Los cristianos no debemos buscar conflictos con el gobierno, pero a veces los conflictos nos encuentran. ¿Qué debemos hacer cuando eso ocurre?
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Hace unos 2.000 años, Judea comenzaba a llenarse de movimiento y expectación.
Algunos proclamaban a Jesucristo como el esperado Mesías que fue crucificado por los pecados de la humanidad, murió y volvió a la vida. Los portadores de esos mensajes fueron sus apóstoles, quienes estaban dando paso a un movimiento que eventualmente cambiaría el mundo.
Pero ahora, esos mismos apóstoles se encontraban bajo la custodia de los líderes religiosos, arrestados por predicar enseñanzas contrarias a la tradición.
Estos líderes judíos tenían poder real. Algunos eran miembros del Sanedrín, el consejo más influyente del judaísmo y, con todo el peso de su autoridad, les ordenaron a los apóstoles “que en ninguna manera hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús” (Hechos 4:18). Era un intento por apagar el movimiento antes de que tomara fuerza; los lideres religiosos no dudaron en usar su poder como un arma para lograrlo.
Pero la respuesta de los apóstoles es una lección para nosotros: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (vv. 19-20).
Una autoridad superior
Romanos 13:1 es el versículo que a menudo se nos viene a la mente cuando hablamos acerca de la forma correcta en que como cristianos podemos lidiar con el gobierno: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”.
En otras palabras, tenemos la obligación espiritual de obedecer las reglas civiles o, como famosamente dijo Jesucristo, debemos dar “a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mateo 22:21).
Asumir que los cristianos siempre deberían oponerse a las autoridades humanas es un error que puede meternos en problemas con los hombres y con Dios. Como advierte Pablo: “quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Romanos 13:2).
Dicho esto, hay una excepción importante. A veces el gobierno abusa de su autoridad y ordena cosas impías. A veces, César ordena lo que Dios prohíbe, y prohíbe lo que Dios ordena. A veces el concejo gobernante les dice a los apóstoles que no prediquen a Jesús, lo que contradice completamente su orden directa (Marcos 16:15).
En momentos como esos, desafiar al gobierno no es sólo una sugerencia, es una obligación moral. Los apóstoles lo entendían bien. Cuando se encontraron frente al Sanedrín por segunda vez, dijeron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Poner la ley de Dios primero
Algo de lo que se habla menos cuando un gobierno sobrepasa sus límites no es qué deberíamos hacer, sino cómo deberíamos hacerlo. Dios dice claramente que la obediencia a sus leyes debe ser nuestra prioridad, sin importar lo que diga el gobierno. Pero la forma en que obedecemos en esas ocasiones puede ser diferente dependiendo de las circunstancias.
No todo conflicto entre Dios y el gobierno nos obliga enfrentarnos a “los malos”, y ningún conflicto exige una lucha a muerte. El libro de Daniel nos muestra que hay más de una forma de responder en estas situaciones, y todas ellas honran el espíritu de Hechos 5:29.
1. Mientras sea posible, opere de acuerdo al sistema
Cuando Daniel y sus tres amigos (Sadrac, Mesac y Abed-nego) fueron llevados a Babilonia, recibieron una oportunidad especial: un pasaje directo para convertirse en miembros de la corte real de Nabucodonosor.
Pero había un obstáculo: “les señaló el rey ración para cada día, de la provisión de la comida del rey, y del vino que él bebía” (Daniel 1:5).
Dios dio leyes acerca de lo que debemos y no debemos comer y, aparentemente, algunas de las exquisiteces del rey (cualesquiera que fueran) no estaban en la lista de lo permitido. Entonces, los cuatro amigos se encontraron en una disyuntiva: obedecer al hombre u obedecer a Dios.
Pero no lo dudaron: “Daniel propuso en su corazón no contaminarse” (v. 8). Esto fue fe en acción, la clase de determinación que supera el miedo y las dudas y dice: “Pase lo que pase, obedeceré a Dios”.
Sin embargo, hay algo más que a veces no apreciamos lo suficiente: Daniel manejó la situación con tacto.
En primer lugar, fue humilde. Se acercó a la persona encargada e hizo una petición sencilla: “te ruego que hagas la prueba con tus siervos por diez días, y nos den legumbres a comer, y agua a beber.
Compara luego nuestros rostros con los rostros de los muchachos que comen de la ración de la comida del rey” (vv. 12-13).
Legumbres y agua. Era un punto medio que podía satisfacer a Nabucodonosor y, lo que era más importante, respetaba la ley de Dios. En otras palabras, Daniel encontró una forma de operar dentro del sistema. Sin rebelión, sin protestar y sin salir indignado de la academia en un acto de desafío. Simplemente pidió una excepción y dejó el resto en manos de Dios.
Y funcionó: “al cabo de los diez días pareció el rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey. Así, pues, Melsar se llevaba la porción de la comida de ellos y el vino que habían de beber, y les daba legumbres” (vv. 15-16).
Dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo: sus principios pueden permanecer firmes y puede encontrar un punto medio adecuado, si existe uno. Nuestro primer recurso debe ser buscar soluciones que no se opongan a la ley de Dios, pero tampoco entren en conflicto innecesario con las autoridades.
Daniel y sus amigos no iban a ceder. Estaban determinados a obedecer a Dios, pero querían hacerlo sin pelear. Querían paz, siempre que fuera posible.
2. Desobediencia silenciosa
Una de las primeras obras del rey Darío después de que Persia tomara el control de Babilonia fue organizar el gobierno. Nombró a 120 líderes sobre las regiones y, sobre ellos, a tres gobernadores que supervisaran todo. Daniel fue uno de esos gobernadores (Daniel 6:1-2). Y fue tan excepcional en su papel que Darío quiso ascenderlo aún más y hacerlo administrador “sobre todo el reino” (v. 3).
