¿Le gustaría saber cuál es el factor más importante para obtener el éxito verdadero?
No es algo que muchas personas podrían adivinar y, sin embargo, la respuesta ha estado ahí por lo menos hace tanto tiempo como la Biblia. Esta clave no es sólo cuestión de tener visión o fijar metas. No es sólo el resultado de la pasión, ni es tan sólo el producto del impulso, la creatividad o la perseverancia. Todos estos son elementos importantes y son necesarios para alcanzar el éxito, pero no creo que sean el factor más importante.
Creo que la clave es la humildad —un entendimiento realista de nuestra propia importancia en relación con Dios y otras personas.
Sin humildad todo lo que alcancemos será tímido y sin gozo. ¿Por qué?
Porque la humildad nos permite tener una perspectiva de nuestros logros —les da otra forma a nuestras metas, nuestra pasión y los demás factores en la búsqueda del éxito. La humildad hace posible que usted responda y tenga una buena relación con su Dios, quien mira “a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2).
Analicemos el impacto de la humildad en tres de los más reconocidos pasos necesarios para alcanzar el éxito.
1. Determinar la meta
Casi todos los que trazan un plan para obtener el éxito incluyen el fijar una meta, sea que lo expresen o no con palabras. Por ejemplo, en su clásico de 1989, Los siete hábitos de las personas altamente efectivas, Stephen R. Covey les dice a sus lectores que deben “empezar teniendo en mente el fin”. Esto es otra forma de decir que para empezar es necesario fijar metas.
La humildad afecta la clase de metas que usted fija. ¿Son sus metas acerca de obtener lo máximo posible, ya sea en dinero, prestigio o poder? ¡Entonces está fijando metas incorrectas! Por otra parte, si sus metas reflejan el deseo de servir tanto a Dios como a su prójimo, entonces está en el sendero correcto.
Cuando usted fije metas, tenga en mente los dos grandes mandamientos: “Amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37) y “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (v. 39). La humildad en el establecimiento de su meta significa reconocer que Dios le ha dado talentos y luego planea usarlos para servir a Dios y a sus hijos.
2. Preparación y educación
Usted no irá muy lejos en la vida a de que se prepare para cualquier camino por el que usted vaya a seguir. Si usted va a ser un electricista, por ejemplo, es mejor que aprenda todo lo que pueda o no podrá, o no le permitirán, hacer el trabajo.
¿Qué tiene que ver la humildad con la educación? Mucho, por cierto. Primero, usted necesita reconocer que no tiene todas las respuestas. Usted puede aprender de otras personas en el ramo que haya elegido.
Esto es sencillo, pero a un nivel aún más básico, la humildad lo impulsará a hacer una evaluación de sus propios talentos naturales y habilidades frente a las posibilidades profesionales que le atraen. Se preguntará si encaja bien, no sólo porque usted querrá tener éxito, sino que usted también quiere el éxito para otros.
Usted querrá alcanzar el éxito por aquellos seres amados que dependen de sus ingresos. Usted querrá tener éxito por los colegas que dependen de su contribución al equipo. Y usted querrá tener éxito por los clientes que dependerán de lo que haga en su trabajo.
Entonces, una vez que haya definido honestamente los talentos que Dios le ha dado, estará listo para prepararse, por medio de la educación apropiada, para usar bien esos talentos.
3. Pasión
Otro elemento incluido con frecuencia en las fórmulas es la pasión —y la fuerza que proviene de ella. Si a usted no le importa, usted no hará nada y por lo tanto no tendrá éxito. ¿Pero, cómo afecta la humildad su pasión?
Digamos por ejemplo que usted está trabajando en ventas. Si usted no cree realmente que un cliente se va a beneficiar de su producto, se dará cuenta de que es casi imposible venderlo. Por otra parte, si usted está convencido de que su producto va a solucionar el problema del cliente, se sentirá motivado a compartir esta solución.
Podríamos llenar página tras página analizando el impacto de la humildad en otras características y acciones asociadas con el éxito, pero analicemos primero la lucha inherente que todos enfrentamos.
Vestido de humildad
Desafortunadamente, como seres humanos tendemos a ponernos primero. Nuestras tendencias naturales están en guerra contra la humildad y siempre lo estarán.
