Pablo les advirtió a los cristianos que no se cansaran de hacer el bien, pero no dio muchos detalles acerca de cómo sobreponerse a la fatiga espiritual. ¿Nos dice la Biblia cómo podemos hacerlo?

“Y si así lo haces tú conmigo, yo te ruego que me des muerte” (Números 11:15).
Estas palabras de Moisés son dramáticas, pero también reveladoras —dramáticas porque orar por la muerte es un acto de desesperación que no esperaríamos de un siervo de Dios de tal magnitud; reveladora porque estas palabras nos muestran algo acerca de los límites del carácter humano.
Moisés estaba frustrado por las constantes quejas y muestras de ingratitud de las tribus israelitas. El pueblo había sido liberado de lo que podría ser el ejército más poderoso de la época (Éxodo 14). Habían sido alimentados milagrosamente con maná en medio de un desierto inhóspito (Éxodo 16) y habían sido testigos de una parte de la gloria de Dios en el monte Sinaí (Éxodo 20:18-19).
Pero en lugar de agradecerle a Dios, el pueblo murmuró. Comenzaron a recordar lo que extrañaban de su paso por Egipto. Decían, “Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos” (Números 11:5).
No obstante, no se acordaban de la dura esclavitud en Egipto ni de los milagros y la increíble gracia de Dios.
Un caso de fatiga espiritual
Fue esta continua murmuración en contra de Dios y Moisés lo que abrumó a Moisés. Él estaba sintiendo lo que podríamos llamar fatiga o agotamiento espiritual.
Cuando analizamos con mayor detenimiento los acontecimientos que llevaron a Moisés a orar por su muerte, podemos comenzar a entender sus sentimientos. Números 11 inicia con una breve descripción del fuego del Eterno que consumió a algunos israelitas que habían estado quejándose (versículos 1-3). El fuego se detuvo sólo hasta que Moisés oró por el pueblo.
Inmediatamente después de este incidente, el pueblo comenzó a murmurar una vez más. Junto con la multitud de personas que no eran israelitas y habían salido con ellos, el pueblo “tuvo un vivo deseo” de algo más que “este maná ven nuestros ojos” (vv. 4-6). El pan provisto de manera milagrosa desde el cielo no era suficiente. ¡Querían más!
Fue en este momento que Moisés llegó a su límite. En un exabrupto de emoción inesperado, Moisés le preguntó abiertamente a Dios, “¿Por qué has hecho mal a tu siervo?” (v. 11). Dijo “no puedo yo solo soportar a todo este pueblo” (v. 14). Y después le pidió a Dios que le quitara la vida.
Lo que había abrumado a Moisés no era una sola prueba difícil. Fue su continua interacción con personas que eran todo menos personas con un carácter según Dios. Como Moisés escribió más tarde, los israelitas no tenían “corazón para entender, ni ojos para ver, ni oídos para oír” (Deuteronomio 29:4).
Cansados de vivir en el mundo
Los cristianos de hoy también vivimos entre impíos. Como Moisés, podemos sentirnos frustrados y agotados por nuestras interacciones con las personas del mundo. (De hecho, incluso podemos llegar a sentirnos frustrados por las interacciones con nuestros hermanos y hermanas cristianos que por supuesto no son perfectos.) Podemos llegar a un punto de quiebre.
¿Y usted? ¿Está luchando contra la fatiga espiritual? ¿Podría reconocerla en un momento dado?
El problema tiene la relevancia e importancia suficiente como para que el apóstol Pablo advirtiera de él a las congregaciones de Galacia y Tesalónica (Gálatas 6:9; 2 Tesalonicenses 3:13), aunque la causa fundamental en cada caso era diferente. En estos pasajes, Pablo básicamente exhortaba a los creyentes a no cansarse de hacer el bien, pero no daba detalles acerca de cómo superar el cansancio espiritual.
En algunos casos, el agotamiento espiritual es obvio. Ese fue ciertamente el caso de Moisés cuando respondió con ira y frustración. A veces, sin embargo, la fatiga espiritual no es tan fácil de identificar. Se esconde detrás de la complacencia. Ese fue el caso de la iglesia de Éfeso.
El primer amor perdido
A finales del siglo I, el apóstol Juan escribió el libro del Apocalipsis. Los capítulos segundo y tercero son en forma de cartas de Cristo a siete iglesias a lo largo de una ruta de correo en Asia Menor. (Estas iglesias también simbolizan épocas de la historia de la Iglesia, pero las lecciones son para todos los cristianos de todas las épocas.) La primera mencionada es la iglesia de Éfeso (Apocalipsis 2:1-7).
Cristo elogió a los miembros de esta iglesia por su perseverancia y paciencia. También los elogió por no cansarse (vv. 2-3). Estaban resistiendo, y continuaban en la fe. Hasta ahora, no vemos señales de fatiga espiritual.
El siguiente versículo, sin embargo, identifica un gran problema. La iglesia había perdido su “primer amor” (v. 4). En esencia, la iglesia estaba haciendo lo correcto, pero sin ningún sentimiento o pasión real. Lo que hacían no era de corazón. Su conformismo era una señal de agotamiento.