Pero esto fue una mala noticia para los otros líderes, quienes estaban celosos y desesperados por obtener reconocimiento. Así que empezaron a buscar algo de qué acusar a Daniel —cualquier cosa que lo desacreditara o saboteara su futuro. Sólo había un problema: la vida de Daniel era intachable. Entonces, sin otra alternativa, cambiaron su estrategia.
Su nuevo plan era usar la justicia de Daniel en su contra: “Entonces estos gobernadores y sátrapas se juntaron delante del rey, y le dijeron así: ¡Rey Darío, para siempre vive! Todos los gobernadores del reino, magistrados, sátrapas, príncipes y capitanes han acordado por consejo que promulgues un edicto real y lo confirmes, que cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones” (vv. 6-7).
Fue una táctica astuta. Conocían el carácter de Daniel y sabían que, si lo obligaban a elegir entre obedecer a Dios y obedecer al gobierno, obedecería a Dios cada vez, incluso si eso significaba ser despedazado por leones.
Y, tal como en su previo encuentro con el gobierno, Daniel no dudó: “Cuando Daniel supo que el edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes” (v. 10).
Negociar no era una opción esta vez. El decreto no podía cambiarse. Pero el ejemplo de Daniel nos recuerda que hay otro camino cuando no se puede razonar con el sistema: la desobediencia silenciosa.
Daniel no hizo un espectáculo público. Simplemente se fue a su casa y siguió con su práctica diaria de orar a Dios. Era desobediencia, pero no una desobediencia escandalosa.
3. Desobediencia abierta
Finalmente, cuando las demandas del hombre entran en conflicto con las leyes de Dios, a veces la única salida es mirar a la oposición directo a los ojos y decir “No”.
Durante su reinado, el rey Nabucodonosor erigió una imagen de oro enorme y reunió a todos los oficiales del imperio para asistir a su dedicación, incluyendo a Sadrac, Mesac y Abed-nego. Entonces, pronunció el famoso edicto: cuando la música sonara, todos debían “[postrarse y adorar] la estatua de oro”. Quien se rehusara, “inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo” (Daniel 3:5-6).
Para la mayoría, esto no era un problema. Ya adoraban a un panteón de dioses, así que ¿qué diferencia hacía uno más? Pero para los amigos de Daniel, era una prueba de vida o muerte. No había modo de pedir una exención ni de irse a casa y desobedecer en silencio; era la clase de edicto que se obedecía o se desafiaba abiertamente.
Cuando sonó la música y la multitud se inclinó al unísono, los únicos que permanecieron de pie fueron los amigos de Daniel. Era imposible no verlos: un mar de cuerpos inclinados con las frentes en el suelo y tres hombres erguidos. Fue un simple pero firme “No”.
Cuando supo lo que habían hecho los tres judíos, Nabucodonosor se llenó de ira. Entonces los llevaron frente al rey, pero ellos siguieron firmes: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (vv. 17-18).
Y Dios los libró. El horno estaba tan caliente que los hombres que los lanzaron murieron quemados. Pero Sadrac, Mesac y Abed-nego entraron y salieron del fuego ilesos, completamente a salvo y sin humo en sus ropas.
Considerando la historia previa de los tres amigos, seguramente la desobediencia abierta no hubiera sido su primera opción. Pero en esa ocasión, era su única opción. Y cuando llegó el momento, lo enfrentaron con valentía. Se rehusaron a transigir su relación con Dios, incluso cuando eso significaba destacar en medio de una multitud y mostrar su desacuerdo de forma incómoda y pública, e incluso cuando implicaba su propia muerte.
Los amigos de Daniel dijeron “No”, y lo dijeron abiertamente.
Estar avisado es estar preparado
Si necesitamos pruebas de que nuestro mundo está bajo la influencia de Satanás el diablo, basta considerar el hecho de que, a través de la historia, muchos cristianos fieles han sufrido brutalmente en manos de gobiernos humanos por su obediencia a Dios. La Biblia describe a este rey-demonio que opera tras bambalinas como el “príncipe de la potestad del aire” (Efesios 2:2), “homicida desde el principio” (Juan 8:44) y aquél que hace guerra contra los santos (Apocalipsis 12:17). Y la guerra aún no termina.
Por ahora, la mayoría de nosotros puede seguir disfrutando de un ambiente pacífico para adorar y obedecer a Dios y orando por ello (1 Timoteo 2:1-2). Pero Apocalipsis 13 nos muestra un futuro en el que la influencia del gobierno no será sólo un problema regional o local, sino que se convertirá en un problema global. Habrá un sistema que les exigirá absoluta lealtad a todos sobre la faz de la Tierra, y quien se rehúse a doblar las rodillas será aniquilado (v. 15).
Hasta ese momento, que sin duda requerirá de desobediencia abierta, los conflictos que los cristianos podemos tener con el gobierno son pequeños en comparación. Pero pequeño no significa inexistente; son conflictos reales que debemos enfrentar.
Cuando nos vemos obligados a elegir entre obedecer a Dios y obedecer al gobierno, no hay un solo camino. A veces podemos encontrar un punto medio. A veces podemos desobedecer sin llamar la atención. Y a veces, debemos oponernos en público.
En cualquier caso, el objetivo es el mismo: poner a Dios primero.
Lea más acerca de la perspectiva bíblica de este tema en nuestro artículo “Ciudadanos de los cielos bajo gobiernos humanos: tres principios importantes”.