“La humildad es una elección —y también lo es la arrogancia".
Pat Williams, en su libro Humility: The Secret Ingredient of Success [Humildad: el ingrediente secreto del éxito” (p. 18)], llegó a creer que “toda persona de verdadera grandeza” a lo largo de la historia era “también una persona de profunda humildad”.
Sin embargo, todo aquel que aspire a la grandeza, debe reconocer primero el conflicto interior y luego escoger la humildad:
“La humildad es una elección —y también lo es la arrogancia. La bestia salvaje de la arrogancia siempre bulle dentro de nosotros y sólo puede ser sometida por una fuerza más espiritual, más poderosa: la fortaleza de carácter de la humildad. Debemos escoger continuamente una actitud de humildad —o por defecto estaremos escogiendo la arrogancia” (pp. 40-41).
El apóstol Pedro describe esta elección como: “revestíos de humildad” (1 Pedro 5:5). Parece un poco extraño describirla como una elección hasta que investigamos el significado del griego. Según el Comentario bíblico del expositor; “Revestíos” (egkombosashte) es una rara palabra que se refiere a un esclavo que se viste con un delantal antes de servir. Los cristianos deben imitar a su Señor, quien se humilló a sí mismo y sirvió” (Vol. 12).
El ejemplo de servicio de Cristo
La segunda frase de la cita del Expositor, se refiere a Juan 13, que describe a Cristo como el que asumió el papel del siervo más humilde de la casa para lavar los pies de sus discípulos. Un aspecto importante de revestirse de humildad es escoger servir en lo que las personas alrededor suyo necesitan.
¿Qué tiene que ver esto con el éxito? Encontramos la respuesta en la versión del mismo suceso en otro Evangelio. En la misma noche en que Cristo fue crucificado, la noche en que Él tomó el papel de siervo para lavar los pies de sus discípulos, ellos empezaron a discutir entre ellos quién sería el mayor en el Reino (Lucas 22:24). En esencia, ellos estaban preocupados por su propio éxito.
Lo que Cristo dijo es revelador. Después de mencionar que los reyes gentiles regularmente “se enseñoreaban” (v. 25), Cristo les enseñó a sus discípulos que “sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve (v. 26).
Si queremos tener éxito en la vida, entonces también debemos escoger continuamente la humildad.
Recuadro: ¿Qué es exactamente la humildad?
En nuestra narcisista época de redes sociales y selfies, la idea de humildad como un importante principio del éxito, como una clave crucialmente importante por sí misma, parece algo absurdo. Al fin y al cabo, el mundo occidental ha promovido sin descanso la autoestima como algo vital para el bienestar emocional desde que en 1943 el psicólogo Abraham Maslow publicara su jerarquía de necesidades.
¿No es la autoestima algo opuesto a la humildad? Para ser humildes, ¿no necesitamos pensar que tenemos poco o nada de valor? Y si no creemos que tenemos valor —que tenemos algo de valor para ofrecer— ¿por qué entonces alguien podrá creer que sí lo tenemos?
La respuesta se aclara cuando empezamos a analizar el ejemplo de Cristo. Nadie podría decir que Él pensaba que tenía poco o ningún valor, y sin embargo nadie diría que a Él le faltaba humildad.
“Haya en vosotros ese sentir”
Uno de los pasajes más conmovedores de las Escrituras se encuentra en la epístola de Pablo a la Iglesia en Filipos. Pablo le advierte a la Iglesia que adopte el mismo sentir de Cristo, y ese estado mental es el de la humildad:
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir, que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (Filipenses 2:3-8).
Notemos que Cristo “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (v. 6), o sea que Él no creía que tuviera poco valor. Por otra parte, Cristo “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (v. 8).
La humildad, entonces, no se trata de cómo nos veamos a nosotros mismos. Es de cómo vemos a los demás. Por supuesto, ninguno debería tener un sentimiento exagerado de importancia, pero negar los talentos que Dios nos ha dado es igual de erróneo. El enfoque correcto es una evaluación realista de nuestras propias habilidades, aunada al deseo de utilizar estas habilidades para servir a otros. ¡Esto es verdadera humildad!