1:16).

Dios tiene el poder de declarar algo santo o hacerlo santo por medio de su presencia

Una de las razones principales por las que algo puede llegar a ser santo es que el Dios Todopoderoso lo declare santo o santificado, como lo hizo con el séptimo día (Génesis 2:3). Es apartado con un propósito de Dios.

Otra manera, es que la presencia de Dios puede crear un espacio que es santo. En Éxodo 3:1-5, la presencia de Dios hizo que el espacio alrededor de la zarza ardiente fuera santo.

A medida que Moisés se fue acercando a una zarza que milagrosamente ardía, pero no se consumía, “lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (vv. 4-5)

¿Qué hizo que la tierra alrededor de la zarza ardiente fuera santa? La respuesta es que la presencia del Señor hizo que la tierra fuera sagrada. Josué vivió algo muy similar, en Josué 5:15.

No obstante, la Biblia registra que Dios se les apareció a otras personas a lo largo de los siglos y no declaró que la tierra fuera santa en todos los casos (Génesis 18:1; 32:30; etc.). Él posee la habilidad única de designar o declarar algo santo cuando así lo desea. (Ya que Jesús dijo en Juan 5:37 que nadie ha visto al Padre, estos eventos obedecen a las apariciones de Cristo en el Antiguo Testamento. Si desea más información acerca de este tema, lo invitamos a leer nuestro artículo “Jesús fue el Dios del Antiguo Testamento”.)

Dios declaró santos a muchos objetos inanimados

Los utensilios para adorar a Dios en el tabernáculo del desierto y en su santo templo fueron apartados, dedicados, santificados y declarados santos por Dios para un propósito especial. Había fuentes, candelabros, mesas, incienso, pan de la proposición, vestiduras sacerdotales y, por supuesto, el Lugar Santísimo, donde estaba el arca del testimonio (lo invitamos a ver Éxodo 26:33; 40:9).

Al sumo sacerdote se le permitía entrar en el Lugar Santísimo del tabernáculo y más tarde del templo, que representaba la sala del trono de Dios, sólo una vez al año en el día de la Expiación (Levítico 16; Hebreos 9).

¿Cómo pueden los seres humanos llegar a ser santos?

Dios quiere que las personas se conviertan en sus hijos y por lo tanto quiere que seamos santos como Él es santo. Él nos ha dado libre albedrío para que tomemos nuestras propias decisiones, no nos obliga a ser santos. Él quiere que escojamos su camino.

Pero la Biblia nos muestra que el camino para alcanzar la santidad es bastante arduo.

Dios quiere que hoy su pueblo sea santo. Él comienza ese proceso por medio de su llamamiento santo. Él quiere que cambiemos lo que somos y seamos transformados.

Cuando Dios sacó a los israelitas de Egipto por medio de milagros muy poderosos, Él le ordenó a su pueblo que fueran santos y una nación santa. Justo antes de entregarles sus mandamientos en el monte Sinaí, les dio la oportunidad de aceptar su oferta de ser santos.

“Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel” (Éxodo 19:5-6).

Los israelitas se comprometieron a obedecerle a Dios en el versículo 8: “Todo lo que el Eterno ha dicho, haremos”. Este compromiso, o pacto, fue confirmado en Éxodo 24:7-8.

El pueblo le prometió a Dios que iban a obedecer su voz y a respetar su pacto. ¿Se convirtieron en santos por esto?

Los antiguos israelitas estaban lejos de ser santos

A pesar de que el pueblo prometió que le obedecería a Dios, ¡simplemente no lo hicieron! Tuvieron buenas intenciones, pero después de un tiempo, demostraron una actitud muy alejada de la santidad. Eran tercos y rebeldes, quebrantaron las leyes que ellos mismos habían prometido obedecer.

Una persona no es santa sólo por decir “creo en Dios” o “acepto a Jesús como mi salvador”. Como escribió Santiago en su carta, “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Santiago 1:22). Los israelitas prometieron que iban a hacer las cosas de la manera en que Dios los había instruido, pero sus corazones estaban alejados de Él y no le obedecieron.

Algo faltaba en la vida de los israelitas

Algunas personas han concluido que las leyes de Dios simplemente eran muy rigurosas —muy difíciles de obedecer. Pero Jesús dijo: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mateo 19:17). El apóstol Pablo dijo que, “de manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Asi que la ley no era el problema.

Dios resumió lo que estaba faltando en la relación con Él: “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29).

Hebreos 8:8 explica que la falta fue de ellos —el pueblo. Debido a que ellos fallaron al obedecer, Dios iba a establecer un nuevo pacto.

Dios le prometió al pueblo de Israel y finalmente a todo el mundo: “Pondré mis leyes en la mente de ellos, Y sobre su corazón las escribiré” (v. 10). Este pacto que Dios prometió, viene acompañado del Espíritu Santo para que la persona pueda tener el corazón para obedecer.

Después del regreso de Cristo, Israel tendrá la oportunidad de ser la nación santa que Dios quería que fueran, y toda la humanidad tendrá la oportunidad eventualmente de ser santa como Dios.

El don del Espíritu Santo

El don del Espíritu Santo cambia a las personas desde su interior. Produce fruto santo y hermoso en las vidas de los verdaderos hijos de Dios: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23). Estos son atributos según Dios que se pueden producir en nuestras vidas si tenemos el Espíritu Santo.