Cristo le ordenó a la iglesia de Éfeso “arrepiéntete, y haz las primeras obras” (v. 5), advirtiéndoles: “pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”. En otras palabras, Cristo quitaría a esa iglesia de su presencia.
¡Recuerden!
Afortunadamente, Cristo hizo más que ordenarles que se arrepintieran. También mostró cómo la iglesia de Éfeso podía cambiar de rumbo. Les ordenó: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído” (v. 5). Recordar —cómo se describe en este pasaje y en otras partes de las Escrituras— es un aspecto clave muy importante para mantener la perspectiva adecuada en la vida.
Recordar “de dónde has caído” significaba que los efesios debían mirar al pasado, a un tiempo en el que experimentaban un momento espiritual óptimo. Cristo les estaba diciendo que recordaran el fervor ardiente que habían sentido cuando se convirtieron en sus primeros seguidores. Debían volver a su primer amor.
Volver al primer amor
Conocemos algo de los primeros años de la Iglesia de Éfeso por medio del libro de los Hechos. Lo que destaca en el relato narrativo es el celo de los primeros conversos. Perseveraron en “el Camino” a pesar de la fuerte oposición en la sinagoga. Esta oposición obligó a los primeros discípulos de Éfeso a abandonar la sinagoga y a empezar a reunirse en la escuela de Tirano (Hechos 19:9).
“Pero los que esperan al Eterno tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (Isaías 40:31).
Aún más revelador es el relato de aquellos individuos que habían practicado la magia antes de convertirse en cristianos. Su celo era tan grande que quemaron los costosos libros de magia que antes habían apreciado tanto (v. 19). El valor total de estos libros era de 50.000 piezas de plata, una enorme suma de dinero.
Es esta época de celo sin precedentes la que Cristo le ordena recordar a la iglesia de Éfeso. Y eso es algo que todos los cristianos deberíamos hacer cuando nos enfrentamos a la fatiga espiritual. Deberíamos recordar cómo nos sentíamos cuando éramos más celosos en seguir “el Camino”.
Una clave para superar la fatiga espiritual
Lo que Juan escribió en el Apocalipsis acerca del poder de recordar no era un concepto nuevo. A lo largo de las Escrituras se le dice al pueblo de Dios que recuerde, unas veces para animarse y otras para tener perspectiva. Un ejemplo es un salmo compuesto por los hijos de Coré.
El cántico, en forma de oración, nos permite vislumbrar una lucha personal y emocional. Los salmistas declaran: “Dios mío, mi alma está abatida en mí; Me acordaré, por tanto, de ti” (Salmos 42:6).
Recordar se revela como una clave para superar la fatiga espiritual.
El recuerdo no siempre es algo que iniciamos nosotros mismos. El apóstol Pedro consideró que era su deber recordar a la Iglesia las “preciosas y grandísimas promesas” (2 Pedro 1:4) reservadas a todos los creyentes fieles. En esa epístola escribió: “Pues tengo por justo, en tanto que estoy en este cuerpo, el despertaros con amonestación” (v. 13).
Renovar nuestras fuerzas
Cuando nos enfrentamos al agotamiento espiritual, podemos encontrarnos exasperados, como Moisés, o complacientes, como la iglesia de Éfeso. Puede resultarnos difícil y frustrante tratar con nuestros compañeros de trabajo y vecinos que no son cristianos. Puede que no queramos orar o estudiar la Biblia. Puede que queramos faltar a la iglesia, y puede que no queramos servir a nuestros hermanos y hermanas.
Pero estos momentos son los que necesitamos para ponernos de rodillas y pedir ayuda a Dios. Él comprende nuestras limitaciones y sabe a qué nos enfrentamos.
En uno de los pasajes más reconfortantes de la Biblia, Isaías interroga retóricamente al pueblo de Dios acerca de su comprensión del Dios verdadero.
“¿No has sabido, no has oído?” (Isaías 40:28). La pregunta de Isaías se plantea en el contexto de un capítulo que compara la impotencia de los ídolos (vv. 18-20) con el poder del Dios Todopoderoso (vv. 21-23).
Isaías continúa explicando que, a diferencia de los seres humanos propensos a la fatiga, Dios nunca se cansa. Dios no sólo no se cansa nunca, sino que “da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (v. 29).
“Correrán y no se cansarán”
Este maravilloso y reconfortante capítulo termina con una imagen conmovedora: “pero los que esperan al Eterno tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (v. 31).
Si usted se siente agotado, frustrado, exhausto o fatigado, tómese un tiempo para recordar, pero no como los israelitas en el desierto, que recordaban sus puerros y ajos en Egipto. Tómese un tiempo para recordar los mejores momentos de su vida cristiana.
Recuerde cómo se sintió cuando se convirtió a Dios. Recuerde lo que Él ha hecho en su vida. Y recuerde lo que Él tiene reservado para usted.
Si desea estudiar más acerca de este tema, lo invitamos a leer “Cómo evitar la fatiga por indignación” y “5 formas de recobrar energías cuando no tenemos tiempo”.