Somos físicos. Los seres humanos estamos sujetos a las tentaciones físicas y pasiones de este mundo y de nuestra naturaleza humana. Entonces ¿cómo podemos ser santos —tener la naturaleza de Dios? No podemos adorar a Dios “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24) si no tenemos su espíritu.

Los antiguos israelitas son un excelente ejemplo de esto. En 1Corintios 10:5-11, se nos advierte que lo que ellos hicieron cuando fueron sacados de Egipto, fue algo muy desagradable para Dios. Codiciaron, cometieron pecados sexuales, tentaron a Dios, murmuraron y se quejaron, y practicaron la idolatría.

Esta lista es similar a la lista de actitudes que el apóstol Pablo advirtió que veríamos en los tiempos del fin.

“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos” (2 Timoteo 3:2; lo invitamos a ver también los versículos 1-5). Esto describe la naturaleza humana sin el Espíritu Santo.

Una transformación hacia la santidad

Existe un proceso que debe llevarse a cabo para que un ser humano pueda ser santo. Jesucristo dice que comienza con el llamamiento del Padre: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). En 2 Timoteo 1:9, se refiere a este llamamiento como a un “llamamiento santo”

Cuando Dios llame a las personas, ellos van a comenzar a examinarse y verán si tienen o no realmente el profundo deseo de obedecer a Dios. Este proceso de evaluación puede tomar más tiempo dependiendo de la persona. Todo el mundo quieres ser bueno, pero pensar y hacer el bien realmente puede requerir que la persona lleve a cabo cambios significativos en su manera de vivir.

El siguiente paso en el proceso de ser santos tiene que ver con el cambio. Dios concede el don del arrepentimiento —tristeza que conlleva a un cambio real y permanente (Romanos 2:4). Las personas arrepentidas comenzarán a transformar sus vidas para reflejar la Palabra de Dios. Tendrán un deseo profundo de cambiar su antiguo camino de vida por el camino de vida de Dios, comenzarán a darse cuenta que no pueden ser convertidos sin la ayuda de Dios. Esto hace posible que reciban el Espíritu Santo.

Cuando los discípulos y otras personas estaban reunidas en la fiesta santa de Pentecostés en el año 31 d.C, escucharon al apóstol Pedro dar un sermón muy convincente. En Hechos 2:36, él les explicó que ellos eran los responsables de la crucifixión de Jesucristo.

Cuando las personas llegan a este punto en el proceso de llegar a ser santos, van a preguntar lo mismo que preguntaron los que estaban reunidos con Pedro: “¿Qué haremos?”.

Pedro respondió: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (v. 38).

Deje su pasado atrás y comience a vivir el camino de Dios

El bautismo es una ceremonia única que implica el compromiso total de una persona a someter su propia voluntad y a vivir una vida basada en la Palabra de Dios y su voluntad. El bautismo simboliza la muerte y la sepultura de nuestro viejo yo y de nuestros pecados pasados. Es un paso supremamente importante en el proceso de llegar a ser santos.

Pablo escribió acerca de cómo los cristianos son lavados de pecados pasados (bautizados) y santificados (1 Corintios 6:9-11). El significado de la palabra santificado es similar a santo: apartado para un propósito especial, purificado, consagrado, sagrado, hecho santo. Como dijo Pedro en Hechos 2:38, los que se arrepienten y son bautizados pueden recibir el don del Espíritu Santo.

La presencia de Dios resulta evidente

Esa persona tiene ahora el Espíritu de Dios viviendo en ella. No podemos ser santos sin el Espíritu de Dios. Su Espíritu revela su carácter y atributos perfectos.

Él nos dará este precioso don, si estamos dispuestos a responder a su llamado, arrepentirnos y ser bautizados. Entonces debemos comprometer nuestras vidas a procurar la perfección y seguir el ejemplo de Jesucristo.

Dios compara el don del Espíritu Santo con una garantía o anticipo de un tiempo futuro —la resurrección— cuando Él promete que la santidad completa y total puede ser nuestra (2 Corintios 1:22; Efesios 1:13-14). Entonces seremos como Él: "seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Juan 3:2).

Dios quiere que su pueblo sea santo

Dios quería que su pueblo fuera una nación santa cuando los sacó de la tierra de Egipto. En Levítico 11:45, les dijo: “Porque yo soy el Eterno, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo”.

Pero sus corazones estaban alejados de Él. Bajo el Nuevo Pacto (Hebreos 8:10), tendrán la oportunidad de se santos y recibir el Espíritu de Dios.

Dios quiere que hoy su pueblo sea santo. Él comienza ese proceso por medio de su llamamiento santo. Él quiere que cambiemos lo que somos y seamos transformados. Quiere que seamos reconciliados con Él, para que nos podamos presentar nos ante Él, “santos y sin mancha e irreprensibles delante de él” (Colosenses 1:22).

La presencia de Dios en nuestra mente y nuestro corazón es evidente por su Espíritu Santo en nosotros. Comenzamos a desarrollar los mismos atributos que describen a Dios (Gálatas 5:22-23). Este mismo fruto del Espíritu de Dios debe definirnos si queremos ser santos como Él.

El apóstol Pedro escribió en 1 Pedro 1:14-16: “como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”.

Si usted desea estudiar más acerca del tema, lo invitamos a leer nuestro folleto gratuito, ¡Cambie su vida!

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